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jueves, 25 de enero de 2007

Lorenzo Meyer

La consolidación de una élite del poder
La élite del poder


AGENDA CIUDADANA
Lorenzo Meyer

Esquelas. Una peculiaridad mexicana es la publicación de esquelas en los periódicos cuando fallece alguien de clase media pero, sobre todo, de la minoría poderosa. Mediante esas inserciones se hacen presentes buena parte de los que tenían relaciones institucionales cercanas al desaparecido. El tamaño de la esquela —su costo— es otro indicador adicional del grado de relación que se tenía o se quiere hacer creer que se tenía. Por ello, la observación de tan peculiar documento puede ser un dato revelador de la naturaleza del tejido de intereses económicos y políticos entre los poderosos.

El 11 de enero falleció Mónica Pretelini, esposa del gobernador del Estado de México —Enrique Peña Nieto— y, por ahora, uno de los jóvenes políticos más conocidos y posible candidato presidencial del PRI para 2012. El deceso desató, como pocas veces, un alud de esquelas en los diarios nacionales. Y de éste surge una interesante imagen de las redes del poder actual, de la cercanía entre la élite de la política y la del dinero. Una contabilidad de esquelas publicadas en Reforma a lo largo de varios días arroja casi medio centenar pagadas por personajes y familias más o menos destacadas en la política y los negocios; centena y media fueron publicadas por empresas de todo tipo e importancia; dos decenas por grupos empresariales, profesionales o sindicales; más de 60 por instituciones gubernamentales, desde ayuntamientos a gobernadores. Si se toman las empresas privadas más importantes o los principales empresarios principales del país, se verá que varios de ellos se hicieron presentes —directamente o a través de alguna de sus compañías—, en lo que se puede llamar la feria de las esquelas.

Definición. Toda sociedad compleja se puede dividir en función de su distribución del poder en masa y minorías directoras. Sin embargo, no todas tienen lo que se podría llamar una élite del poder en el sentido que le dio al término el sociólogo norteamericano C. Wright Mills, en un trabajo clásico: La élite del poder, (FCE, 1957 c1956).

Mills definió al poder como la capacidad de los individuos para tomar las decisiones fundamentales en torno a los arreglos institucionales de su comunidad, así como en relación con los hechos que dan forma a la historia de su tiempo. Observando la situación en Estados Unidos en plena Guerra Fría, lo que le llamó la atención no fue tanto lo reducido del número de quienes realmente tomaban las grandes decisiones en esa nación —eso era lo esperado—, sino tres factores adicionales. Primero, el amplio alcance de estas decisiones, al punto que la persona que se encontraba en la cima de la estructura de poder podía oprimir el botón que desataría la guerra atómica y, por tanto, destruir a buena parte de la humanidad o incluso a toda. Segundo, lo entrelazado de los intereses y la similitud de visiones de ciertas élites. Finalmente, la capacidad de esas minorías para apoyarse mutuamente y sostenerse frente a la no-élite, la masa.

Mills identificó en Estados Unidos a tres minorías que sobresalían por sus dotes para acumular poder: las que controlaban a las instituciones políticas, militares y a las grandes corporaciones privadas. Los individuos que efectivamente dominaban esos tres órdenes institucionales eran muy pocos, en gran medida provenían de las mismas esferas sociales, interactuaban constantemente e incluso intercambiaban sus puestos: un hombre de empresa podía dar el salto a un alto puesto político (un ejemplo actual es el vicepresidente norteamericano, Dick Cheney, quien antes dirigía la empresa Haliburton), un alto mando militar podía terminar en un alto puesto político (recuérdese el caso del general Colin Powell que terminó como secretario de Estado norteamericano) y un alto político podía ser el administrador de una gran empresa privada (de nuevo, resalta el caso de Cheney, que antes de llegar a manejar Haliburton, había servido en la Casa Blanca).

En las postrimerías del siglo pasado hubo una discusión teórica sobre si el término de élite del poder era apropiado para explicar la realidad mexicana. El profesor Peter Smith concluyó en 1979 que México, en efecto, ya era gobernado por una auténtica élite del poder, (Los laberintos del poder, México, 1981, p. 224). Años después, otro académico, Roderic Ai Camp, hizo depender su juicio a la definición que se adopte, (Mexico's Mandarins, Berkeley, 2002, p. 12). Como sea, hoy nuestra situación se explica mejor si se parte de la premisa de que quienes dominan a nuestra sociedad ya conforman una auténtica minoría de minorías o élite del poder.

