Medioevo mexicano
Lorenzo Meyer
24 Sep. 09
La falta de oportunidades para los jóvenes está dejando a México con una estructura social inmovil
Definición
Interpretar la evolución social reciente de México como un proceso que comparte rasgos con la Edad Media europea es una propuesta que tiene sustento tanto en las cifras oficiales -por ejemplo, las de distribución del ingreso- como en lo que cualquier observador atento puede percatarse: el país se encamina hacia una especie de rigidez o congelamiento de su estructura social.
Para mejor entender el sentido de la afirmación anterior hay que comenzar por la definición. ¿En qué sentido el México del siglo XXI, inmerso en la vorágine de la globalización, podría ser medieval? Hace tiempo Luis Weckmann se embarcó en una magna empresa: descubrir las herencias de la Edad Media que la conquista española trajo a México en el siglo XVI (La herencia medieval de México [1984]). Pero ése no es aquí el punto sino otro muy contemporáneo. En el mundo del medioevo la estructura social era, al menos en principio, inmóvil. Quien nacía de padre pastor se quedaba como tal el resto de su vida e igual destino esperaba a toda su descendencia por más capaces que fueran de desempeñarse bien en otras actividades. De igual manera, quien nacía noble, noble se quedaba para siempre y lo mismo sus hijos y los hijos de sus hijos; no importaba que fueran verdaderos imbéciles, su destino era ser propietarios y recibir el homenaje y servicio de los vasallos, ser líderes sin importar sus capacidades de mando, de ahí lo frecuente del "príncipe idiota", pues al final lo último no quitaba lo primero. En ese mundo apenas si la Iglesia representaba, para algunos pocos poseedores de buena suerte y de una inteligencia notable, la única vía por donde podían escapar a un destino mediocre. Por cierto que esa Iglesia supo cómo hacer de esa peculiaridad del mundo que la rodeaba una de las fuentes de su indudable fuerza en la época.
Ruptura
La Nueva España no fue precisamente un modelo de movilidad social, aunque la tuvo. Y es que en ese capitalismo colonial un conquistador exitoso o un comerciante podía terminar con un título de nobleza, pero para la enorme mayoría nacimiento y raza eran destino. Sin embargo, la Independencia trajo cambios notables, abrió oportunidades, y el mejor ejemplo de ascenso social lo tenemos en Benito Juárez, personaje que, literalmente, rompió todas las barreras sociales y culturales. Sin tener que pasar por la vía eclesiástica transitó de indígena y pastor a estudiante, a abogado, a gobernador, a ministro y, finalmente, a presidente de la República. Obviamente, Juárez fue un caso raro de gran salto social; en el mundo mestizo los ejemplos fueron más numerosos y el general Porfirio Díaz fue una buena muestra de ello. Sin embargo, el Porfiriato mismo, al madurar como un orden oligárquico y autoritario, llevó a disminuir notablemente la movilidad social.
La Revolución Mexicana fue, entre otras muchas cosas, ese remolino que "alevantó" a muchos -sobre todo de la pequeña clase media rural, como Obregón, Calles o Cárdenas- y mandó a la oscuridad social y política e incluso económica a buen número de los que todavía en septiembre de 1910 habían visto las cuidadosamente preparadas "fiestas del centenario" desde los palcos de la elite. La tesis de José Iturriaga en su clásico (La estructura social y cultural de México [1951]) no fue otra que mostrar con cifras la gran apertura que significó la Revolución Mexicana -y el administrador de su legado, el PRI- al permitir que personas de la gleba engrosaran el sector medio de la sociedad.
La posrevolución con la no reelección, con su partido de masas, con sus programas educativos, con un sector público no muy eficiente y poco honesto pero muy activo (empresas paraestatales, banca de desarrollo, programas de infraestructura, etcétera) mantuvo relativamente abierta la puerta de la movilidad social, especialmente si se le compara con las condiciones de otros países latinoamericanos. Ernesto Zedillo es un buen ejemplo de cómo en los 1960 y 1970 aún era posible, vía la educación pública y los programas de becas, pasar de una baja clase media a la alta tecnocracia oficial e incluso llegar a la Presidencia. Pues bien, todo lo anterior empezó a cambiar rápida y drásticamente con el advenimiento del neoliberalismo y su incapacidad para mantener el dinamismo de la economía (el crecimiento real promedio del PIB a partir de 1982 ha fluctuado entre el 0.5 y el 1 por ciento) y se agudizó a partir de que los panistas se hicieron cargo de lo que quedó del poder político.
