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viernes, 4 de agosto de 2006

El plantón


Luis Javier Garrido
La intensificación de las acciones de resistencia civil decididas por el movimiento en defensa de la democracia, convocado por Andrés Manuel López Obrador, y la multiplicación de evidencias del fraude electoral del 2 de julio, están llevando al gobierno foxista a endurecer sus campañas de difamación en los medios y a emitir nuevas amenazas, llevando al país a una creciente tensión que puede conducir a una grave crisis política.
1. Los 2 millones de mexicanos que se manifestaron el 16 de julio en la capital de la república, exigiendo en la movilización social más importante de la historia política de México respeto a la voluntad ciudadana y detener la tentativa de fraude en la elección presidencial contándose "voto por voto" y "casilla por casilla", evidenciaron la indignación creciente de amplios sectores ante la pretensión del gobierno de Fox de imponer a Felipe Calderón en la silla presidencial, y mandaron a éstos un mensaje contundente que, como señaló Elena Poniatowska en las palabras pronunciadas en la Plaza de la Constitución, se podría sintetizar en: "No nos vamos a dejar".
2. Las elecciones constituyen la más alta manifestación de la soberanía de un pueblo en un régimen democrático y representativo, y el descomunal fraude electoral de 2006, concebido, preparado y ejecutado por el gobierno de Fox en nombre de los intereses de una minoría que se ha apropiado ilícitamente de los recursos de la nación, constituye un atentado gravísimo contra la soberanía nacional.
3. El fraude no es nada más un simple operativo de Estado instrumentado por grupos oligárquicos para impedir que López Obrador, quien ganó legítimamente la elección, llegue a Palacio Nacional. Es un intento por impedir que el pueblo haga valer su voluntad soberana y logre darse el gobierno que mayoritariamente desea. Y en la medida en que se trata de un atentado dirigido contra el pueblo por un poder oligárquico que transgrede de manera cínica la legalidad, el propio pueblo tiene derecho legítimo e inalienable a reaccionar por todos los medios a su alcance: desde la resistencia civil hasta la revolución.
4. La decisión que tomó el movimiento el domingo 30 de instalarse en asamblea permanente e intensificar las acciones de resistencia civil pacífica en demanda del recuento de votos, instalando 47 campamentos de la democracia en el Zócalo y a lo largo de Madero, avenida Juárez y Paseo de la Reforma, y de instrumentar un boicot a productos de empresarios fascistoides que han atentado contra la democracia y el orden legal -Sabritas, Bimbo, Wal- Mart-, es la única respuesta posible. El fraude electoral que Fox intenta consumar es un acto de prepotencia de la oligarquía y de desprecio a los mexicanos, pero en lo político se puede entender como una tentativa de golpe de Estado, cuyos objetivos están muy claros.
5. Las voces de aquellos que se oponen a las movilizaciones y al enorme campamento parecen olvidar la gravedad de la situación a la que han llevado a México los grupos oligárquicos que, violando el orden jurídico de la República, tratan de imponer el fraude a fin de poder seguir controlando el poder estatal para satisfacer intereses particulares y, en contra de lo establecido por la Constitución, seguir cancelando derechos a los mexicanos y acelerar el desmantelamiento de la nación. Y desconocen también que los teóricos de la resistencia civil, al reconocer que ésta no puede estar constituida sino por una serie de actos de transgresión al orden establecido, insisten en que ésta siempre es parte de un "deber moral".
6. Los 60 académicos y artistas salinistas, encabezados por Jorge G. Castañeda, José Woldenberg, Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín, que hicieron pública una carta en la que sugieren que la actual "crispación" ha sido generada por la coalición Por el Bien de Todos y que sostienen que no encuentran evidencias de fraude maquinado (Reforma, 3/8/06), carecen de argumentos y no logran, en el triste papel que asumen, sino hacer más patente su desprecio al pueblo de México y su corrupción, pues los hechos están a la vista y no se pueden ocultar. El país ha vivido en los últimos tres años un clima de violencia política generalizado -generado desde Los Pinos por Fox y sus asesores para impedir que López Obrador llegue a la Presidencia-, acentuado por los actos fraudulentos cometidos contra el pueblo antes, durante y después de la jornada electoral, que evidencian la dimensión del operativo de Estado.
7. El fraude en la elección presidencial de 2006 no es una presunción, una percepción o una creencia, como sostienen Televisa, estos académicos y otros voceros del poder. Las evidencias del fraude de Estado son descomunales y no las ve quien no las quiere ver: desde las intervenciones descaradas de Fox contra López Obrador en la campaña, la utilización de recursos públicos para favorecer a Calderón, la compraventa de votos con programas de asistencia social, la guerra sucia o el uso de recursos ilícitos, hasta el rasuramiento del padrón y las prácticas mapachescas el día de la jornada electoral en estados controlados por gobernadores panistas (Guanajuato, Jalisco, Aguascalientes, Morelos) o priístas antimadracistas (Sonora, Nuevo León, Coahuila, Tamaulipas, Chihuahua) o por las huestes de Elba Esther Gordillo, que dieron los resultados más inverosímiles por la anulación de votos para AMLO y la inyección de votos inexistentes para Calderón: un operativo que no podría entenderse si no hubiese sido coordinado y encubierto por el gobierno federal.
8. La actuación delictiva de Luis Carlos Ugalde y de los ocho consejeros electorales, fungiendo como cómplices de Fox y Calderón al tolerar sus violaciones al orden constitucional y legal a lo largo de la campaña, y cometiendo nuevos ilícitos durante y después de la jornada electoral, no se hubiesen llevado a cabo si no fuese dentro de un magno operativo de Estado, garantizado por el gobierno federal y encubierto por Los Pinos, la PGR, Gobernación y el propio IFE. La falsificación del PREP, la presentación de un falso conteo el miércoles 5, la alteración y encubrimiento de actas, la apertura ilegal de paquetes electorales son algunas acciones de estos individuos a los que el gobierno foxista les ha prometido absoluta impunidad, al igual que a las televisoras.
