Denise Dresser
22 Feb. 10
En días recientes, Felipe Calderón ha logrado algo sorprendente: aparecer simultáneamente como un mentiroso, un incompetente, o un hombre deshonroso en cuya palabra no es posible confiar. Mentiroso, si es que sabía lo que su secretario de Gobernación negociaba con el PRI, aún cuando su subalterno lo niega. Incompetente, si es que no estaba al tanto de algo tan importante y ahora mantiene a Fernando Gómez Mont a pesar de haber actuado al margen de la voluntad presidencial. Deshonroso, si es que armó un acuerdo con los priistas y ahora lo rompe. En los tres casos queda mal. Pero lo que se ha perdido de vista detrás de la falta de operación política de Los Pinos, de la Secretaría de Gobernación y del PAN es un hecho insoslayable y más grave: el tipo de pacto que el PRI propuso y que Fernando Gómez Mont avaló.
Ése es el escándalo más grande. Ése es es el acto más condenable. Ése es el proceder que huele a podrido y que mantiene a México anclado en la mediocridad permanente. El PRI propone apoyar el presupuesto a cambio de que el PAN no vaya en alianza con el PRD en las próximas elecciones. El PRI acepta aumentar el gravamen a los contribuyentes a cambio de dejar intacta su estructura en Oaxaca, y el PAN acepta la transacción. En pocas palabras, impuestos a cambio de impunidad. Impuestos a cambio de cacicazgos. La anuencia fiscal del PRI canjeada por la abstinencia electoral del PAN. Exprimir aún más a la población a cambio de permitir que camarillas como la de Ulises Ruiz continúen gobernándola de manera autoritaria en los estados. Asegurar el financiamiento para los gobernadores a cambio de coartar la competencia en contra de sus delfines designados. El PRI negoció -en lo oscurito- un pacto perverso y Gómez Mont lo suscribió con el beneplácito de su jefe, porque de no ser así ya lo hubieran despedido por deslealtad.
Dentro de todas las versiones contradictorias que se han vertido y todas las explicaciones abigarradas que se han dado, sobresale algo que nadie puede negar: el pacto se dio y en esos términos. Gómez Mont lo admite: "Constantemente fuimos buscando acuerdos entre las fuerzas políticas a fin de posibilitar una alineación parlamentaria para posibilitar la aprobación del paquete financiero". Peña Nieto lo subraya: "Fue un acuerdo general entre los partidos y, bueno, hoy vemos después de pasar el tiempo pareciera que hubo omisión". Francisco Rojas lo sugiere: "Había que vigilar la equidad de la contienda" y que no se "distorsionara la competencia". Unos y otros reconociendo una negociación escandalosa que en México parece normal, pero que en una democracia funcional sería impermisible.
Porque el acuerdo buscado constituye una acción claramente antidemocrática. Revela que las decisiones de política pública no se toman con base en sus méritos técnicos, sino en función de criterios electorales cortoplacistas; que las preferencias de los electores en estados como Oaxaca pueden ser ignoradas o utilizadas como moneda de cambio en cualquier negociación cupular; que Felipe Calderón estaba dispuesto a intercambiar la permanencia del PRI a cambio de una bolsa de dinero o de la "gobernabilidad", construida a base de chantajes.
Y llevamos 10 años de pactos de este tipo; pactos PRI-PAN negociados de espaldas a la opinión pública que le han permitido a los panistas gobernar al país, pero sin poder transformarlo verdaderamente. Al ir de la mano con los artífices del pasado, Vicente Fox y Felipe Calderón han promovido su resurrección. Al decirle al PRI que cualquier cosa es negociable, el PAN ha acabado cediéndolo todo. Al sucumbir -una y otra vez- a la presión de Pritramposaurios como Ulises Ruiz, el PAN ha acabado acorralado por ellos. Como botón de muestra basta lo que Gómez Mont estuvo dispuesto a negociar sin ruborizarse siquiera: la rendición adelantada de su partido en la siguiente temporada electoral. Ahora, por fin, parece que el pacto detrás de la Pax Prianista se ha roto y enhorabuena. Las alianzas PAN-PRD sugieren que Felipe Calderón no va simplemente a regresarle la banda presidencial al PRI, o entregar la plaza sin dar la pelea por su conservación.