La nueva Edad Media
Hoy la movilidad social en México se ha reducido de manera notable, tan notable como ha aumentado la concentración del ingreso y de la riqueza. La supuesta democracia política mexicana ha ido de la mano con la desigualdad y la cerrazón sociales.
Las altas esferas de la estructura gubernamental se encuentran dominadas menos por aquellos que ingresaron por méritos y de manera competitiva -el famoso servicio civil de carrera- y más por los afines al PAN, que, además, se han asignado unos ingresos fuera de toda proporción con el valor de los supuestos "servicios" que prestan a la sociedad (hoy, tres decenas de funcionarios ganan más de 3.5 millones de pesos anuales [El Universal, 18 de septiembre]). Sin embargo, ya no es el sector público el corazón del sistema económico sino que actualmente es claramente el sector privado -la gran corporación- el que marca el compás -en la medida en que hay compás- de la economía. Y de nuevo, como en el Porfiriato, México se encuentra dominado por una oligarquía propietaria que, rapaz pero completamente incapaz de hacer crecer al país, se ha mostrado extraordinariamente hábil para capturar al gobierno y por ese camino mantener monopolios. Ésta, sólo por excepción, deja entrar a un "outsider" a su exclusivo círculo de hierro -el "Artemio Cruz" imaginado por Carlos Fuentes ya no es posible-, pues le convienen los matrimonios dentro del pequeño y privilegiado mundo de apellidos que aseguran acumulación de riqueza al punto que un México que casi no ha crecido desde 1982 es el hogar de algunas de las mayores fortunas familiares del mundo.
El reverso de la medalla es una sociedad donde la enorme mayoría de sus ciudadanos tienen derecho a votar pero su elección está mediada por un puñado de partidos que no representan sus intereses, que deben de vivir con servicios públicos entre malos y pésimos, en medio de la inseguridad y sin protección privada. Y lo peor es la falta de empleo y oportunidad para los jóvenes de casi todas las clases sociales.
Hoy, México está viviendo eso que se ha llamado el "bono demográfico" -el último momento de abundancia de jóvenes en edad productiva antes de que la nota dominante sea el envejecimiento del grueso de la población- pero no puede aprovecharlo por falta de oportunidades de empleo de aquellos que deberían estar ya creando la riqueza que les permita en el futuro retirase con dignidad. Los jóvenes, independientemente de que tengan apenas secundaria o hayan trabajado para conseguir un grado universitario o incluso un postgrado, simplemente no tienen dónde poner a buen uso su energía y conocimientos. Por tanto, están viendo desaparecer las oportunidades, ya no digamos de movilidad social, sino, si provienen de las clases medias, de simplemente de permanecer en la zona de donde surgieron, pues la retribución a su trabajo, en caso de que lo encuentren, no da más que para ir tirando. Para la mayoría de ellos, la mejor opción está en irse de México, a trabajar de indocumentados -posibilidad que ha disminuido debido a la depresión económica en Estados Unidos- o, si tienen preparación y suerte, para trabajar en alguna firma extranjera. En cualquier caso, el país perderá la inversión hecha en ellos.
Si en la Edad Media unos pocos ambiciosos e inteligentes podían intentar escapar de su destino por la vía de la profesión eclesiástica, hoy una salida para jóvenes con características similares está en su ingreso al mundo del crimen organizado. En el clima de impunidad-corrupción prevalente, en el peor de los casos, lo que el joven que se convierte en sicario puede perder es la prolongación de una vida de pobreza, humillación y sin horizontes, pero en el mejor, es vivir con la intensidad que dan las armas y el dinero abundante. Después de todo El Chapo Guzmán ya ha compartido un lugar con Carlos Slim en revistas internacionales como Fortune y Time.