9. Calderón, quien perdió, como él bien sabe y por eso actúa con enorme inseguridad, conoce que todas las prácticas a las que recurrió para trampear los resultados constituyen causales gravísimas que permitirán que el TEPJF anule su votación y reconozca el triunfo de López Obrador, y por eso busca con desesperación legitimarse por otros medios y, según se ha filtrado, está ofreciendo carteras en su hipotético gobierno a Beatriz Paredes (PRI), Lázaro Cárdenas Batel (PRD) y Roberto Campa (Panal) y ofreciendo negocios a grupos empresariales, evidenciando su desprecio por el TEPJF.
10. El pueblo está reivindicando su derecho de reaccionar frente a la tentativa de fraude con acciones de resistencia civil cada vez más radicales, y el mensaje que envía es muy claro: "No nos vamos a dejar".
PARA LOS QUE DUDAN DEL PODER DEL SUPER PEJE AMLO (Crítica a Denise Dresser)
Satiricosas
Manú Dornbierer

No es Cárdenas ni Gore ni Kerry.
A mi muy estimado y estimable amigo, el diputado Jesús González Schmal, ignominiosamente insultado por la mujer del (casi ex) presidente Fox.
Estoy de acuerdo con Pablo González Casanova: El 2 julio no fue sólo una elección mexicana. Fue sobre todo una más de las elecciones robadas por el neoliberalismo para imponer a gobernantes que sirvan sus intereses. Periodistas estadounidenses como Greg Palast, John Ross, Petras, entre otros apoyan esta tesis.Tras la elección semimexicana Palast empezó su artículo “La Floridización de la elección mexicana” así: “Bush vs. Gore, Bush vs. Kerry, Calderón vs. López Obrador”. Sí, lo que la gente tiene que comprender es que se trata de ese neoliberalismo al cual se adhirieron y apoyan Miguel de la Madrid, Carlos Salinas, Ernesto Zedillo y Vicente Fox en calidad de lacayos, que no de “Siervos de la Nación” llamada México. Lógicamente tratan de cumplir la orden imperial de imponer como presidente a otro de su calaña, Felipe Calderón. Por fortuna Andrés Manuel no es un Cárdenas, ni un Gore ni un Kerry. Su defensa contra el fraude electoral y sus campamentos que tanto indignan y molestan con razón a los habitantes de México City, provocan admiración y envidia en Estados Unidos. Sin duda no lo sabe Denise Dresser –¿algo que ver con la empresa Dresser Industries de Boston, donde nació la CIA y donde trabajó papá Bush?– que dice amar a México con “amor perro”, pero que hoy se avergüenza y arrepiente de haber sido partidaria del “Peje”?. Después de una actitud justa y valiente, rara en una persona de derecha, de pronto Denise escribe en Proceso el más ramplón mea culpa, así que le ofrezco aquí mismo el artículo de David Swanson intitulado “La vergüenza de no ser mexicano”. Quizá así se le quite la propia: “En Estados Unidos ninguno de los dos grandes partidos han nombrado jamás un candidato para los pobres. Sin embargo hemos establecido el patrón de robar las elecciones y no hemos demandado justicia. Sólo este hecho me hace ahora mismo avergonzarme de no ser mexicano. Los mexicanos están haciendo lo único sensato que pueden hacer para prevenir un deslizamiento a peligros más serios. Aquí en Estados Unidos no sólo nos dejamos robar las elecciones. La Casa Blanca ha eliminado al Congreso y a la Suprema Corte de cualquier actuación seria en nuestro Gobierno, sin mencionar que el Congreso se ha dado la vuelta y no quiere resistir. "Nuestro no-electo presidente ha revertido 800 leyes del Congreso, acabado con la mitad del Acta de Derechos, lanzado una guerra basada en mentiras, facilitado otra, encarcelado a gente sin ningún cargo ni proceso y la ha torturado, y ha lanzado operaciones masivas de espionaje fuera de la ley. Y no hemos llenado las calles”. Y para los comprensiblemente atribulados y enojadísimos capitalinos, que sin embargo saben que no se puede permitir un fraude más en un México que queremos por fin limpio y realmente democrático, entresaco algunos párrafos del artículo “Los pacíficos y los violentos” de Raúl Ramírez Baena, ex ombudsman de Baja California: “Al escuchar los discursos contra la resistencia civil que hacen hoy los Fox, Rubén Aguilar, Abascal, Felipe Calderón, Espino, Eugenio Elorduy (gobernador de BC) y sus aliados en los medios y en el Internet, me recuerda los mismos argumentos, las mismas voces pero con otras bocas, de los Díaz Ordaz, Echeverría, Corona del Rosal, García Barragán y Televisa en 1968 para descalificar el Movimiento Estudiantil, que hoy recibe reconocimientos del mismísimo Vicente Fox como constructor de la democracia. Las impugnaciones electorales y la resistencia civil pacífica y respetuosa pueden molestar “a terceros”, pero son derechos humanos. No en vano nuestra Carta Magna los ampara. En un país democrático los derechos humanos se promueven y se respetan por el Estado, al mismo tiempo que se ejercen libremente por los ciudadanos.
