¿Ombudsman?
sergioaguayo@infosel.net.mx
www.sergioaguayo.org
¿A quién sirve la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, CNDH? Su errático comportamiento en el caso de Ernestina Ascencio plantea, una vez más, esa pregunta que corresponde al Senado esclarecer. Las autoridades judiciales veracruzanas concluyeron que la señora Ascencio, indígena de 73 años, murió por la violación y golpes que sufrió a manos de presuntos militares. La CNDH intervino de oficio y ordenó otra necropsia que fue la base para que José Luis Soberanes, presidente de la CNDH, asegurara que no hubo violencia física o violación sino muerte natural. Carmen Aristegui obtuvo copia de esa autopsia e invitó a una especialista, Bárbara Illán, a su programa en el cual contradijo a Soberanes al asegurar que "hubo coincidencia en los [dos] dictámenes": Estamos ante "una probable violación por dos vías, tanto anal como vaginal. No hay ninguna duda".
A partir de ese momento el Ombudsman se refugió en la penumbra lanzando a dos de sus visitadores, Raúl Plascencia y Susana Pedrosa, a dar la cara y enredarse en sus contradicciones en las que también han tropezado las fuerzas armadas y el presidente de la República. La CNDH polariza. Tiene, por supuesto, defensores entre los que destacan el Partido Revolucionario Institucional, el Partido Acción Nacional, buena parte de las comisiones de derechos humanos de los estados y algunos medios de comunicación. También tiene el respaldo de organismos civiles conservadores (hace días Soberanes intercambió elogios con Jorge Serrano Limón, presidente de Pro-vida). En el asunto de la señora Ernestina seguramente tiene el beneplácito del presidente Felipe Calderón y de las fuerzas armadas. En la banqueta de enfrente estamos los escépticos con el trabajo de la CNDH. En el asunto de la señora Ascencio no le creo a la CNDH por sus contradicciones, porque ha soltado afirmaciones sin mostrar la evidencia que las sustente y porque pareciera estar actuando por cálculos políticos. No le creo porque lo sucedido en este caso es consistente con un historial que muestra una gelatinosa y poco consistente autonomía, seriedad e imparcialidad. No le creo porque esa forma de proceder contradice la esencia de lo que debiera ser un organismo protector de derechos humanos. Las oscilaciones de la CNDH empezaron mucho antes del crimen de Zongólica, Veracruz.
Nuestro Ombudsman nació con su norte fuera de foco. En lugar de que su brújula siempre apuntara hacia las necesidades de las víctimas, con bastante frecuencia cayó en la tentación de averiguar primero cuáles eran los deseos del poderoso. Así la fundó Carlos Salinas de Gortari en junio de 1990, poco antes de iniciarse las pláticas para el tratado de libre comercio con Estados Unidos. Deseaba convencer al mundo de que los derechos humanos eran prioridad de su gobierno... Pero sin perder el control sobre un tema tan delicado. Por ello fue que Salinas le prohibió meterse en derechos laborales o electorales y por eso fue que se reservó el privilegio de nombrar a sus principales funcionarios y a controlarle el presupuesto. Era, por supuesto, mejor que nada y siempre existió la esperanza de que mejoraría cuando lograra su independencia. Llegó su emancipación del Ejecutivo y pasó a depender del Senado y su balance siguió siendo deficitario en buena medida porque los partidos, sus nuevos patrones, mantuvieron intacto el deseo de mantenerla bien agarrada y le exigieron moderar su independencia... O arriesgar el despido (eso le pasó a Mireille Rocatti). La CNDH ha tenido momentos estelares como los informes y recomendaciones sobre la matanza de Aguas Blancas, Guerrero o los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez. Sin embargo, por lo general nunca ha estado a la altura de las necesidades y raras veces llegó al límite de lo posible. Creó un programa para atender las quejas por desaparición forzada... Y luego se sentó durante casi una década sobre la información hasta que el escándalo los obligó a sacar un muy buen informe en el 2001.
