- El rector de la UACM entregó al escritor el doctorado honoris causa perdida
- La nación ha visto volatilizarse las utopías, expresó Monsiváis
- “La primera gran victoria se alcanza sobre el pesimismo”, advirtió el homenajeado
- El “culto a la historia” es uno de los grandes distractores de la crítica y la autocrítica, dijo
Manuel Pérez Rocha, rector de la UACM, y el escritor Carlos Monsiváis, anoche foto Francisco Olvera
Las Mañanitas a ritmo de mambo, fotos proyectadas de cuando participó en el Blanquita en la obra Don Juan Petróleo, hace más de tres décadas; aplausos constantes, asedio para los autógrafos, fotos con él, abanicos con su carita y un auditorio lleno de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) culminaron el coloquio en homenaje al escritor Carlos Monsiváis por sus 70 años recién cumplidos.
Y para cerrar con broche de oro, lo que muchos estuvieron esperando durante todos estos días: el autor de Días de guardar, quien ayer mismo recibió de manos del rector Manuel Pérez Rocha el doctorado honoris causa perdida obsequió, precisamente, la ponencia Las causas perdidas, reflexión filosófica, ética, estética, histórica, política y de gran actualidad en torno a por qué muchos nos inconformamos pese a las adversidades.
Y dijo: “tema fascinante y esencial a la sociedad y a la nación, que con las excepciones de la reforma liberal de don Benito Juárez y el periodo del general Lázaro Cárdenas, ha visto volatilizarse o calcinarse las utopías”. Monsiváis aclaró que estas derrotas profusas en la historia mexicana “no son el sinónimo de las causas perdidas, sino el resultado histórico y cotidiano de la desigualdad de fuerzas, del dominio que por largos periodos también es hegemonía de la clase gobernante, de la compra periódica de los que hacen las veces de líderes o de ideólogos de la resistencia”.
Reclamos válidos
Para el homenajeado, las causas perdidas comparten numerosos rasgos de los movimientos derrotados pero vienen de más lejos, “de la elección ética con resonancias estéticas, de reivindicaciones y reclamaciones destinadas al fracaso inmediato, pero válidas en sí mismas y capaces de infundir ese momento de dignidad pese a todo”. Dijo que las derrotas no se eligen y nadie, por ejemplo, participa en un movimiento “con la ilusión perfecta de decir ahora viene el instante en que nos hacen un fraude electoral y resplandecemos en el interior de nuestra convicción destruida”. Lo que explica la especie causas perdidas, continuó, es la certeza del valor inmanente de las exigencias de justicia y de las batallas para alcanzarla. “La primera gran victoria se alcanza sobre el pesimismo que da noticia de la enormidad de los obstáculos y del final lamentable de quienes han intentado desafiar a los vencedores de siempre.”
Agregó que la primera gran victoria también ocurre cuando se hace a un lado el criterio de éxito rápido y perdurable. “Cuando no se enarbola la ansiedad del encumbramiento, y pienso en los militantes de base al tanto de que la victoria nunca los incluiría, de que muy probablemente se les dejaría como al principio. Pienso en los soldados maderistas, zapatistas, villistas que examinan su única medalla en la noche, en los campesinos que defendían sus tierras, en los sindicalistas y agraristas que atravesaron por los espacios de los encarcelamientos, las torturas, las desapariciones, y en muchos casos de los asesinatos, y los sobrevivientes persistieron porque la noción de cumplir con el deber era la recompensa suficiente. Causa perdida es aquella de la que nunca se esperan las ventajas”.
Pero Monsiváis tuvo que aclarar de nuevo que no enumeraba ni intentaba describir una “procesión de mártires voluntarios”, de los que existen en el panorama descrito pero que nunca son la mayoría. Más bien, agregó, se refería a los convencidos de que las injusticias cometidas contra ellos, sus ancestros y de seguro sus descendientes “deben concluir”, porque así lo exige “la síntesis de los derechos humanos que es la sensación dual de libertad y dignidad”.
Sin embargo, Monsiváis criticó a los posibles críticos que consideraran estas consideraciones como “palabras y meras palabras”. Eso, dijo, podría comentarse desde el cinismo o el “autismo moral contemporáneo”. Y mencionó por ejemplo al empresario Lorenzo Servitje, quien “se permite decir que la desigualdad es consustancial al género humano, y en donde se insulta a las masas que marchan porque, alega, su estupidez y su abyección nutren el cuento de los demagogos que aseguran que a los pobres se les explota”. Después de esas reflexiones deductivas, Monsiváis mencionó gran cantidad de casos concretos, como el del líder anarquista Herón Proal, quien organizó en el puerto de Veracruz huelgas de inquilinos y de prostitutas. También mencionó la resistencia de Othón Salazar y sus seguidores, que no se arredraban ante los golpes. A Demetrio Vallejo y a Valentín Campa, persistiendo en la huelga ferrocarrilera por la independencia sindical. Al movimiento de mujeres sufragistas. A Rubén Jaramillo, asesinado con su mujer y sus tres hijos. A los movimientos lésbico-gays. A Nancy Cárdenas haciendo cambiar de opinión a locatarios de un mercado que querían lincharla y terminaron pasándose de su lado. A José Revueltas, quien pese a estar encarcelado una y otra vez resistió las ofertas de enviados del gobierno para que saliera cómodamente del país.
