Miguel Nazar Haro parecía desde hace años un abuelo cariñoso. Menudo, chupado por la vida y, sobretodo, por los problemas judiciales que aguantó por una década; pero siempre claro del papel que jugó en la historia negra de México. Nazar Haro, el arquetipo del policía político inescrupuloso y tallado en acero, acusado de tortura y asesinato que murió en su casa este jueves, nunca se doblegó. No cometió crímenes, dijo una vez, sirvió, protegió y salvaguardó al Estado mexicano.
Pero ese Estado, cuando lo persiguió desde 2003 para que rindiera cuentas sobre su participación en los años de la Guerra Sucia, lo lastimó en los últimos años de su vida. Nazar Haro siempre se dijo un soldado en los tiempos de otra guerra, la Guerra Fría, donde enfrentó al comunismo y a sus expresiones ideológicas en México, como los movimientos armados. Pero, llevarlo a juicio por crímenes que le achacaron en los años 70 cuando estuvo al frente de la Dirección Federal de Seguridad, cuyo acrónimo era DFS, fue un pago miserable por los servicios cumplidos.
Una vez, en una entrevista en su casa recién salido de la cárcel de Topo Chico en Monterrey, recordó el episodio de Gustavo Hirales, que fue miembro de la Liga Comunista 23 de Septiembre y señalado de haber participado en el secuestro y muerte del jefe del Grupo Monterrey, Bernardo Garza Sada, que mientras a él lo llevaban ante el ministerio público, el ex guerrillero cobraba como asesor del procurador general de la República. “Para haber sabido”, decía Nazar Haro, “yo hubiera sido guerrillero mejor, y no policía. Les dan más reconocimiento a ellos y no a los que defendieron a su país”.
Nazar Haro lo hizo de una manera intransigente con aquellos a quienes consideraba enemigos de la nación. Fue jefe de la policía política, la temible DFS, cuya fama pública palidecía ante la realidad que se veía en su sede, un oscuro edificio en la Plaza de la República, frente al Monumento a la Revolución, de ventanas tapiadas y oficinas blindadas aún detrás del blindaje de la institución, con muros de piedra y cemento que parecían gritar de tantas personas que ahí se quebraron ante interrogatorios sin alma.
Como tigre al acecho
La Federal de Seguridad era la encargada de espiar a toda aquella persona que pudiera ser fuente de información o que se considerara enemiga del sistema. Nazar Haro se preciaba de haber construido un sistema de inteligencia como nunca antes había existido en México. Era verdad. Fue él quien empezó una nueva era en el aparato de inteligencia. De Israel obtuvo la tecnología para los primeros aparatos de decodificación de mensajes cifrados, y de Estados Unidos obtuvo la capacitación para operaciones encubiertas, que incluía un vasto vestuario para disfraces, método que aún se sigue usando.
Nazar Haro no sólo introdujo la modernidad en la Dirección Federal de Seguridad, sino como el temido J. Edgar Hoover en el FBI, inyectó una mística que aún se recuerda. Cuando Nazar Haro fue detenido en 2004 en el sur de la ciudad de México, el más alto jefe policial que llegó a supervisar personalmente el arresto lo trató con deferencia y le pidió que él y su escolta, guardaran las armas, porque iban a cumplir la orden y lo que menos querían eran muertos.
Le dijo que él había crecido en el aparato de inteligencia leyendo sus manuales y experiencias, y aprendiendo de ellas. Nazar Haro lo escuchó sin caer en las lisonjas, pero ordenó a sus escoltas entregar las armas y fue detenido por Genaro García Luna, hoy secretario de Seguridad Pública Federal.
