Horizonte político
José A. Crespo
¡Es la corrupción, niños!
Apropósito del concurso infantil, Adiós a las Trampas, la semana pasada Felipe Calderón dirigió a los participantes una disquisición sobre el verdadero y esencial mal de este país: la corrupción. El discurso se encuadra en la política de socialización cívica que el Estado mexicano despliega para combatir la predominante cultura de la corrupción y fomentar la casi inexistente, pero retóricamente anhelada, cultura de la legalidad. Difícilmente se podría estar en desacuerdo con lo dicho con Calderón; lo que se podría cuestionar, en todo caso, es la eficacia de dicha política educativa (no sus fines) y si el gobierno hace lo que puede para impulsar, en los hechos, la cultura de la legalidad que predica. Con plena razón, Calderón advierte a los escolares que “una de las peores o de las más dañinas calamidades que ha sufrido nuestro México, es la corrupción, la trampa, la transa” (12/ago/09). Y agrega: “Hacer trampa es ganar a la mala, algo que no corresponde, algo que le corresponde a alguien más” (es decir, “haiga sido como haiga sido”).
Calderón explicó a los niños mexicanos que apegarse a los valores de honestidad y el principio de legalidad no es sólo cuestión de ética, sino que una conducta racional para cada persona y para la sociedad en conjunto: “No es cierta aquella frase absurda, irresponsable, repudiable, de que ‘el que no transa, no avanza’. Al contrario, los países que más han avanzado en el mundo son los países que tienen comportamientos más honestos, que tienen reglas más claras y que cumplen mejor sus reglas”. En efecto, en los países más avanzados social y políticamente hay menos corrupción, y eso mismo fue una condición para alcanzar dicho desarrollo. Hay un círculo virtuoso entre legalidad y desarrollo. Y desde luego, la corrupción explica en buena parte la lamentable situación en que se halla México, no sólo en la actualidad, sino a lo largo de su historia. El problema es que en el comportamiento colectivo, lo que es bueno para algunos no es necesariamente bueno para la sociedad en su conjunto, y las conductas antisociales pueden no afectar directamente a sus perpetradores. Es decir, si hubiera absoluta y automática simetría entre el comportamiento de una persona y sus repercusiones sobre ella misma, entonces la motivación individual sería a favor de la ética, la convivencia respetuosa y el apego a la ley. Pero al infractor de la legalidad y la ética, su conducta podría traerle más beneficios directos que perjuicios indirectos.
Calderón lo explica con una metáfora de tránsito: “Si hay una regla que dice: No Se Estacione Aquí, es para que en esa calle donde pasan muchos coches pueda haber un carril libre para que los coches puedan pasar. Pero con uno, con uno que se estacione en un lugar indebido ya paró todo el tráfico de ese carril, que puede haber miles de coches atrás que ya no van a llegar; con uno solo que haga transa, que viole la regla. Y entonces, se empeora la vida de la ciudad con una transa”. Así es. Pero quien se estacionó en doble fila salió favorecido; por eso muchos lo hacen. Y por eso los narcotraficantes siguen en lo suyo, como si nada. Les es más rentable el crimen que la legalidad. Y ni qué decir de los gobernantes corruptos o los legisladores complacientes consigo mismos, permitiendo y cuidando sus ofensivos lujos y prebendas. Así, eso de que a todos nos conviene portarnos bien (“el bien triunfa siempre sobre el mal”) es propio de un cuento infantil, no de un análisis político-social de la realidad.
En su plática con los escolares, Calderón les explicó la endémica desigualdad de México a partir de la cultura de la trampa y la corrupción: “Los muchos recursos que ha empleado el país para ayudar a su gente más pobre, en el campo o en la ciudad… en lugar de ir a la gente más pobre durante años y durante décadas… han acumulado verdaderas fortunas en manos de unos pocos políticos que se han enriquecido a costa de la pobreza de todos”. Así es, pero en lugar de hablar mal del país (pues eso aleja las inversiones), Calderón debiera hacer lo que está en sus manos para combatir tan dañina práctica. Y es que en la mayor parte de la plática, el jefe del Ejecutivo pareció aludir como solución la internación de valores, cuya eficacia, sabemos por experiencia universal, es mínima. Pero en algún momento Calderón habla de más eficaz receta para combatir dichas prácticas: la penalización de las infracciones legales y de las conductas antisociales: “Castigar y castigar duro a quien cometa trampas, a quien infraccione la ley, a quien violente las leyes”. Hasta ahí, de acuerdo. Donde empiezan la simulación y el engaño es al hablar del compromiso gubernamental en el combate a la corrupción: “Queremos acabar con las transas haciendo que todos, sin excepción, cumplamos con la ley. Que nadie, por muy influyente, por muy poderoso, por muy prepotente que se crea, se sienta con derecho a violar la ley”. ¿En serio? ¿Pues cuántos “peces gordos” de la corrupción han sido penalizados en los últimos años? Eso esperábamos con la alternancia, desde luego, pero el nuevo gobierno nos dejó con un “palmo de narices”.
“La vida agrega Calderón a veces es como un juego de serpientes y escaleras: hagamos que en la sociedad una escalera sea hacer el bien, que avance quien haga el bien… y el que viole la ley, el que haga transa, le va a ir mal, muy mal”. Pero si la corrupción es un mal endémico en México, es precisamente porque ese arreglo de “serpientes y escaleras” no funciona aquí: los niños pronto aprenderán, conforme crezcan y observen su entorno social, que aquí suele ser mucho más rentable pasar por alto la ley y la urbanidad, que acatarla. Son la aplicación sistemática de la ley y la rendición genuina de cuentas las que pueden generar la cultura de la legalidad, y no bonita retórica, sobre todo cuando quienes la protagonizan (con sus honrosas excepciones) son los primeros en incurrir en aquello que solemnemente condenan.
