Verónica Murguía
La guerra de Calderón
"No tenemos tiempo, ni margen para eludir nuestra responsabilidad." Así comienza un spot, que se repite con frecuencia, en el que Felipe Calderón insta a los mexicanos a luchar contra el narcotráfico. En esta exigencia, la primera persona del plural se utiliza para nombrarnos a todos: hombres, mujeres y niños. Además, si uno tiene paciencia y no apaga el radio, puede escuchar a unos chamacos que interrogan a sus padres acerca de la alarmante cantidad de muertos que aparecen por todas partes en este país. En dicho spot los padres tranquilizan a los niños, asegurándoles que la lucha es muy violenta, pero que va muy bien. Además de que estos anuncios radiofónicos están pésimamente dirigidos y los diálogos no serían farfullados por nadie en su sano juicio, la petición, orden o sugerencia de Calderón me parece un dislate. ¿Cómo que "nuestra responsabilidad"? Jamás de los jamases, sin golpes de pecho, he participado en actividades relacionadas con el narcotráfico, como dicen en las noticias.
Ni fabrico, ni consumo, ni vendo. Sólo he visto a los narcos en la tele y, si los viera en persona, saldría corriendo. No tengo ningún compromiso, como no sea abstenerme de usarlas y difundir lo que sé sobre la capacidad destructiva de las drogas. Asumo mis responsabilidades: trabajar, pagar impuestos, yo qué sé, pero ésa no. La respuesta al problema la debe procurar el gobierno. Tal vez sea legalizar las drogas pero, si así fuera, me hago pocas ilusiones, pues no conviene a los amos de este país. Es grotesco instar a la gente a participar en esta guerra. La policía declara constantemente que el narco tiene más y mejores armas que ellos. Entonces, ¿cómo es que los civiles deberían intervenir? ¿Qué quiere el gobierno de nosotros? ¿Delaciones? ¿Vigilancia? Es una locura. La mayor parte de la gente no tiene armas. Se supone que las armas las tienen la policía y el gobierno. Claro, también los narcos, ya sabemos.
La visión militarista de Calderón ha resultado perjudicial: el ejército no tiene por qué participar en labores policíacas. Las pruebas, si faltaran, son el caso de Ernestina Ascencio, la familia baleada en Sinaloa –¡venían de llevar a una maestra a un curso de capacitación!–, la violación de niños en Michoacán y lo que se acumule esta semana: el resultado de poner al ejército a vigilar y "cuidar" a la población. ¿Por qué este presidente, parapetado detrás del Estado Mayor, cuyos miembros se suenan a la ciudadanía con un entusiasmo que no nos había tocado ver en otros sexenios, insiste en hacer caravana con sombrero ajeno? Así fue, sin decidir nosotros, como todos sufragamos el rescate bancario, asumiendo una deuda colosal que hundió al país en problemas económicos de los que aún no se recupera –y todos calladitos, porque en el gobierno nadie quiere hablar del Fobaproa.
Además, si mi pesimismo no me engaña, en un futuro veremos cómo la Ley de Neutralidad, una ley redactada para evitar que nuestro país entre en guerras que no le conciernen, como la de Irak, será derogada por el señor Calderón y la lechigada que lo apoya. Más pasión por la guerra, por la servidumbre incondicional a los intereses de Estados Unidos, y una propina a la torpe y continua destrucción de nuestra tradición diplomática. La participación del ejército en la lucha contra el narco, asunto delicado que requiere de inteligencia especializada, debe ser suspendida de inmediato. Todo esto me recuerda una historia de estos días: la del infortunado velador que, en Iztapalapa, daba de comer a un tigre y a un león que estaban en la azotea de la fábrica, dizque "para cuidar la propiedad". Ya sabemos qué le pasó al velador: el tigre, llamado Toño, lo metió en la jaula cuando el hombre se acercaba para alimentarlos y junto con el león se lo comieron. Los paramédicos que trataron de rescatar al señor, furiosos, se desgañitaban al micrófono del periodista que los entrevistaba: "¿En qué cabeza cabe tener un león y un tigre para cuidar? ¿Qué no saben que éstos animales matan?"
