Variedades del principio de exclusión
27 de julio de 2008
¿Qué es incluir y qué es excluir? Si tú no lo sabes, nunca has sido excluido, podría ser la reflexión inmediata. Ejemplo: las decisiones sobre temas urgentes, problemas catastróficos, modos de la calidad de vida, se toman por la clase gobernante, si acaso 1% de la población, o mucho menos, como se ve ahora con la reforma energética.
Si concedemos, por puro afán retórico, que las decisiones que favorecen y auspician la privatización de Pemex (¡no!, me retracto de inmediato, ya sé que no es privatización, sino gestos de buena voluntad de dos partidos probos a las petroleras del mundo y a los inversionistas nacionales) son tomadas en el país, las toman unos cuantos, los mismos empeñados en difamar a la oposición porque, es obvio, no quiere el bien de México.
Internacionalmente, inclusión y exclusión se han añadido al conjunto reducido y primordial de las palabras clave. La derecha no les encuentra utilidad, tal vez porque no considera la existencia de excluidos, sino la presencia difusa de los jamás dignos de inclusión. La izquierda partidaria, que sí los toma en cuenta, sólo en unos cuantos temas ha logrado precisar su búsqueda de las inclusiones.
En esa materia lo principal depende de los criterios de raza y clase. Por definición, indígenas y pobres jamás son incluibles: sujetos de consideración, titulares de derechos y gozadores de la falta de obligaciones. Ahora la novedad es el declive de sectores muy amplios de clase media que gozaban de la franquicia, la apariencia modesta de inclusión, y que de un tiempo para acá conocen las frustraciones.
Si tú quieres, puedes revisar las publicaciones de sociales con la ilusión de añadirte a la élite por contagio óptico. (Antes, usaba el usted, pero me di cuenta que esa táctica respetuosa empolvaba mi origen.) Y el impacto es radical: si no naciste dentro, te será casi imposible entrar. ¿Y para qué querrías meterte si nadie te conoce, no sabes de los ritos de confirmación (fiestas, cocteles, celebraciones del fin del bachillerato en lugares exclusivos con video a cargo de los que ya terminan una etapa de su vida, tan gloriosa como las siguientes), carecerás del ritmo vital, caminarás como si no fueras en dirección al aeropuerto, no sonreirás como en pose de grupo cuando estés solo? Recuérdalo y recuérdaselo a los que aún creen en la autoayuda: los apellidos, si se les sabe hacer crecer en consejos de administración y bodas para multitudes selectas, se vuelven dinastías y éstas ocupan los lugares centrales de la inclusión. ¿Para qué quieres hacerla si vas a ser el primer triunfador de tu familia? ¿Qué caso tiene esforzarse por llegar cuando tienes las maneras del niño detenido frente al escaparate del restaurante de lujo el día de Navidad?
* * *
A un incluido desde siempre no se le nota el deseo de figurar sino el desprecio por los que quieren figurar por su propio esfuerzo. A lo mejor lo que digo suena a rencor social y sería lo último que me gustaría, porque si dejo ver el rencor social comprometo mi gana de incluirme. Esto podría sonar cínico si no fuera tan póstumo. Los ya no incluidos podrán acumular méritos o deméritos pero les falta lo que es ahora central, ese aspecto victorioso que viene de las fotografías de grupo desde niños, que se afina en los Halloweens y los garden parties, que convierte a los DJ’s en los antologadores del sonido vital, que no desperdicia la oportunidad de viajar para llegar por fin a la patria bienamada, esa que sólo se manifiesta cuando el contexto no deprime y, oh, diosa fortuna, cuando uno y una saben que la selección de las especies inicia en las reuniones donde la misma clase se felicita por la ausencia de intrusos.
Se unifican la apariencia y el vestuario (todos los chinos y todos los burgueses son iguales); se diversifican los sitios de veraneo, se simplifica el habla, se redondea la sonrisa, una sonrisa como lejanía en la cúspide, el sello de garantía de los que no necesitaron de trámites para verse incluidos.
Si concedemos, por puro afán retórico, que las decisiones que favorecen y auspician la privatización de Pemex (¡no!, me retracto de inmediato, ya sé que no es privatización, sino gestos de buena voluntad de dos partidos probos a las petroleras del mundo y a los inversionistas nacionales) son tomadas en el país, las toman unos cuantos, los mismos empeñados en difamar a la oposición porque, es obvio, no quiere el bien de México.
Internacionalmente, inclusión y exclusión se han añadido al conjunto reducido y primordial de las palabras clave. La derecha no les encuentra utilidad, tal vez porque no considera la existencia de excluidos, sino la presencia difusa de los jamás dignos de inclusión. La izquierda partidaria, que sí los toma en cuenta, sólo en unos cuantos temas ha logrado precisar su búsqueda de las inclusiones.
En esa materia lo principal depende de los criterios de raza y clase. Por definición, indígenas y pobres jamás son incluibles: sujetos de consideración, titulares de derechos y gozadores de la falta de obligaciones. Ahora la novedad es el declive de sectores muy amplios de clase media que gozaban de la franquicia, la apariencia modesta de inclusión, y que de un tiempo para acá conocen las frustraciones.
Si tú quieres, puedes revisar las publicaciones de sociales con la ilusión de añadirte a la élite por contagio óptico. (Antes, usaba el usted, pero me di cuenta que esa táctica respetuosa empolvaba mi origen.) Y el impacto es radical: si no naciste dentro, te será casi imposible entrar. ¿Y para qué querrías meterte si nadie te conoce, no sabes de los ritos de confirmación (fiestas, cocteles, celebraciones del fin del bachillerato en lugares exclusivos con video a cargo de los que ya terminan una etapa de su vida, tan gloriosa como las siguientes), carecerás del ritmo vital, caminarás como si no fueras en dirección al aeropuerto, no sonreirás como en pose de grupo cuando estés solo? Recuérdalo y recuérdaselo a los que aún creen en la autoayuda: los apellidos, si se les sabe hacer crecer en consejos de administración y bodas para multitudes selectas, se vuelven dinastías y éstas ocupan los lugares centrales de la inclusión. ¿Para qué quieres hacerla si vas a ser el primer triunfador de tu familia? ¿Qué caso tiene esforzarse por llegar cuando tienes las maneras del niño detenido frente al escaparate del restaurante de lujo el día de Navidad?
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A un incluido desde siempre no se le nota el deseo de figurar sino el desprecio por los que quieren figurar por su propio esfuerzo. A lo mejor lo que digo suena a rencor social y sería lo último que me gustaría, porque si dejo ver el rencor social comprometo mi gana de incluirme. Esto podría sonar cínico si no fuera tan póstumo. Los ya no incluidos podrán acumular méritos o deméritos pero les falta lo que es ahora central, ese aspecto victorioso que viene de las fotografías de grupo desde niños, que se afina en los Halloweens y los garden parties, que convierte a los DJ’s en los antologadores del sonido vital, que no desperdicia la oportunidad de viajar para llegar por fin a la patria bienamada, esa que sólo se manifiesta cuando el contexto no deprime y, oh, diosa fortuna, cuando uno y una saben que la selección de las especies inicia en las reuniones donde la misma clase se felicita por la ausencia de intrusos.
Se unifican la apariencia y el vestuario (todos los chinos y todos los burgueses son iguales); se diversifican los sitios de veraneo, se simplifica el habla, se redondea la sonrisa, una sonrisa como lejanía en la cúspide, el sello de garantía de los que no necesitaron de trámites para verse incluidos.
Kikka Roja
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