- - . KIKKA: Lorenzo Meyer
BUSCA, BUSCADOR

Buscar este blog

Mostrando las entradas con la etiqueta Lorenzo Meyer. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Lorenzo Meyer. Mostrar todas las entradas

domingo, 24 de mayo de 2009

Moho: Jorge Moch: Cabezalcubo

Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
Moho
..
La televisión trasmina sus usos y costumbres tal que moho, insidioso y perpetuo, a muchos otros ámbitos de la sociedad mexicana. Es cosa común que de las telenovelas no poca gente ha aprendido malas maneras de incordiar al prójimo; he visto pleitos de vecinos, acaloradas discusiones donde nunca falta la damita que, exacerbado el ánimo hasta la rabia, profiere insultos o amenazas con aires de diva malvada de la novela de moda. En los años ochenta, de particular y nefasta estética popular, abundaron las catalinas creel con y sin parche en la jeta.

Yo tengo una tía abuela detestable, de ésas que es imposible imaginar parientas de uno y que es así, villana odiosa sacada de una de sus amadas telenovelas, nomás gastando el calendario en inventarse cómo chingar, porque lo suyo no es molestar, ni abusar, ni interpelar, ni juzgar, sino eso, chingar al prójimo, y no hay modo en la vida real de sacarla del libreto. O sí hay, pero tampoco pienso sacrificar mi vida en chirona por su triste memoria…
Una de las facetas más lamentables del modelo de televisión comercial que padecemos en México es su voracidad infinita, su insondable avidez por el dinero. Ello, primero que nada, ha ido trivializando y tugurizando el ideario colectivo de la sociedad, permeando desde luego una clase política que sobradas muestras ha dado ya de que lo suyo es el negocio y no el servicio público. Pero al mismo tiempo y más en concreto está el efecto que la televisión comercial ejerce, ahora que la administración pública está en manos del mercachifle, en la televisión pública, es decir, la que es potestad de la nación, y que al menos en la teoría debería ser administrada y operar en beneficio del bagaje cultural del mexicano y como un refuerzo toral de nuestra cultura y el ya carcomido tejido social. Pero los más recientes relevos de directores, por ejemplo, en Canal 22 y Canal Once, que ahora se llama Once tv , dan cuenta de hacia qué rumbos de procelosas aguas enfilan sus quillas.

A la llegada de Jorge Volpi a la dirección de Canal 22 hubo cambios en la programación que no fueron del agrado popular. No pocos protestamos cuando vimos en la barra programática del 22 sendos dibujos animados japoneses a los que se pretendió justificar como parte de la cultura popular y representativos de un género importante de las artes audiovisuales. Afortunadamente, al poco tiempo la dirección del canal reculó ante tamaño despropósito y la programación sufrió oportunos reajustes. El otro caso, el de Canal Once, a partir de la llegada a la dirección de Fernando Sariñana, ostenta otras aristas menos inocuas. Para empezar, Sariñana no es egresado del Instituto Politécnico Nacional, al que desde el origen pertenece el canal. Además, Sariñana es el único cineasta que se pronunció a favor de Felipe Calderón cuando éste candidateaba por la derecha para la Presidencia.

Él mismo ha dicho en varias ocasiones que se precia de ser amigo personal del chaparrito pelón de lentes, así que no es difícil pensar que su puesto es fruto de una de las más atroces costumbres de la históricamente corrupta clase política de este país: el amiguismo. Lo primero que hizo Sariñana fue echar a andar un proyecto que pretende modificar lo que era Canal Once para acercarlo más a la dinámica de un canal de Televisa o tv Azteca que a lo que se supone que debe ser un canal cultural del Estado. Como clara muestra de continuismo en la política del gobierno de Calderón de tamizar, maquillar, ocultar o de plano suprimir las visiones críticas de su administración y el país, se propuso eliminar –quitándolas de la programación o sutilmente enviándolas al matadero de las audiencias situándolos en horarios tardíos– aquellas producciones “incómodas” al discurso gubernamental como Primer plano, el panel de discusión en que brillan analistas como Lorenzo Meyer y Sergio Aguayo, o el programa de entrevistas de Cristina Pacheco.

Las feroces críticas no se hicieron esperar y nuevamente la derecha, metida a producir televisión de interés social, ha tenido que dar marcha atrás. Por el momento. A ver en breve con qué desbarre nos salen, en aras del rating que, cualquiera con dos dedos de frente lo sabe, no es el indicador adecuado con que se pueda evaluar la lealtad del público, siempre menor al de la televisión comercial tan llenecita de oropeles y basura disfrazada de entretenimiento, de la televisión cultural en un país como el nuestro tan asediado por necesidades impostergables y bien calculadas, perversas distracciones.

kikka-roja.blogspot.com/

jueves, 21 de mayo de 2009

El círculo cerrado: Lorenzo Meyer

AGENDA CIUDADANA
El círculo cerrado
Lorenzo Meyer
21 May. 09

En esta etapa resulta imposible saber cuándo y cómo se iniciará la regeneración política de México

¿Sin salida?

En México, el círculo de lo político pareciera haberse cerrado: lo antiguo no funciona pero persiste porque lo nuevo ni siquiera tuvo la oportunidad de cuajar. El grueso de la sociedad está insatisfecho con el arreglo en que mal operan las instituciones públicas, pero esa insatisfacción carece de salida práctica porque el juego del poder está dominado por un sistema de partidos que no está en capacidad de desempeñar su papel como representante de los intereses mayoritarios. Como conjunto nacional México no avanza, sólo gira sobre un mismo punto, está estancado.

En nuestro camino hacia ninguna parte, los comicios en puerta son un ejemplo de esta ausencia de salida. Las elecciones por venir se asemejan insoportablemente a las que hemos tenido desde siempre: votaciones donde no está en juego una disyuntiva real sino un mero recambio de personal. Es por ello que las elecciones son básicamente forma -muy costosa- sin contenido. Ninguna de las oligarquías que controla a los tres grandes partidos tiene la posibilidad y menos la voluntad de ofrecer una solución a la mediocridad, a la decadencia de la vida pública. Para ellas, estos malos tiempos resultan ser muy buenos: disponen de dinero público y, en la práctica, no hay forma de pedirles cuentas.

La vieja legitimidad -aquélla basada en el crecimiento de la economía y el mantenimiento del orden- se agotó hace poco más de un cuarto de siglo y la nueva duró apenas un suspiro. Lo que hoy domina es una clase política sin clase, inmersa en la corrupción por las vías descritas o aceptadas recientemente por el ex presidente Miguel de la Madrid en una entrevista que dio a Carmen Aristegui y donde admitió sin ambages que la impunidad es el elemento indispensable y dominante de la forma prevalente de ejercer el poder en México.

Es verdad que inmediatamente después de la difusión de lo dicho por De la Madrid, el círculo dirigente priista le obligó a retractarse públicamente, pero las propias circunstancias en que se dio esa retracción -la presión abierta ejercida por los incondicionales del ex presidente Carlos Salinas, a quien De la Madrid acusó de enriquecimiento tan explicable como ilegítimo- y la total ausencia de reacción del actual gobierno ante las acusaciones de un ex Presidente contra otro, simplemente sirvieron para confirmar las sospechas sobre la naturaleza de la oligarquía que domina la vida pública mexicana.

Por otra parte, un personaje secundario -el ex contratista Carlos Ahumada-, pero observador participante de la corrupción de las cúpulas políticas mexicanas, acaba de describir con detalle en el libro Derecho de réplica, ese modus operandi. La clase política mexicana está dividida por siglas de partidos y está enfrascada en una lucha interna por el control de las fuentes de riqueza, pero a la vez conforma una elite unida por sus prácticas, sus privilegios y la ausencia de sentido de dignidad y grandeza.

El antiguo régimen hizo suyo al nuevo

En el año 2000 era válido suponer que en México moría un viejo régimen político y que ese evento histórico -la derrota electoral del PRI y su reconocimiento- llevaría al nacimiento de otro régimen, de otro México. Por algún tiempo, quizá hasta el 2004 o el 2006 hubo elementos objetivos -cada vez menos- para sostener esa interpretación. Sin embargo, a partir de la forma en que se dieron las últimas elecciones presidenciales y de lo ocurrido desde entonces, ya no fue posible sostener con credibilidad el supuesto de que nuestro país vivía en un marco democrático y, como consecuencia, eran posibles la vigencia del Estado de derecho y la consolidación de la democracia.

El contexto cotidiano del México de hoy es uno donde dominan casi todas las características negativas que definieron la vida pública de por lo menos los últimos 70 años pero con agravantes: la inseguridad está peor y la economía simplemente ya no crece. Lo políticamente nuevo -básicamente la pérdida de poder de la llamada "presidencia imperial"- quedó neutralizado por la forma no democrática en que se ejerce ese poder en su nueva locación: en los gobiernos estatales, en el Legislativo o en las zonas de la economía dominadas por los poderes fácticos (los únicos que verdaderamente se han beneficiado del supuesto cambio).

Un cambio que se frustró

El autoritarismo político mexicano nunca fue el más brutal de su especie, pero la masacre de 1968 marcó el momento en que las formas de sostenerse se hicieron disfuncionales. A ojos de muchos, un sistema que no encontró otra forma de resolver una protesta estudiantil -de las que hubo tantas en el mundo en ese entonces- que con un asesinato masivo y que, además, hacía lo mismo con la protesta rural, no tenía futuro.

Para otros, notoriamente el grupo empresarial, la represión política no era siquiera problema, pero sí lo era el que desde los 1970 y sobre todo a partir de 1982 el sistema se mostrara incapaz de sostener el crecimiento económico rápido. Desde el exterior -Estados Unidos-, el atractivo del régimen mexicano a partir del final de la Segunda Guerra Mundial había sido su eficacia como neutralizador de la izquierda. Pero a fines de los 1980, al terminar la Guerra Fría, esa virtud dejó de ser importante y, en cambio, empezaron a ser evidentes sus inconvenientes, en especial la corrupción, que interfería con el buen funcionamiento del mercado y además abonaba el terreno para la inseguridad y el crecimiento de los cárteles de la droga. Por ésas y otras razones de la misma naturaleza, el sistema priista perdió legitimidad y tanto la oposición de derecha como de izquierda pudieron echar a andar proyectos para reemplazarlo.

En principio, estas oposiciones de ambos extremos del espectro ideológico convergieron en su propuesta de un sistema político moderno, competitivo, pluralista, democrático. Desde la óptica de la izquierda, la revolución ya no era el único camino hacia la justicia social. Desde la visión de la derecha, la democracia política era la vía hacia una economía más dinámica, menos sujeta al chantaje de la burocracia y más asentada en el Estado de derecho. Sin embargo, el encuentro con los privilegios del poder, distorsionó ambos proyectos.

Una vez en "Los Pinos", la derecha panista encabezada por Vicente Fox concluyó que la democracia política no le interesaba si eso significaba la posibilidad de que llegara a la Presidencia Andrés Manuel López Obrador (AMLO) o cualquier grupo político montado en una movilización de las clases populares -a las que desde el siglo XIX habían visto como peligrosas- y proponiendo como centro de su plataforma electoral un Estado más activo y una redistribución del ingreso.

El resultado de ese temor fue una alianza entre el grupo que llegó a la Presidencia en el 2000 y el que la había tenido desde 1929. A veces esa asociación fue explícita -Elba Esther Gordillo y Fox, por ejemplo- y otras tácita -la que se dio entre el gobierno federal panista y los cuestionados gobernadores priistas de Puebla o Oaxaca. Frutos de esta asociación fueron, entre otros, el desafuero de AMLO en 2004, la composición del IFE o el apoyo a la toma de posesión de Felipe Calderón en 2006.