Llegar a la "celebración" del bicentenario y del centenario de dos movimientos que echaron abajo estructuras sociales con muy poca movilidad social en una situación similar o peor -económicamente México no estaba estancado en 1810 o 1910- no deja de ser irónico y peligroso.
kikka-roja.blogspot.com/
Para mejor entender el sentido de la afirmación anterior hay que comenzar por la definición. ¿En qué sentido el México del siglo XXI, inmerso en la vorágine de la globalización, podría ser medieval? Hace tiempo Luis Weckmann se embarcó en una magna empresa: descubrir las herencias de la Edad Media que la conquista española trajo a México en el siglo XVI (La herencia medieval de México [1984]). Pero ése no es aquí el punto sino otro muy contemporáneo. En el mundo del medioevo la estructura social era, al menos en principio, inmóvil. Quien nacía de padre pastor se quedaba como tal el resto de su vida e igual destino esperaba a toda su descendencia por más capaces que fueran de desempeñarse bien en otras actividades. De igual manera, quien nacía noble, noble se quedaba para siempre y lo mismo sus hijos y los hijos de sus hijos; no importaba que fueran verdaderos imbéciles, su destino era ser propietarios y recibir el homenaje y servicio de los vasallos, ser líderes sin importar sus capacidades de mando, de ahí lo frecuente del "príncipe idiota", pues al final lo último no quitaba lo primero. En ese mundo apenas si la Iglesia representaba, para algunos pocos poseedores de buena suerte y de una inteligencia notable, la única vía por donde podían escapar a un destino mediocre. Por cierto que esa Iglesia supo cómo hacer de esa peculiaridad del mundo que la rodeaba una de las fuentes de su indudable fuerza en la época.
Ruptura
La Nueva España no fue precisamente un modelo de movilidad social, aunque la tuvo. Y es que en ese capitalismo colonial un conquistador exitoso o un comerciante podía terminar con un título de nobleza, pero para la enorme mayoría nacimiento y raza eran destino. Sin embargo, la Independencia trajo cambios notables, abrió oportunidades, y el mejor ejemplo de ascenso social lo tenemos en Benito Juárez, personaje que, literalmente, rompió todas las barreras sociales y culturales. Sin tener que pasar por la vía eclesiástica transitó de indígena y pastor a estudiante, a abogado, a gobernador, a ministro y, finalmente, a presidente de la República. Obviamente, Juárez fue un caso raro de gran salto social; en el mundo mestizo los ejemplos fueron más numerosos y el general Porfirio Díaz fue una buena muestra de ello. Sin embargo, el Porfiriato mismo, al madurar como un orden oligárquico y autoritario, llevó a disminuir notablemente la movilidad social.
La Revolución Mexicana fue, entre otras muchas cosas, ese remolino que "alevantó" a muchos -sobre todo de la pequeña clase media rural, como Obregón, Calles o Cárdenas- y mandó a la oscuridad social y política e incluso económica a buen número de los que todavía en septiembre de 1910 habían visto las cuidadosamente preparadas "fiestas del centenario" desde los palcos de la elite. La tesis de José Iturriaga en su clásico (La estructura social y cultural de México [1951]) no fue otra que mostrar con cifras la gran apertura que significó la Revolución Mexicana -y el administrador de su legado, el PRI- al permitir que personas de la gleba engrosaran el sector medio de la sociedad.
La posrevolución con la no reelección, con su partido de masas, con sus programas educativos, con un sector público no muy eficiente y poco honesto pero muy activo (empresas paraestatales, banca de desarrollo, programas de infraestructura, etcétera) mantuvo relativamente abierta la puerta de la movilidad social, especialmente si se le compara con las condiciones de otros países latinoamericanos. Ernesto Zedillo es un buen ejemplo de cómo en los 1960 y 1970 aún era posible, vía la educación pública y los programas de becas, pasar de una baja clase media a la alta tecnocracia oficial e incluso llegar a la Presidencia. Pues bien, todo lo anterior empezó a cambiar rápida y drásticamente con el advenimiento del neoliberalismo y su incapacidad para mantener el dinamismo de la economía (el crecimiento real promedio del PIB a partir de 1982 ha fluctuado entre el 0.5 y el 1 por ciento) y se agudizó a partir de que los panistas se hicieron cargo de lo que quedó del poder político.
