Carlos Fuentes: un adiós imposible 20 de mayo de 2012
14 de junio de 2012
Imaginemos una hipotética discusión entre un estudiante de Ciencia Política y un político de la vieja guardia:
—¿De veras, licenciado, no cree que la honestidad puede mejorar a la política? —pregunta el joven, incrédulo— ¿No le parece que es más gobernable y eficiente un país honesto que uno corrupto?
—N’hombre, no sea ingenuo —responde el viejo—. Ésas son jaladas. Un país honesto sería ingobernable, y un gobierno honesto sería un desastre. Al pueblo no le importa que uno se enriquezca siempre y cuando le resuelva algunos de sus problemas o le salpique algo de lo que se lleva. Mire, la política es el arte de hacerle creer a la gente que está bien, y para lograrlo hay que procurar que estén un poquito menos jodidos y cacarear mucho los huevos. Si lo logra, la gente le autoriza cualquier sobresueldo, y si no, le reclama hasta el aguinaldo. Además, todo mundo sabe que un gobernante honesto es necesariamente torpe e ineficaz. La honradez y la astucia no pueden coexistir.