Los descreídos
sergioaguayo@infosel.net.mx
www.sergioaguayo.org
Siguen modificándose las simpatías hacia quienes contendieron por la Presidencia; sigue acrecentándose el número de mexicanos que no le creen al líder del PAN, Manuel Espino cuando califica la elección presidencial de 2006 como la “más limpia, transparente e inobjetable de la historia”. ¿Cómo explicar el escepticismo y sus consecuencias?
En la última semana Reforma y El Universal publicaron encuestas que coinciden en el aumento de la aprobación a la gestión de Felipe Calderón Hinojosa y en la disminución en las simpatías por Andrés Manuel López Obrador que, sin embargo, preserva seguidores para construir un movimiento nacional.
En otra dimensión, es notable el crecimiento en la cantidad de descreídos con la calidad del proceso electoral. Más de una tercera parte de las y los mexicanos seguimos convencidos de que esos comicios estuvieron plagados de irregularidades que para algunos es un fraude indudable. Es obvio el fracaso de ese discurso equiparando a la elección con la vida de beata inmaculada. Estas cifras permiten hacer una distinción fundamental: las simpatías por los candidatos está disociada de la opinión sobre la calidad de los comicios. Para ser más preciso, aun quienes se han distanciado del camino seguido por Andrés Manuel López preservan la sospecha de que algo turbio sucedió en esos comicios. Percepción sustentada en información que confirma irregularidades y alimenta sospechas. No me refiero, aclaro, a fantasías como las acusaciones del presunto narcotraficante Zhenli Ye Gon quien asegura que el equipo de Calderón le entregó una parte de los 205 millones de dólares en efectivo que le encontraron en diciembre pasado. Por cierto, el personaje se pasea por Estados Unidos, país siempre dispuesto a fustigarnos por la debilidad frente al crimen organizado.
Pienso en toda la evidencia demostrando como se metieron en la elección Vicente Fox y los empresarios. Pienso también en las preguntas sin respuesta. Selecciono unas cuantas. ¿Qué tanto hizo el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación durante aquella elección para hacerse merecedores de tantos privilegios y prebendas del calderonismo? ¿De dónde salieron y quién pagó los 280 mil spots fantasma? La exasperante lentitud de la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales ¿se debía a la personalidad de María de los Ángeles Fromow o a las instrucciones recibidas de sus patrocinadores? ¿Cuál fue el papel del candidato Calderón en éstas y otras irregularidades? La abundancia de descreídos debería llevar a un replanteamiento del discurso de diversas instituciones. Su empecinamiento con la tesis de la legitimidad de la elección, su insistencia en que los errores cometidos fueron fruto de la inexperiencia o el descuido, se debilita ante su enorme reticencia a la hora trata de entregar información fundamental para establecer lo que sucedió. Pienso, por supuesto, en la batalla por acceder a las boletas electorales. Aunque la Suprema Corte deberá decidir qué hacer con esos documentos, Felipe Calderón y Luis Carlos Ugalde están a favor de la transparencia. Una simple declaración bastaría para demostrar con hechos que van en serio esos llamados a la reconciliación que suenan, más bien, a una exigencia a la capitulación incondicional de quienes no piensan como ellos.
Quienes se alzaron con la victoria consideran que razonamientos como los antes expuestos son el fruto de una derrota mal digerida. En mi caso –representativo de un sector de agnósticos bastante amplio— se trata de algo tan elemental como el derecho de saber qué sucedió y por qué sucedió. Como sería ingenuo esperar de los protagonistas una visión desapasionada y objetiva de los hechos habrá que esperar la maduración de las docenas de investigaciones académicas que actualmente se realizan sobre esas elecciones. De ellas germinarán las tesis centrales que establecerán la verdad histórica sobre 2006. El asunto trasciende al impulso “fáustico” de adquirir conocimiento. Esclarecer los hechos tiene una aplicación práctica y urgente porque lo sucedido en 2006 no fue un hecho aislado sino otra pieza en una concatenación de irregularidades que afecta a nuestras elecciones. Basta con que una elección federal o local sea competida para que aparezcan las denuncias sobre compra y coacción del voto, sobre campañas de desprestigio, sobre la intervención ilegal del Gobierno y los gastos excesivos, etcétera. Que todos los partidos se involucren en ese tipo de competencias no debiera tranquilizar a nadie porque, además de propiciarse la degradación de las instituciones, se abren los boquetes por donde ingresa el crimen organizado a la política.