Nazar Haro sí transformó la actitud de la policía política mexicana. Desde que era segundo en comando durante el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, hasta que fue su cabeza durante el de José López Portillo; refinó los sistemas de espionaje, inteligencia y contrainteligencia, alineando a México con Estados Unidos en su lucha contra la ex Unión Soviética, lo que lo convirtió en un “activo” para la CIA que a finales de los 70 le ayudó a no ir a la cárcel en Estados Unidos, cuando un juicio sobre contrabando de automóviles en San Diego, donde él y varios de sus viejos comandantes estaban involucrados, fue sobreseído por un juez federal por razones de seguridad nacional.
Fue Nazar Haro quien hizo el primer filme de la DFS, un material confidencial hasta hace pocos años, pero que él mostraba orgulloso a quien lo visitara en su casa. La película, que ya había sido transferida a un sistema Beta, iniciaba con la imagen de un tigre, que él había escogido como emblema de la policía política. Nazar Haro había inyectado de tigres a la institución, cuyo lema era una alegoría a este felino:
“Es un animal poderoso que no rehúye al peligro. Ataca de frente. Prefiere actuar en silencio y observar lo que otros seres no alcanzan a ver. Es intuitivo e inteligente. Rápido y seguro. Cauto y astuto. No es arrogante como el león, ni hiere por placer como el leopardo. Así debe ser un agente de la DFS”.
Como debía de ser, en realidad, era como él, que se había proyectado en la imagen del tigre. Nazar Haro, que en cada una de las oficinas que ocupó solía colocar su pistola sobre la mesa, estaba rodeado por una fama de infligir violencia extrema sin mayor remordimiento para dar resultados a sus jefes. Una persona que trabajó cerca de él no se atreve a decir que él mismo torturaba, aunque llegó a oírlo interrogar a un guerrillero que cuando se negaba a responder, recibía un balazo en la pierna. Un caso público fue en la prisión en Mérida en los 70, donde estallo un motín. En la puerta ordenó frenar el paso de la prensa y entró encabezando a los policías, que retomaron el penal en unas horas y dejaron a varios presos muertos en circunstancias nunca aclaradas.
La guerrilla
Por acusaciones de torturador, Nazar Haro fue perseguido por un fiscal especial para los delitos de la Guerra Sucia, Ignacio Carrillo Prieto, que lo más que logró fue enviarlo una temporada corta a la cárcel y mantenerlo en arraigo domiciliario. Nazar Haro no era un hombre fácil de quebrar y que hablara fuera de la institucionalidad. En aquella entrevista en su casa, el periodista le preguntó si alguna vez había torturado. “Pues si me enseñan a torturar, puede que aprenda”. ¿Alguna vez ha matado?, se le insistió. “¿Asesino?”, respondió sin que le gustara la pregunta. “Nunca he matado ni una mosca y menos a un hombre”.
Nazar Haro sabía guardar secretos, algo en lo que había crecido y se había cultivado toda la vida. No podía ser de otra manera, pues durante casi dos décadas tuvo a su cargo los asuntos más delicados para la seguridad interna del país. Fue en esa lógica cuando la DFS a su cargo constituyó 13 departamentos, uno de ellos el C-047, el más secreto de todos, responsable de las Operaciones Clandestinas y dentro del cual se encontraba adscrita la Brigada Especial, autodenominada Brigada Blanca, por sus miembros, que sería el claroscuro de su vida.
La Brigada Especial nació en el gobierno de Luis Echeverría, tras bombazos en la Secretaría de Gobernación, en Telesistema Mexicano (hoy Televisa), en el PRI, asaltos bancarios y el primer secuestro político reconocido, el del entonces director de Aeropuertos, Julio Hirshfield Almada. Era la guerrilla la autora de todos esos eventos, que había recogido el espíritu guevarista de la Tricontinental de La Habana para crear focos guerrilleros y múltiples vietnams en todas partes.
