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martes, 17 de febrero de 2009

Julio Cortázar: Retrato de Poe: Edgar Allan Poe (1809-1849): cuentos completos, edición comentada, con traducción y prólogo de Julio Cortázar

Julio Cortázar
www.jornada.unam.mx/
Retrato de Poe

Ampliar la imagen Julio Cortázar en imagen tomada del libro Manual de cronopios, publicado por Ediciones De la Torre

Con motivo del bicentenario de Edgar Allan Poe (1809-1849), Páginas de Espuma pondrá en circulación el volumen Edgar Allan Poe: cuentos completos, edición comentada, con traducción y prólogo de Julio Cortázar, del cual publicamos un fragmento, con autorización de la editorial, como adelanto para los lectores de La Jornada

Al principio fue el miedo. Se sabe que Edgar temía la oscuridad, que no podía dormir, que “Muddie” debía quedarse horas a su lado, teniéndole la mano. Cuando se apartaba al fin de su lado, él abría los ojos. “Todavía no, Muddie, todavía no...” Pero de día se puede pensar con ayuda de la luz, y Edgar es todavía capaz de asombrosas concentraciones intelectuales. De ellas va a nacer “Eureka”, así como del fondo de la noche, del balbuceo mismo del terror, rezumará la maravilla de “Ulalume”.

El año 1847 mostró a Poe luchando contra los fantasmas, recayendo en el opio y el alcohol, aferrándose a una adoración por completo espiritual de Marie Louse Shew, que había ganado su afecto durante la agonía de Virginia. Ella contó más tarde que “Las campanas” nacieron de un diálogo entre ambos. Contó también los delirios diurnos de Poe, sus imaginarios relatos de viajes a España y a Francia, sus duelos, sus aventuras. Mrs. Shew admiraba el genio de Edgar y tenía una profunda estima por el hombre. Cuando sospechó que la presencia incesante del poeta iba a comprometerla, se alejó apenada, como lo había hecho Frances Osgood. Y entonces entra en escena la etérea Sarah Helen Whitman, poetisa mediocre pero mujer llena de inmaterial encanto, como las heroínas de los mejores sueños vividos o imaginados por Edgar, y que además se llama Helen, como él había llamado a su primer amor de adolescencia. Mrs. Whitman había quedado tempranamente viuda, pertenecía a los literati y cultivaba el espiritismo, como la mayoría de aquellos. Poe descubrió de inmediato sus afinidades con Helen, pero el mejor índice de su creciente desintegración lo da el hecho de que, en 1848, mientras por una parte mantiene correspondencia amorosa con Mrs. Whitman, que aún hoy conmueve a los entusiastas del género, por otra parte conoce a Mrs. Annie Richmond, cuyos ojos le causan profunda impresión (uno piensa en los dientes de Berenice), y de inmediato la visita, gana la confianza de su esposo, de toda la familia, la llama “hermana Annie” y descansa en su amistad, encuentra ese alivio espiritual que requería siempre de las mujeres y que una sola era ya incapaz de darle.

Los movimientos de Edgar en estos últimos tiempos son complicados, fluctuantes, a veces desconocidos. Dio alguna conferencia. Volvió a “su” Richmond, donde bebió terriblemente y recitó largos pasajes de “Eureka” en los bares, para estupefacción de honestos ciudadanos. Pero también en Richmond, cuando recobró la normalidad, pudo vivir sus últimos días felices porque tenía allí viejos y leales amigos, familias que lo recibían con afecto mezclado de tristeza, y quedan crónicas de paseos, bromas y juegos en los que “Eddie” se divertía como un chico. Asoma entonces (parece que en una de sus conferencias) la imagen de Elmira, su novia de juventud, que había quedado viuda y no olvidaba al hombre de quien la apartara una conjura familiar. Edgar debió de verla y pensar en ella. Pero Helen lo atraía mágicamente y volvió al Norte con expresa intención de proponerle matrimonio. Helen era incapaz de resistir la fascinación de Poe, pero no se sentía muy dispuesta a casarse de nuevo. Prometió reflexionar y decidirse. Edgar se fue a esperar su decisión a casa de Annie Richmond, lo cual es perfectamente característico.

