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Polarización de la vida política
En México y Estados UnidosAGENDA CIUDADANA
Lorenzo Meyer
Dicotomía y similitud. Entre México y Estados Unidos abundan las diferencias. Sin embargo, en estos días ambos países comparten una característica: la polarización de su vida política. Vale la pena ahondar en esta inesperada similitud.
Un artículo publicado el 15 de octubre por “The New York Times”, de cara a las próximas elecciones legislativas norteamericanas, sostiene que el signo distintivo del Partido Demócrata —empeñado en revertir las políticas sociales regresivas impuestas por los republicanos y que favorecen sistemáticamente a las grandes corporaciones— es la intensidad de su compromiso y de su discurso. Tal energía se deriva de la certeza de que esta vez son ellos quienes tienen de su lado la razón moral e histórica. En contraste, el signo distintivo de los republicanos —en el poder desde 2000— es su identidad con prácticamente todas las causas conservadoras y con un esquema económico que está concentrando la riqueza como nunca después de la Gran Depresión. Pese a operar a favor de la minoría privilegiada, los republicanos han podido ganar tanto la presidencia como el congreso porque tienen lo que el diario llama “la maquinaria”. En la práctica, ésta ha contrarrestado la superioridad moral de la plataforma demócrata mediante el uso de cuantiosos recursos económicos. Esa “maquinaria” les ha permitido contratar a los mejores publicistas y desarrollar campañas de radio y televisión muy efectivas, crear y operar bancos de datos y centrales telefónicas para localizar, contactar y sacar a votar a los identificados con su partido, etcétera.
Aquí. A partir del año 2000, el proceso al sur del Río Bravo se asemeja a lo que está ocurriendo al norte. En efecto, desde 1988 el discurso del PRD y de sus aliados se ha centrado en lo que, sin duda, es nuestro gran problema histórico: una estructura social particularmente desbalanceada e injusta. La añeja deserción del PRI a su compromiso con la justicia social fue el centro de las tres campañas electorales en las que se embarcó Cuauhtémoc Cárdenas (CC) entre 1988 y 2000. En la campaña de 2006, el PRD de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) hizo aún más explícito el núcleo social de su discurso: “Primero los pobres”. En todos los casos, los mítines perredistas reunieron multitudes mayores que las de sus oponentes y en ellas la pasión, el compromiso y la identidad de los asistentes con sus candidatos y su discurso llegaron a dar la sensación de que la victoria podría ser para la izquierda. Y quizá lo fue tanto en 1988 como en 2006, aunque no en 1994 y en 2000, pero al final y en todos los casos sus oponentes se alzaron con el triunfo. Las tres derrotas acumuladas por CC y la de AMLO muestran cómo la gran intensidad del electorado la izquierda fue anulada, por las buenas y por las malas, por “la maquinaria”, aunque el resultado de la histórica elección de 2000 tiene que explicarse por una vía más compleja. Hace seis años, Vicente Fox y el PAN se enfrentaron a un aparato priísta que disponía de una larga tradición en manipulación y fraude más considerables recursos económicos legales e ilegales —recuérdese el “Pemexgate”—. Sin embargo, Fox pudo imponerse por una combinación irrepetible de circunstancias: el desprestigio acumulado por el PRI, la falta del voluntad del “jefe nato” del aparato —Ernesto Zedillo— por imponer por la fuerza lo que evidentemente no se había ganado en las urnas, el entusiasmo por el PAN de una parte importante de los llamados “poderes fácticos”, recursos importantes provenientes de ese sector vía los “Amigos de Fox” y, finalmente, una buena dosis de intensidad inyectada por el candidato neopanista gracias a un discurso desbordante de optimismo, cuyo blanco era la corrupción del PRI y en favor de una nueva moral.
En suma, hace seis años la poderosa pero desmoralizada “maquinaria” del PRI fue derrotada por la combinación de la intensidad democrática con el principio de una “contramaquinaria” armada por los foxistas, antiguos administradores de empresas metidos a políticos. El voto útil que parte de la izquierda dio entonces a Fox se explica porque la intensidad, la emoción, generada por la proximidad del fin del autoritarismo, desbordó las viejas reticencias ideológicas de los progresistas frente al PAN.