México. En la época colonial, la Corona española se propuso que en su imperio americano no se volviera a repetir el caso inicial de Hernán Cortés, que a un mismo tiempo controló el poder militar, político y económico de la joven Nueva España. En la práctica, la acumulación de privilegios no se pudo evitar del todo, pero el caso del conquistador extremeño no se volvió a repetir. Cuando México por fin logró consolidar un Estado nacional, emergió con gran fuerza una efectiva élite del poder, orgullosa de serlo. Los ejemplos abundaron: José Ives Limantour era gran propietario y secretario de Hacienda; Olegario Molina fue gran empresario henequenero de Yucatán, gobernador de su estado y secretario de Fomento; Luis Terrazas fue, a la vez, casi el dueño de Chihuahua y su gobernador; su yerno, Enrique C. Creel, siguió sus pasos y combinó con éxito el papel de poderoso empresario con el de político (gobernador, embajador en Estados Unidos, etcétera); el general Bernado Reyes llegó a ser cabeza del ejército y factótum político de Nuevo León, Coahuila y Tamaulipas, y aspirante a la Presidencia. La lista de porfiristas que podían ser a la vez políticos, empresarios y militares es grande.

Si alguien quiere explicar la Revolución Mexicana como resultado de la casi obscena concentración de poder en una sociedad que era un mar de pobres, no le faltarán elementos. Como sea, con la Revolución surgió una nueva élite que, en buena medida, era política, no económica, aunque no faltaron los generales-políticos-empresarios al estilo de Abelardo L. Rodríguez o de Aarón Sáenz. Con el paso del tiempo, este grupo se fue cerrando y para la última parte del siglo XX ya había adquirido mayores tonos de nueva élite del poder. Sin embargo, es a partir del triunfo del PAN en 2000 —cuando asume la presidencia Vicente Fox, un personaje que aseguró que su gobierno era de empresarios y para empresarios— que se acentúan las tendencias a entrelazar alta política y administración de gran capital.

En el gobierno de Fox ya hay empresarios que ocupan puestos en el gabinete —un ejemplo es Fernando Canales Clarión— pero, sobre todo, lo que hay son funcionarios de grandes empresas privadas que pasaron a puestos políticos; el mejor ejemplo es el propio Fox, de alto funcionario de Coca Cola que se convirtió en Presidente de la República (Ernesto Zedillo, pasó de presidente a miembro de una gran empresa transnacional). Como el ejército no tiene ya la importancia relativa dentro de la estructura de poder que tuvo en el pasado, los militares ya no entran de lleno en este juego. En México la interacción básica es entre las minorías que dominan la economía y la política, a las cuales le sirven de apoyo las otras élites: militar, eclesiástica, sindical, académica, etcétera.

Otros ejemplos. El caso del ex secretario de Hacienda, Francisco Gil, que tan presente ha estado en la prensa en estos días a raíz de un posible conflicto de intereses en el ramo de aduanas (El Universal, 15 a 18 de enero), puede ser otro ejemplo de tránsito reiterado del sector financiero del Estado —Banco de México y Secretaría de Hacienda— al del sector privado —Avantel y HSBC— y viceversa. Jorge Hank Rhon, hoy alcalde de Tijuana, posible aspirante a gobernador y figura dominante en el mundo de las empresas de apuestas, es otro caso conspicuo de la simbiosis entre el mundo de la política y el del dinero. En fin, en los ámbitos estatal y local, se pueden contar por centenares casos similares.

En suma. La alta concentración de la riqueza y la creciente identificación hasta llegar a la fusión entre las minorías poderosas de la política y la gran empresa, son dos de las características de un México que, se supone, está empezando a adentrarse en el mundo de la democracia política. Pero ¿es compatible esa democracia con una élite del poder? Mills encontró que no, pues la consolidación de la unión de las minorías privilegiadas termina por vaciar de contenido a la democracia política. Se trata de un peligro serio, y que sólo una fuerte conciencia ciudadana puede sortear.
RESUMEN: “Cada vez es más claro que a México lo controla una verdadera élite del poder.”

Reforma, 25 enero 2007

Kikka Roja

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