Las guerrillas mexicanas recibían dinero directamente de la Unión Soviética, que también les abrió las puertas para adiestramiento. Otro tipo de instrucción guerrillera fue aportada por Corea del Norte. Aquella Guerra Fría en cuyo contexto combatió Nazar Haro era profundamente ideológica, pero para él, era sólo un asunto de policías y delincuentes que querían tomar el poder. Lo suyo era una lucha contra la delincuencia del fuero común y nunca respetó a sus adversarios. Nunca podría hacerlo, decía, “ante todo lo que está en contra de nuestro país con un gobierno legalmente constituido”.
Su forma lineal y abrupta de ver a quienes fueron sus adversarios, y la manera como se fue aniquilando a la guerrilla en México, alimentaron su fama pública y la imagen negativa ante la sociedad. Nazar Haro pareció ser durante largo tiempo el emblema de la política de las cañerías, el hombre que se ensuciaba las manos para extraer toda la suciedad de cualquiera para chantajear políticamente. Hay un sector de la sociedad que siempre lo repudió y quiso que muriera en la cárcel. Pero hay otro, mucho más silencioso, que piensa diferente. Es un sector en el cual se daba ánimo Nazar Haro en los momentos más difíciles, los empresarios.
Cuando estuvo preso en Topo Chico, sus compañeros de penal tuvieron la mejor alimentación en su historia. Nazar Haro fue el responsable, pues como agradecimiento de lo que había hecho por Garza Sada y en contra de la Liga Comunista 23 de Septiembre, los empresarios enviaban diariamente decenas de kilos de comida a la cárcel –incluidas piernas enteras de jamón serrano–, que al ser imposible que las comiera el policía prisionero, se repartía en toda la población carcelaria.
Los empresarios de Monterrey no eran los únicos agradecidos. Nazar Haro guardaba como trofeo más de 90 cartas de empresarios de varias partes del país por haber resuelto sus problemas de secuestro, y las presumía con su interlocutor como un argumento adicional del reconocimiento a lo que había sido su trabajo.
No todos en el país lamentarán su muerte de la misma manera. Habrá quien se sabrá frustrado porque nunca pudieron hacer que pagara todo por lo que lo acusaron, en la cárcel. Pero habrá también quien en silencio le vuelva a dar las gracias por haber sido ese soldado del Estado Mexicano, el último combatiente de la Guerra Fría, que siempre afirmó haber cumplido con las órdenes y su trabajo, sin preocuparse jamás por cómo se escribiría su biografía.
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Pero ese Estado, cuando lo persiguió desde 2003 para que rindiera cuentas sobre su participación en los años de la Guerra Sucia, lo lastimó en los últimos años de su vida. Nazar Haro siempre se dijo un soldado en los tiempos de otra guerra, la Guerra Fría, donde enfrentó al comunismo y a sus expresiones ideológicas en México, como los movimientos armados. Pero, llevarlo a juicio por crímenes que le achacaron en los años 70 cuando estuvo al frente de la Dirección Federal de Seguridad, cuyo acrónimo era DFS, fue un pago miserable por los servicios cumplidos.
Una vez, en una entrevista en su casa recién salido de la cárcel de Topo Chico en Monterrey, recordó el episodio de Gustavo Hirales, que fue miembro de la Liga Comunista 23 de Septiembre y señalado de haber participado en el secuestro y muerte del jefe del Grupo Monterrey, Bernardo Garza Sada, que mientras a él lo llevaban ante el ministerio público, el ex guerrillero cobraba como asesor del procurador general de la República. “Para haber sabido”, decía Nazar Haro, “yo hubiera sido guerrillero mejor, y no policía. Les dan más reconocimiento a ellos y no a los que defendieron a su país”.
Nazar Haro lo hizo de una manera intransigente con aquellos a quienes consideraba enemigos de la nación. Fue jefe de la policía política, la temible DFS, cuya fama pública palidecía ante la realidad que se veía en su sede, un oscuro edificio en la Plaza de la República, frente al Monumento a la Revolución, de ventanas tapiadas y oficinas blindadas aún detrás del blindaje de la institución, con muros de piedra y cemento que parecían gritar de tantas personas que ahí se quebraron ante interrogatorios sin alma.
