La gran evasión
sergioaguayo@infosel.net.mx
www.sergioaguayo.org
Imposible sacar raja de la intrascendente cumbre entre George W. Bush y Felipe Calderón Hinojosa. La reunión sirve para comentar algunos pendientes de la relación. William Appleman Williams escribió, en 1964, un libro de nombre largo y preguntas incisivas y relevantes: The Great Evasion: An Essay on the Contemporary Relevance of Karl Marx and the Wisdom of Admitting the Heretic into the Dialogue about America's Future. Williams condenaba la negativa estadounidense a un diálogo intelectual con el marxismo, una escuela determinante para la historia del siglo XX. Optaron por la descalificación y el enfrentamiento (lo mismo hicieron, por supuesto, los soviéticos). Nosotros también practicamos la evasión. Pese a la importancia de Estados Unidos hemos carecido de una discusión de fondo sobre el peso y el significado de la potencia en nuestra historia, así como de la forma en que nos queremos relacionar con ellos. En los análisis del sistema político creado por la Revolución, por ejemplo, son contadas las referencias al factor externo. Es como si los traumas causados por la derrota militar frente a Estados Unidos y la pérdida de la mitad del territorio en el siglo XIX nos impidieran ordenar las piezas del crucigrama que captura la asimetría de poder. Solo así se entiende que tuvieran que pasar más de 120 años desde la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo para que se legitimaran y crecieran los estudios sobre Estados Unidos; en la década de los setenta el Centro de Investigación y Docencia Económica, El Colegio de México y la UNAM abrieron áreas de investigación sobre ese país que luego proliferaron. La indiferencia es suicida porque el conocimiento es el mejor recurso del débil frente al fuerte; esa fue la lección dejada por la maestría con la que David manejó la honda con la que derrotó a Goliat.
La falta de reflexión explícita sobre Estados Unidos no significa ausencia de políticas. Lucas Alamán, Porfirio Díaz y muchos más cultivaron las relaciones con Europa para equilibrar el peso de la potencia y la Revolución Mexicana desarrolló un nacionalismo defensivo que buscaba contener el expansionismo y las intromisiones estadounidenses. Esas ideas fueron desechadas sin miramiento alguno en los noventa. Carlos Salinas de Gortari decretó, y el Senado sumiso aceptó, que la vecindad con la potencia era lo mejor que podía habernos pasado y que debíamos aprovecharnos de un Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) que serviría para "exportar bienes y no personas" a Estados Unidos. A 13 años de la entrada en vigor del TLC enviamos bienes y personas a una intensidad sin precedentes. Si en 1994 exportábamos 51 mil millones de dólares, en el 2005 ya eran 183 mil millones, sin contabilizar el valor de la mercancía manejada por los narcos pioneros en la conquista del mercado estadounidense. Si a mediados de los ochenta eran 10 millones los habitantes en Estados Unidos de origen mexicano, en el 2005 el saldo de un éxodo demográfico sin precedentes en la historia regional es de ¡28 millones!. México ha dejado de ser un país cerrado al mundo y estamos saliendo a competir por doquier y un reflejo de ello fue la cantidad de mexicanos nominados al Óscar. Las relaciones se multiplican y diversifican lo que está siendo registrado puntualmente por las investigaciones académicas también en auge --para demostrarlo estaría el trabajo de El Colegio de la Frontera Norte--.
