Miguel Alemán o la inocencia (relativa) del imperio
El Poder y su Imagen. En alguna medida, los imperios mantienen su poder porque los otros tienden a dar por sentada su superioridad no sólo económica o militar, sino también política e incluso moral, lo que facilita mucho el ejercicio de dominación.
El Contexto. Al concluir la II Guerra Mundial, Estados Unidos emergió como la única potencia cuyo poder era superior al que tenía al inicio del conflicto. Las demás estaban desgastadas en extremo, incluidas las vencedoras -la Unión Soviética y Gran Bretaña. América Latina se encontraba en la zona norteamericana de influencia indiscutible. Se suele considerar a 1947 como el inicio de la Guerra Fría –la división del mundo en dos bloques enfrentados: el capitalista y el socialista-, pero en realidad esta rivalidad ideológica ya era evidente tras la muerte del presidente Franklin D. Roosevelt en abril de 1945. Esa rivalidad se reflejó en todo el orbe y, desde luego en México, donde la consideración de a qué corriente política o personaje se clasificara como comunista o simpatizante de los comunistas, y por ende de la URSS, se convirtió, para la Embajada norteamericana, en la piedra de toque para determinar la actitud a adoptar. Así, la sucesión de 1946 en México fue vista por la diplomacia norteamericana a través del prisma ideológico, lo que le llevó a juicios y conclusiones tan erróneos que, de no tratarse de quienes se trató, hoy podrían resultar entre risibles y conmovedores pero que, en cualquier caso, son un ejemplo y una lección de la forma en que los prejuicios y el maniqueísmo pueden imponerse sobre los hechos duros y distorsionar la realidad de manera absurda. Y hay bases para suponer que lo ocurrido en 1946, bien pudo repetirse en otras ocasiones, incluso en 1968, 1988 y, desde luego, en 2006.
El Problema. El rubro de “Mexico: Internal Affaires” de los documentos del Departamento de Estado en los Archivos Nacionales de Washington, muestra que al iniciarse la sucesión presidencial de 1946, el embajador norteamericano en México George S. Messersmith –un diplomático de carrera- y su staff, siguieron paso a paso el proceso de sucesión presidencial en México, pero con una intranquilidad que los hechos no ameritaban, pero que sus prejuicios la explicaban. A punto de concluir la guerra mundial -una etapa en que México y Estados Unidos habían colaborado como nunca antes- se desató la lucha por la sucesión en México. Desde Guadalajara el cónsul norteamericano advirtió que el secretario de Gobernación, Miguel Alemán tenía grandes posibilidades, pero un obstáculo: la oposición del hermano del presidente, Maximino Ávila Camacho. Además, afirmó que el entonces canciller y artífice de la política de cooperación de México con Estados Unidos, Ezequiel Padilla, no tenía posibilidad alguna de ser candidato del partido oficial, (11/01/45). La inesperada muerte de Maximino un mes más tarde hizo que el diagnóstico del cónsul se cumpliría al pie de la letra. Sin embargo, el embajador no lo vio así y no lo aceptó. Tras el éxito de la Conferencia Interamericana de Chapultepec en febrero, Messersmith se ilusionó con las “considerables posibilidades” de que Ezequiel Padilla, el personaje del Gabinete mexicano que a él más le agradaba para presidente siguiente, (16/03/45). Sin embargo, le molestaba en extremo que la izquierda, es decir Lázaro Cárdenas y el líder de la CTM, Vicente Lombardo Toledano (VLT), se opusieran al punto de estar haciéndole “miserable” la vida al presidente Ávila Camacho (19/03/45). Aquí vale la pena recordar quién era VLT, el personaje al que Messersmith y su Embajada veían como el principal enemigo de Estados Unidos en México.
Cárdenas y Lombardo. Entre los 1930 y 1940 el movimiento sindical mexicano tuvo en VLT un líder singular, imposible de imaginar antes o después: ¡un intelectual en el lugar que antes había ocupado Luis Morones y después Fidel Velázquez! Para el embajador, VLT era culpable de una “devoción ciega” a la URSS, única fuerza externa, además de Estados Unidos, con influencia ideológica en México (24/03/45). VLT, en unión de Cárdenas, apoyaban al general Miguel Henríquez Guzmán como candidato del partido oficial y detestaban a Ezequiel Padilla –“el mejor canciller en la historia de México” y con prestigio entre “los elementos pensantes del país”, según el embajador (17/07/45). Pero si Cárdenas se salía con la suya -y eso era posible porque Ávila Camacho simplemente no sabía cómo enfrentarlo- entonces sería posible predecir un desastre para México y Estados Unidos, (7/04/45).
