Agustín Basave
13-Abr-2009
Y si además pergeña aquí alguna concesión, como hizo en la reunión del G-20 en Londres y luego en Praga, el reconocimiento será mayor. Bastará con que siga dejando atrás la soberbia con que muchos de sus antecesores imponían sus pretensiones y esté dispuesto a negociar para que siente las bases de un liderazgo que le abrirá un promisorio horizonte en México y en América Latina.
Pasado mañana, señor presidente, visitará usted México por vez primera. Para entonces habrá leído algo sobre la historia y la cultura nuestro país, y sus briefings le habrán informado de nuestras desigualdades y de la crisis de nuestra economía y nuestra seguridad. Estará advertido de nuestra hipersensibilidad con respecto a lo que digan de nuestro país las autoridades del suyo, cuyo origen es el trauma de 1847 y sus posteriores refrendos. Seguramente le habrán mencionado la frase de Fuentes de que nuestra frontera es una cicatriz —un muñón, digo yo— y las metáforas zoológicas de Trudeau —dormir junto a un elefante— y de Davidow —el oso y el puercoespín— y acaso el chiste de que la política de buenos vecinos consistía en que nosotros debíamos ser los buenos y ustedes los vecinos. Y sin duda le habrán relatado el paso por tierras mexicanas de John F. Kennedy, a quien usted puede emular también en esta ocasión.
Tengo la impresión de que varias de esas tarjetas serán innecesarias. Es usted un hombre lúcido e ilustrado que ha vivido en el tercer mundo, y por ello dista mucho del estereotipo del americano aislacionista. Probablemente no sepa mucho de México pero, estoy cierto, su progresismo y su credo multilateralista le servirán en México casi tanto como en Europa. El reciente viaje de Hillary Clinton nos dio un anticipo de la actitud prudente y autocrítica con la que usted se desenvolverá en los temas delicados. Supongo que reiterará que el nuestro no es un Estado fallido, que Estados Unidos acepta su responsabilidad en la violencia criminal y asumirá su parte en el combate a la drogadicción y al tráfico de armas. Tal vez hasta haga algún comentario que enmiende su comparación del presidente Calderón con Eliot Ness.
Tampoco creo que sea muy necesario que se esmere en ello. Su carisma y el hecho de ser el primer presidente estadunidense emanado de una minoría étnica brutalmente discriminada le pavimentarán el camino de una visita tersa; el pueblo mexicano, que también padece la discriminación, lo verá con simpatía. No me sorprenderá que sea usted objeto de una cálida recepción popular, vaya o no a la Basílica de Guadalupe, ni que reciba el aplauso de la opinión pública por el contraste que representa con respecto al neoliberalismo irresponsable y al jingoísmo unilateralista de George W. Bush. Y si además pergeña aquí alguna concesión, como hizo en la reunión del G-20 en Londres y luego en Praga, el reconocimiento será mayor. Bastará con que siga dejando atrás la soberbia con que muchos de sus antecesores imponían sus pretensiones y esté dispuesto a negociar para que siente las bases de un liderazgo que le abrirá un promisorio horizonte en México y en América Latina. Se atribuye al ex presidente Sebastián Lerdo de Tejada, en el contexto de su renuencia a tender vías ferroviarias que unieran a nuestros dos países en el siglo XIX, la conseja de “entre el poderío y la debilidad, el desierto”. Usted es bastante perspicaz para entender que la mejor protección de los intereses legítimos de la superpotencia que preside, en naciones en vías de desarrollo como las nuestras, nace de la cercanía y de la confianza que Estados Unidos se gana cuando se comporta como una democracia ante el mundo y no sólo ante sus ciudadanos.