Hoy, para descalificar las movilizaciones y evadir el recuento de votos, el PAN invoca el Bando 13 del Distrito Federal que el propio AMLO emitió siendo jefe de Gobierno en el 2000, pero tan sencillo como que esas movilizaciones de resistencia civil pacífica –hasta ahora– son amparadas por la Constitución, que jerárquicamente está muy por encima de los Bandos administrativos. Alejandro Encinas no puede violar la Carta Magna. Entonces sí se cometería un delito.Cuando el Gobierno abusa de su poder, a los pueblos no les queda más que eso: Tomar las calles. A López Obrador no le dejó otra salida la maquinaria del poder, dentro de la que se encuentra ese Trife que se tarda sospechosamente en cumplir la tarea para la que los ciudadanos le pagamos, no el PAN. ¿Necesitará tiempo para “arreglar los votos”? En cuanto a la terrorista propaganda contra “el peligro que es AMLO” en TV y la que se sigue haciendo a sí mismo Fox, que sin duda se pactó dentro de la Ley Televisa, pregunto ¿cuánto nos cuesta a los ciudadanos y para qué sirve?. Hubieran querido que López Obrador fuera tan dócil como Cuauhtémoc, “Águila que Cae”, ganador de las elecciones de 1988, las que robó el neoliberal Carlos Salinas. Como muchos derrotistas Cuauhtémoc pensó sin duda “lo importante no es ganar sino competir” y “a palo dado, ni Dios lo quita” y por fin, “si no puedes contra tus enemigos, únete a ellos” y “ya será para la próxima”. Así, pues, acató el fraude y consecuente asalto al poder. Y pactó con Salinas. Nos costó muy cara la resignación del hijo del “Tata”. Cuauhtémoc fue un pacífico que no defendió su victoria y la nuestra, la de sus seguidores, porque “no quería ‘sangre”, pero permitió sin embargo que le mataran a 600 perredistas entre ellos a sus dos asesores cibernéticos Gil y Ovando, conocedores de las verdaderas cifras electorales. El “pacifismo” de Cárdenas le costó a México un vergonzoso rosario variopinto de presidentes prianistas que sólo sirven al neoliberalismo, no a aquello que los cursis llamamos Patria. Dejó que Diego Fernández de Cevallos quemara con todo y Palacio Legislativo, los paquetes de votos de modo que no se contaran, pues podían demostrar su victoria. Hoy, después de haber tratado inútilmente de recuperarse de su cobardía del 88 en dos ocasiones, en 1994 y en el 2000, habiendo perdido la candidatura del PRD que creía reiterativa y eterna, recibe por fin su premio ¡Va a ser, qué lindo, maestro de ceremonias en el 2010!

jueves, 3 de agosto de 2006

Reporte; Resistencia 4

Reporte; Resistencia 3
Reporte; Resistencia 2
Reporte; Resistencia 1

Adolfo Sánchez Rebolledo
La salida: contar los votos
Nada sería mejor para fortalecer la credibilidad de las instituciones democráticas que un nuevo recuento de los votos. Los contendientes tendrían que deponer las descalificaciones y asumir a plenitud el resultado final, desvaneciendo el conflicto electoral o, mejor, trasladándolo al ámbito donde puede ser realmente trascendente: el debate público, la acción parlamentaria, la movilización ciudadana, es decir, la política en el buen sentido de la palabra. Una resolución salomónica del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) nos pondría en la ruta de consolidar los avances logrados a costa de enormes esfuerzos populares, enterraría el fantasma de la desconfianza al limpiar irregularidades, algunas atribuibles a simples errores aritméticos, y a zanjar de una buena vez las sospechas de fraude que la coalición Por el Bien de Todos ha denunciado. No hay otra forma mejor de resolver estas cuestiones que contando los votos. Sin embargo, los críticos del recuento han armado un embrollo jurídico y político que oscurece el objetivo principal: se trata simplemente de dar certeza a la ciudadanía. Nada más y nada menos; seguridad y confianza en los mecanismos que aseguran la representación ciudadana.
Ninguna otra solución apegada a derecho podría significar tanto para todos los mexicanos: no sólo garantizaría la paz social -que no es poca cosa-, sino que, además, las fuerzas políticas se verían empujadas a pasar a una nueva etapa de reconstrucción del régimen político claramente sustentado en la aplicación de la ley. Sin subestimar los logros en la dimensión electoral de la democracia, ahora se trata de ajustar la forma del Estado y las instituciones a la nueva realidad creada, tanto por el curso objetivo de la lucha política y el desarrollo general de la sociedad mexicana, como por los cambios sociológicos y culturales que hoy imprimen un sello muy diferente a la propia noción de ciudadanía. Por ejemplo, no podemos seguir creyendo que México puede gobernarse sin pensar en las determinaciones impuestas por el atraso y la desigualdad, es decir, sin dar al concepto de ciudadanía una dimensión a la vez concreta y universal, acorde con las grandes líneas del mundo global, cuyas consecuencias apenas entrevemos al juzgar el TLC o las migraciones.
El TEPJF tiene, pues, una responsabilidad superior que no se limita, como se dice, a dirimir una disputa electoral común y corriente. Estamos ante una situación inédita, pues aunque existen antecedentes legales, ninguna otra elección se parece por sus resultados a la presidencial de 2006. Tal vez pedimos demasiado a los magistrados, pero son los únicos que hoy pueden sacar al país de la crisis. Recontar los votos no es una concesión, sino una prueba más de la fidelidad de los juristas a los principios del derecho. Y, si así lo determina, el TEPJF habrá dado un paso de enorme trascendencia para la consolidación de la democracia, tanto como en la propia evolución doctrinaria de nuestra legalidad.
Las visiones limitativas acerca del papel de las instituciones electorales, incluido el TEPJF, aspiran a que nada cambie, cuando la construcción democrática exige lo contrario y junto a la evolución jurídica reclama mayor sensibilidad de los magistrados para adaptarse a la realidad. Muy rápido se nos olvida que las instituciones democráticas también se hallan sujetas a un proceso de crecimiento y maduración, de modo que deben verse con respeto, pero sin concederles a priori una aureola mística, como si no fueran de este mundo. Justo porque queremos preservar las conquistas institucionales urge mantener ante ellas una actitud vigilante, a la vez crítica, informada y comedida. Saber quién ganó y luego hacer la declaratoria correspondiente es, debe ser, un acto de transparencia republicana despojado de toda sombra de duda.