El resto se vuelve cada vez más brumoso. Poe recibe una carta indecisa de Helen y, entretanto, su afecto por Annie parece haber aumentado tanto que, al separarse de ella, le arrancó la promesa de que acudiría a su lecho de muerte. Desgarrado por un conflicto entre imaginario y real, Edgar partió dispuesto a visitar a Helen, sin llegar a su destino. “No me acuerdo de nada de lo sucedido”, diría luego en una carta. Pero él mismo narra su tentativa de suicidio. Compró láudano y bebió la mitad del frasco en Boston. Antes de tener tiempo de tomar la otra mitad (que lo hubiera matado) sobrevino la reacción de un organismo ya habituado al opio, y Edgar vomitó el exceso de láudano. Cuando más tarde llegó a casa de Helen tuvo lugar una escena desgarradora, hasta que ella consintió en el matrimonio si Edgar le prometía abstenerse para siempre de toda droga o estimulante. Poe lo prometió, volviendo al cottage de Fordham, donde Mrs. Clemm lo esperaba angustiada por su larga ausencia y los rumores que llegaban sobre las locuras de “Eddie” (...)

Quizá este mismo infierno le ayudó a levantarse una vez más, la última, Asqueado por los rumores, la maledicencia, la sociedad de los literati y sus mezquinas querellas, se encerró en el cottage con Mrs. Clemm y luchó con los restos de su energía para salir adelante, editar, por fin, su nunca olvidada revista y reanudar el trabajo creador. De enero a junio de 1849 pareció agazaparse, esperar. Pero hay un poema, “Para Annie”, en el que Poe se describe a sí mismo muerto, feliz y abandonadamente muerto, por fin y definitivamente muerto. Era demasiado lúcido para engañarse sobre la verdad, y cuando iba a Nueva York se entregaba al láudano con desesperada avidez (...)

En julio de 1849, Poe abandonó Nueva York para volver a su ciudad de Richmond. No se sabe por qué lo hizo, como no fuera movido por un oscuro instinto de refugio, de protección. Lleno de presentimientos, se despidió de la pobre “Muddie”, que no volvería a verlo. De una amiga se separó diciéndole que estaba seguro de no regresar; lloraba al decirlo. Era un hombre con los nervios a flor de piel, que temblaba a cada palabra. No se sabe cómo llegó a Filadelfia, interrumpiendo su viaje al Sur, hasta que a mediados de julio, probablemente después de muchos días de intoxicación continua, Edgar entró corriendo en la redacción de una revista donde tenía amigos y reclamo desesperadamente protección. La manía persecutoria estallaba en toda su fuerza. Estaba convencido de que “Muddie” había muerto; probablemente quiso matarse a su vez, pero el “fantasma” de Virginia lo había detenido (...) La alucinante teoría duró semanas enteras hasta que Edgar empezó a reaccionar. Entonces pudo escribir a Mrs. Clemm, pero el párrafo central de su carta decía: “Apenas recibas esta ven inmediatamente... Hemos de morir juntos. Inútil tratar de convencerme: de morir...” Sus desolados amigos reunieron algún dinero y lo embarcaron rumbo a Richmond; durante el viaje, sintiéndose mejor, escribió otra carta a “Muddie” reclamando su presencia. Lejos de ella, lejos de alguien que lo acompañara y cuidara, Edgar estaba siempre perdido. El más solitario de los hombres no sabía estar solo. Apenas llegado a Richmond escribió otra vez (...)

Pero los amigos de Richmond le proporcionaron sus últimos días tranquilos. Bien atendido, respirando la atmósfera viriginiana que, después de todo, era la única verdaderamente suya, Edgar nadó una vez más contra la corriente negra, como había nadado de niño para asombro de sus camaradas. Se le vio de nuevo paseando reposadamente por las calles de Richmond, visitando las casas de los amigos, asistiendo a las tertulias y a las veladas, donde, claro está, lo asediaban cordialmente para que recitara “El cuervo”, que en su boca se convertía en “el poema inolvidable” (...)