Viene usted a una nación lastimada y deslumbrada por la suya. Créame, es difícil encontrar un mexicano que tenga coherencia anímica hacia Estados Unidos. Se lo dice alguien que encarna los sentimientos encontrados con que muchos mexicanos miramos al norte: no amor y odio sino admiración y resentimiento, simpatía con su gente y recelo hacia su gobierno. Usted tendrá la ventaja de que somos muchos quienes celebramos desde acá su llegada a la Casa Blanca. Por eso, porque acaso otros briefings le habrán sobrado y éste le faltará, su próxima presencia en estos lares logre dar para más de lo que se imagina. La reivindicación del Estado que usted ha hecho frente a los templarios de la mano invisible nos ha hecho a algunos creer en la viabilidad de una suerte de Globo de Bienestar, y su declaración de que el desarrollo de nuestro país es la mejor solución a la migración indocumentada nos ha dado esperanzas de que la relación bilateral pueda recomponerse. Aunque enviaría una buena señal anunciando que impulsará la prohibición a la venta de armas de asalto o la reinstalación del programa de transporte transfronterizo, sería más importante que su visita sea el preludio de avances concretos en torno a un acuerdo migratorio y, por qué no, a un proyecto a largo plazo de fondos estructurales NAFTA similar al de la Unión Europea. La demostración de una voluntad de entendimiento y cooperación puede ser la piedra angular de eso y más. Su campaña estuvo sustentada en el respeto a la otredad y en la reconciliación, los mismos valores que podrían forjar una fecunda política exterior. Pocos como usted son capaces de apreciar el imperativo de justicia para con los desprotegidos y de rechazar el absurdo de una aldea global amurallada. Tiene todo para cambiar el curso de la historia, presidente Obama. En sus manos está sublimar, en su propia simbiosis, los papeles que Roosevelt y Gorbachov jugaron. Sé que hay quienes le aconsejan mesura y quienes le piden arrojo. Permítame recordar a Tocqueville: en tiempos de cataclismos hay que escuchar a los locos. Usted sabe bien que sin audacia no hay esperanza. Bienvenido sea ese espíritu y, desde luego, bienvenido sea usted.
Pocos como usted son capaces de apreciar el imperativo de justicia para con los desprotegidos y de rechazar el absurdo de una aldea global amurallada. Tiene todo para cambiar el curso de la historia, presidente Obama.
Pasado mañana, señor presidente, visitará usted México por vez primera. Para entonces habrá leído algo sobre la historia y la cultura nuestro país, y sus briefings le habrán informado de nuestras desigualdades y de la crisis de nuestra economía y nuestra seguridad. Estará advertido de nuestra hipersensibilidad con respecto a lo que digan de nuestro país las autoridades del suyo, cuyo origen es el trauma de 1847 y sus posteriores refrendos. Seguramente le habrán mencionado la frase de Fuentes de que nuestra frontera es una cicatriz —un muñón, digo yo— y las metáforas zoológicas de Trudeau —dormir junto a un elefante— y de Davidow —el oso y el puercoespín— y acaso el chiste de que la política de buenos vecinos consistía en que nosotros debíamos ser los buenos y ustedes los vecinos. Y sin duda le habrán relatado el paso por tierras mexicanas de John F. Kennedy, a quien usted puede emular también en esta ocasión.
Tengo la impresión de que varias de esas tarjetas serán innecesarias. Es usted un hombre lúcido e ilustrado que ha vivido en el tercer mundo, y por ello dista mucho del estereotipo del americano aislacionista. Probablemente no sepa mucho de México pero, estoy cierto, su progresismo y su credo multilateralista le servirán en México casi tanto como en Europa. El reciente viaje de Hillary Clinton nos dio un anticipo de la actitud prudente y autocrítica con la que usted se desenvolverá en los temas delicados. Supongo que reiterará que el nuestro no es un Estado fallido, que Estados Unidos acepta su responsabilidad en la violencia criminal y asumirá su parte en el combate a la drogadicción y al tráfico de armas. Tal vez hasta haga algún comentario que enmiende su comparación del presidente Calderón con Eliot Ness.