Como tigre al acecho
La Federal de Seguridad era la encargada de espiar a toda aquella persona que pudiera ser fuente de información o que se considerara enemiga del sistema. Nazar Haro se preciaba de haber construido un sistema de inteligencia como nunca antes había existido en México. Era verdad. Fue él quien empezó una nueva era en el aparato de inteligencia. De Israel obtuvo la tecnología para los primeros aparatos de decodificación de mensajes cifrados, y de Estados Unidos obtuvo la capacitación para operaciones encubiertas, que incluía un vasto vestuario para disfraces, método que aún se sigue usando.
Nazar Haro no sólo introdujo la modernidad en la Dirección Federal de Seguridad, sino como el temido J. Edgar Hoover en el FBI, inyectó una mística que aún se recuerda. Cuando Nazar Haro fue detenido en 2004 en el sur de la ciudad de México, el más alto jefe policial que llegó a supervisar personalmente el arresto lo trató con deferencia y le pidió que él y su escolta, guardaran las armas, porque iban a cumplir la orden y lo que menos querían eran muertos.
Le dijo que él había crecido en el aparato de inteligencia leyendo sus manuales y experiencias, y aprendiendo de ellas. Nazar Haro lo escuchó sin caer en las lisonjas, pero ordenó a sus escoltas entregar las armas y fue detenido por Genaro García Luna, hoy secretario de Seguridad Pública Federal.
Nazar Haro sí transformó la actitud de la policía política mexicana. Desde que era segundo en comando durante el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, hasta que fue su cabeza durante el de José López Portillo; refinó los sistemas de espionaje, inteligencia y contrainteligencia, alineando a México con Estados Unidos en su lucha contra la ex Unión Soviética, lo que lo convirtió en un “activo” para la CIA que a finales de los 70 le ayudó a no ir a la cárcel en Estados Unidos, cuando un juicio sobre contrabando de automóviles en San Diego, donde él y varios de sus viejos comandantes estaban involucrados, fue sobreseído por un juez federal por razones de seguridad nacional.
Fue Nazar Haro quien hizo el primer filme de la DFS, un material confidencial hasta hace pocos años, pero que él mostraba orgulloso a quien lo visitara en su casa. La película, que ya había sido transferida a un sistema Beta, iniciaba con la imagen de un tigre, que él había escogido como emblema de la policía política. Nazar Haro había inyectado de tigres a la institución, cuyo lema era una alegoría a este felino:
“Es un animal poderoso que no rehúye al peligro. Ataca de frente. Prefiere actuar en silencio y observar lo que otros seres no alcanzan a ver. Es intuitivo e inteligente. Rápido y seguro. Cauto y astuto. No es arrogante como el león, ni hiere por placer como el leopardo. Así debe ser un agente de la DFS”.
Como debía de ser, en realidad, era como él, que se había proyectado en la imagen del tigre. Nazar Haro, que en cada una de las oficinas que ocupó solía colocar su pistola sobre la mesa, estaba rodeado por una fama de infligir violencia extrema sin mayor remordimiento para dar resultados a sus jefes. Una persona que trabajó cerca de él no se atreve a decir que él mismo torturaba, aunque llegó a oírlo interrogar a un guerrillero que cuando se negaba a responder, recibía un balazo en la pierna. Un caso público fue en la prisión en Mérida en los 70, donde estallo un motín. En la puerta ordenó frenar el paso de la prensa y entró encabezando a los policías, que retomaron el penal en unas horas y dejaron a varios presos muertos en circunstancias nunca aclaradas.