Por otra parte, no hay duda que si Carlos Ahumada pudo grabar sus devastadores videos sobre los actos de corrupción de René Bejarano, Carlos Ímaz y Gustavo Ponce fue porque antes ya había fallado la fibra moral de partes importantes del PRD. Las fuertes divisiones dentro de la izquierda apenas si lograron mantenerse bajo control hasta julio del 2006, pero a partir de su derrota, esas escisiones se manifestaron de manera espectacular y destructiva. Con apoyo de la autoridad electoral, los adversarios de AMLO tomaron el control del PRD y le negaron apoyo a su esfuerzo de largo plazo por dar forma a un auténtico movimiento social. Hoy por hoy, el grueso del PRD está más empeñado en mantener sus parcelas de poder -puestos y manejo del presupuesto del partido, delegaciones en la capital, gubernaturas, curules, presidencias municipales- que en arriesgarlas para enfrentarse de verdad con la elite del poder en un proyecto de cambio.

Tiempo sin horizonte

La única fuerza política aún empeñada en la búsqueda de una salida al círculo cerrado en que se encuentra el proceso político mexicano es la encabezada por AMLO. Sin embargo, el gran poder de sus adversarios combinado con la desilusión colectiva con la política -con cualquier política- hace que la construcción de la alternativa desde la izquierda y desde la base no logre recuperar el terreno perdido en 2006.

Por ahora, el tiempo mexicano es uno donde aún no se vislumbra el horizonte ni es posible saber cuándo ni por dónde se percibirá.
kikka-roja.blogspot.com/

jueves, 14 de mayo de 2009

LIBRO: LAS RAICES DEL NACIONALISMO PETROLERO: LORENZO MEYER


¿Cuál es la razón a la luz de la historia por la que la industria petrolera define y resume el esfuerzo nacionalista más grande realizado?
Editorial / Colección Océano / Historia de México
Lorenzo Meyer nos da una lección apasionante de lo que fue el trayecto de un largo esfuerzo nacionalista, cuyo origen antecede incluso a la Revolución Mexicana. La reivindicación de la propiedad de la riqueza petrolera, a través de la modificación de su naturaleza legal, fue parte de un enfrentamiento de intensidad diversa con las empresas extranjeras y los gobiernos que las respaldaban desde, por lo menos, 1905. Desde luego que el Congreso Constituyente de 1916, al autorizar el párrafo IV del nuevo artículo 27 constitucional, agudizaron el enfrentamiento. Y a partir de ese momento, lo que estuvo en juego ya no fue sólo la riqueza petrolera sino la calidad misma de un país como nación. Lorenzo Meyer no se guarda detalle: con puntualidad, relata, consigna, hechos, circunstancias y desenlaces hasta ponernos frente a ese episodio enorme en el que, por supuesto hubo de todo: traidores, masiosares, pusilánimes, corruptos pero, también, y bastantes, honestos y nacionalistas.

Lorenzo Meyer escribió un libro de historia que, de inmediato, plantea serios asuntos políticos; por tanto, acaba por ser también por ser un libro de política o político. Para empezar, pone el autor sobre la mesa de análisis y discusión un dilema principalísimo: durante los primeros cuarenta años del siglo XX, al ponerse en juego el trayecto de lucha de facciones y modelos de país, lo que en realidad estuvo en riesgo fue la calidad de México como nación. Y así nos enteramos y comprendemos que gracias a un puñado de honestos, tercos, biennacidos que, desde principios del siglo, tuvieron claro que la expresión plena del nacionalismo se sustentaba en la democracia política, la mejor distribución de la riqueza y, sobre todo, la subordinación de los intereses extranjeros a los nacionales, México al final pudo ser nación en los treinta; después de revoluciones, luchas y enfrentamientos de todo tipo, en donde el capítulo empresas angloestadunidenses por el asunto de la industria petrolera fue protagónico por su larguísima duración: digamos, casi treinta años. SIGUE
kikka-roja.blogspot.com/

Algo está (muy) podrido en la Dinamarca mexicana: Lorenzo Meyer

AGENDA CIUDADANA
Algo está (muy) podrido en la Dinamarca mexicana
Lorenzo Meyer
14 May. 09

La corrupción en la Dinamarca de Shakespeare es cosa sin importancia frente a la nuestra. Aquí, ni Hamlet sería inocente

Confirmación

Esta columna sostuvo la semana pasada que la recién nacida democracia electoral mexicana había entrado en decadencia sin haber conocido un periodo de apogeo. Y como si la realidad deseara confirmar esa hipótesis, Carlos Ahumada, el tristemente célebre contratista del gobierno capitalino enredado en una red de corrupción, lanzó ese mismo día un libro -Derecho de réplica (Grijalbo, 2009)- donde detalla una trama de escándalo y chantaje en la que él intervino en el 2004 y que sirvió de telón de fondo a la última campaña presidencial.

Como es sabido, a mediados del sexenio pasado, Ahumada grabó varias instancias en que él entregó dinero -fajos de billetes en un caso- a dirigentes del PRD -René Bejarano y Carlos Ímaz- o en que captó a Gustavo Ponce, entonces secretario de Finanzas del Distrito Federal, apostando en un casino en Las Vegas. Ahumada explica ésas y otras entregas de dinero o regalos a personajes con poder político en el gobierno del Distrito Federal como parte del modus operandi de un contratista que deseaba mantener sus ligas y contratos en ciertas delegaciones del Distrito Federal. Sin embargo, al no lograr que el gobierno capitalino presidido por Andrés Manuel López Obrador (AMLO) respondiera como él deseaba -dándole el contrato para el "segundo piso" del Anillo Periférico-, decidió, con la mediación de un líder panista, Diego Fernández de Cevallos, vender ese material de escándalo al ex presidente Carlos Salinas, archienemigo político de AMLO, aspirante a la candidatura presidencial del PRD.

Una vez en manos de Salinas, el valor de esas grabaciones dio un salto cualitativo. A cambio de una fracción de lo que Ahumada pretendía obtener -apenas el 9 por ciento de los 400 millones de pesos demandados-, Salinas terminó por hacer una negociación que, de ser cierta, bien podría ser digna de los famosos casos de estudio de la Business School de Harvard. Y es que el ex Presidente, según Ahumada, logró que a cambio de hacer públicas tres grabaciones que mostraban la corrupción de personajes cercanos a AMLO, el gobierno de Vicente Fox liberara a su hermano Raúl, acusado de ser el autor intelectual del asesinato de Francisco Ruiz Massieu, le devolviera la fortuna que tenía depositada en el extranjero, y finalmente, que se pusiera en prisión a Gustavo Ponce, personaje que había sido clave en la acusación contra Raúl. Pero eso no fue todo, Salinas, según Ahumada, no sólo no le pagó al grabador de los videos la suma prometida, sino que los 35 millones de pesos que le entregó no salieron del bolsillo del ex Presidente, sino que se trató de fondos que aportaron los gobiernos de Tabasco y del estado de México y la lideresa del SNTE.

Una vez informado Fox de la naturaleza de los videos, y con el conocimiento y beneplácito del Presidente y de otros personajes del círculo foxista, como el secretario de Gobernación, el procurador general y el director del Cisen, Salinas negoció con la principal cadena nacional de televisión -Televisa- la forma en que entregarían y se presentarían las grabaciones para lograr el más alto impacto en la opinión pública y así destruir el capital político de quien ya se perfilaba como el principal candidato opositor y enemigo político de Salinas, Fox, el PAN y el PRI.

De ser cierto el testimonio de Ahumada, la ganancia política y material de Carlos Salinas y su familia fue total. Sin poner un centavo recuperó una fortuna y la libertad del hermano mayor. El escándalo de los videos impactó en los resultados del 2006 y Fox, el PAN y Felipe Calderón ganaron lo que el PRD y AMLO perdieron: la Presidencia. Para el PRI el resultado del proceso desatado por Ahumada tiene claroscuros, pero finalmente ese partido tiene hoy más posibilidades de negociar con quien oficialmente ganó por 0.5 por ciento que con un AMLO que entonces tenía posibilidades de un triunfo holgado.

No deja de tener su moraleja el que, en el universo de nuestra "gran política", Ahumada, un aprendiz de manipulador, terminó por ser manipulado cuando se asoció con Salinas, Diego Fernández de Cevallos, Elba Esther Gordillo o Juan Molinar, entre otros. Salinas le quedó a deber al contratista 365 millones de pesos. Además, tuvo que pasar mil 131 días en la cárcel, perder todas sus empresas de construcción y periodística y dejar el país. Lo realmente importante de una obra como Derecho de réplica no son su autor ni los numerosos personajes que aparecen en ella, sino el constatar a través de nombres, cargos y circunstancias, que la verdadera, la perdedora absoluta del escándalo, ha sido la joven democracia mexicana.

Juicios

La biografía, el contexto y el modo de operar de Carlos Ahumada -el propio de un empresario deshonesto como hay muchos- obligan al lector a ser cauto y no aceptar al pie de la letra la veracidad de la obra bajo examen. Sin embargo, la parte medular de Derecho de réplica cuadra con lo que ya se sabía o se sospechaba en torno a la corrupción en el sector público y a las enormes fallas de la supuesta democracia mexicana. En cualquier caso, la obra en cuestión obliga a juicios sobre el estado actual de la vida pública mexicana. El primer juicio es comprobar que casi al empezar a asumir sus primeras responsabilidades -y privilegios- como partido en el poder, una fracción de la dirigencia del PRD simplemente no estuvo a la altura de su historia y misión. Es decepcionante constatar cómo un empresario de segunda pudo tan fácilmente doblar la "fibra moral" de una parte de los cuadros de una izquierda que se suponía heredera de una ética forjada en la oposición y en el espíritu de sacrificio. Con tan sólo asumir un fragmento de las deudas del partido, poner a disposición de sus líderes aviones particulares, invitarles a sitios exclusivos, apoyar sus campañas o facilitarles dinero para unas vacaciones, un contratista como Ahumada pudo poner a su servicio a un segmento importante de un partido que se presentaba y efectivamente parecía la alternativa radical a la corrupción política endémica. Igualmente significativo es evidenciar cómo parte de la cúpula del PRD -Rosario Robles y su grupo- prefirió colaborar con los enemigos históricos de su partido a cambio de no ver en la Presidencia a un correligionario: a AMLO.

El segundo es constatar la superficialidad del compromiso democrático del PAN, un partido que supuestamente nació en 1939 para, entre otras cosas, poner fin al uso sistemático del poder gubernamental en beneficio de un partido. El uso de los videos de Ahumada como munición en la guerra del PAN contra el PRD y el PRI se entiende e incluso se acepta, pues la guerra sucia ya llegó para quedarse como parte normal del paisaje electoral. Lo que ya no es de ninguna manera aceptable, porque constituye un golpe a la esencia de la democracia y del supuesto Estado de Derecho, es la negociación que Ahumada describe entre Salinas y el gobierno -en la que intervino el Cisen, la Secretaría de Gobernación y la propia Presidencia- para que a cambio de poner a circular los videos en los medios masivos de información, se negociara la libertad de Raúl Salinas y el retorno de todos los fondos que el gobierno mexicano le había congelado por ser de procedencia ilícita.

La intervención y los efectos del papel que, según Ahumada, jugaron en este asunto a favor del PAN, el presidente Fox, el secretario y el subsecretario de Gobernación así como el director del Cisen, ponen a México de regreso a la época anterior al 2000, es decir, cuando el partido en el poder y gobierno eran una y la misma cosa. Hasta la pacotilla del relato de Ahumada revela el problema central de un régimen donde todo se puede negociar. El contratista corrupto metido a denunciante no deja muy bien parada a una Suprema Corte donde el ansia de poseer los videos puede influir en el nombramiento de sus ministros. Tampoco a la Iglesia Católica, pues el autor tiene a bien informarnos de algún donativo sustantivo para gastos particulares de un obispo y donde apenas el remanente sirve para obras piadosas.