2006. En las últimas elecciones, AMLO destacó como el líder más carismático, el único capaz de despertar una enorme intensidad en el compromiso de sus seguidores, como se demostró cuando la gran movilización en su apoyo obligó al presidente a dar marcha atrás en su audaz proyecto de transformar en desafuero un supuesto retrazo de AMLO en acatar la orden de un juez para suspender la apertura de una calle que buscaba dar acceso a un hospital. Como en el caso de CC, la campaña de AMLO fue de mítines multitudinarios a cielo abierto, donde la viveza de la emoción política de masas o individuos estuvo siempre a flor de piel. Desde luego que el PRD también contó ya con recursos públicos para crear y mantener una “maquinaria” propia, pero de ninguna manera similar al aparato que montaron sus rivales del PRI y PAN. Al final, AMLO apostó por “la gente” y a que una victoria de la derecha en un país tan injusto como México no era posible. La certeza de que la intensidad era la virtud suprema de una campaña electoral llevó a que la izquierda descuidara en 2006 su incipiente “maquinaria”, lo que contribuyó —entre otros factores— a su derrota por medio punto porcentual.
La maquina panista. En las elecciones de 2006, el PRI volvió a echar a andar su vieja maquinaria, pero sin contar ya con el apoyo presidencial. El resultado fue un desastre histórico. El PAN, por su lado, no tuvo ni gran discurso ni un líder que entusiasmara fuera de los círculos panistas tradicionales. Sin embargo, Acción Nacional supo y pudo crear una gran, sorprendente maquinaria y combinarla, en una operación impecable de pinza, con lo que quedaba del poder presidencial. El resultado fue el pequeño pero decisivo margen de la victoria. La maquinaria panista combinó recursos materiales muy superiores a los del PRD —a sus prerrogativas sumó apoyos como los del Consejo Coordinador Empresarial— con una buena estrategia de mercado. Consciente de que más del 60% de los mexicanos obtiene su información política exclusivamente de la televisión, el PAN contrató expertos para neutralizar el discurso optimista de AMLO con uno muy efectivo del miedo al cambio. El PAN negoció una alianza estratégica con la estructura corporativa más importante de todas las creadas por el PRI: el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) encabezado por uno de los cuadros más tradicionales y astutos del viejo régimen: Elba Esther Gordillo (EEG), que abandonó al PRI y se puso al servicio de Felipe Calderón. Particularmente importantes fueron los contactos de EEG con la estructura directiva del IFE para asumir el control de aquellas casillas donde el PRD no pudo o no supo tener una representación efectiva y confiable. El SNTE también creo un partido corporativo que dividió muy bien su trabajo, a nivel presidencial le dio sus votos al PAN (un millón) pero se quedó con todos al nivel legislativo. A lo anterior hay que añadir los 456,000 mensajes presidenciales pasados por radio y televisión entre enero y mayo de este año y que sirvieron para atacar sistemáticamente, y desde la más alta tribuna política, a AMLO.
La “maquinaria” contó con el apoyo más o menos abierto de un IFE sin consejeros afines al PRD que, al no detener la campaña que presentaba a AMLO como “un peligro para México”, benefició al PAN, como también lo favoreció el día de la elección —recuérdese su “peculiar” manejo del PREP— y en los cruciales días posteriores. La “maquinaria” también tuvo de su parte a la totalidad del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), que se negó al recuento de los votos a pesar de lo cerrado de la elección y de haberse demostrado que en aquellas pocas casillas en que sí se abrieron los paquetes electorales, había inconsistencias significativas para el resultado. Por cierto, la renovación del TEPJF —una de las instituciones legales con la mejor remuneración para sus miembros en el mundo— amenaza con hacerse de tal modo que vuelva a operar en el futuro como lo hizo en 2006.
En suma. Como en Estados Unidos en el último par de elecciones, en México la intensidad y el discurso con contenido social han sido derrotados por “la maquinaria” de los conservadores. La lección es clara: con entusiasmo, discurso coherente y razón histórica pero sin “maquinaria”, la democracia política es un instrumento poco adecuado para los intereses de la mayoría.
