12/04/2009
Alonso Lujambio siempre fue el chico bueno de la clase. Formal y serio, aún sin esos viejos lentes gruesos de carey sigue pareciéndose al personaje de tira cómica Clark Kent. Panista de alcurnia, formó parte de una generación de politólogos egresados del ITAM a la que también pertenece Guillermo Valdés, el director del Cisen, y donde uno de sus sinodales en el examen profesional fue el secretario de Comunicaciones, Juan Molinar. Visto de esa perspectiva, no es descabellado que los analistas señalaran en días pasados que su más grande mérito para ser secretario de Educación es que, como ellos dos que tampoco sabían del sector donde laboran, fuera también amigo del presidente Felipe Calderón.
Calderón ha estado incorporando a su gobierno a un nuevo perfil de funcionarios, panistas y no panistas, con posgrados en el extranjero, donde Lujambio es la última figura relevante en ser integrada a ese equipo. No tiene antecedentes en el ramo de la educación ni conexiones a ese campo, quizás con la salvedad más sobresaliente de su ex colega en el IFE y pupilo de él en el ITAM, Emilio Zebadúa, quien con un tino que a varios hizo levantar las cejas, lo entrevistó para la revista del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, sobre educación, al menos tres semanas previas al relevo de la secretaria Josefina Vázquez Mota.
Nadie le prestó atención porque, en ese momento, lo que decía era intrascendente. Lujambio estaba en el Instituto Federal de Acceso a la Información y a nadie se le había ocurrido que podría salir en el corto plazo. Mucho menos que la catapulta fuera hacia la Secretaría de Educación Pública. Sin las credenciales apropiadas del sector, a Lujambio, como a Vázquez Mota, nunca le interesó la educación para su propia vida profesional.
Él es doctor en Ciencia Política de la Universidad de Yale, donde presentó su tesis sobre las élites políticas mexicanas y los acuerdos institucionales en la transición democrática, asesorado por el hombre que más sabe sobre transiciones democráticas en el mundo, Juan Linz. Ese es, precisamente, su mundo y su pasión.
En Yale también fue galardonado con el Premio Robert Dahl para el Estudio de la Democracia, en honor de ese politólogo que escribió un libro seminal ¨Poliarquía¨, y entre los cinco temas de su mayor interés profesional, anotó en un documento oficial en el ITAM, estaban en orden de importancia, elecciones, sistemas electorales, sistemas de partido, relaciones del ejecutivo con el legislativo e historia institucional. ¿Y la educación? Bien gracias.
Pero, ¿qué tanto se necesita saber de educación para ser secretario de Educación Pública? Es cierto que en ese despacho condujeron la política educativa personas de gran conocimiento como José Vasconcelos, Agustín Yáñez, o Víctor Bravo Ahuja durante el gobierno de Luis Echeverría. Pero desde 1976 a la fecha, es decir, toda una generación, sólo José Ángel Pescador, en la parte final del gobierno de Carlos Salinas, y Reyes Taméz en el sexenio de Vicente Fox, llegaron al cargo con pleno conocimiento del tema, tras experiencias como rectores.
De ahí en fuera, Porfirio Muñoz Ledo no sabía de educación, sino de maromas políticas; Jesús Reyes Heroles era un filósofo político, aunque su humanismo aportó en la Secretaría; Manuel Bartlett lo tuvo como premio de consolación por haber sido finalista en la carrera por la Presidencia; Fernando Solana era un excelente multiusos; Ernesto Zedillo logró ahí su acomodo cuando Salinas desapareció la Secretaría de Programación y Presupuesto; Fausto Alzati sólo tenía el pecho inflado por la soberbia; Miguel Limón siempre estuvo más cerca de la política. ¿Por qué entonces hay que saber de educación para ser secretario de Educación?
Se puede argumentar que no hay que saber de Educación para ser secretario de Educación en México, porque la reforma educativa necesita más a una persona que sepa de negociación y que está entrenado en la construcción de entramados institucionales en busca de un objetivo definido, que a un especialista. Los asuntos técnicos de la reforma educativa los resuelven los técnicos, no los secretarios.
Los asuntos políticos, que son la negociación con el magisterio, con las diversas áreas del gobierno federal, con los gobiernos estatales y con todos los agentes involucrados en ese tema, no lo resuelven jamás los técnicos, sino los secretarios. Esta realidad objetiva es la razón por lo que tantos políticos hayan pasado por la SEP, incluidos lo que sí sabían del tema. Algunos avanzaron, y muchos fracasaron al no haber podido moldear el acuerdo general educativo.
Lujambio tiene fama de conciliador y buscador de unanimidades. En ese sentido, sus credenciales son mejores que las de muchos de sus antecesores. No hay que descalificarlo en automático, sino observar lo que hizo y no hizo en sus primeros días en el cargo. A la dirigente nacional, Elba Esther Gordillo, la llamó ¨fina dama¨; a su yerno, el subsecretario de Educación, Fernando González, lo ratificó en el cargo; tan pronto como llegó subrayó que la educación es y será laica. Y en el camino, no hubo tropiezos. Que vaya un periodo de gracia para Lujambio. Cuando menos, por sus antecedentes, se lo merece.
