La inercia, gran adversario
Lorenzo Meyer
21 Ene. 10 reforma.com
Las sociedades pueden manifestarse por el cambio, pero las inercias buscan tener la última palabra.
El punto de partida
La inercia se puede definir como la resistencia de un objeto o de una situación a cambiar de posición o, si está en movimiento, de dirección. En los procesos sociales, las inercias no son ni buenas ni malas por sí mismas, todo depende del contexto. Ahora bien, cuando el objetivo de un actor político individual o colectivo es cambiar el curso de una sociedad, las inercias, que tienden a favorecer los intereses creados, pueden resultar un obstáculo formidable. Hasta el momento, en México y en materia política y social, las inercias han salido vencedoras frente a los intentos de cambio. Ahora bien, la resistencia a la transformación ocurre en todas las sociedades. Un ejemplo de libro de texto lo vemos ahora mismo con un país cercano: Estados Unidos. Conviene examinar el caso del vecino para luego volver la vista sobre nuestra propia experiencia.
Obama: sus alcances y límites
No hay duda de que la decisión de apoyar al senador Barack Obama -un norteamericano nacido en Hawai de padre africano- como candidato del Partido Demócrata a la Presidencia, por sobre otros personajes disponibles a inicios del 2008 -los otros iban del ex senador John Edwards al gobernador Bill Richardson pasando por la senadora Hillary Clinton-, fue una prueba innegable de la voluntad y sed de cambio de una parte de la sociedad norteamericana. Con la candidatura de Obama, la parte más ilustrada de los norteamericanos superó siglos de discriminación contra los afroamericanos a la vez que se pronunció por una política diferente a la dominante, una que sacara al país de la gran recesión en que habían caído, que apoyara a los que menos tenían y que abandonara el pantano militar en que los neoconservadores se habían metido tras las invasiones de Afganistán e Iraq. El opositor de Obama también puede ser visto como expresión de un deseo de cambio dentro del Partido Republicano, pues el senador McCain no era el candidato más conservador y, sobre todo, no era el que más se identificaba con la línea política del presidente saliente.
Por todo lo anterior y tras el triunfo de Obama, había razones para pensar que el cambio en Estados Unidos sería el distintivo de la nueva administración, y que ese cambio progresista podría contagiar a otros países. Sin embargo, a un año de distancia es claro que ése no ha sido el caso. Obama sí ha significado un cambio positivo, pero no de la envergadura que él prometió. La gravedad de la crisis económica obligó al nuevo Presidente a dar prioridad al rescate de los poderosos grupos financieros responsables de esa crisis y a la industria automotriz y el combate al desempleo quedó en un lugar secundario. El gran proyecto de reforma del sistema de salud ha encontrado una total resistencia de los republicanos y de los demócratas conservadores. Si finalmente se aprueba esa reforma -lo que no es seguro porque los demócratas acaban de perder un escaño en el Senado-, se beneficiarán 30 millones de norteamericanos pero seguirán quedado desprotegidos varios millones pues no se logró la cobertura universal deseada. La reforma migratoria demandada por la comunidad hispana para los indocumentados se ha quedado en el cajón de lo pospuesto.
En política exterior la situación es similar. Obama ha mejorado las relaciones con Rusia y China y se ha comprometido a salir de Iraq y dejar que ese país semidestruido se las arregle como pueda. Sin embargo, en Afganistán Obama ya hizo suya una guerra imposible, pues es una lucha no sólo contra Al Qaeda sino contra una fuerza nativa mayor y muy arraigada: el talibán. La oferta de un Estados Unidos que dice buscar un acercamiento con el mundo árabe se quedó sin sustento porque Obama no puede evitar que Israel siga construyendo asentamientos en terrenos palestinos. En Irán y Corea del Norte sus respectivos gobiernos no reaccionaron a la oferta de negociación hecha por el nuevo líder americano.
