Madrid, España. No fue el primer síntoma, pero sí la señal de que algo grave estaba sucediendo. En 2004 y 2005 la derecha española declaró un boicot al cava y otros productos catalanes. Primero fue una respuesta -dijeron sus organizadores- a las declaraciones de Josep Lluís Carod-Rovira, dirigente de Ezquerra Republicana de Cataluyna en contra de la candidatura de Madrid como sede de los Juegos Olímpicos de 2012. Después para manifestar su descontento con el Estatuto que debería dar más facultades autonómicas a Cataluña. Desde entonces han ido echando un pulso tras otro. Con cualquier pretexto han tomado las calles. Cuando el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero aprobó la ley de matrimonio entre homosexuales, el Partido Popular (PP) acusó al Gobierno de propiciar leyes y reformas no avaladas socialmente y presentó un recurso de inconstitucionalidad. Sin dudarlo, los militantes de ese partido se sumaron a las manifestaciones en contra de la legislación que, según ellos, destruye a la familia, y se sumaron los obispos que se remangaron las sotanas para manifestarse.
Ya encarrerados, se siguieron de frente con el asunto vasco, uno de los temas con el que más ha lucrado políticamente. La declaración de tregua permanente de ETA alborotó el gallinero falangista. El PP fue el único instituto político que rechazó en las Cortes la posibilidad de abrir una vía pacífica al conflicto en Euskadi. La reciente decisión del gobierno español de otorgar al integrante de ETA, Iñaki De Juana Chaos, el cambio en su condición penitenciaria, pasando a prisión atenuada (casa por cárcel) por el año y medio de prisión que le falta cumplir por un delito de opinión, fue el pretexto para crispar más aún el clima político. El que Arnaldo Otegi, portavoz de la ilegalizada formación Batasuna, activamente comprometido en la búsqueda de la paz, no haya sido detenido elevó aún más la temperatura. Y, en el colmo del absurdo, la derecha convocó en Pamplona una manifestación para protestar en contra de la hipotética entrega de Navarra al nacionalismo vasco radical. Ya entrada en gastos, la ofensiva en marcha ha abierto todo tipo de frentes de lucha: desde la objeción a la enseñanza de una materia de civismo en la escuela, en la que se habla de la existencia de familias heterodoxas, hasta el boicot informativo al grupo Prisa.
La derecha argumenta que la unidad de España está en peligro y que el Estado se ha rendido ante los terroristas. A través de diversos medios ha corrido la especie de que los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid fueron resultado de la colaboración de ETA con el fundamentalismo islámico para beneficiar al candidato del Partido Socialista Obrero Español en sus aspiraciones a la Presidencia. El triunfo de los socialistas en los comicios de ese año habría sido, según esta teoría, producto de un complot. El PP es una fuerza política católica profundamente conservadora. A diferencia de otros países europeos, donde la extrema derecha tiene sus propios partidos, en España, como sucede en Portugal y Grecia, no tiene una fuerte presencia propia. En los hechos, la mayoría de los adherentes a está corriente actúan dentro del PP. Allí conviven el franquismo sociológico nostálgico del pasado con jóvenes de clase media racistas (especialmente islamofóbicos), monárquicos, "modernos" y españolistas. El sector de extrema derecha que participa en política por afuera de los populares apenas alcanzó 70 mil votos en las elecciones locales de 2005.
La derecha española, con sus 10 millones de votos, está profundamente arraigada en la sociedad. Cuenta con la mayoría de la jerarquía eclesiástica, con instituciones educativas, asociaciones civiles, medios de comunicación, sindicatos de policía, jueces y mucho dinero. Religión y fueros parece ser su grito. Se ha apropiado de los símbolos nacionales -mucho más cercanos al franquismo que a la República- como antes hizo con conceptos como el de progreso, y los utiliza para presentarse como si fuera el país mismo y no una parte de él. La derecha española tiene a su favor la impunidad de los responsables de los crímenes cometidos durante la dictadura. En lo esencial, el pasado sigue siendo el mismo que fue durante el franquismo. El Rey, jefe de Estado del Reino, fue designado por el Caudillo. Se mantienen en pie las estatuas de Francisco Franco y las calles llevan los nombres de los generales que dieron el golpe de Estado.
