¡Muchas gracias!
Guadalupe LoaezaMe permito escribirle en nombre de tres amigas que tuvieron el privilegio de haber asistido el 6 de mayo al Zócalo, día en que usted fotografió a más de 20 mil compatriotas completamente desnudos como un acto artístico. Desde ese domingo, seguramente mágico para los que osaron posar ante su cámara, dos de estas amigas me aseguran que su vida ha dado un giro de 180 grados. Se sienten totalmente liberadas (incluso una de ellas asegura que a partir de esa fecha, sus relaciones sexuales mejoraron diametralmente). De ahí que me hayan sugerido mandarle una carta para agradecerle por haber contribuido a esa liberación la cual estaba escondida en quién sabe qué pliegue de su respectivo cuerpo. Le confieso que mientras una de ellas me narraba la crónica (con todo lujo de detalle) de esa mañana, me dio envidia. Sí, envidié la experiencia tan rica, seguramente única e inédita en la vida de una ciudadana en cuyo país predominan tantos prejuicios, tanta hipocresía y tan poca libertad en lo que se refiere al cuerpo. De hecho esta amiga fue compañera mía en el colegio de monjas en donde, juntas, cursamos la primaria y la secundaria, en otras palabras fuimos educadas bajo el yugo de la religión de la culpa. Entonces para las religiosas que nos tocaron como maestras, incluso ya siendo adolescentes (en los primeros sesenta), todo era pecado; ver una película de rumberas era pecado; bailar de "cachetito" con el novio era pecado; usar bikini era pecado; fumar a escondidas era pecado; proferir obscenidades o insultos era pecado; tener malos pensamientos con Elvis Presley o con James Dean era pecado; leer un best seller de la escritora francesa Françoise Sagan era pecado; cantar el tango Fumando Espero como la cantante española Sarita Montiel era pecado; no ayunar el viernes santo era pecado; bueno... hasta comer hot dogs (de 30 cms como los que vendían en la Vaca Negra) era pecado.
Así es que ya se imaginará, Spencer, lo que representó para mi amiga encontrarse totalmente desnuda en medio de miles de desnudos, que mostraban su desnudez a espaldas de la Catedral. No hay duda que para ella esta vivencia será un parteaguas en su vida. Pero lo más maravilloso de todo es que fue con su compañero, por ello insiste en decir que desde ese día lo quiere aún más, porque juntos se dieron la oportunidad de compartir un acto de absoluta libertad. (Le he de decir, no obstante, que en el fondo mi amiga estaba muerta de miedo de encontrar entre la multitud de desnudos a alguien conocido; "allí sí me hubiera muerto de pena...", nos confesó sonrojada). Aparte de estas tres amigas que estuvieron en la plancha del Zócalo, una más vio el gran "encueramiento" desde una de las habitaciones del Hotel Majestic. Para ella fue todo un espectáculo que jamás olvidará. Lo que más le gustó fue la civilidad con la que se llevó a cabo un acontecimiento que pudo haber resultado fallido, dada la complejidad de la logística. "Desde donde me encontraba, la gigantesca masa de cuerpos se veía sumamente estética, sobre todo a esa hora de la mañana y con esa temperatura un poco fría. Me gustaba ver cómo, según la posición en que se encontraban los desnudos, cambiaba el tono del color de la piel humana; por momentos se veía toda rosada, luego cambiaba a tonos ámbar, para terminar en color marfil. Todos se veían en paz, como si hubieran estado realizando un ejercicio místico. Era un acto totalmente democrático, libre, adulto, respetuoso, pero sobre todo, asumido a conciencia. Allí, nadie estaba a fuerza; todos se habían inscrito libremente. Pero lo que más me gustaba era el marco en donde se desarrollaba la instalación, se hubiera dicho que el Palacio Nacional y todos los demás edificios que rodean al Zócalo eran cómplices del artista. Independientemente de los altavoces, desde donde daba las instrucciones Tunick, quien por cierto estaba tan emocionado que estaba bañado en sudor, había un silencio imponente.