La Dinamarca de Shakespeare era juego de niños

Cuando en una de las grandes tragedias de Shakespeare, el príncipe Hamlet asegura que "algo está podrido en Dinamarca", esa podredumbre está concentrada en el hipócrita rey Claudius: un gobernante que llegó al trono mediante el asesinato del gobernante legítimo, el padre de Hamlet. Si Shakespeare hubiera podido conocer e inspirarse en el México de la actualidad, ninguno de sus personajes hubiera salido limpio, ni siquiera "la dulce Ofelia" o el propio Hamlet. Y es que en nuestra Dinamarca lo realmente difícil no es determinar lo que está podrido, sino lo que aún puede considerarse sano.
kikka-roja.blogspot.com/

jueves, 23 de abril de 2009

AGENDA CIUDADANA: Lorenzo Meyer: ¿Falló la ciencia económica o los economistas?

AGENDA CIUDADANA
¿Falló la ciencia económica o los economistas?
Lorenzo Meyer
23 Abr. 09

Más que la teoría económica, fue el grueso de los economistas los que fallaron. Pero una minoría reivindica a su disciplina

Predecir la crisis

¿Cómo explicar que habiendo tantos doctorados en economía, el estallido de la nueva Gran Depresión Mundial haya tomado por sorpresa a casi todos los profesionales del ramo? Aquí en México, por ejemplo, quien está al frente de la Secretaría de Hacienda tiene un doctorado en economía de la justamente prestigiada Universidad de Chicago, y ese personaje nos aseguró hace apenas unos meses que si la economía norteamericana llegara a tener gripe, una economía mexicana bien cuidada por un equipo de tecnócratas bien pagados, apenas sufriría un "catarrito".

Bueno, el resultado no ha sido ése. Hoy, el gobierno se ha visto obligado a abrir una línea de crédito con el FMI por 47 mil millones de dólares más una línea "swap" por 30 mil millones de dólares con la Reserva Federal norteamericana para apuntalar un peso muy tambaleante por la caída en las exportaciones y en las remesas recibidas. Las cifras del INEGI nos dicen que el sector manufacturero ha caído ya 16.1 por ciento a tasa anual, que pese al compromiso electoral de crear un millón de empleos al año, el desempleo va en aumento y el Colegio de Economistas pronostica una caída del PIB del 5 por ciento para este año (Reforma, 15 de abril).

Hoy, el consuelo de los economistas del gobierno mexicano -que no de los mexicanos- pudiera ser que su mal es de muchos, pues sus contrapartes norteamericanos no han hecho mejor papel. El famoso Alan Greenspan, por ejemplo, jefe de la Reserva Federal de Estados Unidos entre 1987 y 2006 y llamado por muchos "the maestro", se equivocó de cabo a rabo en su manejo de la tasa de interés, en su despreocupación ante el surgimiento y expansión de "burbujas" como la hipotecaria y en su irresponsable confianza -basada más en ideología que en realidades- sobre el compromiso de "autorregulación" de las grandes instituciones financieras. Como todos sabemos, los grandes del crédito de ese mundo -Lehman Brothers, Bear Stearns, Goldman Sach, Merrill Lynch, AIG, Morgan Stanley, Wachovia, Citigroup, etcétera- especularon hasta reventar y la "autorregulación" resultó ser, en el mejor de los casos, un concepto vacío y, en el peor, un engaño criminal.

Ciencia

La incapacidad de predecir de los economistas hoy le está costando al mundo entero billones de dólares -el cálculo del Fondo Monetario sobre las pérdidas financieras es de más de 4 millones de millones (billones en español, trillones en inglés) de dólares-, una cadena interminable de quiebras, millones de empleos desaparecidos y la frustración del futuro de una parte sustantiva de los jóvenes que en países ricos y pobres debieran estar entrando a laborar para empezar a ser los "arquitectos de su propio destino" pero que hoy tienen cerradas las puertas del mercado.

Alguien puede alegar que la falta no es realmente de los economistas sino de la ciencia económica que, como el resto de las ciencias sociales, está muy lejos de poseer exactitud en la definición de sus conceptos e hipótesis. Se puede argumentar en su descargo que pese a la aparente sofisticación de la econometría -que permitió a los economistas y tecnócratas reclamar sitio aparte en las ciencias sociales-, realmente sus supuestos básicos, como el de la competencia o la información perfectas, la racionalidad en el proceso de elección y otras, siempre fueron irreales. En suma, que la culpa no es de Ambrosio, sino de su carabina.

Mucho hay de imperfección en la economía como ciencia, pero pese a las fallas del instrumento siempre hubo un grupo de economistas, entre los que destacan Paul Krugman y Joseph Stiglitz, quienes empleando las mismas herramientas teóricas que sus colegas predijeron, en tiempos y términos adecuados, que la crisis venía. Particularmente interesante es el caso de Ravi Batra, un economista hindú formado en Escuela de Economía de Delhi y en la Southern Illinois University y que actualmente es profesor en la Southern Methodist University, en Dallas.

Batra, según algunos de sus admiradores, hace tiempo que debió de haber recibido el Nobel de economía, pero justamente por haber anunciado de tiempo atrás la crisis en que hoy se encuentra el sistema económico mundial y sus razones en al menos dos libros -Greenspan's Fraud (Palgrave, 2005) y The New Golden Age: The Coming Revolution against Political Corruption and Economic Chaos (Palgrave, 2007)-, fue mal visto por el grueso de los profesionales de la economía. Examinando las ideas de Batra, es posible suponer que quizá la incapacidad de predicción del problema que hoy afecta a la economía mundial no se encuentra tanto en la ciencia económica misma sino en los economistas que la practican.

La idea central de Batra, tomada de uno de sus maestros en India, es que para hacer equivalente la oferta con la demanda -punto central de la teoría del equilibrio en el sistema económico- un aumento en esa oferta, cuyo origen es el incremento en la productividad del trabajo, debe ser compensado con un aumento equivalente en el incremento de la demanda mediante el alza de los salarios reales. Sin embargo, por años eso no ocurrió porque el grueso de los economistas en posición de poder, y siguiendo a Greenspan, argumentó en contra de un aumento en los salarios reales (consideraron que era inflacionario) y se salieron con la suya (en valor constante, el salario mínimo por hora en Estados Unidos era de 10 dólares en 1969 y de menos de 7 dólares en 2008).

Ahora bien, como los beneficios del aumento de la productividad se fueron para el capital y no para el trabajo, la única manera de evitar la crisis y hacer que la oferta igualara a la demanda fue suplir la ausencia de aumento en los salarios reales con diferentes formas de crédito, con endeudamiento.

La tarea principal de Greenspan desde su posición de poder fue facilitar hasta el extremo la posibilidad de más y más crédito bajando las tasas de interés e inyectando confianza en los mercados con su discurso. Con dinero barato en Estados Unidos, los consumidores de todas las clases sociales, excluyendo apenas a los realmente pobres, siguieron comprando casas, autos, muebles y toda clase de bienes de consumo, pero a crédito, endeudándose. De ahí el peculiar fenómeno de instituciones que ofrecían incluso a desempleados líneas de crédito para adquirir casas sin tener que pagar nada en el inicio. La industria de la construcción creció como la espuma y arrastró a la economía.

Y no sólo fue Greenspan el que alentó el endeudamiento como forma de vida en el país vecino del norte. Entre países también lo hizo China, al financiar el creciente déficit comercial norteamericano mediante la compra masiva de bonos del Tesoro de Estados Unidos para alentar en ese país la adicción a importar sin exportar en la misma proporción.

El crecimiento vía deuda no puede ser permanente, en algún momento la realidad alcanza a las personas y a los países que sistemáticamente consumen más allá de lo que pueden pagar. Y justamente eso le ocurrió a Estados Unidos en el 2008. Y en su caída arrastró al resto del mundo, en particular a uno de sus principales socios comerciales: México.

El fondo

En esencia, el análisis de Batra sostiene que dar a los asalariados el beneficio de los aumentos de la productividad no es sólo un asunto de justicia social, que lo es, sino también de buena teoría económica. Batra predijo que alrededor del año 2000 habría un gran crash en el mercado accionario; acertó, pero como no se hizo nada al respecto y luego hubo una falsa recuperación -simplemente se abarató aún más el crédito pero se mantuvo el esquema de todas las ventajas para el capital y castigo al trabajo-, entonces el terreno quedó preparado para la gran depresión del 2008, la actual.

Ojalá Batra también sea certero en su pronóstico sobre el futuro, en ese que señala que de las cenizas de un capitalismo basado en una distribución brutalmente inequitativa de los beneficios del crecimiento económico puede surgir un sistema diferente, más apegado a la realidad y a la justicia. Claro que esa transformación no se dará de manera automática, el capital va seguir defendiendo sus privilegios y se necesita que los afectados traduzcan su justa indignación en energía política y que ésta encuentre el liderazgo que la transforme en una fuerza constructiva.

Esto pareciera estar sucediendo ya en Estados Unidos, con el resultado de la última elección y el liderazgo de Barack Obama. Sin embargo, por ahora en México no hay nada equivalente al cambio que está teniendo lugar en el país vecino. Los mexicanos seguimos avanzando en el túnel; ojalá pronto veamos alguna luz que indique la posibilidad de una auténtica salida.

kikka-roja.blogspot.com/

jueves, 16 de abril de 2009

Lorenzo Meyer: La visita y sus contrastes

AGENDA CIUDADANA
La visita y sus contrastes
Lorenzo Meyer
16 Abr. 09

Obama y Calderón son un estudio en contrastes, pero se necesitan mutuamente y el fuerte viene a apoyar al vecino que le tocó en suerte

Una normalidad sin vitalidad

¿Cómo describir el estado en que se encuentra la relación externa más importante para México, esa que mantiene con Estados Unidos? Normal pero sin vitalidad, mediocre. Por un lado, la agenda bilateral está llena de temas difíciles -la migración y el muro, la guerra contra las drogas, la negativa norteamericana a aceptar que camiones mexicanos de carga transiten por sus carreteras, etcétera- pero no hay una gran crisis o conflicto. Por otro lado, tampoco hay una gran comunidad de proyectos que despierten la imaginación y llenen de vigor y confianza la compleja articulación entre las dos sociedades vecinas. Grisura es la característica dominante.

Actitud

De acuerdo con el último estudio de opinión pública elaborado por el CIDE, el 61 por ciento de los mexicanos tiene una actitud de desconfianza frente a Estados Unidos y únicamente una minoría -el 25 por ciento- ha optado por asumir a la confianza como su actitud dominante frente a la comunidad vecina del norte (México, las Américas y el mundo. Opinión pública y política exterior, 2008). Sin embargo, hoy esa histórica y muy explicable suspicacia mexicana frente al imperio no debe impedirnos, como ciudadanos conscientes de lo que actualmente se juega en el mundo, darle al presidente Barack Obama una auténtica bienvenida, pues actualmente él representa, como persona y como líder de su país, lo mejor de Estados Unidos. Si en este momento algún dirigente político al norte del Bravo ha merecido el beneficio de nuestra duda, ése es Obama, un individuo que a fuerza de voluntad, inteligencia y decencia logró que una mayoría de sus conciudadanos optara por un proyecto de futuro del sistema internacional donde, a diferencia del pasado inmediato, se propone que la negociación, y no la imposición unilateral, sea la forma primordial que caracterice la relación de Washington con el resto del mundo.