Esa derecha, sin embargo, está siendo cada vez más desafiada de muchas maneras. El pasado 14 de marzo, 76 aniversario de la proclamación de la República, enarbolando banderas tricolores, miles de personas tomaron las calles de Madrid llamando a luchar por la III República y en contra de un sistema monárquico herencia del franquismo. ¿Rendirá frutos a la derecha española su estrategia de crispación y de desafío a las instituciones? Parece poco probable. La tensión le ha permitido movilizar exitosa y masivamente a su base social tradicional y mantenerla fiel. No obstante, no ha podido sumar nuevos contingentes a su causa. Los próximos comicios autonómicos y municipales de mayo de 2007 serán un indicador de la fortuna o el fracaso de su estrategia. Una duda, empero, surge de esta ruta: si el PP no triunfa en los comicios ¿cómo hará para convencer a sus militantes de que regresen a sus casas?
Ya encarrerados, se siguieron de frente con el asunto vasco, uno de los temas con el que más ha lucrado políticamente. La declaración de tregua permanente de ETA alborotó el gallinero falangista. El PP fue el único instituto político que rechazó en las Cortes la posibilidad de abrir una vía pacífica al conflicto en Euskadi. La reciente decisión del gobierno español de otorgar al integrante de ETA, Iñaki De Juana Chaos, el cambio en su condición penitenciaria, pasando a prisión atenuada (casa por cárcel) por el año y medio de prisión que le falta cumplir por un delito de opinión, fue el pretexto para crispar más aún el clima político. El que Arnaldo Otegi, portavoz de la ilegalizada formación Batasuna, activamente comprometido en la búsqueda de la paz, no haya sido detenido elevó aún más la temperatura. Y, en el colmo del absurdo, la derecha convocó en Pamplona una manifestación para protestar en contra de la hipotética entrega de Navarra al nacionalismo vasco radical. Ya entrada en gastos, la ofensiva en marcha ha abierto todo tipo de frentes de lucha: desde la objeción a la enseñanza de una materia de civismo en la escuela, en la que se habla de la existencia de familias heterodoxas, hasta el boicot informativo al grupo Prisa.
La derecha argumenta que la unidad de España está en peligro y que el Estado se ha rendido ante los terroristas. A través de diversos medios ha corrido la especie de que los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid fueron resultado de la colaboración de ETA con el fundamentalismo islámico para beneficiar al candidato del Partido Socialista Obrero Español en sus aspiraciones a la Presidencia. El triunfo de los socialistas en los comicios de ese año habría sido, según esta teoría, producto de un complot. El PP es una fuerza política católica profundamente conservadora. A diferencia de otros países europeos, donde la extrema derecha tiene sus propios partidos, en España, como sucede en Portugal y Grecia, no tiene una fuerte presencia propia. En los hechos, la mayoría de los adherentes a está corriente actúan dentro del PP. Allí conviven el franquismo sociológico nostálgico del pasado con jóvenes de clase media racistas (especialmente islamofóbicos), monárquicos, "modernos" y españolistas. El sector de extrema derecha que participa en política por afuera de los populares apenas alcanzó 70 mil votos en las elecciones locales de 2005.
La derecha española, con sus 10 millones de votos, está profundamente arraigada en la sociedad. Cuenta con la mayoría de la jerarquía eclesiástica, con instituciones educativas, asociaciones civiles, medios de comunicación, sindicatos de policía, jueces y mucho dinero. Religión y fueros parece ser su grito. Se ha apropiado de los símbolos nacionales -mucho más cercanos al franquismo que a la República- como antes hizo con conceptos como el de progreso, y los utiliza para presentarse como si fuera el país mismo y no una parte de él. La derecha española tiene a su favor la impunidad de los responsables de los crímenes cometidos durante la dictadura. En lo esencial, el pasado sigue siendo el mismo que fue durante el franquismo. El Rey, jefe de Estado del Reino, fue designado por el Caudillo. Se mantienen en pie las estatuas de Francisco Franco y las calles llevan los nombres de los generales que dieron el golpe de Estado.
Esa derecha, sin embargo, está siendo cada vez más desafiada de muchas maneras. El pasado 14 de marzo, 76 aniversario de la proclamación de la República, enarbolando banderas tricolores, miles de personas tomaron las calles de Madrid llamando a luchar por la III República y en contra de un sistema monárquico herencia del franquismo. ¿Rendirá frutos a la derecha española su estrategia de crispación y de desafío a las instituciones? Parece poco probable. La tensión le ha permitido movilizar exitosa y masivamente a su base social tradicional y mantenerla fiel. No obstante, no ha podido sumar nuevos contingentes a su causa. Los próximos comicios autonómicos y municipales de mayo de 2007 serán un indicador de la fortuna o el fracaso de su estrategia. Una duda, empero, surge de esta ruta: si el PP no triunfa en los comicios ¿cómo hará para convencer a sus militantes de que regresen a sus casas?
Kikka Roja