La nueva Edad Media
Hoy la movilidad social en México se ha reducido de manera notable, tan notable como ha aumentado la concentración del ingreso y de la riqueza. La supuesta democracia política mexicana ha ido de la mano con la desigualdad y la cerrazón sociales.
Las altas esferas de la estructura gubernamental se encuentran dominadas menos por aquellos que ingresaron por méritos y de manera competitiva -el famoso servicio civil de carrera- y más por los afines al PAN, que, además, se han asignado unos ingresos fuera de toda proporción con el valor de los supuestos "servicios" que prestan a la sociedad (hoy, tres decenas de funcionarios ganan más de 3.5 millones de pesos anuales [El Universal, 18 de septiembre]). Sin embargo, ya no es el sector público el corazón del sistema económico sino que actualmente es claramente el sector privado -la gran corporación- el que marca el compás -en la medida en que hay compás- de la economía. Y de nuevo, como en el Porfiriato, México se encuentra dominado por una oligarquía propietaria que, rapaz pero completamente incapaz de hacer crecer al país, se ha mostrado extraordinariamente hábil para capturar al gobierno y por ese camino mantener monopolios. Ésta, sólo por excepción, deja entrar a un "outsider" a su exclusivo círculo de hierro -el "Artemio Cruz" imaginado por Carlos Fuentes ya no es posible-, pues le convienen los matrimonios dentro del pequeño y privilegiado mundo de apellidos que aseguran acumulación de riqueza al punto que un México que casi no ha crecido desde 1982 es el hogar de algunas de las mayores fortunas familiares del mundo.
El reverso de la medalla es una sociedad donde la enorme mayoría de sus ciudadanos tienen derecho a votar pero su elección está mediada por un puñado de partidos que no representan sus intereses, que deben de vivir con servicios públicos entre malos y pésimos, en medio de la inseguridad y sin protección privada. Y lo peor es la falta de empleo y oportunidad para los jóvenes de casi todas las clases sociales.
Hoy, México está viviendo eso que se ha llamado el "bono demográfico" -el último momento de abundancia de jóvenes en edad productiva antes de que la nota dominante sea el envejecimiento del grueso de la población- pero no puede aprovecharlo por falta de oportunidades de empleo de aquellos que deberían estar ya creando la riqueza que les permita en el futuro retirase con dignidad. Los jóvenes, independientemente de que tengan apenas secundaria o hayan trabajado para conseguir un grado universitario o incluso un postgrado, simplemente no tienen dónde poner a buen uso su energía y conocimientos. Por tanto, están viendo desaparecer las oportunidades, ya no digamos de movilidad social, sino, si provienen de las clases medias, de simplemente de permanecer en la zona de donde surgieron, pues la retribución a su trabajo, en caso de que lo encuentren, no da más que para ir tirando. Para la mayoría de ellos, la mejor opción está en irse de México, a trabajar de indocumentados -posibilidad que ha disminuido debido a la depresión económica en Estados Unidos- o, si tienen preparación y suerte, para trabajar en alguna firma extranjera. En cualquier caso, el país perderá la inversión hecha en ellos.
Si en la Edad Media unos pocos ambiciosos e inteligentes podían intentar escapar de su destino por la vía de la profesión eclesiástica, hoy una salida para jóvenes con características similares está en su ingreso al mundo del crimen organizado. En el clima de impunidad-corrupción prevalente, en el peor de los casos, lo que el joven que se convierte en sicario puede perder es la prolongación de una vida de pobreza, humillación y sin horizontes, pero en el mejor, es vivir con la intensidad que dan las armas y el dinero abundante. Después de todo El Chapo Guzmán ya ha compartido un lugar con Carlos Slim en revistas internacionales como Fortune y Time.
Llegar a la "celebración" del bicentenario y del centenario de dos movimientos que echaron abajo estructuras sociales con muy poca movilidad social en una situación similar o peor -económicamente México no estaba estancado en 1810 o 1910- no deja de ser irónico y peligroso.
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