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Un artículo publicado el 15 de octubre por “The New York Times”, de cara a las próximas elecciones legislativas norteamericanas, sostiene que el signo distintivo del Partido Demócrata —empeñado en revertir las políticas sociales regresivas impuestas por los republicanos y que favorecen sistemáticamente a las grandes corporaciones— es la intensidad de su compromiso y de su discurso. Tal energía se deriva de la certeza de que esta vez son ellos quienes tienen de su lado la razón moral e histórica. En contraste, el signo distintivo de los republicanos —en el poder desde 2000— es su identidad con prácticamente todas las causas conservadoras y con un esquema económico que está concentrando la riqueza como nunca después de la Gran Depresión. Pese a operar a favor de la minoría privilegiada, los republicanos han podido ganar tanto la presidencia como el congreso porque tienen lo que el diario llama “la maquinaria”. En la práctica, ésta ha contrarrestado la superioridad moral de la plataforma demócrata mediante el uso de cuantiosos recursos económicos. Esa “maquinaria” les ha permitido contratar a los mejores publicistas y desarrollar campañas de radio y televisión muy efectivas, crear y operar bancos de datos y centrales telefónicas para localizar, contactar y sacar a votar a los identificados con su partido, etcétera.
Aquí. A partir del año 2000, el proceso al sur del Río Bravo se asemeja a lo que está ocurriendo al norte. En efecto, desde 1988 el discurso del PRD y de sus aliados se ha centrado en lo que, sin duda, es nuestro gran problema histórico: una estructura social particularmente desbalanceada e injusta. La añeja deserción del PRI a su compromiso con la justicia social fue el centro de las tres campañas electorales en las que se embarcó Cuauhtémoc Cárdenas (CC) entre 1988 y 2000. En la campaña de 2006, el PRD de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) hizo aún más explícito el núcleo social de su discurso: “Primero los pobres”. En todos los casos, los mítines perredistas reunieron multitudes mayores que las de sus oponentes y en ellas la pasión, el compromiso y la identidad de los asistentes con sus candidatos y su discurso llegaron a dar la sensación de que la victoria podría ser para la izquierda. Y quizá lo fue tanto en 1988 como en 2006, aunque no en 1994 y en 2000, pero al final y en todos los casos sus oponentes se alzaron con el triunfo. Las tres derrotas acumuladas por CC y la de AMLO muestran cómo la gran intensidad del electorado la izquierda fue anulada, por las buenas y por las malas, por “la maquinaria”, aunque el resultado de la histórica elección de 2000 tiene que explicarse por una vía más compleja. Hace seis años, Vicente Fox y el PAN se enfrentaron a un aparato priísta que disponía de una larga tradición en manipulación y fraude más considerables recursos económicos legales e ilegales —recuérdese el “Pemexgate”—. Sin embargo, Fox pudo imponerse por una combinación irrepetible de circunstancias: el desprestigio acumulado por el PRI, la falta del voluntad del “jefe nato” del aparato —Ernesto Zedillo— por imponer por la fuerza lo que evidentemente no se había ganado en las urnas, el entusiasmo por el PAN de una parte importante de los llamados “poderes fácticos”, recursos importantes provenientes de ese sector vía los “Amigos de Fox” y, finalmente, una buena dosis de intensidad inyectada por el candidato neopanista gracias a un discurso desbordante de optimismo, cuyo blanco era la corrupción del PRI y en favor de una nueva moral.
En suma, hace seis años la poderosa pero desmoralizada “maquinaria” del PRI fue derrotada por la combinación de la intensidad democrática con el principio de una “contramaquinaria” armada por los foxistas, antiguos administradores de empresas metidos a políticos. El voto útil que parte de la izquierda dio entonces a Fox se explica porque la intensidad, la emoción, generada por la proximidad del fin del autoritarismo, desbordó las viejas reticencias ideológicas de los progresistas frente al PAN.