Por ello resulta inadmisible el doble discurso de la derecha: por un lado asegura que aceptará sin chistar lo que diga el TEPJF; por otro, actúa como si ya Calderón fuera el presidente electo y en esa calidad se pavonea entre los grupos de poder, asumiéndose mandatario de facto, mucho antes que el órgano jurisdiccional resuelva en definitiva. No es un asunto menor, pues, además de exacerbar los ánimos de los otros, representa una burla para la República, ya que compromete el buen nombre de México entre países amigos y, sobre todo, destruye toda credibilidad de la autoridad judicial que tiene el tema en la mesa. Pero ésa ha sido, justamente, la estrategia montada para aislar a López Obrador, lo cual, dicho sea de paso, tampoco les ha servido. Pero es grave que se pretenda minimizar el valor de las impugnaciones presentadas por la coalición Por el Bien de Todos, como si fueran, si no ilegales cuando menos ilegítimas o desleales con "las instituciones" y las reglas del juego aceptadas.
La actuación de Felipe Calderón y sus aliados ha sido dejar que las cosas corran propagandísticamente como si el proceso electoral ya hubiera terminado para todo fin práctico. Como es público, la coalición, hasta hoy, se ha limitado a exigir que los votos se cuenten y por eso resulta una auténtica memez decir que López Obrador "pretende ganar en las calles lo que no pudieron ganar en la urnas". A la derecha le gustaría que nadie hablara del 2 de julio y sus resultados; que los reclamantes se quedaran en sus casas a esperar el fallo, mientras en la oscuridad los poderosos, ayudados por los medios, continúan tejiendo a la medida el traje presidencial de Calderón. No contentos con el daño infligido a la convivencia nacional durante la campaña, se regodean diciendo que López Obrador es "un peligro para México". En el fondo, tan celosos de la legalidad, a ellos no les hacen falta los 15 millones de ciudadanos que votaron por la coalición Por el Bien de Todos. Sencillamente no los ven, son fantasmas sin identidad. Para ellos, está probado, el pluralismo vale lo que cuesta la alianza con el "nuevo PRI", el querido viejo enemigo que hará posibles las reformas estructurales y, ¿por qué no?, los grandes negocios del sexenio, si finalmente accede el PAN a la Presidencia. Son ellos, paradójicamente, los que no entienden que el país ya no es el de 1988. Hoy es imposible gobernar pacíficamente sin legitimidad.
Ante tales maniobras es una tontería pedir a la coalición Por el Bien de Todos que se quede de brazos cruzados: el que calla otorga. López Obrador ha entendido que las semanas que vienen son decisivas y se debe mantener viva la cohesión, de modo que no se produzcan sorpresas en el camino. La fuerza de la coalición está en la gente que se ha volcado, como nunca en la historia, a respaldar su causa. De ella depende que la resistencia pacífica tenga éxito, pero ese objetivo exige evitar acciones incomprensibles, como los bloqueos contra la ciudad y su gobierno, que, lejos de estimular la imaginación y el deseo de participación, la costriñen a una pugna cotidiana con otros ciudadanos y desgastan a sus simpatizantes. Hoy más que nunca, insisto, es necesario pasar al recuento de los votos. No hay que distraerse.
Esta es resistencia
Gabriela Rodríguez
Con el mismo porte de quien lucha con dignidad y el mismo rostro de indignación me encontré allá y acá: en el centro de Seattle y en el Zócalo, el primero en un contexto laboral y el segundo en el marco poselectoral; uno en la Second Avenue y otro en Paseo de la Reforma.
De regreso a mi tierra, después de un año de estudios en el país más rico del mundo, veo a los paisanos de la misma clase trabajadora tomando las calles allá y acá, provocando el caos en la circulación con marchas y plantones, causando pérdidas a algunos empresarios, haciendo oír su voz en actos de resistencia.
Jesús Moctezuma, vendedor ambulante de Ecatepec, me explicaba ayer, en pleno Paseo de la Reforma: "Con todo respeto, pero la maestra Esther es una lamehuevos del señor Ugalde; Calderón sólo quiere sangrar al pueblo y a Fox le rompió los huevos su esposa. Marcos le trabaja a Salinas y aquí el único que tiene bien puestos los huevos es Andrés Manuel".
La entrada al México de hoy es como un golpe emocional en seco que se siente en el vientre: son los mismos excluidos y discriminados que luchan por una ciudadanía que garantice su derecho al trabajo y a la elección de sus gobernantes; allá son los indocumentados, acá los desempleados.
