El sábado 16 de agosto vi por última vez a Omar Cerecedo. Jugamos squash con nuestro grupo de amigos, como cada fin de semana desde hacía muchos años. Él nos organizaba y convocaba. Fue raro que no hablara ni llegara el sábado 23. El 6, 7 y 8 de noviembre de 2007 referí en este espacio el caso de tres de los detenidos (Carlos Cerda, Javier Cervantes y Roberto Javier Reyes) en una bodega de Altamira, Tamaulipas, en el entonces mayor decomiso de cocaína de la historia. Ahí fue cuando Omar se enganchó en el temerario trabajo de abogado defensor de presuntos narcos. “Alguien lo tiene que hacer”, me dijo y protestó: “Cómo pueden decir que hubo enfrentamiento con el Ejército en Altamira cuando estas personas no dispararon ningún arma”. Perdió el caso y sus defendidos fueron trasladados al penal de alta seguridad de Puente Grande. Me comentó que no había problema, que ya los sacaría. Omar regresó a este espacio el 17 de abril pasado. Una reportera de El Universal, Silvia Otero, lo acusó de amenazas. Le pregunté si era cierto y me respondió que ella era quien lo había llamado; que mantenían una relación informativa y ella le exigió de mal modo datos que en esa ocasión él no tenía: “Ahora dice que me va a demandar por amenazas, está en su derecho; me defenderé”. Recibí en estos días navideños un correo de su hermano Sergio Cerecedo. Decía: “Omar está desaparecido desde septiembre, él fue secuestrado por gente del narco. Yo infiero que ya no vive. Sin embargo, me gustaría encontrar el cuerpo y haciendo uso del último resquicio de fe que me queda, tal vez poder encontrarlo vivo, por eso recurro a ti, para poder recibir orientación de qué hacer”. No lo sé, Sergio. Omar tenía treinta y tantos años, una hija de cinco y un hijo recién nacido. gomezleyva@milenio.com |
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