Impotencia. Y aquí surge un elemento a notar. El embajador de la gran potencia sabía a quién quería en la Presidencia de México -a Padilla-, pero no sabía cómo lograrlo y lo único que se le ocurrió fue no hacer nada, de lo contrario la izquierda haría que las simpatías estadounidenses fueran un arma contra Padilla, (14/06/45).
Alemán. El tiempo dejaría en claro que el mejor personaje para defender los intereses americanos en México sería Alemán, pero la miopía de Messersmith era enorme. Su animadversión tenía un origen menor y meramente burocrático: que cuando éste había sido secretario de Gobernación había puesto trabas para dar visas a hombres de negocios norteamericanos y sospechaba que ello se debía a simpatías por los alemanes, (6/06/45). Cuando, pese a todo, Alemán ganó la delantera, Messersmith siguió objetándolo porque ahora, en una alianza no santa, se había hecho con el apoyo de Cárdenas y de VLT y, además, en su círculo íntimo se encontraban personajes antiamericanos tan claros como Eduardo Suárez y Ramón Beteta (¡?), (10/07/45). Y aquí queda claro que la frustración de la Embajada al no poder hacer nada por Padilla les llevó a ver en Alemán un peligro que nunca existió, y que muy pronto la realidad se encargó de desmentir una afirmación de Messersmith: que con Alemán el futuro de la relación México-Estados Unidos sería menos brillante de lo que había logrado ser con Padilla, (20/07/45). En realidad, mejor relación de la que tuvo con Alemán –“Mr. Amigo”-, no la volvió a tener Washington sino hasta la época de Carlos Salinas de Gortari.
Hubo un punto, hay que reconocerlo, donde la Embajada no se equivocó. Para el primer secretario, Guy W. Ray, México era un país muy corrupto, pero esa corrupción “palidecería” en comparación con la que vendría con Alemán, (7/11/45). Entonces, si la Embajada conocía tan bien una de las características de Alemán ¿por qué dudó de las seguridades que el veracruzano le dio directamente a la Embajada el 26 de septiembre de 1945? En esa ocasión, cuando Messersmith estaba de viaje, Alemán por fin consiguió entrevistarse con Ray en su calidad de encargado de negocios, (el embajador había evitado la reunión). Quien sería presidente de México, aseguró al representante de la gran potencia: a) que VLT y los suyos no tendrían mayor influencia en su Gobierno, b) que él estaba consciente que la Administración de Truman sería más demandante con México de lo que había sido la de Roosevelt y, sin embargo, c) que su cooperación con Estados Unidos sería aún más estrecha que la que habían tenido con Ávila Camacho y Padilla, d) a cambio, Alemán sólo pedía que Washington no apoyara directa o indirectamente –mediante contribuciones económicas de los empresarios americanos en México- a Padilla (26/09/45). Como la Embajada no quedó satisfecha del todo, y siguió lamentando del fracaso de su favorito, Alemán aún tendría que disipar las dudas sobre él. ¡Y vaya que lo hizo! Pero ésa es otra historia.
Conclusiones. Los prejuicios ideológicos suelen empañar el juicio aún de los diplomáticos profesionales de potencias con mucha experiencia. El candidato oficial mexicano, aunque enarboló la bandera del nacionalismo, tuvo que justificarse personalmente ante el gran poder para asegurarse de su “no-intervención”, aunque en los cálculos de ese poder nunca entró la posibilidad de intervenir. Finalmente, fue notable la dificultad de la Embajada para distinguir entre nacionalismo y anti-americanismo. De entonces a la fecha ¿las cosas habrán cambiado?