Protestando frente al consulado de México en Seattle conocí hace un mes a Irene Herrera, quien portaba un cartel con la leyenda: "El maestro luchando también está enseñando". Originaria de San José del Progreso, ubicado en la costa oaxaqueña, me explicó: "Acá estoy viviendo desde hace 15 años, dejé México por el sistema gubernamental de allá, que tiene a los maestros con esos sueldos tan rezagados. Soy maestra titulada, daba clase de primaria en comunidades rurales y en los pueblos más escondidos de mi estado, porque es ahí donde los niños más nos necesitan. Pero el sueldo era muy amarrado y me decidí a venir porque yo quería que mi hijo estudiara y tenía que ayudar a mis padres. Mi novio ya se había venido para acá y un año después yo me decidí, la economía me incitó. Empecé limpiando cuartos de hotel y casas. Se sufre bastante, pero yo miraba que el dinero acá era más, así que empecé a ayudar a mi familia, y al año siguiente me traje a Fredy, mi hijo, cuando tenía seis años; una hermana me ayudó a pasarlo. La cruzada es muy triste, no tienes idea de lo que se pasa: te persiguen como si fueras criminal, y ese sentimiento nunca se olvida. Hasta ahora recuperé mi trabajo de maestra en un cetro de prescolar; ya no limpio casas desde hace dos años. Este sí es un trabajo digno que me permite sacar mis gastos y ayudar a mi familia, la de acá y la que sigue allá en mi tierra. Hoy se trata de dar apoyo a los maestros que protestan en el zócalo de Oaxaca, por eso estoy aquí, alzando mi voz y diciendo que hay que poner un poco de atención al problema de Oaxaca. Siempre han estado con ese sueldo raquítico; si les pagaran bien no habría necesidad de plantones ni de golpes ni de represión ni de huelga, eso se pararía. Queremos poner un gobierno que sirva al pueblo porque hasta ahora los gobernantes sólo están atendiendo las necesidades para su persona, para su comodidad, y hay un momento en que la gente no aguanta y necesita que se le escuche. Ahorita tendríamos que darle oportunidad de gobernar al candidato Andrés Manuel porque está apoyado por el pueblo, nunca le hemos dado esa oportunidad. Ojalá no nos equivoquemos. Tengo esperanzas de que sea la gente la que lo ponga, y no que manos por ahí escondidas nos pongan al otro. Ya es momento de que den oportunidad a la gente del pueblo a poner a su candidato; eso sí, si no cumple, el mismo pueblo lo puede quitar. Ojalá todos salgan a votar y pongan sus plegarias, que escojan al que los va a representar y no se va a llevar su tajadita a lo descarado".
Más allá de la reforma de inmigración y de la crisis poselectoral, se trata de un movimiento poderosísimo de dos rostros del cual hay que resaltar la lección que está brindando al mundo entero: una masa crítica que está haciendo visible la debilidad del modelo económico y político, y una lucha de clases que evidencia las disparidades y las fallas de una democracia secuestrada por el empresariado. Es un mismo movimiento de resistencia que está llegando al límite, y opta por la desobediencia civil, no por la violencia. Entre integrantes de las mismas familias, unos deciden atravesar la frontera ilegalmente y otros se quedan a retar a las instituciones electorales. Son grupos que sueñan que es posible cambiar las cosas. Es gente que decidió salir para romper las reglas en vez de salir a robar.
Bien me decían amigos estadunideneses: nosotros debimos reaccionar como ustedes ante los dos fraudes electorales que hemos vivido: el de Florida, en 2000, y el de Ohio en 2004; hoy tenemos un presidente impuesto.
afluentessc@prodigy.net.mx

sábado, 8 de julio de 2006

AMLO

No se doblen, el que se aflige se afloja

MEXICO ¡NO SE RAJA!
.
Por Óscar Camacho y Alejandro Almazán
Un recorrido de veinte años. Del Éxodo por la Democracia a la cruenta batalla por la Presidencia de la República. Dos décadas en las que Andrés Manuel López Obrador pasó por todo: la muerte de su esposa, la renuncia al PRI, la llegada al PRD, su triunfo en el Distrito Federal. Pero como en todo, la historia marca algunos momentos determinantes.

Los videoescándalos: “Las cosas se van a poner feas”
Al arrancar marzo de 2003 no existía político alguno en México que alcanzara la popularidad de López Obrador. Presumía las encuestas. Se jactaba de su suerte. Y hasta se permitía echar mano de las viejas reglas, al decir que no le interesaba la Presidencia de la República, que lo dieran “por muerto” en esa carrera. Pero la fortuna siempre tiene fecha de caducidad. El 1 de marzo toda su estrategia le estalló en la cara cuando veía el televisor: Gustavo Ponce, el secretario de Finanzas del gobierno capitalino, su colaborador, era exhibido, en el noticiero de Joaquín López Dóriga apostando en una mesa del hotel Bellagio, en Las Vegas. Esa misma noche el funcionario desapareció y Andrés Manuel sabría que los pactos con la fortuna no son eternos. Él, que creía tener controlado todo, tanto que a sus muy cercanos les confiaba sería hasta diciembre cuando anunciara su destape presidencial, se daba cuenta de que la guerra había llegado. Y ese 1 de marzo, en la reunión mañanera con su gabinete, percibió lo que nunca antes en sus más cercanos colaboradores: miedo. Había confusión. Varios de ellos no le dieron mayor importancia al tema, pensaron que era una noticia más, destinada a la anécdota, como la que había sacado a la luz el salario que ganaba Nicolás Mollinedo, el leal y eficiente chofer del tabasqueño. Pero López Obrador sabía que quienes pensaban así estaban equivocados. De hecho, unos días antes se reunió con un pequeño grupo de periodistas, a quienes les anunció lo que venía: “Las cosas se van a poner feas. Nos van a atacar con todo”.
El 3 de marzo lo confirmaría.
Luego del de Ponce, vendría el video de René Bejarano. Frente a las pantallas el ex secretario particular de Andrés Manuel se hacía de piedra mientras el payaso Brozo, convertido en ministerio público, le mostraba un video en el que Bejarano recibía fajos de billetes de parte de un hombre sin rostro, cuyo nombre luego se sabría: Carlos Ahumada, un empresario argentino venido de la nada, amor clandestino de Rosario Robles.
Algunos integrantes de su círculo cercano creyeron que aquello era el fin.
López Obrador, sin embargo, ordenó a sus colaboradores que se armara una investigación. Todo indicaba que los ataques eran parte de una estrategia para sacarlo de la carrera por la Presidencia. “Es un complot…”, diría hasta la saciedad. El escándalo creció al paso de los días. Carlos Ímaz sería exhibido; Ramón Sosamontes renunciaría al PRD por sus ligas con Ahumada; Rosario Robles también se iría cuando ya pesaba sobre ella la amenaza de expulsión.