Y para quienes critican este viraje estratégico, lamentando que producirá la parálisis legislativa, la falta de gobernabilidad, la ausencia de reformas, la "ventanilla cerrada" ante las propuestas presidenciales, basta con recordar algo crucial. En alianza con el Partido Verde, el PRI es mayoría en el Congreso. Y aún así, ¿dónde está la reforma fiscal profunda? ¿La reforma política integral? ¿La reforma laboral modernizadora? ¿La reforma energética competitiva? ¿La reforma a la Ley de Medios y a la Ley de Competencia Económica? Si el PRI quisiera, podría elaborar, proponer, negociar y aprobar reformas de largo alcance. Pero no lo hace ni lo hará, debido al tipo de intereses monopólicos que defiende, al tipo de pactos corporativos que mantiene, al tipo de políticos malolientes que apuntala. El PAN se ha equivocado al negociar pactos que huelen a podrido, pero no olvidemos que el PRI es responsable de su mal olor.
kikka-roja.blogspot.com/
Ése es el escándalo más grande. Ése es es el acto más condenable. Ése es el proceder que huele a podrido y que mantiene a México anclado en la mediocridad permanente. El PRI propone apoyar el presupuesto a cambio de que el PAN no vaya en alianza con el PRD en las próximas elecciones. El PRI acepta aumentar el gravamen a los contribuyentes a cambio de dejar intacta su estructura en Oaxaca, y el PAN acepta la transacción. En pocas palabras, impuestos a cambio de impunidad. Impuestos a cambio de cacicazgos. La anuencia fiscal del PRI canjeada por la abstinencia electoral del PAN. Exprimir aún más a la población a cambio de permitir que camarillas como la de Ulises Ruiz continúen gobernándola de manera autoritaria en los estados. Asegurar el financiamiento para los gobernadores a cambio de coartar la competencia en contra de sus delfines designados. El PRI negoció -en lo oscurito- un pacto perverso y Gómez Mont lo suscribió con el beneplácito de su jefe, porque de no ser así ya lo hubieran despedido por deslealtad.
Dentro de todas las versiones contradictorias que se han vertido y todas las explicaciones abigarradas que se han dado, sobresale algo que nadie puede negar: el pacto se dio y en esos términos. Gómez Mont lo admite: "Constantemente fuimos buscando acuerdos entre las fuerzas políticas a fin de posibilitar una alineación parlamentaria para posibilitar la aprobación del paquete financiero". Peña Nieto lo subraya: "Fue un acuerdo general entre los partidos y, bueno, hoy vemos después de pasar el tiempo pareciera que hubo omisión". Francisco Rojas lo sugiere: "Había que vigilar la equidad de la contienda" y que no se "distorsionara la competencia". Unos y otros reconociendo una negociación escandalosa que en México parece normal, pero que en una democracia funcional sería impermisible.
Porque el acuerdo buscado constituye una acción claramente antidemocrática. Revela que las decisiones de política pública no se toman con base en sus méritos técnicos, sino en función de criterios electorales cortoplacistas; que las preferencias de los electores en estados como Oaxaca pueden ser ignoradas o utilizadas como moneda de cambio en cualquier negociación cupular; que Felipe Calderón estaba dispuesto a intercambiar la permanencia del PRI a cambio de una bolsa de dinero o de la "gobernabilidad", construida a base de chantajes.
Y llevamos 10 años de pactos de este tipo; pactos PRI-PAN negociados de espaldas a la opinión pública que le han permitido a los panistas gobernar al país, pero sin poder transformarlo verdaderamente. Al ir de la mano con los artífices del pasado, Vicente Fox y Felipe Calderón han promovido su resurrección. Al decirle al PRI que cualquier cosa es negociable, el PAN ha acabado cediéndolo todo. Al sucumbir -una y otra vez- a la presión de Pritramposaurios como Ulises Ruiz, el PAN ha acabado acorralado por ellos. Como botón de muestra basta lo que Gómez Mont estuvo dispuesto a negociar sin ruborizarse siquiera: la rendición adelantada de su partido en la siguiente temporada electoral. Ahora, por fin, parece que el pacto detrás de la Pax Prianista se ha roto y enhorabuena. Las alianzas PAN-PRD sugieren que Felipe Calderón no va simplemente a regresarle la banda presidencial al PRI, o entregar la plaza sin dar la pelea por su conservación.
Y para quienes critican este viraje estratégico, lamentando que producirá la parálisis legislativa, la falta de gobernabilidad, la ausencia de reformas, la "ventanilla cerrada" ante las propuestas presidenciales, basta con recordar algo crucial. En alianza con el Partido Verde, el PRI es mayoría en el Congreso. Y aún así, ¿dónde está la reforma fiscal profunda? ¿La reforma política integral? ¿La reforma laboral modernizadora? ¿La reforma energética competitiva? ¿La reforma a la Ley de Medios y a la Ley de Competencia Económica? Si el PRI quisiera, podría elaborar, proponer, negociar y aprobar reformas de largo alcance. Pero no lo hace ni lo hará, debido al tipo de intereses monopólicos que defiende, al tipo de pactos corporativos que mantiene, al tipo de políticos malolientes que apuntala. El PAN se ha equivocado al negociar pactos que huelen a podrido, pero no olvidemos que el PRI es responsable de su mal olor.
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