En la cumbre de Copenhague, la prometida lucha a fondo de Obama en favor de una política que ataque las causas del calentamiento global terminó en un compromiso tan limitado que resultó un triunfo del statu quo. En América Latina, Venezuela o Cuba no consideraron suficientes o adecuadas las ofertas norteamericanas para cambiar el tono áspero de su relación. En Washington ganarán los republicanos que obligaron a Obama a contemporizar con los golpistas de Honduras. Realmente sólo en el caso de la inesperada e increíble tragedia de Haití, una situación donde no hay resistencia de intereses creados, Obama ha podido moverse con rapidez y decisión para no repetir errores como los de Nueva Orleans en 2005.
México
En nuestro país la voluntad de cambio político se dejó sentir de manera vigorosa pero limitada en 1968, luego se amplió con los episodios de insurgencia electoral de los 1980, la rebelión indígena de 1994 y finalmente con la votación del 2000, donde la oposición al régimen autoritario logró, en su conjunto, el respaldo del 60 por ciento de los electores. Sin embargo, el cambio no se dio y, en términos relativos, el poder de las inercias resultó tan fuerte como en Estados Unidos aunque con efectos más negativos.
En el caso mexicano las inercias se impusieron como resultado de una combinación de factores: el carácter conservador de la oposición que llegó a "Los Pinos" combinado con su inexperiencia, ineptitud y baja calidad moral, la ausencia de un auténtico proyecto de transformación de las instituciones y prácticas existentes, la ausencia de una mayoría en el Congreso y, finalmente, la persistencia del control del PRI en más de la mitad de los estados. La combinación anterior desembocó en un proceso donde muy pronto las inercias conservadoras se posicionaron como las fuerzas dominantes del proceso político. Así, un cambio político al que inicialmente se calificó de nuevo régimen, en muy poco tiempo empezó a asemejarse más y más a lo antiguo. Las condiciones en que tuvieron lugar las siguientes elecciones presidenciales, las de 2006, dejaron en claro que el "espíritu del 88" no había muerto: el triunfo de la derecha "a como dé lugar" se presentó como indispensable para impedir el triunfo de un "peligro para México", algo muy similar a los llamados "fraudes patrióticos" de los 1980. Si entre 1988 y 2000 funcionó como explicación del proceso político la "concertacesión" entre el PRI y el PAN, del 2001 al presente el mismo papel lo ha jugado la "concertacesión" entre el PAN y el PRI. Hoy ya no hay "partido de Estado" a nivel nacional, pero sigue habiéndolo a nivel estatal en un buen número de entidades y cuyos ejemplos conspicuos son Oaxaca, Puebla, Veracruz o el estado de México.
A partir de 1977 la Presidencia de la República dejó de ser el origen de las iniciativas y decisiones importantes de la política mexicana. Un gran cambio, sin duda, pero que no ha implicado que se altere el carácter oligárquico de la sociedad mexicana. Al contrario, tal carácter se acentuó. Hoy es aún mayor la capacidad de acción de las grandes concentraciones económicas, de los llamados "poderes fácticos", y por eso la injusta concentración del ingreso del viejo autoritarismo se mantiene intacta en el "nuevo régimen". El tráfico de influencias y la corrupción no se han abatido sino que siguen siendo factores centrales en la explicación de por qué México se encuentra donde hoy se encuentra.
La Suprema Corte es hoy un poder que antes no era, pero el carácter de la impartición de la justicia -¿o debe decirse injusticia?- no es mejor que antaño. El crecimiento de la inseguridad, que venía de atrás, simplemente se ha acelerado. La multitud de policías ha modificado su nombre, pero su ineficacia es similar a la del pasado. El ciudadano vive tan o más desprotegido que antes y el crimen organizado marca de manera brutal la vida cotidiana de Ciudad Juárez y de muchos otros lugares del país.
La soberanía de México fue siempre relativa, pero a partir de la implantación del modelo neoliberal la independencia frente a Estados Unidos se debilitó aún más. Esa característica no cambió con el 2000 sino que se agravó porque se perdió lo que quedaba del "proyecto nacional".