Poco a poco López Obrador lograría administrar los daños. Investigó y demostró públicamente los lazos entre Carlos Salinas de Gortari, Diego Fernández de Cevallos, el ex procurador Rafael Macedo de la Concha y Carlos Ahumada, a quien las autoridades panistas le darían toda clase de facilidades para que denunciara al Gobierno del Distrito Federal en el lobby de un hotel. Al final, Bejarano abandonaría el reclusorio sur, absuelto de los cargos. Ímaz pagaría con una fianza su libertad, y con el destierro político su cercanía con Robles. Ahumada y Ponce terminaban en las celdas de la prisión. Robles abandonaba el PRD. Y Brozo buscaría que se le reconociera como periodista, pues ese año envió su video para concursar en el Premio Nacional de Periodismo. Ninguno de los jurados lo tomó en serio. Y López Obrador supo que ningún político cuenta con certificado de inmunidad. Que en la política no hay indestructibles aunque lo diga su “dedito”. El desafuero: “No te
quiebres, cabrón”
La mañana del 7 de abril de 2005, en el Salón Virreyes del edificio que alberga el gobierno del DF, Pío López Obrador abrazó a su hermano Andrés Manuel y le dijo: “No te quiebres, cabrón”. Al final de ese día, la maquinaria de los diputados panistas y priistas se echaría a andar y le arrebatarían el fuero a López Obrador. El plan era destituirlo, que enloqueciera en su casa, llevarlo a juicio penal, encerrarlo y matarlo políticamente.
Ahí te quedas, de ahí ya no sales.
Y todo por construir una vía de acceso a un hospital privado en los terrenos de un predio (El Encino, de Santa Fe) cuya propiedad era reclamada por un tal Enrique Arcipreste, asesorado por los abogados de la familia Salinas y por el despacho de Fernández de Cevallos. La justicia acusaba a Andrés Manuel de haber cometido “desacato” a la orden de un juez, pues se había negado a suspender la obra. Y aunque nunca se demostró que López Obrador fuera la autoridad directamente responsable de tal desacato, el gobierno de Vicente Fox y el titular de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Mariano Azuela, consideraron que había elementos para procesarlo. Eso bastó para que desde Los Pinos se enviara a la Cámara de Diputados la petición de desafuero. Y aunque cada uno por su lado negaría haber hecho acuerdo alguno, pronto se sabría que Fox y Azuela habían sostenido un encuentro para discutir el curso del caso.
La decisión era simple: desaforar a López Obrador, someterlo a proceso penal y, con ello, suspender sus derechos políticos el tiempo que durara el juicio. Con sus derechos políticos suspendidos, López Obrador no podría inscribirse como candidato presidencial. De nada valdría que se demostrara que en la ley no existía, en el último de los casos, sanción alguna que penalizara la supuesta falta. De nada valdría que el diputado Horacio Duarte demostrara en la Comisión Instructora de la Cámara de Diputados la fragilidad de los argumentos del PAN y PRI. Ese día, 7 de abril, en su casa del Copilco, al sur del DF, López Obrador se sentiría roto, vacío, y confirmaría que nadie es políticamente indestructible. Por eso, ese 7 de abril sabía que comenzaba otra batalla. La de la resistencia y movilización. Pero la de la movilización pacífica. Estaba seguro de que tenía a la opinión pública de su lado porque no había razones para desaforarlo y porque la maniobra para sacarlo de la carrera presidencial era burda. Pero también sabía que la intención de desaforarlo lo haría crecer desmesuradamente en las encuestas, y que incluso mucha gente que no votaría por él, estaba decidida a defenderlo del desafuero. Andrés Manuel dejó que corrieran los días. Se asumió y se presentó como mártir. Y rechazó cuanta eventual propuesta de negociación llegó a recibir. Como cuando el subcoordinador de los diputados panistas, Germán Martínez, le propondría al abogado Javier Quijano exonerar a López Obrador, pero sancionar a quien fuera secretario de Gobierno del DF, José Agustín Ortiz Pinchetti. “No”, respondería López Obrador, mientras saboreaba cada mañana las encuestas que lo encumbraban más y más.
A eso le apostó.
Y por eso, al término de aquel multitudinario mitin en el Zócalo, que llenó la plancha y las calles aledañas con más de un millón de personas, López Obrador pudo sonreír y decirle a la gente que los quería “desaforadamente”. Ya luego, desde la tribuna de la Cámara baja, pudo restregarles al presidente Fox, a los panistas y a los priistas, su necedad de enjuiciarlo, y se marcharía antes de que lo lincharan los votos de los legisladores. El gobierno federal sabría, a partir de ese momento, que en política no hay enemigo pequeño. Y con el paso de los días, Vicente Fox terminaría por sufrir el mayor desgaste político de los seis años de su mandato. La ciudadanía y la opinión pública “desaforaron” a Fox a su manera. Lo descalificaron como presidente demócrata y los ecos del desafuero llevaron su descrédito hasta el extranjero.
No pudo más.
Colaboradores de Fox contactaron a gente como Ricardo Monreal y Manuel Camacho Solís. Se buscó una negociación. Y aunque hasta ahora no se sabe si hubo o no un trueque, lo que sí está confirmado es que ambas partes se sentaron a dialogar. Monreal, Camacho, Leonel Cota, por un lado; Emilio Goicoechea y Carlos Abascal, por el otro. El caso es que el presidente terminó apareciendo en cadena nacional para anunciarle a la nación que se indultaba a López Obrador, que el caso sería revisado y que nunca sería él quien le cerrara el paso a ningún mexicano en sus aspiraciones presidenciales. A la mañana siguiente, el diario Monitor sería el único que supo cabecear la esencia del anuncio: “Fox le da la candidatura a López Obrador”. Soberbia y guerra sucia: “¡Ya no estén diciendo, háganlo!”
