debate.com.mx | Carmen Aristegui |
Blanca Estela Lara y sus hijos José Raúl, Omar y Cristian González Lara, la familia formada en México por Marcial Maciel, decidieron dar a conocer públicamente su historia. Describen su parte dentro de la siniestra biografía del fundador de los Legionarios de Cristo. Sus dichos, tocan la llaga del entramado institucional y complicidades de diverso tipo que hicieron posible la existencia consagrada a la mentira, el engaño, la simulación y el crimen solapado. Los testimonios de esta familia radicada en Cuernavaca, que incluyen narraciones sobre abusos sexuales y sicológicos cometidos por Maciel en contra de sus propios hijos, han colocado en el punto extremo a esta historia. Los calificativos posibles para definir al personaje después de las revelaciones no se hicieron esperar en masivas comunicaciones a través de las redes sociales abiertas, especialmente en internet, para hablar del tema: siniestro, criminal, pederasta, mentiroso, ruin, farsante, etcétera.
La defensa a ultranza de Maciel está en extinción. Persiste entre aquellos que mantienen la dinamitada tesis de un complot contra la Iglesia y contra la orden religiosa fundada por Maciel. Es de entenderse que la, cada vez más delgada, franja de negacionistas sobre los abusos y crímenes de Maciel mantiene su postura en un intento básico -e inútil ya- de sobrevivencia moral. Negar las cargadas evidencias presentadas durante años en contra de Maciel es algo que no sostienen ya ni los propios legionarios. Lo dicho por Blanca, Raúl, Omar y Cristian es tan demoledor que coloca la historia de Marcial Maciel en un punto de no retorno. Sería inadmisible -aunque no imposible- que el Vaticano optará, una vez más en este caso, por el silencio como respuesta. Los costos de eludir una responsabilidad institucional de este tamaño resultan cada día más inmanejables. Sería inaceptable -aunque no imposible, otra vez- que el Vaticano recibiera el informe final de las visitas apostólicas realizadas por un grupo de obispos ordenadas por Benedicto XVI desde las pasadas Pascuas, y que no diera mínima cuenta pública de su contenido o, peor aún, que a partir de la previsible información que arrojen las visitas apostólicas, aunada al amplio conocimiento que Joseph Ratzinger tiene desde tiempos de Juan Pablo II del caso Maciel y del funcionamiento de la legión fundada por él, no se procediera en consecuencia.
En México el obispo Ricardo Watty, integrante de la comisión apostólica que entregará su informe al Vaticano, al parecer el 15 de marzo, ha escuchado a la familia de Maciel y también al grupo de personas que, habiendo estado en el circuito más cercano de Maciel desde que fundó la orden religiosa, y habiendo vivido en carne propia abusos sexuales y psicológicos, siendo participes de la funcionalidad oscura y secretista de la Legión de Cristo, decidió salir de ahí y, años más tarde, denunciar lo vivido en una histórica carta dirigida a Juan Pablo II a mediados de los noventa. Sus denuncias no fueron atendidas. Fueron vilipendiados, acusados y perseguidos. Sobra decir que la historia les ha dado la razón y que su autoridad moral ha quedado fortalecida.
El grupo firmante, ahora compuesto por José Barba, José Antonio y Fernando Pérez Olvera, Alejandro Espinoza, Francisco González Parga, Saúl Barrales y Arturo Jurado, entregó al prelado un documento dirigido a la Santa Sede en el que plantean siete peticiones. Entre ellas, que conmine a los dirigentes de la congregación "a dejar de fingir arrepentimiento teatral" y a pedir públicamente disculpas a los miembros de este grupo y a todos los ex legionarios acusados injustamente. Además, a desdecirse de sus acusaciones y a reconocer la comisión de su injusticia y de sus ofensas. Exigen que la congregación aclare ante la opinión pública la falsificación de firmas del obispo Polidoro Van Vlieberghe, que Maciel hizo para darle credibilidad a un par de cartas que utilizó para desacreditar la primera denuncia pública que los ex legionarios hicieran en 1996. El cumplimiento de lo que plantean los ex legionarios es piso mínimo de lo que estaría obligado el Vaticano a realizar mostrando, una vez más, el infierno construido por el padre Maciel. Las víctimas dibujan la disyuntiva para el Vaticano: o se reestructura o se extingue a la legión.
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La defensa a ultranza de Maciel está en extinción. Persiste entre aquellos que mantienen la dinamitada tesis de un complot contra la Iglesia y contra la orden religiosa fundada por Maciel. Es de entenderse que la, cada vez más delgada, franja de negacionistas sobre los abusos y crímenes de Maciel mantiene su postura en un intento básico -e inútil ya- de sobrevivencia moral. Negar las cargadas evidencias presentadas durante años en contra de Maciel es algo que no sostienen ya ni los propios legionarios. Lo dicho por Blanca, Raúl, Omar y Cristian es tan demoledor que coloca la historia de Marcial Maciel en un punto de no retorno. Sería inadmisible -aunque no imposible- que el Vaticano optará, una vez más en este caso, por el silencio como respuesta. Los costos de eludir una responsabilidad institucional de este tamaño resultan cada día más inmanejables. Sería inaceptable -aunque no imposible, otra vez- que el Vaticano recibiera el informe final de las visitas apostólicas realizadas por un grupo de obispos ordenadas por Benedicto XVI desde las pasadas Pascuas, y que no diera mínima cuenta pública de su contenido o, peor aún, que a partir de la previsible información que arrojen las visitas apostólicas, aunada al amplio conocimiento que Joseph Ratzinger tiene desde tiempos de Juan Pablo II del caso Maciel y del funcionamiento de la legión fundada por él, no se procediera en consecuencia.
En México el obispo Ricardo Watty, integrante de la comisión apostólica que entregará su informe al Vaticano, al parecer el 15 de marzo, ha escuchado a la familia de Maciel y también al grupo de personas que, habiendo estado en el circuito más cercano de Maciel desde que fundó la orden religiosa, y habiendo vivido en carne propia abusos sexuales y psicológicos, siendo participes de la funcionalidad oscura y secretista de la Legión de Cristo, decidió salir de ahí y, años más tarde, denunciar lo vivido en una histórica carta dirigida a Juan Pablo II a mediados de los noventa. Sus denuncias no fueron atendidas. Fueron vilipendiados, acusados y perseguidos. Sobra decir que la historia les ha dado la razón y que su autoridad moral ha quedado fortalecida.
El grupo firmante, ahora compuesto por José Barba, José Antonio y Fernando Pérez Olvera, Alejandro Espinoza, Francisco González Parga, Saúl Barrales y Arturo Jurado, entregó al prelado un documento dirigido a la Santa Sede en el que plantean siete peticiones. Entre ellas, que conmine a los dirigentes de la congregación "a dejar de fingir arrepentimiento teatral" y a pedir públicamente disculpas a los miembros de este grupo y a todos los ex legionarios acusados injustamente. Además, a desdecirse de sus acusaciones y a reconocer la comisión de su injusticia y de sus ofensas. Exigen que la congregación aclare ante la opinión pública la falsificación de firmas del obispo Polidoro Van Vlieberghe, que Maciel hizo para darle credibilidad a un par de cartas que utilizó para desacreditar la primera denuncia pública que los ex legionarios hicieran en 1996. El cumplimiento de lo que plantean los ex legionarios es piso mínimo de lo que estaría obligado el Vaticano a realizar mostrando, una vez más, el infierno construido por el padre Maciel. Las víctimas dibujan la disyuntiva para el Vaticano: o se reestructura o se extingue a la legión.