A las cuatro de la madrugada del 27 de septiembre de 1849, Edgar se embarcó rumbo a Baltimore. Como siempre en esas circunstancias, estaba deprimido y lleno de presentimientos. Su partida a hora tan temprana (o tan tardía, pues había pasado la noche en un restaurante con sus amigos) parece haber obedecido a un repentino capricho suyo. Y desde ese instante todo es niebla, que se desgarra aquí y allá para dejar entrever el final (...)

El 29 de septiembre el barco atracó en Baltimore; Poe debía tomar allí el tren para Filadelfia, pero se hacía necesario esperar varias horas. En una de estas horas se selló su destino. Se sabe que cuando visitó a un amigo ya estaba ebrio. Lo que pasó después es sólo materia de conjetura. Se abre un paréntesis de cinco días, al final de los cuales un médico, conocido de Poe, recibió un mensaje presurosamente escrito a lápiz, informándolo de que un caballero “más bien mal vestido” necesitaba urgentemente su ayuda. La nota procedía de un tipógrafo que acaba de reconocer a Edgar Poe en un borracho semiinconsciente, metido en una taberna y rodeado por la peor ralea de Baltimore. Eran días de elecciones, y los partidos en pugna hacian votar repetidas veces a pobres diablos, a quienes emborrachaban previamente para llevarlos de un comicio a otro. Sin que exista prueba concreta, lo más probable es que Poe fuera utilizado como votante y abandonado finalmente en la taberna donde acababan de identificarlo. La descripción que más adelante haría el médico muestra que estaba ya perdido para el mundo, a solas en su particular infierno en vida, entregado definitivamente a sus visiones. El resto de sus fuerzas (vivió cinco días más en un hospital de Baltimore) se quemó en terribles alucinaciones, en luchar con las enfermeras que lo sujetaban, en llamar desesperadamente a Reynolds, el explorador polar que había influido en la composición de Gordon Pym y que misteriosamente se convertía en el símbolo final de esas tierras del más allá que Edgar parecía estar viendo, así como Pym había entrevisto la gigantesca imagen de hielo en el último instante de la novela. Ni “Muddie”, ni Annie, ni Elmira estuvieron juntos a él, pues lo ignoraban todo. En un intervalo de lucidez, parece haber preguntado si quedaba alguna esperanza. Como le dijeran que estaba muy grave, rectificó: “No quiero decir eso. Quiero saber si hay esperanza para un miserable como yo”. Murió a las tres de la madrugada del 7 de octubre de 1849. “Que Dios ayude a mi pobre alma”, fueron sus últimas palabras. Más tarde, biógrafos entusiastas le harían decir otras cosas. La leyenda empezó casi en seguida, y a Edgar le hubiera divertido estar allí para ayudar, para inventar cosas nuevas, confundir a las gentes, poner su impagable imaginación al servicio de una biografía mítica.
UPDATE:
  • Comenzará a circular en México una edición especial con los cuentos completos del autor
  • Proponen una celebración a la literatura con 67 relatos de Poe
  • Con traducción íntegra de Julio Cortázar, la recopilación fue coeditada por Páginas de Espuma y Colofón

El libro de 960 páginas incluye una semblanza del autor, escrita por el gran cronopio
Mónica Mateos-Vega

La próxima semana estará ya en las librerías de México una de las novedades literarias más relevantes de los meses recientes: los cuentos completos de Edgar Allan Poe, traducidos por Julio Cortázar, volumen del que La Jornada ofreció un adelanto el domingo pasado. Por si esa combinación de talentos fuera poco, cada uno de los relatos (67 en total) viene acompañado por el comentario de un escritor hispanoamericano, además de los prólogos de Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Jorge Volpi, Fernando Iwasaki y una semblanza que el propio Cortázar hizo de Poe. El proyecto se empezó a gestar hace un año entre los sellos editoriales Páginas de Espuma y Colofón. Más que un homenaje al autor de La caída de la casa Usher en el bicentenario de su nacimiento, se trata de una celebración a la literatura.