¿A quién sirve la CNDH? Por lo general a sí misma, a algunos poderes fácticos y a los sectores conservadores de los cuales es representativa. Resulta por tanto lógica la opacidad en torno a los nombramientos hechos por el Senado de su presidente y de los integrantes de su Consejo Consultivo. Es igualmente comprensible que la CNDH utilice su autonomía para defender privilegios y poder. Entre los métodos que emplea para sustraerse al escrutinio externo estaría el negar o dilatar la entrega de información. Así, buscó cobrar a 93 pesos la fotocopia testada (acaba de perder un amparo y tendrá que bajar el precio); entrega la información en una modalidad distinta a la que se le solicitó (incluso la llega a entregar en clave); inventa causales de improcedencia y de sobreseimiento de los recursos en materia de transparencia para negar la información, etcétera. Por esa historia y por su errático comportamiento en el caso de Ernestina Ascencio es que no le creo ni a la CNDH, ni a su presidente. Como tampoco le creo a las autoridades judiciales y a los ministerios públicos de Veracruz, la forma para salir de dudas es sumarme a la batalla en curso para lograr una opinión internacional que venga a darnos un mínimo de certidumbre sobre las causas de su muerte.
Es por supuesto indignante buscar en el exterior las certezas que debería darnos la CNDH, el organismo público de derechos humanos más rico del hemisferio. Cada año los diputados lavan sus conciencias, cumplen con sus acuerdos o confirman su ignorancia aprobando sin condiciones enormes cantidades de recursos a la CNDH (para el 2006 le asignaron 742 millones de pesos). Pese a los miles de millones de pesos que ha recibido, el Senado jamás ha hecho una evaluación integral de este organismo autónomo. En el caso de la señora Ascencio, José Luís Soberanes se ha comportado como un político tradicional y no como el defensor de los derechos de las víctimas. No es la primera vez que lo hace. ¿Hasta cuándo se decidirá la Comisión de Derechos Humanos del Senado, presidida por Doña Rosario Ibarra, a impulsar una revisión integral de lo que hace y deja de hacer este organismo? Su tarea es muy clara: Lograr que la CNDH sea la institución que atiende a las víctimas de violaciones a los derechos sin importar clase, filiación partidista o poder y que acredite su seriedad elaborando informes y recomendaciones irrefutables por su información y lógica. Se busca Ombudsman.
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Kikka Roja
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¿A quién sirve la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, CNDH? Su errático comportamiento en el caso de Ernestina Ascencio plantea, una vez más, esa pregunta que corresponde al Senado esclarecer. Las autoridades judiciales veracruzanas concluyeron que la señora Ascencio, indígena de 73 años, murió por la violación y golpes que sufrió a manos de presuntos militares. La CNDH intervino de oficio y ordenó otra necropsia que fue la base para que José Luis Soberanes, presidente de la CNDH, asegurara que no hubo violencia física o violación sino muerte natural. Carmen Aristegui obtuvo copia de esa autopsia e invitó a una especialista, Bárbara Illán, a su programa en el cual contradijo a Soberanes al asegurar que "hubo coincidencia en los [dos] dictámenes": Estamos ante "una probable violación por dos vías, tanto anal como vaginal. No hay ninguna duda".
A partir de ese momento el Ombudsman se refugió en la penumbra lanzando a dos de sus visitadores, Raúl Plascencia y Susana Pedrosa, a dar la cara y enredarse en sus contradicciones en las que también han tropezado las fuerzas armadas y el presidente de la República. La CNDH polariza. Tiene, por supuesto, defensores entre los que destacan el Partido Revolucionario Institucional, el Partido Acción Nacional, buena parte de las comisiones de derechos humanos de los estados y algunos medios de comunicación. También tiene el respaldo de organismos civiles conservadores (hace días Soberanes intercambió elogios con Jorge Serrano Limón, presidente de Pro-vida). En el asunto de la señora Ernestina seguramente tiene el beneplácito del presidente Felipe Calderón y de las fuerzas armadas. En la banqueta de enfrente estamos los escépticos con el trabajo de la CNDH. En el asunto de la señora Ascencio no le creo a la CNDH por sus contradicciones, porque ha soltado afirmaciones sin mostrar la evidencia que las sustente y porque pareciera estar actuando por cálculos políticos. No le creo porque lo sucedido en este caso es consistente con un historial que muestra una gelatinosa y poco consistente autonomía, seriedad e imparcialidad. No le creo porque esa forma de proceder contradice la esencia de lo que debiera ser un organismo protector de derechos humanos. Las oscilaciones de la CNDH empezaron mucho antes del crimen de Zongólica, Veracruz.
