Horizonte político
José A. Crespo
Consumo de drogas
Ala sombra de la contingencia sanitaria, se opacaron las noticias sobre la inseguridad y el narcotráfico, pero no el fenómeno en sí. Ahora afloran nuevos escándalos de narcopolítica en Zacatecas y Morelos. Otra vez, funcionarios y policías coludidos con los cárteles, nuevo reflejo de la futilidad de la actual estrategia. También, durante la contingencia, fue aprobada una legislación que no legaliza, pero sí despenaliza la posesión de cierta cantidad de drogas, lo que ha generado protestas debido a la contradicción que ello supone entre la permisividad del consumo de narcóticos y la prohibición y la persecución de su producción y venta. Es verdad, hay ahí una contradicción, como muchas otras en este ámbito. Tal contradicción se podría resolver básicamente de dos maneras: volviendo a prohibir y sancionar penalmente el consumo o bien despenalizando la producción y distribución de los estupefacientes. ¿Qué resulta mejor? Es parte del debate sobre este embrollado fenómeno, si se considera la dificultad de erradicar y penalizar eficazmente la producción y venta de drogas, el costo social que eso genera y su bajo impacto sobre el objetivo final: la reducción del consumo de narcóticos. Ante la dificultad de evadir toda contradicción, me parece al menos un avance despenalizar la posesión y el consumo de ciertas dosis de narcóticos, que desde luego debiera ir acompañada por una fuerte campaña sobre los peligros de utilizarlos (campaña que, sin duda, sería más provechosa que la muy fastidiosa de los partidos políticos).
La racionalidad de despenalizar la posesión y el consumo de ciertas drogas parte de varias premisas que en general comparto: a) debe darse al individuo mayor responsabilidad sobre lo que ingiere y asumir el costo de ello (en términos de salud), en lugar de transferir ese costo a la sociedad en forma de violencia e inseguridad; b) es mejor tratar al consumidor como adicto (o adicto potencial) que como delincuente, pues facilita su detección y rehabilitación, la cual difícilmente ocurrirá a fuerza de armas (pues, como en otras terapias, debe haber la convicción y la determinación del paciente cuando ya es un adicto, que no todos los consumidores lo son). Pero si a contradicciones vamos, está también la que los defensores de la prohibición siempre evaden: la legalización vigente del tabaco y, sobre todo, del alcohol, cuyos efectos sociales y de salud son similares o peores que el de muchos de los estupefacientes ilegales. Quienes, para justificar la política de prohibición destacan los daños provocados por las drogas, suelen incluir al alcohol, pero sin acompañar su denuncia, con lo que sería la consecuente solicitud de que también se prohíba la producción, venta y consumo de esa letal droga. ¿Por qué no sugieren superar también esa contradicción? A veces dicen que su nivel de perjuicio a la salud y la vida social es menor que el provocado por las drogas ilegales, lo cual puede ser cierto en el caso de algunas, mas no de todas (no, desde luego, de la mariguana). Pero probablemente la principal razón es que saben de la imposibilidad de aplicar dicha prohibición, y de sus enormes costos sociales.
No parece casual que muchos pueblos y civilizaciones han considerado al alcohol como una droga más nociva que otras de índole natural. Durante la prohibición estadunidense, se recelaba de la mariguana, por presumiblemente ser un puente a otra droga mucho más perjudicial: el alcohol. Curiosamente, otro pueblo que veía con mayor recelo al alcohol que a drogas naturales era el azteca. Los prehispánicos toleraban el tabaco, la mariguana, los hongos y el peyote. Sobre los efectos y usos del peyote, habla fray Bernardino de Sahagún: “Los que la comen o beben ven visiones espantosas, o de risas; dura esta borrachera dos o tres días, y después se quita. Es como un manjar de los chichimecas que los mantiene y da ánimo para pelear y no tener miedo ni sed ni hambre, y dicen que los guarda de todo peligro”. Y sobre los hongos decía que “emborrachan y hacen ver visiones, y aun provocan a lujuria… y cuando (los indios) ya se comenzaban a calentar con ellos, comenzaban a bailar, y algunos cantaban y algunos lloraban”. Desde luego, tales experiencias no necesariamente eran edificantes, pero el caso es que su ingestión era tolerada por estos pueblos. En cambio, sobre el pulque se decía que “era principio de todo mal y de toda perdición (porque) su borrachería es causa de toda discordia y disensión, y de todas revueltas y desasosiegos de los pueblos y reinos… es como una tempestad infernal (de la que proceden) los adulterios, estupros y corrupción de vírgenes y violencia de parientes y afines y los hurtos y robos, y detracciones, y las vocerías, riñas y gritas”. Por lo cual su consumo estaba severamente penado con la remoción, en el caso de dignatarios y funcionarios, y con humillaciones públicas, de ser plebeyos los infractores. La reincidencia se castigaba con la muerte. Con todo, había tolerancia para los viejos de cada sexo, que ya no tenían responsabilidades sociales y que, “en estando borrachos, comenzaban a cantar, otros parlaban y reían… y daban grandes risadas”. El caso es que se consideraba mucho más perjudicial el alcohol que otras drogas naturales, al prohibirse el primero y tolerarse las otras.