La soberbia cegaría entonces a López Obrador. Con diez puntos de ventaja en las encuestas, López Obrador entró a la campaña presidencial más inflado que un globo. “No voy a gastar en medios” electrónicos, dijo retador en el arranque, en los primeros días de enero. Pero como en muchas otras cosas que anuncia como parte de sus principios, López Obrador tuvo que comerse sus palabras. Conforme su principal adversario, Felipe Calderón, reconocía errores, relanzaba su campaña y comenzaba a subir en las encuestas, el tabasqueño anunció que tendría un programa de media hora por TV Azteca, en un horario infame: las seis de la mañana. ¿Para qué gastaba más dinero en televisión?
Pero muy pronto se toparía con la realidad. El PAN había pasado a la ofensiva y lanzaba un ataque por dos flancos: el presidente Vicente Fox se subía al ring y no había día que no sacara decenas y cientos de spots en las televisoras y radiodifusoras del país, al tiempo en que Felipe Calderón desataba una andanada de anuncios y ataques verbales.
Era la guerra sucia, la que ellos gustan llamar “campaña de contraste”. Y esa estrategia, en pocas semanas, rendía frutos a los panistas. Calderón no sólo se acercaba, sino que llegaría a empatar a López Obrador. En la casa de campaña del candidato del PRD, gente como Ricardo Monreal, Jesús Ortega y Manuel Camacho Solís, tímidamente, propusieron responder al PAN. Pero Andrés Manuel insistía: ni para bien ni para mal. Personalmente él se encargaría: se lanzaría en sus discursos contra Fox y Calderón (“¡cállese, señor presidente!” y “cállate, chachalaca”, fue lo mejor de su repertorio lingüístico), y autorizaría a Elena Poniatowska para que apareciera en un spot y les dijera a los panistas que mentían, que en su gobierno no se había endeudado la capital. Pero cuando hubo un corte en las encuestas internas —y Andrés Manuel se rige por los sondeos—, López Obrador se dio cuenta de que la estrategia no era la correcta. ¿Fue lo de chachalaca? ¿Fue lo de “cállese, señor presidente”? ¿Eran los candidatos externos, los priistas cooptados con pasados cuestionables? Las encuestas decían que sí, pero sólo una parte. Pero lo que más le estaba pegando era la comparación que se hacía de Andrés Manuel con Hugo Chávez y que se hablara sobre el presunto mal manejo de las finanzas y la deuda del gobierno capitalino. —Debemos contestarles, nos están fregando —le dijo un colaborador. —¡Pues ya no estén diciendo, háganlo! —les respondió un López Obrador desencajado. Tere Struck, la publicista de la campaña, no entendió el mensaje, pero Gerardo Fernández Noroña, Martí Batres y Jesús Ortega sí. Y con ayuda del cineasta Luis Mandoki y la producción de Ricardo Rocha, los tres maquinaron spots más agresivos. Mientras, Horacio Duarte, como representante del PRD en el IFE, exigiría que se retiraran los spots en los que se comparaba a López Obrador con el presidente de Venezuela; lo logró. Era tarde. La ofensiva panista había funcionado: el candidato del PRD había perdido dos puntos, seguía a la baja y por primera vez se colocaba en segundo lugar. El miedo volvía a aparecer en la campaña del tabasqueño. La ausencia en el debate: “Al final decimos que no” El sábado 21 de enero la Cámara de la Industria de la Radio y la Televisión invitó a los candidatos a debatir; los exhortaba a que aceptaran un encuentro en las semanas siguientes para que los electores conocieran sus propuestas. Horacio Duarte no perdió tiempo: como representante de la coalición Por el Bien de Todos en el IFE debía recibir instrucciones para saber qué hacer, qué responder. Ese mismo sábado alcanzó a López Obrador en la caseta de Puerto Morelos, en los límites de Guerrero y Morelos. En diez minutos, Andrés Manuel le explicó que no iría al primer debate, que si acudía, tanto Calderón como Madrazo lo despedazarían y terminaría perdiendo puntos. Puso el ejemplo del boxeador que es campeón mundial y va a pelear con un sparring. Duarte no lo contradijo, pero le comentó que la consecuencia de no asistir sería también una caída en las encuestas.
“Ya lo decidí: no voy a ir. Pero digamos que lo estamos valorando. Al final decimos que no”.
El 6 de mayo, sin embargo, Calderón ganó el debate y el posdebate. Se apoderó de la agenda de los medios. Todo era Calderón. Las encuestas de Reforma, Milenio, Mitofsky y María de las Heras lo decían: Calderón había superado a López Obrador.
Era cierto, y aunque el propio López Obrador decía que no, las encuestas internas, las elaboradas por Parametría, decían que Felipe Calderón lo había rebasado, que tenía 36 puntos, y Andrés Manuel había bajado a 34.
Todos sabían que Andrés Manuel se había equivocado en su estrategia. Pero nadie se lo decía. Mucho menos le hablaban de la necesidad de dejar a un lado la soberbia con que arrancó la campaña.
Pero el caso es que el globo se había desinflado y había que echarlo de nuevo a volar. Abajo en las encuestas:
“El que se aflige, se afloja”
Todos los perredistas, entonces, voltearon a ver la tele.
Y López Obrador se tuvo que comer sus palabras. Y Televisa volvió a ser dueño y señor al que había que rendirle tributo.
Y las pautas de publicidad comenzarían a fluir. Y se designaron cuatro voceros: Claudia Sheinbaum, Porfirio Muñoz Ledo, Jesús Ortega y Horacio Duarte. En el cuarto de guerra, López Obrador era incluso otro: tenso y malhumorado. El ánimo general no era el mejor. Todos estaban hechos un nudo de nervios. Ahora sabían por qué los empresarios ya no querían aportar dinero para la campaña.