Por lo que sucedió hace un año y por que lo que ha seguido pasando, es urgente la prometida reforma electoral que haga imposible o dificulte tantas irregularidades. Son inaceptables los candados legales que impiden a la autoridad electoral vigilar los gastos en las elecciones, la duración excesiva de las campañas, las fortunas en recursos públicos transferidas a los partidos políticos… La reforma fiscal, las nuevas leyes de medios y la permanencia de Felipe Calderón Hinojosa en el cargo no dependen, por supuesto, del establecimiento de la verdad histórica sobre el 2 de julio de 2006 ni de la calidad de las elecciones locales. Sin embargo, en la solidez de una democracia sí influye la legitimidad obtenida en urnas confiables. Las consecuencias de esa elección son irreversibles en muchos sentidos. Se mantiene intacta la exigencia de conocer lo que sucedió porque el derecho de saber trasciende las filias y las fobias y tal vez, contribuya a impedir una repetición de 2006, el año de los comicios presidenciales más competidos, costosos y lodosos de nuestra historia.
La miscelánea
El viernes dejó de transmitirse el noticiero Monitor conducido por José Gutiérrez Vivó. Para algunos es el resultado lógico de una mala gestión empresarial. Sin negar el peso que ello tenga, persisten las dudas sobre el papel jugado por el Gobierno Federal en el cerco económico que asfixió a la empresa. Independientemente de que se conozca la verdad nadie puede disputarle a Gutiérrez Vivó su papel en la transición democrática. Fue un precursor de los medios electrónicos siempre dispuesto a tomar los riesgos asociados con el ejercicio de la libertad de expresión. Por eso es que espero su pronto regreso al cuadrante.
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Siguen modificándose las simpatías hacia quienes contendieron por la Presidencia; sigue acrecentándose el número de mexicanos que no le creen al líder del PAN, Manuel Espino cuando califica la elección presidencial de 2006 como la “más limpia, transparente e inobjetable de la historia”. ¿Cómo explicar el escepticismo y sus consecuencias?
En la última semana Reforma y El Universal publicaron encuestas que coinciden en el aumento de la aprobación a la gestión de Felipe Calderón Hinojosa y en la disminución en las simpatías por Andrés Manuel López Obrador que, sin embargo, preserva seguidores para construir un movimiento nacional.
En otra dimensión, es notable el crecimiento en la cantidad de descreídos con la calidad del proceso electoral. Más de una tercera parte de las y los mexicanos seguimos convencidos de que esos comicios estuvieron plagados de irregularidades que para algunos es un fraude indudable. Es obvio el fracaso de ese discurso equiparando a la elección con la vida de beata inmaculada. Estas cifras permiten hacer una distinción fundamental: las simpatías por los candidatos está disociada de la opinión sobre la calidad de los comicios. Para ser más preciso, aun quienes se han distanciado del camino seguido por Andrés Manuel López preservan la sospecha de que algo turbio sucedió en esos comicios. Percepción sustentada en información que confirma irregularidades y alimenta sospechas. No me refiero, aclaro, a fantasías como las acusaciones del presunto narcotraficante Zhenli Ye Gon quien asegura que el equipo de Calderón le entregó una parte de los 205 millones de dólares en efectivo que le encontraron en diciembre pasado. Por cierto, el personaje se pasea por Estados Unidos, país siempre dispuesto a fustigarnos por la debilidad frente al crimen organizado.