La diferencia de intereses entre México y Estados Unidos es centenaria y estructural y no puede desaparecer como resultado de un mero cambio de partido y de personal en la dirección de cualquiera de los dos países o en ambos. Sin embargo, esa diferencia puede exacerbarse hasta llegar al choque abierto o manejarse de manera discreta y constructiva, dependiendo de los intereses que se defiendan, de la orientación e incluso de la personalidad de los responsables de la formulación y puesta en marcha de las políticas concretas. En la dura campaña electoral del año pasado en Estados Unidos, el debate en torno a la política exterior se centró en qué hacer con las empantanadas invasiones norteamericanas de Iraq y Afganistán, pero no llegó a desarrollar a fondo la naturaleza del mandato del nuevo Presidente en relación a la mayoría de los temas de la complicada agenda internacional norteamericana, donde ningún evento importante en cualquier parte puede serle ajeno.

El presidente Obama ha decidido concentrar su atención en los grandes temas internos -fundamentalmente cómo salir de la gran depresión económica y cómo reestructurar su sistema financiero para evitar que vuelva a repetirse la catástrofe- y tomar con cierta calma los asuntos de la agenda internacional. En torno a estos últimos, sus colaboradores proponen concentrarse en estrategias de largo plazo. Y, desde esa perspectiva, la relación de Washington con México es justamente de esas que requieren de algo más sustantivo que los tres años de la "Iniciativa Mérida".

El país con el que Estados Unidos comparte una frontera de 3 mil 152 kilómetros está en problemas muy serios porque, entre otras cosas, desde hace un cuarto de siglo no ha experimentado un crecimiento económico digno de tal nombre. La falta de dinamismo de la economía mexicana es una de las causas principales que explican que alrededor del 50 por ciento de los 12 millones de trabajadores indocumentados que existen en Estados Unidos sean mexicanos. Finalmente, México es un proveedor importante del mercado ilegal de drogas de Estados Unidos, pero Estados Unidos es el principal, casi el único, surtidor de armas ilegales en México. Como resultado de esto último, el crimen organizado está fuera de control al sur del Río Bravo y en ciertos círculos norteamericanos se teme que México, con una estructura institucional muy débil, pueda terminar siendo un Estado fallido de más de 100 millones de habitantes, con lo cual se convertiría en un problema más serio para la seguridad norteamericana que Afganistán, Paquistán o Somalia.

Peculiaridad

La visita del presidente Obama a México tiene lugar en un contexto muy peculiar: a partir de la Guerra Fría, es decir de Harry S. Truman en adelante, todos los presidentes norteamericanos que se han entrevistado con su contraparte mexicana fueron portadores de un discurso más conservador en lo internacional que el del presidente mexicano en turno, y esta generalización incluye a Kennedy, Johnson o a Carter, que en temas de sus políticas internas fueron relativamente progresistas.

Sin embargo, en esta ocasión el presidente norteamericano ha desarrollado un discurso interno y externo que, dentro del contexto norteamericano, lo sitúa en el centro-izquierda. Es verdad que Obama aún no cumple sus primeros 100 días en el poder y que tiene un largo trecho por recorrer antes de que pueda imprimir un sello efectivo a su política. La dureza de la realidad que enfrenta dentro y fuera de sus fronteras bien puede llevar a Obama a intentar contemporizar con sus adversarios republicanos -ésos sí, mayoritariamente de derecha dura y pura- que ven, por ejemplo, en la posibilidad de una nacionalización temporal de los bancos fallidos por abusivos el inicio del socialismo en su país. Como sea, hoy por hoy, y a semejanza de Franklin D. Roosevelt en los 1930, Obama representa las concepciones del mundo más avanzadas dentro de la clase política norteamericana: favorece una política impositiva redistributiva, un gasto público que, a la vez, cree empleo y modernice la infraestructura del país, exige la renuncia de los ejecutivos ineptos a sus cargos y a sus millonarias compensaciones en las empresas privadas que van a recibir ayuda del gobierno, propone un sistema de seguridad social que permita asegurar a todos los norteamericanos para no volver a dejar sin protección a los pobres -esto último indicador de la verdadera solidaridad nacional- y se propone rediseñar el sistema educativo público para dar a los jóvenes las herramientas intelectuales que les hagan competitivos en el mundo global.

En lo internacional, Obama busca salirse de Iraq, encontrar la cuadratura al círculo en Afganistán negociando con los talibanes moderados, aflojar las sanciones contra Cuba, insistir en la creación del Estado palestino, explorar las posibilidades de negociar con Irán para disuadirle de ingresar al peligroso club de países con armas nucleares. En fin, Obama propone volver a apostarle al multilateralismo como forma de hacer frente a los grandes problemas internacionales.

En contraste

En esta ocasión, la visión estrecha, falta de imaginación, generosidad y carisma corresponde a la parte mexicana. En el pasado, los presidentes mexicanos que se entrevistaban con los norteamericanos, aunque corruptos, autoritarios y a veces brutales, intentaron hacerse pasar por herederos de una gran revolución social, defensores a ultranza de la soberanía y del nacionalismo mexicano y representantes de los intereses del gran mundo conformado por los países explotados y humillados ("Carta de derechos y deberes de los estados", "Cumbre norte-sur", etcétera).

La reunión del 2009 de los jefes de Estado de México y Estados Unidos contrasta con los encuentros pasados y la comparación favorece a Obama en todos los sentidos. Tanto en el discurso como en la acción, Felipe Calderón -quien durante la campaña electoral norteamericana se entrevistó y mostró simpatía por el adversario de Obama- se encuentra a la derecha del presidente norteamericano. En materia de legitimidad democrática, la de Obama es incuestionable y la de Calderón no. Finalmente, hoy la personalidad del mandatario norteamericano y su mensaje opacan a los de casi cualquiera de sus contrapartes y México no es la excepción, quizá por ello no se planteó un encuentro de Obama con el público local, como ocurrió en Europa.

Como sea y al final de cuentas, Obama viene a dar apoyo al muy defectuoso sistema político mexicano y a su mediocre clase dirigente, porque la estabilidad de nuestro país es parte indispensable, insustituible, de la seguridad norteamericana pero tiene cimientos débiles. Y ésa es la esencia de la visita actual: apoyo público de Obama a una estructura política, económica y social vecina en problemas serios.
kikka-roja.blogspot.com/

jueves, 9 de abril de 2009

Lorenzo Meyer: Una sopa de su propio chocolate

AGENDA CIUDADANA
Una sopa de su propio chocolate
Lorenzo Meyer
9 Abr. 09

No estaría mal que Estados Unidos mostrara, con el ejemplo, que las recetas del Fondo Monetario también se pueden y deben aplicar allá

Ilusiones

¿Y si Estados Unidos recibiera hoy el mismo trato que por años han impuesto a través de las organizaciones internacionales, a los países que, como México, se han visto obligados a pedir ayuda externa cuando sus problemas económicos alcanzan el punto de crisis? Es claro que eso no puede ser, entre otras cosas, porque Estados Unidos es una superpotencia, pero no está de más hacer un ejercicio de imaginación para subrayar el doble rasero que ha habido en este campo.

Simon Johnson, economista en jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI) entre 2007 y 2008, acaba de escribir un artículo donde hace justamente el ejercicio propuesto: someter a Estados Unidos al rigor que por decenios el FMI ha usado con sus "clientes". La idea está desarrollada en "The Quiet Coup" ("El golpe silencioso"), artículo que aparecerá en la revista The Atlantic y que puede ser consultado en: http://www.theatlantic.com/doc/200905/imf-advice

El punto de partida

Johnson encuentra que son más las similitudes que las diferencias entre los países que acuden al FMI en busca de ese gran préstamo que les permita salir de un atolladero de balanza de pagos que, finalmente, es resultado de algún exceso cometido en el pasado no muy lejano. La receta, los mexicanos la sabemos bien, consiste en disminuir las importaciones, aumentar las exportaciones y seguir una política fiscal austera. Se trata de obligar al país en cuestión a ser frugal, a "vivir dentro de sus verdaderas posibilidades", a cambio de abreviarle su recesión.

Si la receta del FMI es conocida, también lo es su diagnóstico. Se trata, invariablemente, de los efectos que produce la captura del gobierno por un grupo oligárquico que usa los privilegios del poder en contra del interés general. Si hasta no hace mucho ese tipo de política económica corrupta se asociaba con las "repúblicas bananeras", resulta que hoy también, con Estados Unidos donde el infame pero muy redituable "crony capitalism" ("capitalismo de compadres") está más extendido de lo que se ha querido admitir.

Simplificando

Para Johnson, el camino típico hacia la crisis en las economías emergentes es así: la alianza gobierno-grandes empresas lleva a que éstas diseñen planes muy ambiciosos de expansión, de ganancias enormes y fáciles mediante la obtención, por ejemplo, de contratos para obras públicas o de saltarse los reglamentos para lograr "oportunidades" de alto riesgo. Para los empresarios con las conexiones adecuadas es relativamente fácil obtener recursos del sistema bancario nacional y extranjero para acelerar su acumulación de beneficios pero, tarde o temprano, la confianza excesiva les lleva a mal invertir, malgastar y endeudarse más allá de lo razonable.

Es entonces cuando el riesgo aumenta y alguien empieza a dudar de la conveniencia de seguir adelante, se retira y el crédito disminuye. Ante la amenaza de recesión el gobierno echa mano de sus reservas para ayudar a los favoritos en riesgo y, además, mantener la semblanza de normalidad, pero finalmente las reservas se agotan y es entonces cuando se acude, sombrero en mano, a pedir auxilio al FMI, socializar los costos, pasar la carga al ciudadano de a pie y sacrificar a algunos de los beneficiados. Esos sacrificados son los grupos oligárquicos más incompetentes o con las conexiones políticas más débiles, lo que crea tensiones dentro de la élite además de conflictos entre gobierno y sociedad.

Casos viejos y nuevos

La contrapartida real a lo descrito por Johnson se puede encontrar lo mismo en las varias experiencias mexicanas desde 1982 a la fecha -ejemplos actuales son los problemas de Cemex y Comercial Mexicana, el uso de las reservas para facilitarles dólares y el préstamo preventivo contratado con el FMI por 47 mil millones de dólares más la caída del PIB para este año, entre 2 por ciento y 4 por ciento- que en las crisis recientes de Rusia, Argentina, Corea del Sur, Malasia, etcétera.

Sin embargo, a esa lista hay que añadir hoy a Estados Unidos. En el caso de nuestro poderoso vecino, fue su élite financiera la que jugó el papel central en la creación de la actual crisis económica norteamericana -los créditos "tóxicos" ligados a la orgía de hipotecas sin sustento real- que en todo el proceso tuvo el respaldo implícito del gobierno, especialmente del de George W. Bush. Los encargados de vigilar la legalidad de las operaciones hipotecarias en Estados Unidos simplemente "se quedaron dormidos al volante" y los banqueros de Wall Street aprovecharon al máximo ese descuido. Si entre 1973 y 1985 el grupo financiero norteamericano recibió el 16 por ciento de las ganancias del sector corporativo, en los 1990 su tajada fluctuó entre el 21 por ciento y el 30 por ciento para, a inicios de este siglo, superar el 40 por ciento. Si entre 1948 y 1982 la paga de quienes trabajaron en la actividad financiera en el país del norte osciló entre el 99 por ciento y el 108 por ciento respecto al promedio imperante en el sector privado, a partir de 1983 empezó a crecer más que el resto y para las vísperas de la crisis ya era de 181 por ciento respecto del promedio. Para entonces la fuente de la riqueza en Estados Unidos no estaba en producir -la desindustrialización fue vista con indiferencia e incluso como algo positivo- sino en especular: en crear y vender paquetes de documentos sin sustento económico real, los famosos "derivados". La divisa dejó de ser "lo que es bueno para General Motors es bueno para Estados Unidos" y fue sustituida por otra: "lo que es bueno para Wall Street es bueno para Estados Unidos". Finalmente, la voracidad de los banqueros llegó a su límite, la economía insignia del capitalismo entró en recesión y lo que fue bueno para Wall Street hoy no sólo es dañino para Estados Unidos sino, como un resultado no esperado de la globalización, para el resto del mundo.