Después de un rato de recriminaciones mutuas, Andrés Manuel trazó la nueva estrategia: que Batres, Fernández Noroña y Ortega produjeran más spots donde se hablara del pasado de Calderón. El Fobaproa y esas cosas. Pero que fuera el CEN el que se hiciera responsable.
Los spots irían también para los mandos medios del partido, que a esas alturas parecían desalentados ante la falta de respuesta. La idea era clara: no mostrar debilidad, no hablar de que, en efecto, estaban debajo de las encuestas. Y, por si fuera poco, los cuatro voceros se encargarían de contestar cada una de las intervenciones de los panistas. Habría un equipo de monitoreo para ayudar a entrar al aire, en radio y en tv, y buscar replicar los comentarios. Mientras, esperarían a que el PAN regresara a la curva de la campana y le apostarían a no bajar más, una vez que Fox dejara de promover los logros del sexenio. Pero nadie mejor que López Obrador definiría la estrategia a seguir por esos días: “No se doblen, el que se aflige, se afloja”. La contraofensiva del PRD había empezado. Y en pocas semanas estaría respondiendo, en la tele, spot por spot, golpe por golpe. Segundo debate y el cuñado incómodo: “No te enojes…”
A fines de mayo, un grupo de hombres llegó a la casa de campaña de López Obrador. Querían verlo, con urgencia. Pero el candidato no estaba. La gente de prensa los subestimó y terminaron con Alberto Pérez Mendoza, el más fiel de los amigos de Andrés Manuel. Le dijeron que eran trabajadores de la empresa Hildebrando, cuyo director era Diego Zavala, cuñado de Felipe Calderón. Se desahogaron con Pérez Mendoza; le comentaron que eran empleados por honorarios y que tenían problemas para cobrar. Más allá de las frustraciones laborales, lo que había en el fondo era oro molido: la compañía había sido beneficiada por Calderón cuando éste había sido secretario de Energía.
Por si fuera poco, gracias al tráfico de influencias, la empresa había conseguido grandes contratos en Pemex, en el IFE y en varios gobiernos estatales. Pérez Mendoza reunió toda la información en secreto. Hasta que la tuvo completa se la proporcionó a López Obrador, quien también la mantuvo reservada para evitar alguna filtración.
Entonces llegaron los días del segundo debate. Andrés Manuel no hizo entrenamiento alguno: sólo pidió tarjetas informativas con temas y alguna sugerencia para responder. Fue entonces que les comunicó a sus colaboradores sobre la información de Hildebrando. “¿La información de Hildebrando? ¿De qué está hablando…?”, se preguntaron varios de sus más cercanos colaboradores, quienes sabrían de qué se trataba hasta la parte final del segundo debate.
Antes de entrar a escena, sólo se le pidió un favor a López Obrador: “No te enojes… si te enojas, Calderón va a ganar el debate”. Al final, como estaba previsto, López Obrador soltó lo de Hildebrando, lo del cuñado de Felipe Calderón, lo de los contratos con que se ha beneficiado el hermano de la esposa de Felipe. Y aunque las primeras reacciones de intelectuales y politólogos decían que Calderón había ganado el segundo debate, la realidad, terca, terminó por dictar cátedra. López Obrador había asestado un golpe tan certero y explosivo que el tema del cuñado incómodo de Calderón no se ha apagado aún.
Los panistas no supieron qué hacer con el petardo en las manos.
Nunca pudieron convencer de que no había nada y nunca pudieron contrarrestar el spot producido por el PRD en el que aparecía el propio Diego Hildebrando Zavala reconociendo que sólo se había beneficiado con ocho millones en contratos con Pemex cuando Felipe Calderón fue secretario de Energía.
El candidato panista dejó entonces de sonreír y López Obrador volvió a respirar y a creer en las encuestas que antes negaba. Poco margen, escasos tres, cuatro o cinco puntos, pero ventaja al fin y al cabo. Llegaba en la punta. Epílogo: mensajes a la nación Alguien, en la reunión de los lunes, comentó: “¿Por qué no le hacemos caso a Madrazo? Dice que sólo los jefes de Estado mandan mensajes a la nación. Que Andrés envíe uno”. Al principio, a López Obrador le pareció una locura, pero luego, pensándolo bien, concluyó que era una buena idea: no importa el mensaje que se dé, sino la expectativa que se genere. Era un arma propagandística. Entonces el cineasta Luis Mandoki, el equipo del periodista-publicista-perredista Ricardo Rocha y Tere Struck se pusieron a trabajar. Lo único que hacía falta era el dinero: un millón de pesos por cada spot, en cuatro canales. Darían cuatro millones de pesos por un minuto. Hicieron cuentas. No les alcanzaba. Y rápida, una orden recorrió el país, dirigida a comités estatales, municipales, senadores, diputados y a cuanto miembro del PRD pudiera: hay que aportar a la campaña para la recta final. Hasta que lo lograron.
Los reportes decían que cada uno de los tres spots tuvo en promedio siete puntos de rating. En las encuestas internas, eso les dio dos puntos y medio. Sólo faltaba el tránsito de llenar el Zócalo. Y lo hicieron, como en los mejores días del Frente Democrático Nacional del 88; como en los difíciles tiempos en que Cuauhtémoc Cárdenas y el PRD se confrontaron con Carlos Salinas; como en los estrujantes momentos del desafuero. Como en ese miércoles 28 de junio de cierre de campaña. De esa campaña que López Obrador comenzaría aquella tarde de 1999, cuando decidió que aceptaría la candidatura a la jefatura de Gobierno del DF, luego de un mes de no saber qué rumbo le daría a su carrera política.
López Obrador. Su defensa en el proceso de desafuero ante oídos sordos en San Lázaro.

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