El exrector Raúl Padilla López lamentó el miércoles 8, tras la detención de El Tatuado, presunto responsable de la masacre de la FEG, que durante muchos años las autoridades hayan sido omisas “ante el rosario de hechos delictivos”. ¿Qué habría pasado desde la fundación del organismo, durante su militancia y presidencia, y después de él, si la autoridad hubiera actuado? ¿Cuántos fegistas, a lo largo de esa historia, habrían sido detenidos por asaltos, balaceras y riñas fatales? A la mejor se habría evitado que el monstruo llegara hasta donde llegó.
Por cada mil 500 pesos de compras que hacían los clientes del centro comercial La Gran Plaza recibían –al menos hasta el domingo 5– un boleto para la rifa un Audi. La señora Rosa García apenas superó esa cantidad y recibió un boleto. Pero unos jóvenes en el lugar le ofrecieron entregarle un boleto más si les prestaba su credencial de elector para sacarle una copia. Ella se negó argumentando que no la traía consigo, pues le dio mala espina. Otras muchas personas accedieron a la oferta y les fue entregado el boleto extra. La señora Rosa se pregunta: ¿con qué fin pedían la credencial del IFE? ¿Sería para el PAN que eligió candidato a gobernador precisamente en la conmemoración de la Constitución? ¿Sería para el PRI? Nadie lo sabe aún, pero todo es posible en este año electoral.
El mejor perfil del obispo que anhelan sacerdotes y fieles católicos, en contraste con el que se fue –el cardenal Juan Sandoval Íñiguez– lo definieron, por un lado, monseñor Rafael Hernández Morales en la toma de posesión formal de la cátedra del cardenal José Francisco Robles Ortega, la mañana del martes 7, cuando a nombre del presbiterio dio la bienvenida al cambio –“porque cambios como éste siempre traen cosas nuevas y buenas”– y demandó al nuevo sucesor de los apóstoles aquí una “íntima comunión sacramental” y que “esa relación con todos sea más afectiva y efectiva” con su clero. Por otro lado, en distintas declaraciones otros ministros del culto demandaron, como lo hicieron en una carta pública (Proceso 1777), un padre y pastor más eclesiástico y menos político, pues, dijeron, con sus actitudes y declaraciones tronantes “provocaron enemistades aun dentro de la Iglesia”. En tanto, el padre Armando González Escoto, académico de la Universidad del Valle de Atemajac (Univa), dijo que no sólo se aspira haya “un nuevo arzobispo, sino a un arzobispo nuevo que responda a los enormes retos que tiene la Iglesia y que no se deje llevar por la impresión de que todo está bien” (El Informador, miércoles 8 de febrero de 2012). Y es que en esto, como en todo, una cosa es el rostro y otra lo que se lleva, o se sufre, por dentro.
Y aunque por referencias ciertas se sabe que Robles Ortega, exarzobispo de Monterrey ya había entendido el mensaje tanto de su futuro clero como de quien lo designó, el Papa Benedicto XVI –por eso para un cardenal duro, inflexible, fuerte y nada diplomático, otro cardenal, pero contrario en carácter y comportamiento–. De ahí que en su primer mensaje a sacerdotes, religiosos, seminaristas y organizaciones laicales en la Catedral Metropolitana, haya hablado de pensar “en todos los que conforman esta Iglesia”, empezando por quienes sufren “en su cuerpo y en su espíritu y los que viven en el abandono, la tristeza y la soledad”. Enseguida, y ante la mirada adusta de su antecesor, tendió su mano “respetuosa y fraterna” no sólo a quienes se han alejado de la religión católica, sino “a todos los hermanos y hermanas que no comparten nuestro credo (…) les tiendo la mano y espero que podamos establecer un acercamiento respetuoso, fraterno, constructivo”. Después, ya en misa ante unas 25 mil personas reunidas en el Estadio 3 de Marzo, de la Universidad Autónoma de Guadalajara –y ojalá que Los Tecos no le cobren luego la factura–, el purpurado Robles expresó: “Nuestra Iglesia tiene que ejercitarse en el diálogo y no se trata de establecer un diálogo cualquiera, una charla insustancial o un simple intercambio aséptico de opiniones, sino un diálogo orientado al compromiso conjunto para edificar un mundo mejor, más humano, más justo”. Ahora, manos a la obra, monseñor Robles Ortega, que para pronto es tarde y los cambios ya no pueden ni deben esperar mucho tiempo.
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Felipe Cobián
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