Calderón ha estado incorporando a su gobierno a un nuevo perfil de funcionarios, panistas y no panistas, con posgrados en el extranjero, donde Lujambio es la última figura relevante en ser integrada a ese equipo. No tiene antecedentes en el ramo de la educación ni conexiones a ese campo, quizás con la salvedad más sobresaliente de su ex colega en el IFE y pupilo de él en el ITAM, Emilio Zebadúa, quien con un tino que a varios hizo levantar las cejas, lo entrevistó para la revista del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, sobre educación, al menos tres semanas previas al relevo de la secretaria Josefina Vázquez Mota.
Nadie le prestó atención porque, en ese momento, lo que decía era intrascendente. Lujambio estaba en el Instituto Federal de Acceso a la Información y a nadie se le había ocurrido que podría salir en el corto plazo. Mucho menos que la catapulta fuera hacia la Secretaría de Educación Pública. Sin las credenciales apropiadas del sector, a Lujambio, como a Vázquez Mota, nunca le interesó la educación para su propia vida profesional.
Él es doctor en Ciencia Política de la Universidad de Yale, donde presentó su tesis sobre las élites políticas mexicanas y los acuerdos institucionales en la transición democrática, asesorado por el hombre que más sabe sobre transiciones democráticas en el mundo, Juan Linz. Ese es, precisamente, su mundo y su pasión.
En Yale también fue galardonado con el Premio Robert Dahl para el Estudio de la Democracia, en honor de ese politólogo que escribió un libro seminal ¨Poliarquía¨, y entre los cinco temas de su mayor interés profesional, anotó en un documento oficial en el ITAM, estaban en orden de importancia, elecciones, sistemas electorales, sistemas de partido, relaciones del ejecutivo con el legislativo e historia institucional. ¿Y la educación? Bien gracias.
Pero, ¿qué tanto se necesita saber de educación para ser secretario de Educación Pública? Es cierto que en ese despacho condujeron la política educativa personas de gran conocimiento como José Vasconcelos, Agustín Yáñez, o Víctor Bravo Ahuja durante el gobierno de Luis Echeverría. Pero desde 1976 a la fecha, es decir, toda una generación, sólo José Ángel Pescador, en la parte final del gobierno de Carlos Salinas, y Reyes Taméz en el sexenio de Vicente Fox, llegaron al cargo con pleno conocimiento del tema, tras experiencias como rectores.
De ahí en fuera, Porfirio Muñoz Ledo no sabía de educación, sino de maromas políticas; Jesús Reyes Heroles era un filósofo político, aunque su humanismo aportó en la Secretaría; Manuel Bartlett lo tuvo como premio de consolación por haber sido finalista en la carrera por la Presidencia; Fernando Solana era un excelente multiusos; Ernesto Zedillo logró ahí su acomodo cuando Salinas desapareció la Secretaría de Programación y Presupuesto; Fausto Alzati sólo tenía el pecho inflado por la soberbia; Miguel Limón siempre estuvo más cerca de la política. ¿Por qué entonces hay que saber de educación para ser secretario de Educación?
Se puede argumentar que no hay que saber de Educación para ser secretario de Educación en México, porque la reforma educativa necesita más a una persona que sepa de negociación y que está entrenado en la construcción de entramados institucionales en busca de un objetivo definido, que a un especialista. Los asuntos técnicos de la reforma educativa los resuelven los técnicos, no los secretarios.
Los asuntos políticos, que son la negociación con el magisterio, con las diversas áreas del gobierno federal, con los gobiernos estatales y con todos los agentes involucrados en ese tema, no lo resuelven jamás los técnicos, sino los secretarios. Esta realidad objetiva es la razón por lo que tantos políticos hayan pasado por la SEP, incluidos lo que sí sabían del tema. Algunos avanzaron, y muchos fracasaron al no haber podido moldear el acuerdo general educativo.
Lujambio tiene fama de conciliador y buscador de unanimidades. En ese sentido, sus credenciales son mejores que las de muchos de sus antecesores. No hay que descalificarlo en automático, sino observar lo que hizo y no hizo en sus primeros días en el cargo. A la dirigente nacional, Elba Esther Gordillo, la llamó ¨fina dama¨; a su yerno, el subsecretario de Educación, Fernando González, lo ratificó en el cargo; tan pronto como llegó subrayó que la educación es y será laica. Y en el camino, no hubo tropiezos. Que vaya un periodo de gracia para Lujambio. Cuando menos, por sus antecedentes, se lo merece.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
Comentario en ejecentral.com.mx :
Sólo una precisión. Si bien fue un destacado alumno del programa de ciencia política de la Universidad de Yale y favorito de Juan Linz, Lujambio aún no se ha doctorado (Ph.D.) pues no ha presentado su tesis y es por eso que él mismo se presenta como Maestro y no Doctor.
Comentario por José Luis Martínez — 12/04/2009 @ 10:19 am
kikka-roja.blogspot.com/