En rueda de prensa, el escritor Alvaro Enrigue, uno de los convocados en esta seductora iniciativa, señaló que el libro Edgar Allan Poe: cuentos completos, edición comentada (960 páginas) pone en la mesa una de las obras decisivas para la formación de los escritores de los pasados 200 años.

“Los cuentos de Poe son como El Quijote de Cervantes, porque contienen en sí mismos toda la literatura, la invención de un mundo completo”, explicó.

Paladear letra por letra

La colección íntegra de los cuentos de Edgar Allan Poe fue traducida del inglés por Julio Cortázar en 1953, gracias a un encargo que el Cronopio mayor recibió de la Universidad de Puerto Rico, recomendado por el filósofo y escritor español Francisco Ayala. Cortázar se dedicó con entusiasmo dos años a la tarea de dar a luz en español, con claridad y transparencia absoluta, unos textos que demostraron, entre otras cosas, que ambos escritores están hecho el uno para el otro, continuó Enrigue.

Más que un trabajo, para el autor de Rayuela fue un placer paladear letra por letra la obra de su admirado escritor, a quien consideraba el responsable de su incursión en la narrativa por haberle mostrado lo que era el cuento. Con Poe, afirmaba, la casa de lo fantástico se multiplicó en las literaturas de todo el mundo.

Durante más de medio siglo la traducción de Cortázar, editada hace años en dos tomos por la legendaria casa Alianza, ha sido considerada insuperable. En uno de los prólogos de esos libros el escritor argentino explica que los mejores cuentos de Poe son los más imaginativos e intensos; los peores, aquellos donde la habilidad no alcanza a imponer un tema de por sí pobre o ajeno a la cuerda del autor. El traductor los agrupa en cuentos de terror, sobrenaturales, metafísicos, analíticos, de anticipación y retrospección, de paisaje, así como grotescos y satíricos.

En la edición especial que ahora se presenta se asignó a cada uno de los 67 escritores un texto, manteniendo el orden que estableció Cortázar: Como toda selección es arbitraria, decidimos invitar tanto a narradores españoles (29) como latinoamericanos (38), con el único requisito de haber nacido después de 1960 y de haber publicado al menos un libro de cuentos. Admitimos que hay ausencias notables, pero las hemos compensado con presencias maravillosas, explican Volpi e Iwasaki en la presentación del libro.

Un libro único, además, porque ha conseguido, al menos en España, lo que no admiten ni las universidades, ni las academias, ni los críticos, ni las antologías: mezclar autores españoles y latinoamericanos en torno a la obra de un escritor anglosajón, consideró Iwasaki al dar a conocer hace unas semanas el volumen en aquel país europeo.

Esfuerzo multinacional

Entre otros narradores que comentan la obra de Poe figuran Santiago Roncagliolo, Fabio Morábito, Ignacio Padilla, Ana García Bergua, Guillermo Fadanelli, Pedro Ángel Palou, Guadalupe Nettel, Mario Bellatín, Antonio Ortuño, Txani Rodríguez y Luis Felipe Lomelí.

Este último escritor señaló en conferencia de prensa que participar en el proyecto fue “como si me invitaran a una fiesta, compartir a un escritor que nos ha gustado a muchos. No es un homenaje, palabra que ya se desgastó el año pasado, es una celebración a uno de los autores por los que todos estamos aquí, porque él nos mostró la magia de crear una historia y hacérsela creer al lector.

Los cuentos de Poe hablan sobre los miedos de las personas, y corresponderá al lector decidir cuál es el mejor relato, quizá el que mejor describa el temor propio. Enrigue apuntó que Poe no sólo inventó el relato contemporáneo, sino que mostró la idea de que el cuento es el medio ideal para la comunicación masiva, pues nos enseñó cómo un relato se puede nutrir de la información periodística.

La edición de esta nueva compilación de los cuentos del padre del horror, concluyó el escritor mexicano, es un esfuerzo multinacional que da fe de que el cuento es un género más vivo que nunca en Hispanoamérica, además de una valiosa oportunidad para voltear a ver a autores que no conocíamos.




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