La relación tan íntima entre los oligarcas de Wall Street y los políticos de Washington se ilustra bien, dice Johnson, con los casos de Robert Rubin, que de copresidente de Goldman Sachs pasó a secretario del Tesoro para regresar a Wall Street como presidente del comité ejecutivo de Citigroup, el de Henry Paulson, que de CEO de Goldman Sachs también pasó a secretario del Tesoro o el de John Snow, que tras entregar esa secretaría a Paulson se convirtió en presidente de Cerberus Capital Management. Desde luego está el caso del famoso Alan Greenspan -gran arquitecto del desastre actual-, que de jefe de la Reserva Federal, pasó a ser consultor de Pimco, la mayor firma en el mercado internacional de bonos. En 1956 el sociólogo norteamericano C. Wright Mills publicó su famosa obra La élite del poder, donde sostuvo que quien controlaba la política, la riqueza y la cultura de Estados Unidos era apenas un puñado de personas que intercambiaban sus puestos al frente de la estructura institucional. Medio siglo más tarde la tesis de Mills se sostiene.

La medicina

Hasta ahora, el gobierno norteamericano ha respondido a la crisis como lo han hecho los de las "repúblicas bananeras": tratando de salvar a los grandes culpables -AIG, Bank of America, Citigroup, etcétera- recapitalizándolos con dinero público. Sin embargo, apenas si se empezaría a hacer justicia si se aplicara a la inepta oligarquía financiera la receta que el FMI ha impuesto a muchos otros países irresponsables y que hoy Johnson o Paul Krugman -el economista, premio Nobel e intelectual público que desde hace años advirtió sobre las consecuencias del mal camino tomado por la economía norteamericana- proponen: nacionalizar todos los bancos en problemas, sanearlos -deshacerse de sus valores sin valor y de sus gerentes y directivos ineptos-, dividirlos en tantas partes como sea necesario para evitar que se repitan los males que acarrea la concentración excesiva de riqueza y venderlos. La banca norteamericana se opone a la nacionalización menos por principio y más porque se pondría al descubierto la enorme magnitud de sus pérdidas y su insolvencia, por eso prefiere endeudarse con el gobierno. Pero eso no resuelve de raíz su problema ni permite que la banca vuelva a asumir su papel esencial, que no es especular sino facilitar crédito a las partes sanas de la economía para iniciar la recuperación.

Dada la interdependencia de la economía mundial y la centralidad en ésta de Estados Unidos, a todos nos va algo en el drama económico norteamericano. No estaría mal que finalmente el país vecino predicara hoy con el ejemplo y tomara esa sopa de su propio chocolate que por tanto tiempo nos dijo que era la única receta económica y moral que podía funcionar.

kikka-roja.blogspot.com/

jueves, 2 de abril de 2009

¿Y por qué estamos donde estamos?: Lorenzo Meyer

AGENDA CIUDADANA
¿Y por qué estamos donde estamos?
Lorenzo Meyer
2 Abr. 09

Cuando se pudo no se actuó. Se dijo que eso era política cuando sólo se trató de irresponsabilidad

-Una hipótesis

El dicho popular que sostiene "el que la hace, la paga" es expresión de un deseo pero no reflejo de una realidad. Entre nosotros, lo más frecuente es que quien la hace no la pague y viceversa. Como comunidad política, los mexicanos de hoy estamos pagando lo que otros -una minoría particularmente abusiva e irresponsable- hicieron con total impunidad.

En buena medida, los problemas que hoy nos aquejan, desde la inseguridad hasta la ausencia de crecimiento económico a lo largo del último cuarto de siglo, son un resultado no previsto de la estabilidad autoritaria que se instaló en México a partir de la Segunda Guerra Mundial. La corrupción que caracterizó y benefició a varias generaciones de la clase política posrevolucionaria, a sus aliados -los empresarios- y en menor medida a las clases medias, está pasando hoy su factura y con intereses.

-El 'milagro mexicano'

Al examinar el siglo XX latinoamericano, México contrasta con el resto de la región. La insurrección política que se inició en nuestro país en 1910 se transformó en una guerra civil y, finalmente, en una revolución social sin contrapartida en los otros países del subcontinente. Su coincidencia con la revolución bolchevique disminuyó un tanto la percepción del proceso mexicano como algo radical, pero lo que ocurrió entre 1910 y 1940 en México sí fue un esfuerzo de ruptura de fondo con el pasado. El nuevo régimen, entre otras cosas, echó al basurero histórico a la oligarquía del Porfiriato, se alejó del liberalismo, reafirmó la laicidad del Estado, redistribuyó la tierra, alentó la organización sindical, dio al Estado el control de la riqueza petrolera y reivindicó como nunca antes el pasado indígena. Ahora bien, por lo que respecta a la fórmula política, el nuevo orden no reemplazó la dictadura personal de Díaz con la democracia sino con un autoritarismo organizado en torno a un partido de masas, corporativo y cuyo eje fue una Presidencia centralizadora cuyo único límite, después de 1928, fue la no reelección.

El autoritarismo mexicano posrevolucionario resultó todo un éxito para sus dirigentes pues, hasta 1989, cuando el PRI perdió Baja California, el poder local se mantuvo en manos del partido de Estado y a nivel federal ese monopolio sobrevivió hasta el 2000. Para el conjunto de los empresarios también fue un buen tiempo, pues hasta 1982 el crecimiento del PIB fue del 6 por ciento anual en promedio -el "milagro mexicano"- y la clase media se acostumbró a dar por sentado que su futuro sería siempre mejor que su pasado. Para el gran capital el buen tiempo se prolongó, pues el neoliberalismo que nació en los 1980 afectó a los pequeños y medianos empresarios pero no a las grandes concentraciones de capital montadas en alianzas políticas que se tradujeron en ventajas monopólicas.

Para Estados Unidos, la posrevolución mexicana también fue un buen tiempo pues el vecino del sur se convirtió en el país más predecible al sur del Bravo. El Presidente y el PRI tenían todo bajo control y las diferencias entre La Casa Blanca y Los Pinos fueron más simbólicas que sustantivas; podían ser irritantes pero no peligrosas. En el mundo subdesarrollado donde Estados Unidos y la URSS libraron sus batallas, México resultó un oasis de seguridad.

-Dormirse en laureles

La notable estabilidad de la vida pública mexicana del poscardenismo que tanto benefició a tan pocos -los Alemán, Hank González, Trouyet, Espinosa Yglesias, Garza Sada, Azcárraga, Jenkins, etcétera- estaba cimentada en la ausencia de límites entre gobierno y partido oficial, en la ausencia de la división de poderes y en la presencia de poderes presidenciales metaconstitucionales y anticonstitucionales. Nadie podía llamar a cuentas al jefe del Ejecutivo y éste era el único que podía pedir cuentas a cualquiera, cobrarlas como le apeteciera y cuando le conviniera. Aparte de la no reelección, sólo la falta de divisas limitaba la acción del jefe del gobierno y del Estado.

No es de extrañar que esa peculiar realidad política que México vivió entre 1940 y finales del siglo hiciera que el sistema posrevolucionario -sus dirigentes y sus beneficiarios- se durmiera en sus laureles y no viera o no quisiera ver a tiempo las imperfecciones que hoy han llevado a que, dentro y fuera de México, se hable del país como un Estado con grandes fallas o, incluso, camino de ser fallido.

-Lo que no se hizo

La lista de lo que pudo hacerse durante la Pax Priista y no se hizo es larga y es en buena parte responsable de la desagradable textura de nuestra vida política y social. En teoría, el proteccionismo económico de los 1950 debió de haber sido temporal, pues la teoría elaborada por la CEPAL era que poco a poco el gobierno abriera las fronteras a la competencia del exterior para que los productores mexicanos se hicieran eficientes y generaran las divisas que la industrialización incipiente demandaba cada vez en mayor cuantía. Esto simplemente no se hizo y sólo hasta que estalló la gran crisis de 1982 se rompió la cómoda relación gobierno-productores ineficientes.

Por un tiempo Washington insistió en que México debía renunciar al proteccionismo, pero dejó de presionar cuando sus inversionistas saltaron las barreras arancelarias y se instalaron entre nosotros para explotar directamente el mercado mexicano.

Desde los 1960 resultó claro que las finanzas públicas requerían de una reforma fiscal de fondo, pero ningún Presidente se atrevió entonces ni ahora a imponer o aumentar gravámenes a los que debían pagarlos. La distribución del ingreso era entonces muy injusta pero con el tiempo ha empeorado. La Constitución prohibió los monopolios pero a ciertos presidentes les convino propiciarlos; hoy la OCDE nos dice que es indispensable acabar con ellos para reiniciar el crecimiento pero aún no aparece el político que tenga el valor de hacerlo.

En el Porfiriato se empezó a profesionalizar la policía mexicana, pero el nuevo régimen abandonó la tarea. A la policía sólo se le exigió eficacia contra los enemigos políticos del régimen sin parar mientes en los medios para lograrlo. A ningún Presidente se le ocurrió ir más allá y crear una policía realmente profesional, entre otras cosas porque habría que destinarle recursos y los resultados sólo se verían en sexenios posteriores; además, una policía de verdad podría ser menos fácil de manipular. El resultado es que hoy, cuando el Estado realmente está urgido de profesionales que confronten al crimen organizado -narcotraficantes, secuestradores, bandas de ladrones-, simplemente no los tiene y debe de recurrir al Ejército para que haga las veces de una policía que ya no es parte de la solución sino del problema, pues a su ineficacia suma su corrupción.

Y qué decir de los ministerios públicos y de todo el sistema de justicia. Por decenios, aquellos que el Presidente o los gobernadores deseaban que no fueran tocados y los que podían pagar lograban lo que querían, no importó que el 95 por ciento de los delitos quedaran impunes. Por largo tiempo las élites no se vieron en la necesidad de decirle en público a los responsables políticos: "si no pueden, renuncien" porque el crimen aún no desbordaba los límites clasistas, pero ahora ya lo hizo, los supuestos responsables de la seguridad ni pueden ni renuncian.

El Ejército y la Armada mismos, mientras sirvieron para enfrentar a la oposición partidista -a los henriquistas, por ejemplo-, a la izquierda guerrillera o para aplastar manifestaciones de estudiantes, poco hicieron por mejorar su preparación y su paga y a pocos les importaban las deserciones. Hoy Los Zetas se nutren, en parte, de esos ex militares desafectos.

La educación es hoy otra área de desastre cuya raíz está en un ejército de maestros mal pagados y mal preparados a los cuales la clase política no vio como el primer y gran instrumento para preparar a los jóvenes y crear el capital humano del que hoy carecemos para ganar el futuro. No, a los maestros se les vio y retribuyó en función del SNTE: una sólida falange del PRI; su carácter de educadores fue relegado y el resultado hoy son las pésimas notas de los estudiantes mexicanos cuando se someten a exámenes de carácter internacional.