La guerrilla
Por acusaciones de torturador, Nazar Haro fue perseguido por un fiscal especial para los delitos de la Guerra Sucia, Ignacio Carrillo Prieto, que lo más que logró fue enviarlo una temporada corta a la cárcel y mantenerlo en arraigo domiciliario. Nazar Haro no era un hombre fácil de quebrar y que hablara fuera de la institucionalidad. En aquella entrevista en su casa, el periodista le preguntó si alguna vez había torturado. “Pues si me enseñan a torturar, puede que aprenda”. ¿Alguna vez ha matado?, se le insistió. “¿Asesino?”, respondió sin que le gustara la pregunta. “Nunca he matado ni una mosca y menos a un hombre”.
Nazar Haro sabía guardar secretos, algo en lo que había crecido y se había cultivado toda la vida. No podía ser de otra manera, pues durante casi dos décadas tuvo a su cargo los asuntos más delicados para la seguridad interna del país. Fue en esa lógica cuando la DFS a su cargo constituyó 13 departamentos, uno de ellos el C-047, el más secreto de todos, responsable de las Operaciones Clandestinas y dentro del cual se encontraba adscrita la Brigada Especial, autodenominada Brigada Blanca, por sus miembros, que sería el claroscuro de su vida.
La Brigada Especial nació en el gobierno de Luis Echeverría, tras bombazos en la Secretaría de Gobernación, en Telesistema Mexicano (hoy Televisa), en el PRI, asaltos bancarios y el primer secuestro político reconocido, el del entonces director de Aeropuertos, Julio Hirshfield Almada. Era la guerrilla la autora de todos esos eventos, que había recogido el espíritu guevarista de la Tricontinental de La Habana para crear focos guerrilleros y múltiples vietnams en todas partes.
Las guerrillas mexicanas recibían dinero directamente de la Unión Soviética, que también les abrió las puertas para adiestramiento. Otro tipo de instrucción guerrillera fue aportada por Corea del Norte. Aquella Guerra Fría en cuyo contexto combatió Nazar Haro era profundamente ideológica, pero para él, era sólo un asunto de policías y delincuentes que querían tomar el poder. Lo suyo era una lucha contra la delincuencia del fuero común y nunca respetó a sus adversarios. Nunca podría hacerlo, decía, “ante todo lo que está en contra de nuestro país con un gobierno legalmente constituido”.
Su forma lineal y abrupta de ver a quienes fueron sus adversarios, y la manera como se fue aniquilando a la guerrilla en México, alimentaron su fama pública y la imagen negativa ante la sociedad. Nazar Haro pareció ser durante largo tiempo el emblema de la política de las cañerías, el hombre que se ensuciaba las manos para extraer toda la suciedad de cualquiera para chantajear políticamente. Hay un sector de la sociedad que siempre lo repudió y quiso que muriera en la cárcel. Pero hay otro, mucho más silencioso, que piensa diferente. Es un sector en el cual se daba ánimo Nazar Haro en los momentos más difíciles, los empresarios.
Cuando estuvo preso en Topo Chico, sus compañeros de penal tuvieron la mejor alimentación en su historia. Nazar Haro fue el responsable, pues como agradecimiento de lo que había hecho por Garza Sada y en contra de la Liga Comunista 23 de Septiembre, los empresarios enviaban diariamente decenas de kilos de comida a la cárcel –incluidas piernas enteras de jamón serrano–, que al ser imposible que las comiera el policía prisionero, se repartía en toda la población carcelaria.
Los empresarios de Monterrey no eran los únicos agradecidos. Nazar Haro guardaba como trofeo más de 90 cartas de empresarios de varias partes del país por haber resuelto sus problemas de secuestro, y las presumía con su interlocutor como un argumento adicional del reconocimiento a lo que había sido su trabajo.
No todos en el país lamentarán su muerte de la misma manera. Habrá quien se sabrá frustrado porque nunca pudieron hacer que pagara todo por lo que lo acusaron, en la cárcel. Pero habrá también quien en silencio le vuelva a dar las gracias por haber sido ese soldado del Estado Mexicano, el último combatiente de la Guerra Fría, que siempre afirmó haber cumplido con las órdenes y su trabajo, sin preocuparse jamás por cómo se escribiría su biografía.
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