Raymundo Riva Palacio
¿Y todo es culpa de Germán?
Miércoles, 08 de Julio de 2009
El arrancar la campaña electoral, Germán Martínez tenía muy claro que, aun como presidente nacional del PAN, no tendría fácil acceso a los medios. Su relación con ellos era mala, sus relaciones con periodistas atropelladas y su imagen general negativa. No tenía opción, decían sus cercanos, o hacía una campaña agresiva o pasaría desapercibido. El planteamiento estratégico fue, por la alta popularidad del presidente Felipe Calderón, llevar al electorado a un voto sobre el régimen, lo que dio origen a los spots sobre ex presidentes del PRI subrayando sus aspectos negativos, y al discurso maniqueo de quien no estuviera a favor del presidente en la lucha contra el narco estaba del lado del crimen organizado, y las acusaciones a priistas de estar coludidos con delincuentes.
La estrategia, para ese fin original, tuvo éxito. Martínez empezó a fijar la agenda de discusión, a puñetazos y patadas, y a llevar al PRI a los términos que él deseaba. Pero era muy desgastante, y los estrategas del PAN admitían, desde hace tres semanas, que si no impedían que el PRI alcanzara la mayoría y evitaban una caída importante de su partido, el presidente tendría en Martínez la pieza desechable. Apenas hace una semana, Martínez confiaba en que mantendrían los estados que ya gobernaban y que lucharían por Sonora, previendo que como no iban a alcanzar la cifra de 206 diputados que dejó hace tres años el entonces líder Manuel Espino, la extrema derecha del PAN buscaría arrebatarle la cabeza.
Los resultados del domingo pasado salieron bastante más malos del peor escenario, por lo que, como anticipaban sus consejeros, el presidente dispuso de él. Calderón necesitaba quitarlo para allanar el camino a una negociación con el PRI y minimizar los ataques de la extrema derecha del PAN. Martínez optó por la vía institucional y el lunes que anunció su renuncia, asumió la responsabilidad plena de la derrota electoral, tratando de que todos los golpes queden circunscritos a él, sin repartir más daño. Sin revolverle el problema a Calderón de la negociación con el nuevo Congreso, ni neutralizar la cruzada que lanzarán los extremistas del PAN para quedarse con el partido, hay un problema adicional que está pasando desapercibido, que parte de la pregunta si Martínez y su estrategia, son realmente los únicos responsables de la debacle panista en esta elección.
La primera exploración a la derrota del partido sugiere matices cuyas explicaciones van más allá de la conducción de Martínez. A diferencia del PRI, donde fueron los gobernadores quienes hicieron el trabajo político nacional, en el caso del PAN decisiones emanadas de Los Pinos y partido alteraron los tejidos estatales y generaron conflictos entre los panistas. El caso paradigmático, por visible, es el de San Luis Potosí, donde el gobernador Marcelo de los Santos, que tenía un candidato propio para sucederlo, fue forzado a aceptar la candidatura de Alejandro Zapata Perogordo, su enemigo político.
Zapata Perogordo incurrió en errores fundamentales durante la campaña, de soberbia y negligencia, pero la reprimenda del PAN cuando su amplia ventaja comenzó a reducirse no fue lo suficientemente enérgica. El candidato del PRI, en alianza con el Verde y el PSD, Fernando Toranzo, fue seleccionado por encima de priistas, que se quejaban de su panismo. Cierto. Toranzo fue secretario de Salud de De los Santos, quien lo arropó como su candidato. No hubo movilización gubernamental a favor del PRI, pero tampoco hubo apoyo de De los Santos para el panista. El gobernador dejó sin movilidad a Zapata Perogordo, que se reflejó con una caída de cuando menos 70 mil votos de 2003 a la fecha, y en un incremento de casi 60 mil votos para el PRI.
Problemas internos del PAN, mal procesados desde el centro, también se dieron en otras partes. Guadalajara es un buen ejemplo. Por decisión presidencial, se le otorgó todo el apoyo al ex secretario de Gobernación, Francisco Ramírez Acuña, para que colocara los candidatos que deseara en la alcaldía de Guadalajara y en la mayoría de los distritos federales. Igualmente se doblegaron los deseos del ex gobernador y secretario de Agricultura, Alberto Cárdenas, y se limitó al gobernador Emilio González Márquez en la imposición de candidatos. El estado que fue granero de votos en las elecciones presidenciales de 2006 y 2003, que era motor de victorias panistas, cayó ante el PRI, y Guadalajara se convirtió en su derrota más dolorosa. No para Cárdenas o González Márquez, que pertenecen al ala extrema del PAN, sino para todo el equipo de Calderón.
También hubo descuidos de otro tipo que no se solucionaron. Querétaro, donde se dio la mayor sorpresa al cambiar de partido la gubernatura, es el mejor estudio de caso. Lejano del radar político nacional, durante poco más de año y medio el gobernador Francisco Garrido Patrón se metió en una serie de escándalos personales que se ventilaron en público. El más grotesco se dio cuando su esposa decidió expulsarlo de la Casa de Gobierno del Estado, lo que desencadenó un pleito conyugal ventilado abiertamente, y que se solucionó finalmente con que ninguno de los dos viviría en la residencia que, por cierto, pagan los contribuyentes. Estaba apoyado por El Jefe Diego Fernández de Cevallos, pero no le alcanzó: perdió casi 100 mil votos de los que obtuvo en 2003, y el poder.
