Lunes, 9 Febrero, 2009
En las democracias verdaderas, la legislación electoral considera a los ciudadanos como seres libres, dignos de confianza y respeto; por tanto, procura estimular su información, reflexión y participación. Ubica a las ciudadanas y ciudadanos como los actores centrales, colocándolos en la mitad del foro del gran espectáculo social y humano, que es un auténtico proceso democrático. Los otros actores, candidatos, partidos, medios y autoridades electorales, son protagonistas importantes pero secundarios.
El político demócrata decide participar en el duelo electoral con la decidida creencia de que su objetivo central es el de ganar el voto y entiende que las maniobras políticas, lógicas en esta actividad, hacia allá deben apuntar. Sabe que sólo convenciendo a la mayoría de los ciudadanos se puede ganar y gobernar con legitimidad. El propósito de sus empeños es el de captar voluntades, no el de timarlas.
La auténtica democracia, la democracia real que se vive en el llamado primer mundo, implica un compromiso verdadero de la mayoría de los políticos y ciudadanos para premiar la calidad y penalizar la simulación. Supone en aquellos la convicción de que la cesión del poder a los electores es conveniente e indispensable para mantener la salud y lograr la prosperidad de la nación. Por tanto, no tienen duda para aceptar el resultado de la votación, aunque no les favorezca.
Si estas condiciones no se manifiestan en la conducta de los participantes en las elecciones (compromiso para actuar con madurez y sumisión a la voluntad expresada en las urnas), la hermosa fiesta cívica que es el proceso electoral —recordemos la emocionante contienda entre Obama y McCain— no se da y aquello se convierte en otra cosa diferente a la democracia. Se pervierte su espíritu y su objetivo, y surge la farsa, la simulación, el engendro.
El lamentable espectáculo que estamos presenciando en México, a propósito de la elección de diputados, dista mucho de augurarnos vivir en una democracia real. La ley ha sido modificada para servir a los partidos y no a los ciudadanos. Los candidatos obedecen a los intereses de los partidos y no al de los electores. Las autoridades electorales y los grandes medios de comunicación han abierto el proceso, dando la espalda a sus obligaciones cívicas y regodeándose en luchas infantiles. En el PRI revivió el cinismo y la perversidad. En el PRD y similares renació el soviético culto a la personalidad. El neopanismo olvidó sus principios originales y cedió, en una pésima negociación, la libertad individual y la independencia del IFE, ¡por el IETU! Hasta los legisladores que redactaron y aprobaron los cambios constitucionales, ahora nos salen con el cuento de que las leyes electorales, que tanto ponderaron, sólo son disposiciones provisionales y un vulgar ensayo menor para 2012.
El resultado de esta horrenda escamocha jurídica y política es previsible: más mentiras, decepción, fiasco y, por tanto, abstencionismo. Se tardaron, pero lo lograron: han creado la chafacracia©.
alvalima@yahoo.comEl político demócrata decide participar en el duelo electoral con la decidida creencia de que su objetivo central es el de ganar el voto y entiende que las maniobras políticas, lógicas en esta actividad, hacia allá deben apuntar. Sabe que sólo convenciendo a la mayoría de los ciudadanos se puede ganar y gobernar con legitimidad. El propósito de sus empeños es el de captar voluntades, no el de timarlas.
La auténtica democracia, la democracia real que se vive en el llamado primer mundo, implica un compromiso verdadero de la mayoría de los políticos y ciudadanos para premiar la calidad y penalizar la simulación. Supone en aquellos la convicción de que la cesión del poder a los electores es conveniente e indispensable para mantener la salud y lograr la prosperidad de la nación. Por tanto, no tienen duda para aceptar el resultado de la votación, aunque no les favorezca.
Si estas condiciones no se manifiestan en la conducta de los participantes en las elecciones (compromiso para actuar con madurez y sumisión a la voluntad expresada en las urnas), la hermosa fiesta cívica que es el proceso electoral —recordemos la emocionante contienda entre Obama y McCain— no se da y aquello se convierte en otra cosa diferente a la democracia. Se pervierte su espíritu y su objetivo, y surge la farsa, la simulación, el engendro.
El lamentable espectáculo que estamos presenciando en México, a propósito de la elección de diputados, dista mucho de augurarnos vivir en una democracia real. La ley ha sido modificada para servir a los partidos y no a los ciudadanos. Los candidatos obedecen a los intereses de los partidos y no al de los electores. Las autoridades electorales y los grandes medios de comunicación han abierto el proceso, dando la espalda a sus obligaciones cívicas y regodeándose en luchas infantiles. En el PRI revivió el cinismo y la perversidad. En el PRD y similares renació el soviético culto a la personalidad. El neopanismo olvidó sus principios originales y cedió, en una pésima negociación, la libertad individual y la independencia del IFE, ¡por el IETU! Hasta los legisladores que redactaron y aprobaron los cambios constitucionales, ahora nos salen con el cuento de que las leyes electorales, que tanto ponderaron, sólo son disposiciones provisionales y un vulgar ensayo menor para 2012.
El resultado de esta horrenda escamocha jurídica y política es previsible: más mentiras, decepción, fiasco y, por tanto, abstencionismo. Se tardaron, pero lo lograron: han creado la chafacracia©.
kikka-roja.blogspot.com/