E-mail Lorenzo Meyer AGENDA CIUDADANA
opinion@elnorte.com
lmeyer@colmex.mx
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Las incursiones en los archivos de las grandes potencias pueden ser en extremo reveladoras, entre otras cosas, de que su inteligencia política no es superior. Un ejemplo que concierne a México en su relación con el poderoso vecino del norte tiene que ver con una sucesión presidencial que tuvo lugar hace más de sesenta años –la de 1946- y donde las consideraciones de los profesionales norteamericanos muestran destellos de lo que en otros podría calificarse de inocencia, pero que en el país que en ese momento era ya la mayor potencia, tiene que ser calificado de otra manera.opinion@elnorte.com
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El Contexto. Al concluir la II Guerra Mundial, Estados Unidos emergió como la única potencia cuyo poder era superior al que tenía al inicio del conflicto. Las demás estaban desgastadas en extremo, incluidas las vencedoras -la Unión Soviética y Gran Bretaña. América Latina se encontraba en la zona norteamericana de influencia indiscutible. Se suele considerar a 1947 como el inicio de la Guerra Fría –la división del mundo en dos bloques enfrentados: el capitalista y el socialista-, pero en realidad esta rivalidad ideológica ya era evidente tras la muerte del presidente Franklin D. Roosevelt en abril de 1945. Esa rivalidad se reflejó en todo el orbe y, desde luego en México, donde la consideración de a qué corriente política o personaje se clasificara como comunista o simpatizante de los comunistas, y por ende de la URSS, se convirtió, para la Embajada norteamericana, en la piedra de toque para determinar la actitud a adoptar. Así, la sucesión de 1946 en México fue vista por la diplomacia norteamericana a través del prisma ideológico, lo que le llevó a juicios y conclusiones tan erróneos que, de no tratarse de quienes se trató, hoy podrían resultar entre risibles y conmovedores pero que, en cualquier caso, son un ejemplo y una lección de la forma en que los prejuicios y el maniqueísmo pueden imponerse sobre los hechos duros y distorsionar la realidad de manera absurda. Y hay bases para suponer que lo ocurrido en 1946, bien pudo repetirse en otras ocasiones, incluso en 1968, 1988 y, desde luego, en 2006.
El Problema. El rubro de “Mexico: Internal Affaires” de los documentos del Departamento de Estado en los Archivos Nacionales de Washington, muestra que al iniciarse la sucesión presidencial de 1946, el embajador norteamericano en México George S. Messersmith –un diplomático de carrera- y su staff, siguieron paso a paso el proceso de sucesión presidencial en México, pero con una intranquilidad que los hechos no ameritaban, pero que sus prejuicios la explicaban. A punto de concluir la guerra mundial -una etapa en que México y Estados Unidos habían colaborado como nunca antes- se desató la lucha por la sucesión en México. Desde Guadalajara el cónsul norteamericano advirtió que el secretario de Gobernación, Miguel Alemán tenía grandes posibilidades, pero un obstáculo: la oposición del hermano del presidente, Maximino Ávila Camacho. Además, afirmó que el entonces canciller y artífice de la política de cooperación de México con Estados Unidos, Ezequiel Padilla, no tenía posibilidad alguna de ser candidato del partido oficial, (11/01/45). La inesperada muerte de Maximino un mes más tarde hizo que el diagnóstico del cónsul se cumpliría al pie de la letra. Sin embargo, el embajador no lo vio así y no lo aceptó. Tras el éxito de la Conferencia Interamericana de Chapultepec en febrero, Messersmith se ilusionó con las “considerables posibilidades” de que Ezequiel Padilla, el personaje del Gabinete mexicano que a él más le agradaba para presidente siguiente, (16/03/45). Sin embargo, le molestaba en extremo que la izquierda, es decir Lázaro Cárdenas y el líder de la CTM, Vicente Lombardo Toledano (VLT), se opusieran al punto de estar haciéndole “miserable” la vida al presidente Ávila Camacho (19/03/45). Aquí vale la pena recordar quién era VLT, el personaje al que Messersmith y su Embajada veían como el principal enemigo de Estados Unidos en México.