Sólo falta que los gobiernos y los partidos incorporen el conocimiento generado y actúen en consecuencia. Su rezago se aprecia en que las discusiones sobre la Reforma del Estado (lo más cercano a la formulación de un proyecto alternativo) no se acompañan con una reflexión paralela sobre las relaciones de México con Estados Unidos y el mundo y que lo internacional tuviera una presencia testimonial en la campaña presidencial. Está bien que Bush declare en Mérida que hará todo lo posible por lograr una reforma migratoria pero su promesa carece de contenido porque es muy poco lo que puede hacer. El consenso en Estados Unidos está a favor de controlar su frontera y eso no va a modificarse porque Bush quiera; menos aún en el final de su segundo mandato y con el nivel de popularidad tan bajo que tiene. Ante una situación de este tipo, el Gobierno Federal debe sacudirse los complejos y las ataduras y lanzarse a defender de manera más vigorosa a los mexicanos que viven en Estados Unidos o intentan llegar a ese país. Es notable el atraso en el reconocimiento de sus derechos políticos, un terreno en el que estados como Zacatecas y Michoacán ponen el ejemplo al permitir a los migrantes ser electos al Congreso Local. Es vergonzoso el tiempo que han dejado pasar antes de que se tomen las medidas para evitar los abusos cometidos con las remesas. Son absurdos los escasos recursos canalizados a los consulados de protección. Sabemos que Bush vino a América Latina con el objetivo de contener a Hugo Chávez, pero también sabemos que llegó tarde a su cita con esta parte del mundo por su obsesión con el terrorismo y su fijación con Irak. Es igualmente conocido que el líder venezolano se aprovecha de la adicción estadounidense al petróleo para obtener los dólares con los que financia la expresión orgánica del antinorteamericanismo. De ese toma y daca debemos aprender lo catastrófico de la negación, ese rasgo tan característico del presidente estadounidense que pasó unas horas en Mérida.
Pero George W. Bush ya va de salida y es mejor aprovechar su visita para señalar lo útil que sería aclarar lo que México desea de Estados Unidos. Como esa respuesta tardará bastante podríamos empezar por pedir al gobierno de Felipe Calderón que aclare cuáles son los objetivos y las estrategias de su gobierno hacia Estados Unidos. Sería una forma de ir descartando una de nuestras evasiones más grandes.
El contrapunto
La impopularidad del presidente estadounidense es global. La BBC de Londres hizo una encuesta en América Latina (publicada por Reforma el 12 de marzo) confirmando el rechazo de la mayoría de los latinoamericanos a Bush. El estadounidense obtiene la misma calificación que Chávez (4.6) y superan por dos décimas a Fidel Castro. En otra parte del mundo, The Guardian publicó una reveladora encuesta en noviembre del 2006: Para los británicos Bush es más peligroso que el presidente norcoreano Kim Jong-Il y el iraní Mahmud Ahmadineyad. Es generalizado el rechazo a los extremismos.
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Imposible sacar raja de la intrascendente cumbre entre George W. Bush y Felipe Calderón Hinojosa. La reunión sirve para comentar algunos pendientes de la relación. William Appleman Williams escribió, en 1964, un libro de nombre largo y preguntas incisivas y relevantes: The Great Evasion: An Essay on the Contemporary Relevance of Karl Marx and the Wisdom of Admitting the Heretic into the Dialogue about America's Future. Williams condenaba la negativa estadounidense a un diálogo intelectual con el marxismo, una escuela determinante para la historia del siglo XX. Optaron por la descalificación y el enfrentamiento (lo mismo hicieron, por supuesto, los soviéticos). Nosotros también practicamos la evasión. Pese a la importancia de Estados Unidos hemos carecido de una discusión de fondo sobre el peso y el significado de la potencia en nuestra historia, así como de la forma en que nos queremos relacionar con ellos. En los análisis del sistema político creado por la Revolución, por ejemplo, son contadas las referencias al factor externo. Es como si los traumas causados por la derrota militar frente a Estados Unidos y la pérdida de la mitad del territorio en el siglo XIX nos impidieran ordenar las piezas del crucigrama que captura la asimetría de poder. Solo así se entiende que tuvieran que pasar más de 120 años desde la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo para que se legitimaran y crecieran los estudios sobre Estados Unidos; en la década de los setenta el Centro de Investigación y Docencia Económica, El Colegio de México y la UNAM abrieron áreas de investigación sobre ese país que luego proliferaron. La indiferencia es suicida porque el conocimiento es el mejor recurso del débil frente al fuerte; esa fue la lección dejada por la maestría con la que David manejó la honda con la que derrotó a Goliat.