Tampoco creo que sea muy necesario que se esmere en ello. Su carisma y el hecho de ser el primer presidente estadunidense emanado de una minoría étnica brutalmente discriminada le pavimentarán el camino de una visita tersa; el pueblo mexicano, que también padece la discriminación, lo verá con simpatía. No me sorprenderá que sea usted objeto de una cálida recepción popular, vaya o no a la Basílica de Guadalupe, ni que reciba el aplauso de la opinión pública por el contraste que representa con respecto al neoliberalismo irresponsable y al jingoísmo unilateralista de George W. Bush. Y si además pergeña aquí alguna concesión, como hizo en la reunión del G-20 en Londres y luego en Praga, el reconocimiento será mayor. Bastará con que siga dejando atrás la soberbia con que muchos de sus antecesores imponían sus pretensiones y esté dispuesto a negociar para que siente las bases de un liderazgo que le abrirá un promisorio horizonte en México y en América Latina. Se atribuye al ex presidente Sebastián Lerdo de Tejada, en el contexto de su renuencia a tender vías ferroviarias que unieran a nuestros dos países en el siglo XIX, la conseja de “entre el poderío y la debilidad, el desierto”. Usted es bastante perspicaz para entender que la mejor protección de los intereses legítimos de la superpotencia que preside, en naciones en vías de desarrollo como las nuestras, nace de la cercanía y de la confianza que Estados Unidos se gana cuando se comporta como una democracia ante el mundo y no sólo ante sus ciudadanos.
Viene usted a una nación lastimada y deslumbrada por la suya. Créame, es difícil encontrar un mexicano que tenga coherencia anímica hacia Estados Unidos. Se lo dice alguien que encarna los sentimientos encontrados con que muchos mexicanos miramos al norte: no amor y odio sino admiración y resentimiento, simpatía con su gente y recelo hacia su gobierno. Usted tendrá la ventaja de que somos muchos quienes celebramos desde acá su llegada a la Casa Blanca. Por eso, porque acaso otros briefings le habrán sobrado y éste le faltará, su próxima presencia en estos lares logre dar para más de lo que se imagina. La reivindicación del Estado que usted ha hecho frente a los templarios de la mano invisible nos ha hecho a algunos creer en la viabilidad de una suerte de Globo de Bienestar, y su declaración de que el desarrollo de nuestro país es la mejor solución a la migración indocumentada nos ha dado esperanzas de que la relación bilateral pueda recomponerse. Aunque enviaría una buena señal anunciando que impulsará la prohibición a la venta de armas de asalto o la reinstalación del programa de transporte transfronterizo, sería más importante que su visita sea el preludio de avances concretos en torno a un acuerdo migratorio y, por qué no, a un proyecto a largo plazo de fondos estructurales NAFTA similar al de la Unión Europea. La demostración de una voluntad de entendimiento y cooperación puede ser la piedra angular de eso y más. Su campaña estuvo sustentada en el respeto a la otredad y en la reconciliación, los mismos valores que podrían forjar una fecunda política exterior. Pocos como usted son capaces de apreciar el imperativo de justicia para con los desprotegidos y de rechazar el absurdo de una aldea global amurallada. Tiene todo para cambiar el curso de la historia, presidente Obama. En sus manos está sublimar, en su propia simbiosis, los papeles que Roosevelt y Gorbachov jugaron. Sé que hay quienes le aconsejan mesura y quienes le piden arrojo. Permítame recordar a Tocqueville: en tiempos de cataclismos hay que escuchar a los locos. Usted sabe bien que sin audacia no hay esperanza. Bienvenido sea ese espíritu y, desde luego, bienvenido sea usted.
Pocos como usted son capaces de apreciar el imperativo de justicia para con los desprotegidos y de rechazar el absurdo de una aldea global amurallada. Tiene todo para cambiar el curso de la historia, presidente Obama.
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