Las microhistorias sobre la derrota del PAN son abundantes, y arrojan un mosaico de imposiciones desde el centro, mal procesamiento de problemas locales, traiciones, y desmovilización. El análisis más detallado del porqué de la debacle permitirá, a quien observa desde afuera, asomarse a un PAN que no ha podido cuajar como gobierno, que lejos de ser congruente con su histórica lucha por la democracia ha importado actitudes autoritarias, y que el problema más severo de legitimidad y poder que tiene el presidente Calderón hoy en día es, paradójicamente, con su partido.
La estrategia, para ese fin original, tuvo éxito. Martínez empezó a fijar la agenda de discusión, a puñetazos y patadas, y a llevar al PRI a los términos que él deseaba. Pero era muy desgastante, y los estrategas del PAN admitían, desde hace tres semanas, que si no impedían que el PRI alcanzara la mayoría y evitaban una caída importante de su partido, el presidente tendría en Martínez la pieza desechable. Apenas hace una semana, Martínez confiaba en que mantendrían los estados que ya gobernaban y que lucharían por Sonora, previendo que como no iban a alcanzar la cifra de 206 diputados que dejó hace tres años el entonces líder Manuel Espino, la extrema derecha del PAN buscaría arrebatarle la cabeza.
Los resultados del domingo pasado salieron bastante más malos del peor escenario, por lo que, como anticipaban sus consejeros, el presidente dispuso de él. Calderón necesitaba quitarlo para allanar el camino a una negociación con el PRI y minimizar los ataques de la extrema derecha del PAN. Martínez optó por la vía institucional y el lunes que anunció su renuncia, asumió la responsabilidad plena de la derrota electoral, tratando de que todos los golpes queden circunscritos a él, sin repartir más daño. Sin revolverle el problema a Calderón de la negociación con el nuevo Congreso, ni neutralizar la cruzada que lanzarán los extremistas del PAN para quedarse con el partido, hay un problema adicional que está pasando desapercibido, que parte de la pregunta si Martínez y su estrategia, son realmente los únicos responsables de la debacle panista en esta elección.
La primera exploración a la derrota del partido sugiere matices cuyas explicaciones van más allá de la conducción de Martínez. A diferencia del PRI, donde fueron los gobernadores quienes hicieron el trabajo político nacional, en el caso del PAN decisiones emanadas de Los Pinos y partido alteraron los tejidos estatales y generaron conflictos entre los panistas. El caso paradigmático, por visible, es el de San Luis Potosí, donde el gobernador Marcelo de los Santos, que tenía un candidato propio para sucederlo, fue forzado a aceptar la candidatura de Alejandro Zapata Perogordo, su enemigo político.
Zapata Perogordo incurrió en errores fundamentales durante la campaña, de soberbia y negligencia, pero la reprimenda del PAN cuando su amplia ventaja comenzó a reducirse no fue lo suficientemente enérgica. El candidato del PRI, en alianza con el Verde y el PSD, Fernando Toranzo, fue seleccionado por encima de priistas, que se quejaban de su panismo. Cierto. Toranzo fue secretario de Salud de De los Santos, quien lo arropó como su candidato. No hubo movilización gubernamental a favor del PRI, pero tampoco hubo apoyo de De los Santos para el panista. El gobernador dejó sin movilidad a Zapata Perogordo, que se reflejó con una caída de cuando menos 70 mil votos de 2003 a la fecha, y en un incremento de casi 60 mil votos para el PRI.
Problemas internos del PAN, mal procesados desde el centro, también se dieron en otras partes. Guadalajara es un buen ejemplo. Por decisión presidencial, se le otorgó todo el apoyo al ex secretario de Gobernación, Francisco Ramírez Acuña, para que colocara los candidatos que deseara en la alcaldía de Guadalajara y en la mayoría de los distritos federales. Igualmente se doblegaron los deseos del ex gobernador y secretario de Agricultura, Alberto Cárdenas, y se limitó al gobernador Emilio González Márquez en la imposición de candidatos. El estado que fue granero de votos en las elecciones presidenciales de 2006 y 2003, que era motor de victorias panistas, cayó ante el PRI, y Guadalajara se convirtió en su derrota más dolorosa. No para Cárdenas o González Márquez, que pertenecen al ala extrema del PAN, sino para todo el equipo de Calderón.
También hubo descuidos de otro tipo que no se solucionaron. Querétaro, donde se dio la mayor sorpresa al cambiar de partido la gubernatura, es el mejor estudio de caso. Lejano del radar político nacional, durante poco más de año y medio el gobernador Francisco Garrido Patrón se metió en una serie de escándalos personales que se ventilaron en público. El más grotesco se dio cuando su esposa decidió expulsarlo de la Casa de Gobierno del Estado, lo que desencadenó un pleito conyugal ventilado abiertamente, y que se solucionó finalmente con que ninguno de los dos viviría en la residencia que, por cierto, pagan los contribuyentes. Estaba apoyado por El Jefe Diego Fernández de Cevallos, pero no le alcanzó: perdió casi 100 mil votos de los que obtuvo en 2003, y el poder.
Las microhistorias sobre la derrota del PAN son abundantes, y arrojan un mosaico de imposiciones desde el centro, mal procesamiento de problemas locales, traiciones, y desmovilización. El análisis más detallado del porqué de la debacle permitirá, a quien observa desde afuera, asomarse a un PAN que no ha podido cuajar como gobierno, que lejos de ser congruente con su histórica lucha por la democracia ha importado actitudes autoritarias, y que el problema más severo de legitimidad y poder que tiene el presidente Calderón hoy en día es, paradójicamente, con su partido.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
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