La falta de reflexión explícita sobre Estados Unidos no significa ausencia de políticas. Lucas Alamán, Porfirio Díaz y muchos más cultivaron las relaciones con Europa para equilibrar el peso de la potencia y la Revolución Mexicana desarrolló un nacionalismo defensivo que buscaba contener el expansionismo y las intromisiones estadounidenses. Esas ideas fueron desechadas sin miramiento alguno en los noventa. Carlos Salinas de Gortari decretó, y el Senado sumiso aceptó, que la vecindad con la potencia era lo mejor que podía habernos pasado y que debíamos aprovecharnos de un Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) que serviría para "exportar bienes y no personas" a Estados Unidos. A 13 años de la entrada en vigor del TLC enviamos bienes y personas a una intensidad sin precedentes. Si en 1994 exportábamos 51 mil millones de dólares, en el 2005 ya eran 183 mil millones, sin contabilizar el valor de la mercancía manejada por los narcos pioneros en la conquista del mercado estadounidense. Si a mediados de los ochenta eran 10 millones los habitantes en Estados Unidos de origen mexicano, en el 2005 el saldo de un éxodo demográfico sin precedentes en la historia regional es de ¡28 millones!. México ha dejado de ser un país cerrado al mundo y estamos saliendo a competir por doquier y un reflejo de ello fue la cantidad de mexicanos nominados al Óscar. Las relaciones se multiplican y diversifican lo que está siendo registrado puntualmente por las investigaciones académicas también en auge --para demostrarlo estaría el trabajo de El Colegio de la Frontera Norte--.
Sólo falta que los gobiernos y los partidos incorporen el conocimiento generado y actúen en consecuencia. Su rezago se aprecia en que las discusiones sobre la Reforma del Estado (lo más cercano a la formulación de un proyecto alternativo) no se acompañan con una reflexión paralela sobre las relaciones de México con Estados Unidos y el mundo y que lo internacional tuviera una presencia testimonial en la campaña presidencial. Está bien que Bush declare en Mérida que hará todo lo posible por lograr una reforma migratoria pero su promesa carece de contenido porque es muy poco lo que puede hacer. El consenso en Estados Unidos está a favor de controlar su frontera y eso no va a modificarse porque Bush quiera; menos aún en el final de su segundo mandato y con el nivel de popularidad tan bajo que tiene. Ante una situación de este tipo, el Gobierno Federal debe sacudirse los complejos y las ataduras y lanzarse a defender de manera más vigorosa a los mexicanos que viven en Estados Unidos o intentan llegar a ese país. Es notable el atraso en el reconocimiento de sus derechos políticos, un terreno en el que estados como Zacatecas y Michoacán ponen el ejemplo al permitir a los migrantes ser electos al Congreso Local. Es vergonzoso el tiempo que han dejado pasar antes de que se tomen las medidas para evitar los abusos cometidos con las remesas. Son absurdos los escasos recursos canalizados a los consulados de protección. Sabemos que Bush vino a América Latina con el objetivo de contener a Hugo Chávez, pero también sabemos que llegó tarde a su cita con esta parte del mundo por su obsesión con el terrorismo y su fijación con Irak. Es igualmente conocido que el líder venezolano se aprovecha de la adicción estadounidense al petróleo para obtener los dólares con los que financia la expresión orgánica del antinorteamericanismo. De ese toma y daca debemos aprender lo catastrófico de la negación, ese rasgo tan característico del presidente estadounidense que pasó unas horas en Mérida.
Pero George W. Bush ya va de salida y es mejor aprovechar su visita para señalar lo útil que sería aclarar lo que México desea de Estados Unidos. Como esa respuesta tardará bastante podríamos empezar por pedir al gobierno de Felipe Calderón que aclare cuáles son los objetivos y las estrategias de su gobierno hacia Estados Unidos. Sería una forma de ir descartando una de nuestras evasiones más grandes.
El contrapunto
La impopularidad del presidente estadounidense es global. La BBC de Londres hizo una encuesta en América Latina (publicada por Reforma el 12 de marzo) confirmando el rechazo de la mayoría de los latinoamericanos a Bush. El estadounidense obtiene la misma calificación que Chávez (4.6) y superan por dos décimas a Fidel Castro. En otra parte del mundo, The Guardian publicó una reveladora encuesta en noviembre del 2006: Para los británicos Bush es más peligroso que el presidente norcoreano Kim Jong-Il y el iraní Mahmud Ahmadineyad. Es generalizado el rechazo a los extremismos.
Kikka Roja
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