Curiosamente, se penalizaba el consumo y abuso del alcohol, pero no la producción o venta. Algunos proponen justo sancionar civil y administrativamente (no penalmente), el consumo de drogas, en lugar de la producción o venta, lo cual podría ser eficaz en la reducción y prevención de su abuso, y menos costoso en términos de violencia y seguridad. Por eso hace falta seguir debatiendo y reflexionando en torno a este complicado fenómeno, en vez de simplemente seguirle echando gasolina a la hoguera.
Los prehispánicos toleraban el tabaco, la mariguana, los hongos y el peyote. Sobre los efectos y usos del peyote, habla fray Bernardino de Sahagún...
La racionalidad de despenalizar la posesión y el consumo de ciertas drogas parte de varias premisas que en general comparto: a) debe darse al individuo mayor responsabilidad sobre lo que ingiere y asumir el costo de ello (en términos de salud), en lugar de transferir ese costo a la sociedad en forma de violencia e inseguridad; b) es mejor tratar al consumidor como adicto (o adicto potencial) que como delincuente, pues facilita su detección y rehabilitación, la cual difícilmente ocurrirá a fuerza de armas (pues, como en otras terapias, debe haber la convicción y la determinación del paciente cuando ya es un adicto, que no todos los consumidores lo son). Pero si a contradicciones vamos, está también la que los defensores de la prohibición siempre evaden: la legalización vigente del tabaco y, sobre todo, del alcohol, cuyos efectos sociales y de salud son similares o peores que el de muchos de los estupefacientes ilegales. Quienes, para justificar la política de prohibición destacan los daños provocados por las drogas, suelen incluir al alcohol, pero sin acompañar su denuncia, con lo que sería la consecuente solicitud de que también se prohíba la producción, venta y consumo de esa letal droga. ¿Por qué no sugieren superar también esa contradicción? A veces dicen que su nivel de perjuicio a la salud y la vida social es menor que el provocado por las drogas ilegales, lo cual puede ser cierto en el caso de algunas, mas no de todas (no, desde luego, de la mariguana). Pero probablemente la principal razón es que saben de la imposibilidad de aplicar dicha prohibición, y de sus enormes costos sociales.
No parece casual que muchos pueblos y civilizaciones han considerado al alcohol como una droga más nociva que otras de índole natural. Durante la prohibición estadunidense, se recelaba de la mariguana, por presumiblemente ser un puente a otra droga mucho más perjudicial: el alcohol. Curiosamente, otro pueblo que veía con mayor recelo al alcohol que a drogas naturales era el azteca. Los prehispánicos toleraban el tabaco, la mariguana, los hongos y el peyote. Sobre los efectos y usos del peyote, habla fray Bernardino de Sahagún: “Los que la comen o beben ven visiones espantosas, o de risas; dura esta borrachera dos o tres días, y después se quita. Es como un manjar de los chichimecas que los mantiene y da ánimo para pelear y no tener miedo ni sed ni hambre, y dicen que los guarda de todo peligro”. Y sobre los hongos decía que “emborrachan y hacen ver visiones, y aun provocan a lujuria… y cuando (los indios) ya se comenzaban a calentar con ellos, comenzaban a bailar, y algunos cantaban y algunos lloraban”. Desde luego, tales experiencias no necesariamente eran edificantes, pero el caso es que su ingestión era tolerada por estos pueblos. En cambio, sobre el pulque se decía que “era principio de todo mal y de toda perdición (porque) su borrachería es causa de toda discordia y disensión, y de todas revueltas y desasosiegos de los pueblos y reinos… es como una tempestad infernal (de la que proceden) los adulterios, estupros y corrupción de vírgenes y violencia de parientes y afines y los hurtos y robos, y detracciones, y las vocerías, riñas y gritas”. Por lo cual su consumo estaba severamente penado con la remoción, en el caso de dignatarios y funcionarios, y con humillaciones públicas, de ser plebeyos los infractores. La reincidencia se castigaba con la muerte. Con todo, había tolerancia para los viejos de cada sexo, que ya no tenían responsabilidades sociales y que, “en estando borrachos, comenzaban a cantar, otros parlaban y reían… y daban grandes risadas”. El caso es que se consideraba mucho más perjudicial el alcohol que otras drogas naturales, al prohibirse el primero y tolerarse las otras.
Curiosamente, se penalizaba el consumo y abuso del alcohol, pero no la producción o venta. Algunos proponen justo sancionar civil y administrativamente (no penalmente), el consumo de drogas, en lugar de la producción o venta, lo cual podría ser eficaz en la reducción y prevención de su abuso, y menos costoso en términos de violencia y seguridad. Por eso hace falta seguir debatiendo y reflexionando en torno a este complicado fenómeno, en vez de simplemente seguirle echando gasolina a la hoguera.
Los prehispánicos toleraban el tabaco, la mariguana, los hongos y el peyote. Sobre los efectos y usos del peyote, habla fray Bernardino de Sahagún...
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