El testigo que vio desde la azotea contigua declaraba: "A esos tipos [los dueños de la fábrica] deberían meterlos en la cárcel." Pues claro. El ejército, repito, no está para desempeñar labores policíacas. Así como el tigre y el león no están para cuidar como un velador, el ejército no puede sustituir a la policía, y mucho menos a la educación. Que se regresen a sus cuarteles y dejen a los civiles en paz.
Kikka Roja
Ni fabrico, ni consumo, ni vendo. Sólo he visto a los narcos en la tele y, si los viera en persona, saldría corriendo. No tengo ningún compromiso, como no sea abstenerme de usarlas y difundir lo que sé sobre la capacidad destructiva de las drogas. Asumo mis responsabilidades: trabajar, pagar impuestos, yo qué sé, pero ésa no. La respuesta al problema la debe procurar el gobierno. Tal vez sea legalizar las drogas pero, si así fuera, me hago pocas ilusiones, pues no conviene a los amos de este país. Es grotesco instar a la gente a participar en esta guerra. La policía declara constantemente que el narco tiene más y mejores armas que ellos. Entonces, ¿cómo es que los civiles deberían intervenir? ¿Qué quiere el gobierno de nosotros? ¿Delaciones? ¿Vigilancia? Es una locura. La mayor parte de la gente no tiene armas. Se supone que las armas las tienen la policía y el gobierno. Claro, también los narcos, ya sabemos.
La visión militarista de Calderón ha resultado perjudicial: el ejército no tiene por qué participar en labores policíacas. Las pruebas, si faltaran, son el caso de Ernestina Ascencio, la familia baleada en Sinaloa –¡venían de llevar a una maestra a un curso de capacitación!–, la violación de niños en Michoacán y lo que se acumule esta semana: el resultado de poner al ejército a vigilar y "cuidar" a la población. ¿Por qué este presidente, parapetado detrás del Estado Mayor, cuyos miembros se suenan a la ciudadanía con un entusiasmo que no nos había tocado ver en otros sexenios, insiste en hacer caravana con sombrero ajeno? Así fue, sin decidir nosotros, como todos sufragamos el rescate bancario, asumiendo una deuda colosal que hundió al país en problemas económicos de los que aún no se recupera –y todos calladitos, porque en el gobierno nadie quiere hablar del Fobaproa.
Además, si mi pesimismo no me engaña, en un futuro veremos cómo la Ley de Neutralidad, una ley redactada para evitar que nuestro país entre en guerras que no le conciernen, como la de Irak, será derogada por el señor Calderón y la lechigada que lo apoya. Más pasión por la guerra, por la servidumbre incondicional a los intereses de Estados Unidos, y una propina a la torpe y continua destrucción de nuestra tradición diplomática. La participación del ejército en la lucha contra el narco, asunto delicado que requiere de inteligencia especializada, debe ser suspendida de inmediato. Todo esto me recuerda una historia de estos días: la del infortunado velador que, en Iztapalapa, daba de comer a un tigre y a un león que estaban en la azotea de la fábrica, dizque "para cuidar la propiedad". Ya sabemos qué le pasó al velador: el tigre, llamado Toño, lo metió en la jaula cuando el hombre se acercaba para alimentarlos y junto con el león se lo comieron. Los paramédicos que trataron de rescatar al señor, furiosos, se desgañitaban al micrófono del periodista que los entrevistaba: "¿En qué cabeza cabe tener un león y un tigre para cuidar? ¿Qué no saben que éstos animales matan?"
El testigo que vio desde la azotea contigua declaraba: "A esos tipos [los dueños de la fábrica] deberían meterlos en la cárcel." Pues claro. El ejército, repito, no está para desempeñar labores policíacas. Así como el tigre y el león no están para cuidar como un velador, el ejército no puede sustituir a la policía, y mucho menos a la educación. Que se regresen a sus cuarteles y dejen a los civiles en paz.
LOS RESISTENTES Y LOS BLOGGEROS HACEN MEJORES VIDEOS QUE LA DERECHA CAPITALISTA ¡ARDE!
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