-En suma

La lista de irresponsabilidades del pasado puede aumentar, pero no es necesario ponerla toda para sostener una conclusión tan sencilla como trágica: durante la segunda mitad del siglo XX los dirigentes mexicanos, al no tener que rendir cuentas ante los ciudadanos, dejaron pasar los momentos en que debieron actuar como estadistas y se comportaron como meros oportunistas, sin sentido de la responsabilidad. Hoy todos estamos pagando por ello.
kikka-roja.blogspot.com/

jueves, 12 de marzo de 2009

Lorenzo Meyer: En torno a las historias oficiales

AGENDA CIUDADANA
En torno a las historias oficiales
Lorenzo Meyer
12 Mar. 09

Todo historiador toma partido, pero algunos lo hacen más que otros

Los usos de la historia

Cualquier libro de historia puede ser un arma política disfrazada.

Las estructuras de poder tienden a elaborar un discurso sobre el pasado que les sirva para justificar su presente. Esta necesidad de echar mano del pasado, real o imaginado, para respaldar su presente y sus intereses, es válida tanto para Estados, iglesias, partidos, empresas e incluso cárteles de la droga. Obviamente, el nivel del discurso es muy diferente: los primeros disponen de las historias oficiales y los narcos apenas de corridos. Sin embargo, lo que une a todas esas organizaciones es la necesidad de darse a sí mismos y a los otros una visión del pasado que les dé legitimidad y razón de ser de cara al futuro. Desde luego, los adversarios también pueden echar mano de la historia crítica para elaborar un pasado que condene el presente y a sus beneficiarios.

No hay historia inofensiva

¿Para qué sirve una obra de historia? ¿Para qué hacer el esfuerzo por recrear lo sucedido hace años, siglos o milenios? En el caso de la civilización occidental el debate en torno al tema data, por lo menos, de Heródoto de Halicarnaso (484-425 a. C.) y su lucha contra el olvido. Aquí en México, la pregunta llevó a la publicación de Historia, ¿para qué?, un libro de ensayos de Carlos Pereyra et al (México, Siglo XXI, 1980). Ahí, Luis Villoro desarrolló una respuesta a varios niveles. En el más profundo, siguió a Heródoto: "La historia ofrece a cada individuo la posibilidad de trascender su vida personal en la vida de un grupo... [y] es también una lucha contra el olvido, forma extrema de la muerte".

A un nivel más práctico, Villoro afirmó, "la historia responde al interés de conocer nuestra situación presente" y, por tanto, es ahí donde entran los intereses del historiador, pues es su posición frente al presente lo que le lleva a optar por ciertos datos y no por otros. Como respuesta al presente, la historia tiene dos objetivos: conocer y explicar la realidad para actuar sobre ella y justificar la situación y proyectos de actores e intereses específicos. Así, en el caso mexicano, los primeros cronistas escribieron para justificar la conquista, los misioneros para justificar la evangelización y a partir de la Independencia las corrientes políticas en pugna han elaborado varias historias para explicar y justificar su posición en la lucha por el poder.

El primer régimen mexicano con suficiente estabilidad para elaborar y difundir una visión del pasado que apuntalara su derecho a gobernar fue el liberal de la segunda mitad del siglo XIX; en obras como las de Vicente Riva Palacio o Justo Sierra se expuso el valor del triunfo sobre los conservadores y lo noble del proyecto modernizador. En el siglo XX, el régimen de la Revolución Mexicana y el de la postrevolución hicieron lo mismo con mayor vigor: la suya fue una victoria sobre la injusticia social de siglos. En este último caso, la "historia oficial" realmente caló en la cultura cívica gracias a la expansión del sistema de educación pública, al largo periodo de dominio autoritario sobre el Estado y, finalmente, a la existencia de los millones de ejemplares de libros de texto que en las aulas diseminaban las explicaciones sobre "la raíz y razón" del régimen del PNR-PRM-PRI.

La derrota del PRI ya empieza a reflejarse en la construcción de un nuevo canon, de una versión diferente de la historia. Un ejemplo es la obra de Macario Schettino, Cien años de confusión: México en el siglo XX (México, Taurus, 2007), donde la Revolución simplemente es negada como tal. Una obra que ya puede calificarse de nueva historia oficial es el libro editado por Pablo Serrano, Ministros y secretarios de Gobernación. Dos siglos de política interior en México (México, Secretaría de Gobernación, 2008) elaborado en el INEHRM y que contrasta muy favorablemente en materia de capacidad y devoción a su deber a tres de los cuatro secretarios de Gobernación panistas (la excepción es Santiago Creel) de cara al casi medio centenar que les antecedió, personajes surgidos de la Revolución y postrevolución. Sin embargo, por sobre todos destaca Juan Camilo Mouriño (pp. 436-439), a cuya semblanza se añade la elegía que le dedicó Felipe Calderón en su ceremonia fúnebre (pp. 440-446). Ahora bien, este esfuerzo panista por elaborar una nueva visión histórica de México tiene ante sí una enorme tarea: desmontar casi un siglo de historia priista y hacerlo justo cuando el PRI se prepara para intentar su regreso.

Alternativa

José Antonio Crespo acaba de publicar Contra la historia oficial. Episodios de la vida nacional: desde la conquista hasta la revolución (México, Random House, 2009). Se trata de un alegato a favor de una visión crítica del pasado; una que refleje y refuerce la madurez cívica de los mexicanos. El autor predica con el ejemplo, pues en los "episodios de la vida nacional" revisa pasajes de nuestra historia política y muestra fallas de fondo en la interpretación histórica dominante -desde la aceptación selectiva del canibalismo por Cortés a la ambigüedad de Juárez como defensor de la soberanía mexicana.

Para Crespo, es urgente que en México se abandone definitivamente la complacencia con la historia oficial y se avance en el desarrollo de otra, de una historia crítica que desmonte los mitos en que se basó la prolongada legitimación del autoritarismo. Hasta hoy, esa historia oficial ha servido para socializar, y muy bien, a la niñez mexicana en valores antidemocráticos. Sin una revisión de fondo, la historia seguirá siendo un obstáculo para el logro del tan deseado y aún distante cambio democrático.

Crespo resume en siete puntos su condena a la historia política oficial del priismo: es falso que la Revolución Mexicana haya desmontado la injusta y pesada herencia social virreinal, pues ésta sigue vigente; todas las formas violentas de cambio político han terminado por ser un reciclaje del autoritarismo; ni el mejor paternalismo caudillista es sustituto de la vigilancia institucional, a los pesos y contrapesos de la democracia; no hay ejemplo de un gobernante "plenamente confiable", pues en ausencia de controles democráticos, en algún momento todos han abusado de su poder; cualquier explicación de la persistencia histórica de la desigualdad social mexicana pasa por la ausencia de democracia política; con altas y bajas, la clase dirigente mexicana siempre ha terminado por plegarse a las demandas de la gran potencia vecina del norte; finalmente, un nacionalismo y antiimperialismo bien entendidos son compatibles con un reconocimiento de los valores democráticos del sistema político norteamericano.

La violencia

Crespo argumenta en contra de continuar dando un lugar privilegiado a las rebeliones como instrumentos privilegiados del cambio, tal y como lo hizo la historia del viejo régimen. Sin embargo, esa visión es justamente la que el país va a confirmar el año próximo al celebrar el bicentenario y centenario del inicio de la Independencia y de la Revolución. Es comprensible que el gobierno panista haya puesto poco interés en los preparativos para conmemorar estas fechas pues a la derecha nunca le ha gustado el cambio violento y popular y, además, no ha encontrado una alternativa legítima con que sustituir a la rebelión en el imaginario colectivo. Y es que en materia de justicia, eficiencia y crecimiento económico, los resultados concretos del "cambio pacífico" supuestamente iniciado entre 1997 y 2000 no compiten con las propuestas que encarnaron Morelos o Zapata.

Es verdad que la violencia ha dado frutos magros en México, pero lo mismo puede decirse de los cambios pacíficos hasta ahora experimentados. Es por eso que la legitimidad de los estallidos de 1810 y 1910 no se ha perdido. Además, la innegable brutalidad y destrucción de la Independencia y de la Revolución fueron precedidas por esfuerzos de cambio pacífico que fueron frustrados por los intereses creados. Así, la violencia de insurgentes y revolucionarios aún tiene como justificación la inflexibilidad, cortedad de miras, egoísmo y corrupción de las élites. Y esto ni siquiera es historia vieja: sin el levantamiento neozapatista de 1994, no se hubiera dado el tipo de elecciones que tuvieron lugar en 1997 y que sirvieron para desmontar el presidencialismo priista. En 2006 en Oaxaca se tuvo un ejemplo de imposibilidad de cambio por vía de la movilización pacífica primero y por la violencia después. ¿Cuál es la salida?

Para que la interpretación histórica deje de privilegiar a la violencia como instrumento de cambio, primero la realidad debe demostrar que la transformación pacífica sustantiva es viable en México? Y eso aún está por verse.

kikka-roja.blogspot.com/

jueves, 5 de marzo de 2009

Lorenzo Meyer: ¿Responsables? Todos

AGENDA CIUDADANA
¿Responsables? Todos
Lorenzo Meyer
5 Mar. 09 reforma.com

Ningún grupo político queda exento ante el tamaño del narcotráfico hoy en día, pero los orígenes del problema se dieron en la posrevolución

La cuestión

En declaraciones recientes de funcionarios mexicanos y norteamericanos en torno al explosivo problema del narcotráfico se ha planteado la cuestión de la responsabilidad. ¿Quién permitió que el crimen organizado avanzara al punto en que hoy amenaza la viabilidad no sólo del Estado mexicano sino, en un descuido, de la nación misma? ¿Fue Vicente Fox que, según admisión propia, desde el inicio de su gestión dejó encargada su oficina para dedicarse a hacer campaña electoral y "volver" a ganar el 2006? ¿Fue el PRI que por 71 años gobernó en solitario, sin rendir cuentas a nadie y bajo cuyo mandato se formó el narcotráfico actual? Y viendo a Michoacán, ¿se puede decir que el PRD también tiene ya parte de la responsabilidad?

A estas alturas, la cuestión en torno a quién se debe asignar la responsabilidad de que el crimen organizado haya rebasado la estructura de autoridad puede parecer un asunto académico. Sin embargo, si se quiere dar con una respuesta realmente efectiva es indispensable conocer quiénes, cuándo y cómo dejaron que surgiera y se desarrollara el problema que amenaza con devorar el futuro nacional. Es claro que ningún grupo político está libre de culpa, pero la mayor recae en quienes debieron y pudieron atacar el problema en sus orígenes: el régimen de la posrevolución mexicana.

A dónde llegamos

Lo urgente hoy es contener a un crimen organizado que ya ha logrado derrotar al gobierno en varias plazas. La prensa lo reporta así: "La franja fronteriza del norte, bajo el poder del narco". "Empresarios de todos los ramos le pagan 'protección'" (La Jornada, 1o. de marzo). El argumento priista para justificar el "fraude patriótico" de los 1980 fue: "no se puede dejar en manos del PAN el control de la frontera". ¿Cómo puede explicar hoy el PRI (y el resto de los partidos) que por negligencia y corrupción se haya permitido al narco asumir el control efectivo de una zona que, supuestamente, la "seguridad nacional" obligaba a mantener siempre en manos de actores absolutamente identificados con la defensa del interés nacional?