A mi manera de ver, solamente hubo un momento de desequilibrio, fue cuando Tunick les pidió a las mujeres que se acercaran a las puertas de Palacio y a los hombres les dijo que se fueran a vestir. Entonces, muchos de ellos fueron a buscar su ropa, pero también su celular y empezaron a tomarles fotos a las mujeres. En ese momento fue cuando se rompió el maravilloso equilibrio que había habido todo el tiempo. No era justo que ellos, ya vestidos, las fotografiaran a ellas, quienes aún estaban desnudas. No obstante, no faltaron quienes quisieron protegerlas y hasta formaron una valla para que pasaran entre aplausos. Salvo eso, todo lo demás me pareció espléndido", me dijo esta amiga quien mientras me platicaba, nada más de acordarse de todo lo anterior, le brillaban particularmente los ojos. Permítame decirle, Spencer, que de no haberme pedido mis amigas que le escribiera para darle las gracias, lo hubiera hecho de todas maneras. Ese domingo 6 de mayo, me encontraba paseándome por las calles de París, para ver de cerca el proceso de la jornada electoral para la Presidencia de la República, a pesar de ello, seguí muy de cerca a través de internet todo lo que se escribía a propósito de la instalación de los desnudos. Allí me enteré del apoyo de Marcelo Ebrard para que se llevara a cabo el acto en el Zócalo, sin problemas; me enteré también del apoyó que brindo la UNAM y de la maravillosa organización de la Secretaría de Cultura; supe que Raquel Tibol había destacado la originalidad de su trabajo en "donde la franqueza del desnudo es de una gran pureza comparada con los cuerpos semidesnudos que abundan en la televisión".
Al otro día, del gran Día, leí por internet el encabezado de mi periódico: "Cubren de piel el Zócalo", decía en grandes letras. Incluso leí la prensa extranjera: "Spencer Tunick makes biggest nude shoot", decía el Herald Tribune. Pero lo que sí no me esperaba era que la televisión francesa se ocupara de la noticia a pesar de que se encontraba totalmente inmersa en los festejos del nuevo presidente de la República, Nicolas Sarkozy. Pues bien, el archiconocido periodista Laurent Rouquier, abrió su programa, que es como un talk show llamado On a Tout Essayé de la cadena de televisión France 2, diciendo: "Fue todo un acontecimiento. Más de 20 mil desnudos en el Zócalo de la Ciudad de México. Todo sucedió sin el menor problema. Estuvo muy bien organizado. Spencer Tunick debe sentirse muy satisfecho por su trabajo gracias a los mexicanos". En seguida mostraron varias fotografías y todas, claro, me parecieron espectaculares. Ya se imaginará lo orgullosa que estaba en esos momentos, mientras miraba la tele. Gracias otra vez, Mr. Tunick, por venir a quitarnos muchas telarañas (morales). Tal vez la próxima vez que venga acompañaré a mis amigas al Zócalo, aunque quizá para entonces seamos unas bisabuelas, pero eso sí, bien liberadas...
Así es que ya se imaginará, Spencer, lo que representó para mi amiga encontrarse totalmente desnuda en medio de miles de desnudos, que mostraban su desnudez a espaldas de la Catedral. No hay duda que para ella esta vivencia será un parteaguas en su vida. Pero lo más maravilloso de todo es que fue con su compañero, por ello insiste en decir que desde ese día lo quiere aún más, porque juntos se dieron la oportunidad de compartir un acto de absoluta libertad. (Le he de decir, no obstante, que en el fondo mi amiga estaba muerta de miedo de encontrar entre la multitud de desnudos a alguien conocido; "allí sí me hubiera muerto de pena...", nos confesó sonrojada). Aparte de estas tres amigas que estuvieron en la plancha del Zócalo, una más vio el gran "encueramiento" desde una de las habitaciones del Hotel Majestic. Para ella fue todo un espectáculo que jamás olvidará. Lo que más le gustó fue la civilidad con la que se llevó a cabo un acontecimiento que pudo haber resultado fallido, dada la complejidad de la logística. "Desde donde me encontraba, la gigantesca masa de cuerpos se veía sumamente estética, sobre todo a esa hora de la mañana y con esa temperatura un poco fría. Me gustaba ver cómo, según la posición en que se encontraban los desnudos, cambiaba el tono del color de la piel humana; por momentos se veía toda rosada, luego cambiaba a tonos ámbar, para terminar en color marfil. Todos se veían en paz, como si hubieran estado realizando un ejercicio místico. Era un acto totalmente democrático, libre, adulto, respetuoso, pero sobre todo, asumido a conciencia. Allí, nadie estaba a fuerza; todos se habían inscrito libremente. Pero lo que más me gustaba era el marco en donde se desarrollaba la instalación, se hubiera dicho que el Palacio Nacional y todos los demás edificios que rodean al Zócalo eran cómplices del artista. Independientemente de los altavoces, desde donde daba las instrucciones Tunick, quien por cierto estaba tan emocionado que estaba bañado en sudor, había un silencio imponente.