Los narcotraficantes siguen en lo suyo, como si nada. Les es más rentable el crimen que la legalidad. Y ni qué decir de los gobernantes corruptos.
Calderón explicó a los niños mexicanos que apegarse a los valores de honestidad y el principio de legalidad no es sólo cuestión de ética, sino que una conducta racional para cada persona y para la sociedad en conjunto: “No es cierta aquella frase absurda, irresponsable, repudiable, de que ‘el que no transa, no avanza’. Al contrario, los países que más han avanzado en el mundo son los países que tienen comportamientos más honestos, que tienen reglas más claras y que cumplen mejor sus reglas”. En efecto, en los países más avanzados social y políticamente hay menos corrupción, y eso mismo fue una condición para alcanzar dicho desarrollo. Hay un círculo virtuoso entre legalidad y desarrollo. Y desde luego, la corrupción explica en buena parte la lamentable situación en que se halla México, no sólo en la actualidad, sino a lo largo de su historia. El problema es que en el comportamiento colectivo, lo que es bueno para algunos no es necesariamente bueno para la sociedad en su conjunto, y las conductas antisociales pueden no afectar directamente a sus perpetradores. Es decir, si hubiera absoluta y automática simetría entre el comportamiento de una persona y sus repercusiones sobre ella misma, entonces la motivación individual sería a favor de la ética, la convivencia respetuosa y el apego a la ley. Pero al infractor de la legalidad y la ética, su conducta podría traerle más beneficios directos que perjuicios indirectos.
Calderón lo explica con una metáfora de tránsito: “Si hay una regla que dice: No Se Estacione Aquí, es para que en esa calle donde pasan muchos coches pueda haber un carril libre para que los coches puedan pasar. Pero con uno, con uno que se estacione en un lugar indebido ya paró todo el tráfico de ese carril, que puede haber miles de coches atrás que ya no van a llegar; con uno solo que haga transa, que viole la regla. Y entonces, se empeora la vida de la ciudad con una transa”. Así es. Pero quien se estacionó en doble fila salió favorecido; por eso muchos lo hacen. Y por eso los narcotraficantes siguen en lo suyo, como si nada. Les es más rentable el crimen que la legalidad. Y ni qué decir de los gobernantes corruptos o los legisladores complacientes consigo mismos, permitiendo y cuidando sus ofensivos lujos y prebendas. Así, eso de que a todos nos conviene portarnos bien (“el bien triunfa siempre sobre el mal”) es propio de un cuento infantil, no de un análisis político-social de la realidad.
En su plática con los escolares, Calderón les explicó la endémica desigualdad de México a partir de la cultura de la trampa y la corrupción: “Los muchos recursos que ha empleado el país para ayudar a su gente más pobre, en el campo o en la ciudad… en lugar de ir a la gente más pobre durante años y durante décadas… han acumulado verdaderas fortunas en manos de unos pocos políticos que se han enriquecido a costa de la pobreza de todos”. Así es, pero en lugar de hablar mal del país (pues eso aleja las inversiones), Calderón debiera hacer lo que está en sus manos para combatir tan dañina práctica. Y es que en la mayor parte de la plática, el jefe del Ejecutivo pareció aludir como solución la internación de valores, cuya eficacia, sabemos por experiencia universal, es mínima. Pero en algún momento Calderón habla de más eficaz receta para combatir dichas prácticas: la penalización de las infracciones legales y de las conductas antisociales: “Castigar y castigar duro a quien cometa trampas, a quien infraccione la ley, a quien violente las leyes”. Hasta ahí, de acuerdo. Donde empiezan la simulación y el engaño es al hablar del compromiso gubernamental en el combate a la corrupción: “Queremos acabar con las transas haciendo que todos, sin excepción, cumplamos con la ley. Que nadie, por muy influyente, por muy poderoso, por muy prepotente que se crea, se sienta con derecho a violar la ley”. ¿En serio? ¿Pues cuántos “peces gordos” de la corrupción han sido penalizados en los últimos años? Eso esperábamos con la alternancia, desde luego, pero el nuevo gobierno nos dejó con un “palmo de narices”.
“La vida agrega Calderón a veces es como un juego de serpientes y escaleras: hagamos que en la sociedad una escalera sea hacer el bien, que avance quien haga el bien… y el que viole la ley, el que haga transa, le va a ir mal, muy mal”. Pero si la corrupción es un mal endémico en México, es precisamente porque ese arreglo de “serpientes y escaleras” no funciona aquí: los niños pronto aprenderán, conforme crezcan y observen su entorno social, que aquí suele ser mucho más rentable pasar por alto la ley y la urbanidad, que acatarla. Son la aplicación sistemática de la ley y la rendición genuina de cuentas las que pueden generar la cultura de la legalidad, y no bonita retórica, sobre todo cuando quienes la protagonizan (con sus honrosas excepciones) son los primeros en incurrir en aquello que solemnemente condenan.
Los narcotraficantes siguen en lo suyo, como si nada. Les es más rentable el crimen que la legalidad. Y ni qué decir de los gobernantes corruptos.
kikka-roja.blogspot.com/
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