El relato de primera mano de quienes viven y trabajan en Reynosa confirma la veracidad de los titulares citados y aumenta los temores de cara al futuro, pues una vez que han arraigado las organizaciones criminales en zonas desarrolladas de nuestra geografía tienen todos los incentivos y medios para intentar su expansión al resto del territorio. Quienes viven diariamente el drama en Reynosa señalan que la autoridad municipal ha dejado de existir. Que el ritmo y la calidad de vida en esa zona fronteriza de más de medio millón de habitantes se rigen hoy tanto o más por las decisiones que impone "La Maña" -la organización criminal que domina la región- que por las de la autoridad formal. Es la presencia de esa organización la que explica que se observe un toque de queda virtual -"en la noche casi nadie sale y sólo el OXXO o el 'seven' están abiertos"-, que haya un cobro de impuestos más efectivo que el de Hacienda -"'La Maña' me localizó cuando cambié de lugar mi negocio. Hoy les he vuelto a pagar y ellos me extienden recibo, con fecha, sello y todo"- y que la diversión en lugares públicos sea cosa seria -"en una servilleta me escribieron que dijera al micrófono: 'soy sobrino de Osiel, que nadie se espante, el consumo de todos va por mi cuenta y les manda una botella de 'Buchanan's'".

Historia vieja

Luis Astorga nos dice que hace ya 70 años, en 1939, el capitán Luis Huesca, ex jefe de la Policía de Narcóticos del Departamento de Salubridad Pública, fue a dar a la cárcel acusado de proteger a narcotraficantes y vender droga decomisada (El siglo de las drogas, México, 1996, p. 56). Al final de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno norteamericano a través del Federal Bureau of Narcotics se propuso actuar seriamente contra el ingreso de drogas a Estados Unidos provenientes, entre otros países, de México. Para entonces "el noreste de México, especialmente el estado de Sinaloa y de manera especial el municipio de Badiraguato, se consolida de manera indiscutible como la región de mayor cultivo de adormidera y tráfico de opio" (Idem, p. 61).

El origen y lo que dicen los archivos

Una fuente interesante para examinar el principio de esta penosa carrera de México como país del narcotráfico son archivos norteamericanos y mexicanos como los del Departamento de Estado o de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Para 1945, el Departamento del Tesoro norteamericano aseguraba que Irán, India y México eran los principales proveedores del opio consumido en su país y que el final de la guerra podría traer un aumento de la demanda (The New York Times, 14 de agosto, 1945). A principios de ese año el cónsul norteamericano en Mazatlán reportó a sus superiores que el gobernador de Sinaloa era parte de la red del narcotráfico y que cuando las autoridades destruían plantíos de amapola se trataba de los que pertenecían a los competidores del mandatario. El asesinato del gobernador, el coronel Rodolfo T. Loaiza en 1944, tuvo su explicación en una disputa por el control del narcotráfico (Departamento de Estado, 812.00/2345, 23 de enero, 1945). Para 1947, los traficantes se modernizaban y ya disponían de aviones para introducir la droga a Estados Unidos (The New York Times, 6 de julio, 1947).

Desde entonces, en Estados Unidos se propuso como solución básica la erradicación de los plantíos de drogas en México, especialmente en Sinaloa (Departamento de Estado, 812.114 Narcotics/8-947, 9 de agosto, 1947). Ante las presiones, el gobierno mexicano pidió al norteamericano que fuera Washington quien diseñara el plan maestro para lograr la meta (Departamento de Estado, 812.114 Narcotics/11-846, 8 de noviembre, 1946).

El cónsul mexicano en Phoenix, Arizona, en 1947 propuso, sin éxito, que se contestara a las críticas norteamericanas que: "ninguna culpa tiene México de que haya tantos viciosos en los EUA" (Secretaría de Relaciones Exteriores, 14 de julio, III-1606-4). Era el principio de la tesis mexicana que ponía en la demanda norteamericana y no en la oferta mexicana la raíz del mal. Sobre todo porque se sospechaba que entonces el financiamiento de una parte de los cultivos ilegales en México corría por cuenta de "gangsters" norteamericanos (Foreign Relations of the United States, 1947, V. VII, 17 de diciembre).

A inicios de 1948 el Departamento del Tesoro de Estados Unidos contraatacó y se propuso disipar los rumores de que era el crimen organizado norteamericano el que financiaba a los narcotraficantes mexicanos. Al contrario, se dijo, quienes patrocinaban el ilícito eran "mexicanos prominentes". No se debía aceptar que ambos gobiernos fueran igualmente corresponsables del mal; para la autoridad norteamericana la responsabilidad era de México (Departamento de Estado, 812.114 Narcotics/1-1948, 19 de enero, 1948). Es más, para entonces, Washington estaba convencido de que eran personas cercanas al presidente Miguel Alemán las que estaban involucradas en el negocio del narcotráfico y que la mejor forma de presionar a México para que pusiera fin al contubernio era la denunciarle pública e internacionalmente en el foro que proporcionaba la Comisión de Narcóticos del Consejo Económico y Social de Naciones Unidas. Junto a este instrumento de presión para "avergonzar" a México, había que continuar la cooperación con los programas de erradicación de cultivos de drogas, erradicación que para entonces ya incluía involucrar al Ejército en la tarea (Departamento de Estado, 812.114 Narcotics/6-2548, 25 de junio, 1948). Desde el principio, la descalificación del otro fue una de las reacciones defensivas de los dos gobiernos.

Para los 1950, nos dice Luis Astorga, hay una "época de oro" en la relación México-Estados Unidos en el área del narcotráfico porque prácticamente el gobierno mexicano aceptó todas las demandas de Washington en este campo (Drogas sin fronteras. Los expedientes de una guerra permanente, México, Grijalbo, 2003). Sin embargo, en los 1960 la demanda de drogas aumentaría considerablemente en Estados Unidos y el ciclo se repetiría pero con una fuerza mucho mayor hasta llegar a lo que es hoy.

Conclusión

Para los 1940 ya estaban presentes todas las características del narcotráfico mexicano actual, aunque en una escala muy menor. El problema parecía controlable y eso fue lo que hizo el régimen priista: lo controló, no lo resolvió. Al cambiar el régimen en el 2000, lo que quedaba del control priista se perdió, el panismo no supo o no quiso actuar entonces a fondo y el problema le ha estallado ahora -nos ha estallado- hasta llegar al punto de amenazar la viabilidad del Estado.

kikka-roja.blogspot.com/

jueves, 26 de febrero de 2009

La decadencia de la vida política: Lorenzo Meyer

AGENDA CIUDADANA
La decadencia de la vida política
Lorenzo Meyer
26 Feb. 09

Un pensador como Huntington, quien tanto estudió a México, podría encuadrar al país como un caso de gobierno que no gobierna por el decaimiento del poder

Concepto

Para explicar la tragedia política de muchas sociedades postcoloniales -guerra civil, golpes militares, dictaduras, cleptocracia, etcétera-, el politólogo norteamericano Samuel Huntington recurrió hace 40 años al viejo concepto de "decaimiento político", usado por los griegos. Con el correr del tiempo, decían los clásicos, cualquier tipo de régimen político exitoso pierde su esencia y se corrompe hasta convertirse en una versión perversa del original.

Algo relacionado con esta concepción clásica del proceso político pareciera estar sucediendo en México: en vez de superar el autoritarismo mediante la instauración de la democracia, como se supuso en el 2000, lo que estamos experimentando es un descenso a un tipo de vida pública aún por definir pero caracterizado por un espectacular colapso de la estructura de autoridad, por el predominio ilegítimo de ciertos intereses particulares -los de las grandes concentraciones de capital o los del narco, por ejemplo- por sobre los de la comunidad.

Huntington explicó la decadencia de un sistema político como resultado de la debilidad institucional -producto de la corrupción- frente al aumento en la movilización social y en el número de actores significativos y sus demandas. En estas condiciones, las fuerzas disruptivas -de nuevo, los monopolios o el narcotráfico, por ejemplo- terminan por imponerse y el resultado final es el envilecimiento e ineficacia de la vida pública.

En su propio terreno

El desastre en que se ha convertido el proceso político mexicano actual puede examinarse desde varias perspectivas, pero una por demás interesante es la elaborada por la derecha inteligente. Dentro de esta categoría, uno de los enfoques más sugestivos es el propuesto por Huntington, el famoso profesor de Harvard que murió el año pasado. Fue éste un politólogo tan conservador como brillante que no se conformó con dominar y moverse dentro de la ciencia política sino que para su análisis del fenómeno del poder no tuvo empacho en tomar ideas y conceptos de la historia, la sociología, la economía, la antropología, el derecho e incluso la literatura.

Los trabajos más conocidos y controvertidos de Huntington fueron los últimos: El choque de civilizaciones de 1996, donde reemplazó al conflicto ideológico de la Guerra Fría con otro que estaba naciendo entre Estados Unidos y el Islam. En ¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad estadounidense (2004), el politólogo harvardiano vio en la falta de asimilación de los latinos en Estados Unidos, en particular de los mexicanos, un peligro para el mantenimiento de la ética puritana que, según él, es el corazón del éxito norteamericano. En un notable artículo de Jane S. Jaquette y Abraham F. Lowenthal sobre este académico y que será publicado por Política Externa en Brasil, se señala y con razón que fue el segundo libro del autor en cuestión y que apareció en el emblemático 1968, El orden político en las sociedades en cambio (New Haven: Yale University Press), su trabajo teórico más original y el que más influencia y permanencia ha tenido.

Es ahí donde se encuentra el núcleo de una explicación de lo que hoy más nos preocupa y nos afecta directa y negativamente a los mexicanos: el fracaso de las estructuras institucionales del Estado y la involución de nuestro desarrollo político, económico e incluso cultural.

Orden y cambio

No obstante la atmósfera dominante de Guerra Fría, Huntington propuso que la mayor diferencia entre las naciones no era su estructura económica -capitalista o socialista- o su forma de gobierno -democracia o dictadura- sino su "grado de gobierno". Desde esta perspectiva, el conjunto de los países puede dividirse siempre en dos categorías. Por un lado, están aquellos cuyas políticas se caracterizan por el consenso, sentido de comunidad, legitimidad, organización, eficacia y estabilidad; por otro, los que fallan en esas áreas. Desde esta perspectiva, los países líderes de dos bloques entonces antagónicos, Estados Unidos y la Unión Soviética, estaban en la misma categoría vis ˆ vis la mayoría de los países de Asia, África y América Latina, que correspondían a otra. Para Huntington lo que unía a sistemas políticos antagónicos como el norteamericano y el soviético era que en ambos "el gobierno gobierna". En los dos, sus estructuras de gobierno contaban con la lealtad de sus ciudadanos, tenían la capacidad de imponerles y recabar impuestos, de reclutarlos y de llevar a cabo las decisiones políticas tomadas. En contraste, en la mayoría de los países en desarrollo -casi todos afectados por sus experiencias coloniales- sucedía lo contrario.

En los países periféricos, lo prevalente era que el cambio social rápido desembocase en la movilización de nuevos actores y que el resultado final fuera la emergencia de un tipo de demandas que por su forma, contenido y volumen, convertían a las instituciones en incapaces de procesarlas de manera eficiente. El resultado era la "decadencia política". Sin embargo, Huntington vio en ese mundo periférico excepciones y una de ellas fue precisamente México.

En las 461 páginas de la edición original de El orden político, México viene citado 29 veces; la Revolución Mexicana, 22, y el PRI, 6. En realidad, salvo por Estados Unidos y Gran Bretaña, México es el país más citado en el índice analítico. En el capítulo cinco se aborda el tema de las revoluciones, y no obstante su orientación ideológica, Huntington hace aparecer a la mexicana bajo muy buena luz al compararla con otras. En el caso de México, dice "su revolución fue muy exitosa por lo que al desarrollo político se refiere porque fue capaz de dar forma a organizaciones y procedimientos complejos, autónomos, coherentes y adaptables, y tuvo un éxito razonable en su modernización política, es decir, en la centralización del poder necesario para llevar a cabo la reforma social y la expansión de poder necesaria para la asimilación de los grupos". La estabilidad que la Revolución dio a México era excepcional. En un libro que Huntington editó poco después -Política autoritaria en las sociedades modernas (1970)- México fue puesto como un modelo a seguir por los autoritarismos socialistas de Europa del Este, que al autor le parecieron menos avanzados que el mexicano.