Cárdenas y Lombardo. Entre los 1930 y 1940 el movimiento sindical mexicano tuvo en VLT un líder singular, imposible de imaginar antes o después: ¡un intelectual en el lugar que antes había ocupado Luis Morones y después Fidel Velázquez! Para el embajador, VLT era culpable de una “devoción ciega” a la URSS, única fuerza externa, además de Estados Unidos, con influencia ideológica en México (24/03/45). VLT, en unión de Cárdenas, apoyaban al general Miguel Henríquez Guzmán como candidato del partido oficial y detestaban a Ezequiel Padilla –“el mejor canciller en la historia de México” y con prestigio entre “los elementos pensantes del país”, según el embajador (17/07/45). Pero si Cárdenas se salía con la suya -y eso era posible porque Ávila Camacho simplemente no sabía cómo enfrentarlo- entonces sería posible predecir un desastre para México y Estados Unidos, (7/04/45).
Impotencia. Y aquí surge un elemento a notar. El embajador de la gran potencia sabía a quién quería en la Presidencia de México -a Padilla-, pero no sabía cómo lograrlo y lo único que se le ocurrió fue no hacer nada, de lo contrario la izquierda haría que las simpatías estadounidenses fueran un arma contra Padilla, (14/06/45).
Alemán. El tiempo dejaría en claro que el mejor personaje para defender los intereses americanos en México sería Alemán, pero la miopía de Messersmith era enorme. Su animadversión tenía un origen menor y meramente burocrático: que cuando éste había sido secretario de Gobernación había puesto trabas para dar visas a hombres de negocios norteamericanos y sospechaba que ello se debía a simpatías por los alemanes, (6/06/45). Cuando, pese a todo, Alemán ganó la delantera, Messersmith siguió objetándolo porque ahora, en una alianza no santa, se había hecho con el apoyo de Cárdenas y de VLT y, además, en su círculo íntimo se encontraban personajes antiamericanos tan claros como Eduardo Suárez y Ramón Beteta (¡?), (10/07/45). Y aquí queda claro que la frustración de la Embajada al no poder hacer nada por Padilla les llevó a ver en Alemán un peligro que nunca existió, y que muy pronto la realidad se encargó de desmentir una afirmación de Messersmith: que con Alemán el futuro de la relación México-Estados Unidos sería menos brillante de lo que había logrado ser con Padilla, (20/07/45). En realidad, mejor relación de la que tuvo con Alemán –“Mr. Amigo”-, no la volvió a tener Washington sino hasta la época de Carlos Salinas de Gortari.
Hubo un punto, hay que reconocerlo, donde la Embajada no se equivocó. Para el primer secretario, Guy W. Ray, México era un país muy corrupto, pero esa corrupción “palidecería” en comparación con la que vendría con Alemán, (7/11/45). Entonces, si la Embajada conocía tan bien una de las características de Alemán ¿por qué dudó de las seguridades que el veracruzano le dio directamente a la Embajada el 26 de septiembre de 1945? En esa ocasión, cuando Messersmith estaba de viaje, Alemán por fin consiguió entrevistarse con Ray en su calidad de encargado de negocios, (el embajador había evitado la reunión). Quien sería presidente de México, aseguró al representante de la gran potencia: a) que VLT y los suyos no tendrían mayor influencia en su Gobierno, b) que él estaba consciente que la Administración de Truman sería más demandante con México de lo que había sido la de Roosevelt y, sin embargo, c) que su cooperación con Estados Unidos sería aún más estrecha que la que habían tenido con Ávila Camacho y Padilla, d) a cambio, Alemán sólo pedía que Washington no apoyara directa o indirectamente –mediante contribuciones económicas de los empresarios americanos en México- a Padilla (26/09/45). Como la Embajada no quedó satisfecha del todo, y siguió lamentando del fracaso de su favorito, Alemán aún tendría que disipar las dudas sobre él. ¡Y vaya que lo hizo! Pero ésa es otra historia.
Conclusiones. Los prejuicios ideológicos suelen empañar el juicio aún de los diplomáticos profesionales de potencias con mucha experiencia. El candidato oficial mexicano, aunque enarboló la bandera del nacionalismo, tuvo que justificarse personalmente ante el gran poder para asegurarse de su “no-intervención”, aunque en los cálculos de ese poder nunca entró la posibilidad de intervenir. Finalmente, fue notable la dificultad de la Embajada para distinguir entre nacionalismo y anti-americanismo. De entonces a la fecha ¿las cosas habrán cambiado?
Kikka Roja
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