A mi manera de ver, solamente hubo un momento de desequilibrio, fue cuando Tunick les pidió a las mujeres que se acercaran a las puertas de Palacio y a los hombres les dijo que se fueran a vestir. Entonces, muchos de ellos fueron a buscar su ropa, pero también su celular y empezaron a tomarles fotos a las mujeres. En ese momento fue cuando se rompió el maravilloso equilibrio que había habido todo el tiempo. No era justo que ellos, ya vestidos, las fotografiaran a ellas, quienes aún estaban desnudas. No obstante, no faltaron quienes quisieron protegerlas y hasta formaron una valla para que pasaran entre aplausos. Salvo eso, todo lo demás me pareció espléndido", me dijo esta amiga quien mientras me platicaba, nada más de acordarse de todo lo anterior, le brillaban particularmente los ojos. Permítame decirle, Spencer, que de no haberme pedido mis amigas que le escribiera para darle las gracias, lo hubiera hecho de todas maneras. Ese domingo 6 de mayo, me encontraba paseándome por las calles de París, para ver de cerca el proceso de la jornada electoral para la Presidencia de la República, a pesar de ello, seguí muy de cerca a través de internet todo lo que se escribía a propósito de la instalación de los desnudos. Allí me enteré del apoyo de Marcelo Ebrard para que se llevara a cabo el acto en el Zócalo, sin problemas; me enteré también del apoyó que brindo la UNAM y de la maravillosa organización de la Secretaría de Cultura; supe que Raquel Tibol había destacado la originalidad de su trabajo en "donde la franqueza del desnudo es de una gran pureza comparada con los cuerpos semidesnudos que abundan en la televisión".
Al otro día, del gran Día, leí por internet el encabezado de mi periódico: "Cubren de piel el Zócalo", decía en grandes letras. Incluso leí la prensa extranjera: "Spencer Tunick makes biggest nude shoot", decía el Herald Tribune. Pero lo que sí no me esperaba era que la televisión francesa se ocupara de la noticia a pesar de que se encontraba totalmente inmersa en los festejos del nuevo presidente de la República, Nicolas Sarkozy. Pues bien, el archiconocido periodista Laurent Rouquier, abrió su programa, que es como un talk show llamado On a Tout Essayé de la cadena de televisión France 2, diciendo: "Fue todo un acontecimiento. Más de 20 mil desnudos en el Zócalo de la Ciudad de México. Todo sucedió sin el menor problema. Estuvo muy bien organizado. Spencer Tunick debe sentirse muy satisfecho por su trabajo gracias a los mexicanos". En seguida mostraron varias fotografías y todas, claro, me parecieron espectaculares. Ya se imaginará lo orgullosa que estaba en esos momentos, mientras miraba la tele. Gracias otra vez, Mr. Tunick, por venir a quitarnos muchas telarañas (morales). Tal vez la próxima vez que venga acompañaré a mis amigas al Zócalo, aunque quizá para entonces seamos unas bisabuelas, pero eso sí, bien liberadas...
Kikka Roja
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