La gran falla

Si Huntington, un conservador -no hay que olvidar que en 1968, justo cuando salió El orden político, fungió como consejero de su gobierno, y entre lo que aconsejó fue el bombardeo de las zonas rurales de Vietnam del Sur para forzar a las masas de campesinos a emigrar a las ciudades, donde se les podía controlar y alejar del Vietcong-, vio con buenos ojos a la Revolución Mexicana fue precisamente por su autoritarismo eficiente, por su capacidad de crear poder político, afirmar la estructura de autoridad y producir estabilidad. Y es que, según él, la democracia -la limitación institucional del ejercicio de la autoridad por la vía de la división de poderes- sólo podía intentarse con seriedad después de que se hubiesen creado y estuviesen funcionando aceptablemente las instituciones del Estado. Lo que la teoría de Huntington ya no previó fue que el Estado autoritario mexicano, aparentemente tan fuerte, simplemente empezara a desmoronarse en cuanto intentó cambiar su naturaleza antidemocrática pero sin llevar a cabo un pacto explícito entre los grandes actores políticos para intentar una necesaria e indispensable reforma de su Estado.

En realidad, tanto en la Unión Soviética -otro Estado no democrático pero que había pasado la prueba huntingtoniana del orden- como en México, el alto grado de autoridad no democrática estaba limitado por el control de todos los actores aceptados por el pequeño grupo en posesión del aparato estatal, pero al intentarse el paso al pluralismo democrático todo se desmadejó. Y es que las instituciones políticas, legales, económicas y culturales estaban carcomidas por una corrupción endémica y en la coyuntura crítica, quienes encabezaron el cambio no se atrevieron a llevar a cabo la tarea de reformarlas y lo que parecía tan fuerte no supo, no pudo y no quiso ponerse al día.

El acuerdo implícito PRI-PAN, que surgió tras el fraude de 1988, se fincó en el compromiso de no interferir con los intereses creados. Sin embargo, al ocurrir el cambio del 2000, un entramado institucional no reformado simplemente fue incapaz de resistir las presiones. El choque directo de los intereses viejos y los nuevos, de los legítimos y los ilegítimos, desembocó en lo que temía Huntington: en un gobierno que no gobierna, en la fragmentación del poder y en su decaimiento.
kikka-roja.blogspot.com/

jueves, 19 de febrero de 2009

Lorenzo Meyer: Para que la cuña apriete

AGENDA CIUDADANA
Para que la cuña apriete
Lorenzo Meyer
19 Feb. 09

El conocimiento de la vida interna del panismo le permite a Carlos Arriola diagnosticar, con su nuevo libro, la razón del fracaso del partido en el poder: El miedo a gobernar

Una explicación

Cuando el régimen político mexicano cambió en el 2000, una buena parte de los ciudadanos y de observadores extranjeros consideraron que se abría una singular oportunidad para poner al día al país en todas aquellas cuestiones relacionadas con el ejercicio del poder público. Suponían que el fin del régimen de partido de Estado y de la Presidencia imperial más el inicio del pluralismo democrático traerían aparejadas una administración y una impartición de justicia menos corruptas y más eficientes, el fin de la legendaria impunidad y un ejercicio responsable de la autoridad. Ese mejor gobierno tendría un efecto positivo en la seguridad pública y mejoraría el clima económico, etcétera.

A nueve años del "gran cambio", muy poco si es que algo de lo esperado se ha cumplido. El "no nos falles" que los ciudadanos corearon frente a Vicente Fox la noche de su victoria en el Monumento a la Independencia se convirtió en una falla monumental. Hoy, cuando la economía decrece y el desempleo crece, la impunidad de corruptos e ineficaces se afianza y los asesinatos atribuibles al crimen organizado suman más de 900 en menos de dos meses, el IFE ya no garantiza elecciones creíbles y el viejo PRI prepara su retorno al centro del poder, la gran pregunta es ¿qué fue lo que llevó tan rápido a un fracaso tan estrepitoso?

Miedo a gobernar

La interrogante en torno al fracaso del nuevo régimen mexicano casi al momento mismo del arranque puede tener un abanico de respuestas. Desde la izquierda, por ejemplo, el corazón del problema está en el modelo económico neoliberal combinado con la resistencia de sus beneficiarios -la derecha y sus apoyos en el PRI y el PAN- a llevar a cabo un proceso electoral genuino por temor a que desemboque en un gobierno que incline la balanza en favor de las mayorías y abra los clósets donde están los esqueletos del Fobaproa, de las privatizaciones o de la Guerra Sucia. Otra posible respuesta es la que da Carlos Arriola en El miedo a gobernar. La verdadera historia del PAN (México, Océano, 2008). En este libro, la clave del fracaso de la transición está en la naturaleza contradictoria del partido hoy en el poder.

Como bien lo señala el refrán: "para que la cuña apriete ha de ser del mismo palo". Pocos son más duros con un partido o ideología que sus antiguos militantes que, además, tienen una ventaja al elaborar su crítica: conocen bien los entresijos de la criatura a la que hacen la disección. Arriola conoce al PAN desde dentro porque en su juventud fue militante de ese partido pero con el correr del tiempo se alejó de él. También conoce a uno de los aliados del PAN, a los empresarios, pues publicó: Los empresarios y el Estado, 1970-1982 (México, Porrúa, 1988).

La tesis central de El miedo a gobernar es clara: si los gobiernos del PAN con los que México inauguró su siglo XXI político no han tenido éxito, la razón básica se encuentra en los orígenes mismos de ese partido que al momento de nacer no se decidió a aceptar lo obvio: que la naturaleza de la tarea política a la que se iban a lanzar es justamente esa que Maquiavelo o Max Weber demostraron que es incompatible con la moral en la tradición cristiano-occidental. Para Arriola, Weber está en lo justo al advertir: "quien busque la salvación de su alma y la redención de las ajenas, no debe de seguir los caminos de la política, cuyas metas son distintas y sus éxitos sólo pueden ser alcanzados por medio de la fuerza". Los panistas buscaron combinar la salvación de su alma con la salvación política del país pero se negaron a emplear los medios moralmente reprobables que requería esto último.

Origen es destino, dice Arriola. Sin embargo, el fundador del PAN que retrata nuestro autor no pareciera ser alguien particularmente ajeno al ejercicio del poder en el sentido propuesto por Weber. Justo al inicio del libro hay una cita del joven Manuel Gómez Morin donde en 1919 admite que, por un lado, le tienta el "lanzarme como profeta del nuevo mundo, alumbrado por el sol de la Unión Soviética" pero, por el otro, no descartaba la posibilidad de "dedicarme a ser rico, navegando en los negocios con bandera de pendejo, la única que salva en este oficio". Obviamente, pronto desechó la posibilidad de acompañar a su contemporáneo Vicente Lombardo Toledano en su deslumbramiento por el sol soviético. Su biografía muestra que más bien se decidió por la otra opción: combinar los negocios -el servicio a los grandes empresarios- con la política. Sin embargo, en este campo fue realista: aunque con reticencia, acompañó como tecnócrata al régimen revolucionario en su primer tramo del camino y en una coyuntura clave -1929- optó por no jugársela con José Vasconcelos. Al final del cardenismo, Gómez Morin fundó el PAN, que pese a su nombre más pareció un grupo de presión de la derecha ilustrada que un partido propiamente dicho, pues la esencia del partido es empeñarse en alcanzar el poder en tanto que el segundo sólo pretende influir en las decisiones del poder.

Menos ambigua aparece la otra figura fundadora del panismo: la de Efraín González Luna, militante católico de Jalisco cuya visión del mundo le llevó a ver la esencia de su labor y de su partido en el esfuerzo por recristianizar a México, desechando la vulgar búsqueda del poder o de negociar ventajas concretas con quienes efectivamente lo ejercían. La consecuencia final, según Arriola, fue que el PAN resultó bastante irrelevante en el proceso político real del México posrevolucionario. Para el grueso de los mexicanos, que obviamente no pertenecían a las clases medias ilustradas de los Gómez Morin, González Luna et. al. poco o nada significaron las intensas discusiones de panistas ilustres con sus afines -como las que tuvieron lugar en el I Congreso Nacional de Cultura Católica de 1953-, tampoco sus campañas electorales tuvieron mucho que ver con el México real de la época.

Claro que lo que el autor de El miedo a gobernar dice del PAN a mediados del siglo pasado también se puede decir de la izquierda, especialmente de la lombardista y de su Partido Popular. PAN y PP sirvieron para dar apariencia de pluralidad a un régimen autoritario y cada vez más alejado de sus orígenes revolucionarios.

Arriola encuentra en la negativa del PAN a practicar la política de fondo -la de Maquiavelo o Weber- la razón de su irrelevancia. Habría que añadir a la timidez de los políticos de tiempo parcial del PAN, el elemento de autoritarismo, de represión, del régimen del PRI -ese partido para cuyos líderes la moral, en palabras de Gonzalo N. Santos "es un árbol que da moras y sirve para..."- y que no pararon mientes en diseñar magnos fraudes electorales y en asesinar a vasconcelistas en Topilejo o a sinarquistas y otros disidentes en León. Los panistas estaban, quizá, para la "brega de eternidades" pero no para el martirio.

El PAN en el poder

Finalmente, ¿cómo explicar que un partido sin vocación de poder haya derrotado en el 2000 a un partido de políticos seguidores de Maquiavelo, con experiencia de casi un siglo en el poder -desde Carranza- como eran los del PRI? Arriola explora dos vías. De un lado, el ascenso a la Presidencia en 1994 de Ernesto Zedillo, un tecnócrata que en los hechos no era priista. Del otro, la toma del PAN por un no panista: Vicente Fox. El primero no consideró perder nada si perdía el PRI, el segundo, con sed de triunfo y apoyado por los empresarios, vio en el PAN un mero instrumento para llegar al poder. Zedillo y Fox resultan complementarios. El uno no se explica sin el otro; fueron dos capitanes dispuestos a abandonar sus respectivas naves partidistas, salvarse con ello y plantar a los demás.

¿Por qué los duchos políticos del PRI no reaccionaron a la traición de Zedillo? Arriola no ahonda en ese misterio porque lo que le importa dilucidar es por qué el PAN se dejó utilizar por Fox. La respuesta sucinta: porque el miedo de los panistas a cargar con la responsabilidad del poder les llevó a permitir que otro hiciera por ellos el trabajo sucio, como lograr vía "Amigos de Fox" los recursos económicos ilegales pero necesarios para enfrentar con éxito los recursos, también ilegales ("Pemexgate"), del PRI partido de Estado. El resultado fue un gobierno de irresponsables y fracasó.

El enfoque y trabajo de Arriola contribuyen con una pieza importante a la explicación del desastre en que ha desembocado el gran proyecto democrático del 2000. Por otro lado, al examinar al PAN vuelve a plantear un tema de fondo, inquietante y sin respuesta clara: ¿realmente para hacer buena política se tiene que suponer que la moral es sólo un árbol que da moras y nada más?
kikka-roja.blogspot.com/

Buscar este blog

Gracias por tu Visita ¡

Nuevo

TAMALES UGALDEÑOS DEL TATA JORGE ARVIZU

Para los que pidieron el archivo del 2007, los tamales oaxaqueños ugaldeños grabado por Jorge Arvizu El Tata. Buen Provecho ARDAN PRIANISTAS...

Todos los Archivos

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...