En suma
En México el anhelo de cambio político, económico, social y cultural persiste, pero el país no ha corrido con suerte para lograrlo con la amplitud y la profundidad requerida. La energía para el cambio acumulada y que llevó al 2000 se desperdició y hoy la ausencia de cambio juega en favor de las fuerzas del statu quo. En fin, que ese añejo adversario, las inercias, auxiliadas por la falta de calidad de los gobernantes, sigue controlando nuestra vida colectiva.
kikka-roja.blogspot.com/
Obama: sus alcances y límites
No hay duda de que la decisión de apoyar al senador Barack Obama -un norteamericano nacido en Hawai de padre africano- como candidato del Partido Demócrata a la Presidencia, por sobre otros personajes disponibles a inicios del 2008 -los otros iban del ex senador John Edwards al gobernador Bill Richardson pasando por la senadora Hillary Clinton-, fue una prueba innegable de la voluntad y sed de cambio de una parte de la sociedad norteamericana. Con la candidatura de Obama, la parte más ilustrada de los norteamericanos superó siglos de discriminación contra los afroamericanos a la vez que se pronunció por una política diferente a la dominante, una que sacara al país de la gran recesión en que habían caído, que apoyara a los que menos tenían y que abandonara el pantano militar en que los neoconservadores se habían metido tras las invasiones de Afganistán e Iraq. El opositor de Obama también puede ser visto como expresión de un deseo de cambio dentro del Partido Republicano, pues el senador McCain no era el candidato más conservador y, sobre todo, no era el que más se identificaba con la línea política del presidente saliente.
Por todo lo anterior y tras el triunfo de Obama, había razones para pensar que el cambio en Estados Unidos sería el distintivo de la nueva administración, y que ese cambio progresista podría contagiar a otros países. Sin embargo, a un año de distancia es claro que ése no ha sido el caso. Obama sí ha significado un cambio positivo, pero no de la envergadura que él prometió. La gravedad de la crisis económica obligó al nuevo Presidente a dar prioridad al rescate de los poderosos grupos financieros responsables de esa crisis y a la industria automotriz y el combate al desempleo quedó en un lugar secundario. El gran proyecto de reforma del sistema de salud ha encontrado una total resistencia de los republicanos y de los demócratas conservadores. Si finalmente se aprueba esa reforma -lo que no es seguro porque los demócratas acaban de perder un escaño en el Senado-, se beneficiarán 30 millones de norteamericanos pero seguirán quedado desprotegidos varios millones pues no se logró la cobertura universal deseada. La reforma migratoria demandada por la comunidad hispana para los indocumentados se ha quedado en el cajón de lo pospuesto.
En política exterior la situación es similar. Obama ha mejorado las relaciones con Rusia y China y se ha comprometido a salir de Iraq y dejar que ese país semidestruido se las arregle como pueda. Sin embargo, en Afganistán Obama ya hizo suya una guerra imposible, pues es una lucha no sólo contra Al Qaeda sino contra una fuerza nativa mayor y muy arraigada: el talibán. La oferta de un Estados Unidos que dice buscar un acercamiento con el mundo árabe se quedó sin sustento porque Obama no puede evitar que Israel siga construyendo asentamientos en terrenos palestinos. En Irán y Corea del Norte sus respectivos gobiernos no reaccionaron a la oferta de negociación hecha por el nuevo líder americano.
En la cumbre de Copenhague, la prometida lucha a fondo de Obama en favor de una política que ataque las causas del calentamiento global terminó en un compromiso tan limitado que resultó un triunfo del statu quo. En América Latina, Venezuela o Cuba no consideraron suficientes o adecuadas las ofertas norteamericanas para cambiar el tono áspero de su relación. En Washington ganarán los republicanos que obligaron a Obama a contemporizar con los golpistas de Honduras. Realmente sólo en el caso de la inesperada e increíble tragedia de Haití, una situación donde no hay resistencia de intereses creados, Obama ha podido moverse con rapidez y decisión para no repetir errores como los de Nueva Orleans en 2005.
