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miércoles, 2 de julio de 2008

Sergio Aguayo: Fox, el cínico | Mexico en ridiculo internacional los panistas represores se autosabotean

Fox, el cínico

Por: Sergio Aguayo Quezada

El calendario es implacable y acentúa arrugas, defectos y virtudes. Este 2 de julio se rememoran dos elecciones presidenciales y los 66 años de Vicente Fox. Esta columna versa sobre la conexión entre los tres eventos y el malestar con la democracia. Empiezo con un revire de Fox engallado: la “Biblioteca José Vasconcelos es nuestro orgullo. No tenemos de qué avergonzarnos”… sí tiene “una o dos goteras, [pues] ni modo” (Jorge Escalante, Reforma, 27 de junio). En la atropellada existencia de la Megabiblioteca hay algo más que un par de goteras; es un torrente de oropel, derroche e ineficacia. Es también un monumento a la impunidad y al fatalismo.

El autoritarismo priista se construyó sobre el cinismo de los gobernantes y el fatalismo de la ciudadanía. Y en el historial está Gonzalo N. Santos presumiendo de sus tropelías y burlándose de todos con frases tan inmortales como la “moral es un árbol que da moras”. El gusto por la arrogancia atravesaba barreras de clase y educación: el refinado José López Portillo se dio gusto poniendo a parientes y amante en cargos pagados con la abundancia petrolera mientras fustigaba a sus críticos diciéndoles que su hijo, ungido como diplomático, era el “orgullo de su nepotismo”. Frente a la imposibilidad de corregir los desplantes sólo quedaba refugiarse en el fatalista “ni modo”. Fuimos unos ingenuos al creer que esa etapa terminaría cuando el PRI perdió la Presidencia el 2 de julio de 2000. Inevitable pensarlo porque Fox era bien convincente. El primero de diciembre, en su discurso en el Auditorio Nacional, desechó con vehemencia el “optar por no darnos cuenta, por no darnos por enterados” de los grandes problemas nacionales entre los cuales destacó a la “corrupción e impunidad”. Él enfrentaría y corregiría toda la maldad. Siete años y medio después es un pregonero del cinismo que trivializa el fiasco de la Megabiblioteca reduciéndolo a “una o dos goteras”. Cuando le agrega el “ni modo” Fox confirma que su capitulación es absoluta y que en él reencarnó el cinismo de Santos, López Portillo y muchos más.

Si estuviéramos ante el drama personal de quien resiente los estragos de 66 julios podríamos reducirlo a un “pobre Fox”. No es el caso. Fox es paradigma de la quiebra ética de quienes alguna vez fueron reformadores. Ese papel de zapador de la transición se entenderá mejor si ubicamos su papel en las elecciones presidenciales de 2000 y 2006 que también se conmemoran un 2 de julio. Fox ingresó a la política de la mano de Manuel Clouthier en el momento clave de la transición. En julio de 1986, el dirigente panista Luis H. Álvarez inició una huelga de hambre para protestar por un fraude electoral en las elecciones para gobernador de Chihuahua. Ahí estuvo 40 días y hasta la plaza pública se acercó Heberto Castillo, líder histórico de la izquierda, a proponer al panista un entendimiento para que derecha e izquierda se unieran en la defensa del voto. El razonamiento tenía el peso de las grandes verdades: si las dos corrientes opositoras sometían sus diferencias sería más fácil alcanzar el sueño de las elecciones confiables. Ese acuerdo informal hizo posible que dos años después, la noche del 6 de julio de 1988, protestaran por el fraude electoral tres candidatos a la Presidencia: Cuauhtémoc Cárdenas, Manuel Clouthier y Rosario Ibarra.

Fox se fundió con el espíritu del momento y entendió que poniéndose el sayal de reformador daría un paso gigantesco en lo que sería su exitoso asalto a palacio. Antes de entrar en Los Pinos empezó una metamorfosis que lo fue desdibujando a medida que transcurrió su sexenio. Toleró el desorden en su Gabinete, se entendió con los poderes fácticos y tomó la decisión de participar abiertamente en la sucesión. Inició entonces una labor de zapa de la transición para lo cual incurrió en un error bastante común: hizo todo lo que pudo para someter el proceso histórico a su proyecto personal. Un síntoma clarísimo fue aquella boda con Marta Sahagún en las primeras horas del 2 de julio de 2001 metida con calzador en los actos oficiales.

A medida que avanzó el sexenio se afianzó su determinación de convertirse en discípulo de sus predecesores, los presidentes priistas, y puso todo el peso de su cargo al servicio de su candidato y en contra de Andrés Manuel López Obrador. Vició la elección y rompió aquel entendimiento histórico alcanzado en 1986 por izquierda y derecha. Todavía vivimos las consecuencias. Cuando rompió con su autocontención ética, trivializó la realidad con el cinismo y con el fatalismo de quien busca convencer que nadie puede resistirse al embrujo del poder. Fox se desbocó porque los árbitros electorales (IFE, Trife y Fepade) no quisieron ni pudieron ponerle límites o darle certidumbre a la elección y porque su partido, el PAN, compartió su afán de repetir la victoria, pasara lo que pasara, el 2 de julio de 2006.

Manuel Espino —presidente del Partido Acción Nacional en 2006—acostumbra celebrar el 2 de julio con declaraciones rimbombantes. El año pasado aseguró que aquella elección fue la “más limpia, transparente e inobjetable de la historia”. Este año se corrigió a sí mismo y reconoce, en entrevista para Georgina Morett de Milenio (primero de julio de 2008), que tuvo que hacer “algunas travesuras para lavarle la cara a la campaña” y que fue a hablar con 10 “gobernadores del PRI para apelar al voto útil” y que le consta que “seis apoyaron”. Su confesión le añade sustancia al espeso caldo de las irregularidades. Si recordamos el entusiasmo con el cual el PRD sumergió sus elecciones internas en la práctica del fraude, puede concluirse que el cinismo de Fox no es fruto de una biografía individual sino retrato fiel de una clase política en su mayor parte agotada. El dos de julio es tiempo de velorio, no de jolgorio.

La miscelánea

Marcelo Ebrard y la izquierda capitalina enfrentan una situación parecida… con una diferencia. La tragedia de la discoteca sacó a la luz la facilidad con que se violan los derechos humanos por el desorden policiaco, la ineficiencia y ese cinismo desplegado por funcionarios como Joel Ortega. Es posible que el desenlace sea diverso porque la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal está cumpliendo con su papel de institución encargada de corregir los abusos de poder. Ya veremos si el informe de la CDHDF es tomado en cuenta o si prefieren “avicentarse” y se refugian en alguna variante del mexicano “ni modo”.

Comentarios: e-mail:
saguayo@colmex.mx

Y NO LES DA VERGÜENZA,
TODO EL PODER,
TODO EL DINERO,
TODO SE ROBAN, SON CAPACES DE DESTRIPARSE EN PUBLICO ENTRE ELLOS, AUNQUE YA NO QUEDE NADIE A QUIEN MANIPULAR.
...Y LO PEOR LOS RICOS NO PAGAN IMPUESTOS

Kikka Roja

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