2006. En las últimas elecciones, AMLO destacó como el líder más carismático, el único capaz de despertar una enorme intensidad en el compromiso de sus seguidores, como se demostró cuando la gran movilización en su apoyo obligó al presidente a dar marcha atrás en su audaz proyecto de transformar en desafuero un supuesto retrazo de AMLO en acatar la orden de un juez para suspender la apertura de una calle que buscaba dar acceso a un hospital. Como en el caso de CC, la campaña de AMLO fue de mítines multitudinarios a cielo abierto, donde la viveza de la emoción política de masas o individuos estuvo siempre a flor de piel. Desde luego que el PRD también contó ya con recursos públicos para crear y mantener una “maquinaria” propia, pero de ninguna manera similar al aparato que montaron sus rivales del PRI y PAN. Al final, AMLO apostó por “la gente” y a que una victoria de la derecha en un país tan injusto como México no era posible. La certeza de que la intensidad era la virtud suprema de una campaña electoral llevó a que la izquierda descuidara en 2006 su incipiente “maquinaria”, lo que contribuyó —entre otros factores— a su derrota por medio punto porcentual.
La maquina panista. En las elecciones de 2006, el PRI volvió a echar a andar su vieja maquinaria, pero sin contar ya con el apoyo presidencial. El resultado fue un desastre histórico. El PAN, por su lado, no tuvo ni gran discurso ni un líder que entusiasmara fuera de los círculos panistas tradicionales. Sin embargo, Acción Nacional supo y pudo crear una gran, sorprendente maquinaria y combinarla, en una operación impecable de pinza, con lo que quedaba del poder presidencial. El resultado fue el pequeño pero decisivo margen de la victoria. La maquinaria panista combinó recursos materiales muy superiores a los del PRD —a sus prerrogativas sumó apoyos como los del Consejo Coordinador Empresarial— con una buena estrategia de mercado. Consciente de que más del 60% de los mexicanos obtiene su información política exclusivamente de la televisión, el PAN contrató expertos para neutralizar el discurso optimista de AMLO con uno muy efectivo del miedo al cambio. El PAN negoció una alianza estratégica con la estructura corporativa más importante de todas las creadas por el PRI: el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) encabezado por uno de los cuadros más tradicionales y astutos del viejo régimen: Elba Esther Gordillo (EEG), que abandonó al PRI y se puso al servicio de Felipe Calderón. Particularmente importantes fueron los contactos de EEG con la estructura directiva del IFE para asumir el control de aquellas casillas donde el PRD no pudo o no supo tener una representación efectiva y confiable. El SNTE también creo un partido corporativo que dividió muy bien su trabajo, a nivel presidencial le dio sus votos al PAN (un millón) pero se quedó con todos al nivel legislativo. A lo anterior hay que añadir los 456,000 mensajes presidenciales pasados por radio y televisión entre enero y mayo de este año y que sirvieron para atacar sistemáticamente, y desde la más alta tribuna política, a AMLO.
La “maquinaria” contó con el apoyo más o menos abierto de un IFE sin consejeros afines al PRD que, al no detener la campaña que presentaba a AMLO como “un peligro para México”, benefició al PAN, como también lo favoreció el día de la elección —recuérdese su “peculiar” manejo del PREP— y en los cruciales días posteriores. La “maquinaria” también tuvo de su parte a la totalidad del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), que se negó al recuento de los votos a pesar de lo cerrado de la elección y de haberse demostrado que en aquellas pocas casillas en que sí se abrieron los paquetes electorales, había inconsistencias significativas para el resultado. Por cierto, la renovación del TEPJF —una de las instituciones legales con la mejor remuneración para sus miembros en el mundo— amenaza con hacerse de tal modo que vuelva a operar en el futuro como lo hizo en 2006.
En suma. Como en Estados Unidos en el último par de elecciones, en México la intensidad y el discurso con contenido social han sido derrotados por “la maquinaria” de los conservadores. La lección es clara: con entusiasmo, discurso coherente y razón histórica pero sin “maquinaria”, la democracia política es un instrumento poco adecuado para los intereses de la mayoría.
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