México
En nuestro país la voluntad de cambio político se dejó sentir de manera vigorosa pero limitada en 1968, luego se amplió con los episodios de insurgencia electoral de los 1980, la rebelión indígena de 1994 y finalmente con la votación del 2000, donde la oposición al régimen autoritario logró, en su conjunto, el respaldo del 60 por ciento de los electores. Sin embargo, el cambio no se dio y, en términos relativos, el poder de las inercias resultó tan fuerte como en Estados Unidos aunque con efectos más negativos.
En el caso mexicano las inercias se impusieron como resultado de una combinación de factores: el carácter conservador de la oposición que llegó a "Los Pinos" combinado con su inexperiencia, ineptitud y baja calidad moral, la ausencia de un auténtico proyecto de transformación de las instituciones y prácticas existentes, la ausencia de una mayoría en el Congreso y, finalmente, la persistencia del control del PRI en más de la mitad de los estados. La combinación anterior desembocó en un proceso donde muy pronto las inercias conservadoras se posicionaron como las fuerzas dominantes del proceso político. Así, un cambio político al que inicialmente se calificó de nuevo régimen, en muy poco tiempo empezó a asemejarse más y más a lo antiguo. Las condiciones en que tuvieron lugar las siguientes elecciones presidenciales, las de 2006, dejaron en claro que el "espíritu del 88" no había muerto: el triunfo de la derecha "a como dé lugar" se presentó como indispensable para impedir el triunfo de un "peligro para México", algo muy similar a los llamados "fraudes patrióticos" de los 1980. Si entre 1988 y 2000 funcionó como explicación del proceso político la "concertacesión" entre el PRI y el PAN, del 2001 al presente el mismo papel lo ha jugado la "concertacesión" entre el PAN y el PRI. Hoy ya no hay "partido de Estado" a nivel nacional, pero sigue habiéndolo a nivel estatal en un buen número de entidades y cuyos ejemplos conspicuos son Oaxaca, Puebla, Veracruz o el estado de México.
A partir de 1977 la Presidencia de la República dejó de ser el origen de las iniciativas y decisiones importantes de la política mexicana. Un gran cambio, sin duda, pero que no ha implicado que se altere el carácter oligárquico de la sociedad mexicana. Al contrario, tal carácter se acentuó. Hoy es aún mayor la capacidad de acción de las grandes concentraciones económicas, de los llamados "poderes fácticos", y por eso la injusta concentración del ingreso del viejo autoritarismo se mantiene intacta en el "nuevo régimen". El tráfico de influencias y la corrupción no se han abatido sino que siguen siendo factores centrales en la explicación de por qué México se encuentra donde hoy se encuentra.
La Suprema Corte es hoy un poder que antes no era, pero el carácter de la impartición de la justicia -¿o debe decirse injusticia?- no es mejor que antaño. El crecimiento de la inseguridad, que venía de atrás, simplemente se ha acelerado. La multitud de policías ha modificado su nombre, pero su ineficacia es similar a la del pasado. El ciudadano vive tan o más desprotegido que antes y el crimen organizado marca de manera brutal la vida cotidiana de Ciudad Juárez y de muchos otros lugares del país.
La soberanía de México fue siempre relativa, pero a partir de la implantación del modelo neoliberal la independencia frente a Estados Unidos se debilitó aún más. Esa característica no cambió con el 2000 sino que se agravó porque se perdió lo que quedaba del "proyecto nacional".
En suma
En México el anhelo de cambio político, económico, social y cultural persiste, pero el país no ha corrido con suerte para lograrlo con la amplitud y la profundidad requerida. La energía para el cambio acumulada y que llevó al 2000 se desperdició y hoy la ausencia de cambio juega en favor de las fuerzas del statu quo. En fin, que ese añejo adversario, las inercias, auxiliadas por la falta de calidad de los gobernantes, sigue controlando nuestra vida colectiva.