Nuestro Ombudsman nació con su norte fuera de foco. En lugar de que su brújula siempre apuntara hacia las necesidades de las víctimas, con bastante frecuencia cayó en la tentación de averiguar primero cuáles eran los deseos del poderoso. Así la fundó Carlos Salinas de Gortari en junio de 1990, poco antes de iniciarse las pláticas para el tratado de libre comercio con Estados Unidos. Deseaba convencer al mundo de que los derechos humanos eran prioridad de su gobierno... Pero sin perder el control sobre un tema tan delicado. Por ello fue que Salinas le prohibió meterse en derechos laborales o electorales y por eso fue que se reservó el privilegio de nombrar a sus principales funcionarios y a controlarle el presupuesto. Era, por supuesto, mejor que nada y siempre existió la esperanza de que mejoraría cuando lograra su independencia. Llegó su emancipación del Ejecutivo y pasó a depender del Senado y su balance siguió siendo deficitario en buena medida porque los partidos, sus nuevos patrones, mantuvieron intacto el deseo de mantenerla bien agarrada y le exigieron moderar su independencia... O arriesgar el despido (eso le pasó a Mireille Rocatti). La CNDH ha tenido momentos estelares como los informes y recomendaciones sobre la matanza de Aguas Blancas, Guerrero o los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez. Sin embargo, por lo general nunca ha estado a la altura de las necesidades y raras veces llegó al límite de lo posible. Creó un programa para atender las quejas por desaparición forzada... Y luego se sentó durante casi una década sobre la información hasta que el escándalo los obligó a sacar un muy buen informe en el 2001.
¿A quién sirve la CNDH? Por lo general a sí misma, a algunos poderes fácticos y a los sectores conservadores de los cuales es representativa. Resulta por tanto lógica la opacidad en torno a los nombramientos hechos por el Senado de su presidente y de los integrantes de su Consejo Consultivo. Es igualmente comprensible que la CNDH utilice su autonomía para defender privilegios y poder. Entre los métodos que emplea para sustraerse al escrutinio externo estaría el negar o dilatar la entrega de información. Así, buscó cobrar a 93 pesos la fotocopia testada (acaba de perder un amparo y tendrá que bajar el precio); entrega la información en una modalidad distinta a la que se le solicitó (incluso la llega a entregar en clave); inventa causales de improcedencia y de sobreseimiento de los recursos en materia de transparencia para negar la información, etcétera. Por esa historia y por su errático comportamiento en el caso de Ernestina Ascencio es que no le creo ni a la CNDH, ni a su presidente. Como tampoco le creo a las autoridades judiciales y a los ministerios públicos de Veracruz, la forma para salir de dudas es sumarme a la batalla en curso para lograr una opinión internacional que venga a darnos un mínimo de certidumbre sobre las causas de su muerte.
Es por supuesto indignante buscar en el exterior las certezas que debería darnos la CNDH, el organismo público de derechos humanos más rico del hemisferio. Cada año los diputados lavan sus conciencias, cumplen con sus acuerdos o confirman su ignorancia aprobando sin condiciones enormes cantidades de recursos a la CNDH (para el 2006 le asignaron 742 millones de pesos). Pese a los miles de millones de pesos que ha recibido, el Senado jamás ha hecho una evaluación integral de este organismo autónomo. En el caso de la señora Ascencio, José Luís Soberanes se ha comportado como un político tradicional y no como el defensor de los derechos de las víctimas. No es la primera vez que lo hace. ¿Hasta cuándo se decidirá la Comisión de Derechos Humanos del Senado, presidida por Doña Rosario Ibarra, a impulsar una revisión integral de lo que hace y deja de hacer este organismo? Su tarea es muy clara: Lograr que la CNDH sea la institución que atiende a las víctimas de violaciones a los derechos sin importar clase, filiación partidista o poder y que acredite su seriedad elaborando informes y recomendaciones irrefutables por su información y lógica. Se busca Ombudsman.
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