Pienso en toda la evidencia demostrando como se metieron en la elección Vicente Fox y los empresarios. Pienso también en las preguntas sin respuesta. Selecciono unas cuantas. ¿Qué tanto hizo el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación durante aquella elección para hacerse merecedores de tantos privilegios y prebendas del calderonismo? ¿De dónde salieron y quién pagó los 280 mil spots fantasma? La exasperante lentitud de la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales ¿se debía a la personalidad de María de los Ángeles Fromow o a las instrucciones recibidas de sus patrocinadores? ¿Cuál fue el papel del candidato Calderón en éstas y otras irregularidades? La abundancia de descreídos debería llevar a un replanteamiento del discurso de diversas instituciones. Su empecinamiento con la tesis de la legitimidad de la elección, su insistencia en que los errores cometidos fueron fruto de la inexperiencia o el descuido, se debilita ante su enorme reticencia a la hora trata de entregar información fundamental para establecer lo que sucedió. Pienso, por supuesto, en la batalla por acceder a las boletas electorales. Aunque la Suprema Corte deberá decidir qué hacer con esos documentos, Felipe Calderón y Luis Carlos Ugalde están a favor de la transparencia. Una simple declaración bastaría para demostrar con hechos que van en serio esos llamados a la reconciliación que suenan, más bien, a una exigencia a la capitulación incondicional de quienes no piensan como ellos.
Quienes se alzaron con la victoria consideran que razonamientos como los antes expuestos son el fruto de una derrota mal digerida. En mi caso –representativo de un sector de agnósticos bastante amplio— se trata de algo tan elemental como el derecho de saber qué sucedió y por qué sucedió. Como sería ingenuo esperar de los protagonistas una visión desapasionada y objetiva de los hechos habrá que esperar la maduración de las docenas de investigaciones académicas que actualmente se realizan sobre esas elecciones. De ellas germinarán las tesis centrales que establecerán la verdad histórica sobre 2006. El asunto trasciende al impulso “fáustico” de adquirir conocimiento. Esclarecer los hechos tiene una aplicación práctica y urgente porque lo sucedido en 2006 no fue un hecho aislado sino otra pieza en una concatenación de irregularidades que afecta a nuestras elecciones. Basta con que una elección federal o local sea competida para que aparezcan las denuncias sobre compra y coacción del voto, sobre campañas de desprestigio, sobre la intervención ilegal del Gobierno y los gastos excesivos, etcétera. Que todos los partidos se involucren en ese tipo de competencias no debiera tranquilizar a nadie porque, además de propiciarse la degradación de las instituciones, se abren los boquetes por donde ingresa el crimen organizado a la política.
Por lo que sucedió hace un año y por que lo que ha seguido pasando, es urgente la prometida reforma electoral que haga imposible o dificulte tantas irregularidades. Son inaceptables los candados legales que impiden a la autoridad electoral vigilar los gastos en las elecciones, la duración excesiva de las campañas, las fortunas en recursos públicos transferidas a los partidos políticos… La reforma fiscal, las nuevas leyes de medios y la permanencia de Felipe Calderón Hinojosa en el cargo no dependen, por supuesto, del establecimiento de la verdad histórica sobre el 2 de julio de 2006 ni de la calidad de las elecciones locales. Sin embargo, en la solidez de una democracia sí influye la legitimidad obtenida en urnas confiables. Las consecuencias de esa elección son irreversibles en muchos sentidos. Se mantiene intacta la exigencia de conocer lo que sucedió porque el derecho de saber trasciende las filias y las fobias y tal vez, contribuya a impedir una repetición de 2006, el año de los comicios presidenciales más competidos, costosos y lodosos de nuestra historia.
La miscelánea
El viernes dejó de transmitirse el noticiero Monitor conducido por José Gutiérrez Vivó. Para algunos es el resultado lógico de una mala gestión empresarial. Sin negar el peso que ello tenga, persisten las dudas sobre el papel jugado por el Gobierno Federal en el cerco económico que asfixió a la empresa. Independientemente de que se conozca la verdad nadie puede disputarle a Gutiérrez Vivó su papel en la transición democrática. Fue un precursor de los medios electrónicos siempre dispuesto a tomar los riesgos asociados con el ejercicio de la libertad de expresión. Por eso es que espero su pronto regreso al cuadrante.
Kikka Roja
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