Y así, entre citas del poeta griego Cavafis y del poeta inglés Auden, Monsiváis siguió diseccionando el relativo concepto de causa perdida, esa fuerza, dijo, que trasciende la amargura de los vencidos y la rigidez de los vencedores. Lo que sí, Monsiváis, insistió en que uno de los obstáculos mayores de las causas perdidas era el “culto a la historia”, al que consideró un distractor de la crítica y la autocrítica. Otro de los obstáculos mencionados por Monsiváis es el determinismo, que suele considerar inútiles cualquier protesta y movilización y lleva a situaciones más adversas, como el abstencionismo y el “ausentismo moral”, lo cual, dijo, es de plano una “incitación al desánimo y la dejadez”.
Kikka Roja
Y para cerrar con broche de oro, lo que muchos estuvieron esperando durante todos estos días: el autor de Días de guardar, quien ayer mismo recibió de manos del rector Manuel Pérez Rocha el doctorado honoris causa perdida obsequió, precisamente, la ponencia Las causas perdidas, reflexión filosófica, ética, estética, histórica, política y de gran actualidad en torno a por qué muchos nos inconformamos pese a las adversidades.
Y dijo: “tema fascinante y esencial a la sociedad y a la nación, que con las excepciones de la reforma liberal de don Benito Juárez y el periodo del general Lázaro Cárdenas, ha visto volatilizarse o calcinarse las utopías”. Monsiváis aclaró que estas derrotas profusas en la historia mexicana “no son el sinónimo de las causas perdidas, sino el resultado histórico y cotidiano de la desigualdad de fuerzas, del dominio que por largos periodos también es hegemonía de la clase gobernante, de la compra periódica de los que hacen las veces de líderes o de ideólogos de la resistencia”.
Reclamos válidos
Para el homenajeado, las causas perdidas comparten numerosos rasgos de los movimientos derrotados pero vienen de más lejos, “de la elección ética con resonancias estéticas, de reivindicaciones y reclamaciones destinadas al fracaso inmediato, pero válidas en sí mismas y capaces de infundir ese momento de dignidad pese a todo”. Dijo que las derrotas no se eligen y nadie, por ejemplo, participa en un movimiento “con la ilusión perfecta de decir ahora viene el instante en que nos hacen un fraude electoral y resplandecemos en el interior de nuestra convicción destruida”. Lo que explica la especie causas perdidas, continuó, es la certeza del valor inmanente de las exigencias de justicia y de las batallas para alcanzarla. “La primera gran victoria se alcanza sobre el pesimismo que da noticia de la enormidad de los obstáculos y del final lamentable de quienes han intentado desafiar a los vencedores de siempre.”
Agregó que la primera gran victoria también ocurre cuando se hace a un lado el criterio de éxito rápido y perdurable. “Cuando no se enarbola la ansiedad del encumbramiento, y pienso en los militantes de base al tanto de que la victoria nunca los incluiría, de que muy probablemente se les dejaría como al principio. Pienso en los soldados maderistas, zapatistas, villistas que examinan su única medalla en la noche, en los campesinos que defendían sus tierras, en los sindicalistas y agraristas que atravesaron por los espacios de los encarcelamientos, las torturas, las desapariciones, y en muchos casos de los asesinatos, y los sobrevivientes persistieron porque la noción de cumplir con el deber era la recompensa suficiente. Causa perdida es aquella de la que nunca se esperan las ventajas”.
Pero Monsiváis tuvo que aclarar de nuevo que no enumeraba ni intentaba describir una “procesión de mártires voluntarios”, de los que existen en el panorama descrito pero que nunca son la mayoría. Más bien, agregó, se refería a los convencidos de que las injusticias cometidas contra ellos, sus ancestros y de seguro sus descendientes “deben concluir”, porque así lo exige “la síntesis de los derechos humanos que es la sensación dual de libertad y dignidad”.
Sin embargo, Monsiváis criticó a los posibles críticos que consideraran estas consideraciones como “palabras y meras palabras”. Eso, dijo, podría comentarse desde el cinismo o el “autismo moral contemporáneo”. Y mencionó por ejemplo al empresario Lorenzo Servitje, quien “se permite decir que la desigualdad es consustancial al género humano, y en donde se insulta a las masas que marchan porque, alega, su estupidez y su abyección nutren el cuento de los demagogos que aseguran que a los pobres se les explota”. Después de esas reflexiones deductivas, Monsiváis mencionó gran cantidad de casos concretos, como el del líder anarquista Herón Proal, quien organizó en el puerto de Veracruz huelgas de inquilinos y de prostitutas. También mencionó la resistencia de Othón Salazar y sus seguidores, que no se arredraban ante los golpes. A Demetrio Vallejo y a Valentín Campa, persistiendo en la huelga ferrocarrilera por la independencia sindical. Al movimiento de mujeres sufragistas. A Rubén Jaramillo, asesinado con su mujer y sus tres hijos. A los movimientos lésbico-gays. A Nancy Cárdenas haciendo cambiar de opinión a locatarios de un mercado que querían lincharla y terminaron pasándose de su lado. A José Revueltas, quien pese a estar encarcelado una y otra vez resistió las ofertas de enviados del gobierno para que saliera cómodamente del país.
Y así, entre citas del poeta griego Cavafis y del poeta inglés Auden, Monsiváis siguió diseccionando el relativo concepto de causa perdida, esa fuerza, dijo, que trasciende la amargura de los vencidos y la rigidez de los vencedores. Lo que sí, Monsiváis, insistió en que uno de los obstáculos mayores de las causas perdidas era el “culto a la historia”, al que consideró un distractor de la crítica y la autocrítica. Otro de los obstáculos mencionados por Monsiváis es el determinismo, que suele considerar inútiles cualquier protesta y movilización y lleva a situaciones más adversas, como el abstencionismo y el “ausentismo moral”, lo cual, dijo, es de plano una “incitación al desánimo y la dejadez”.
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