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jueves, 8 de febrero de 2007

Guadalupe Loaeza

¡Papaloooootes!

cía mucho tiempo que una noticia no me abrumaba tanto como la que escuché en el noticiario de Joaquín López Dóriga, el martes por la noche. Más que agobiarme la información, me indignó, pero sobre todo, hizo que me avergonzara por mi país, en el cual viven, más bien, sobreviven, millones de niños que trabajan. De acuerdo con la Secretaría del Trabajo, hay 5 millones de niños y de niñas que oscilan entre los 6 y los 14 años y que hacen todo tipo de labores muchas veces no remuneradas. Tres millones de niños y de niñas son analfabetos y nunca han pisado una escuela. Muchos de ellos son explotados ya sea por su familia, o bien, por otras personas que los contratan, como es el caso de Rubén Chirinos, no mayor de ocho años, a quien entrevistaron en el noticiario. Rubén vende papalotes a la orilla de una carretera. Su patrón, que también vende papalotes, le da 20 pesos diarios a Rubén por trabajar de las 3:00 de la tarde a las 9:00 de la noche. "Con el dinero ayudo a mi mamá", dice Rubén con unas manchas blancas en la cara que sugieren problemas de deficiencia de vitaminas. Por su parte, Maximino García, de 10 años, vendedor de chicharrones, también entrevistado durante la emisión, asegura que no tiene tiempo de ir a la escuela a causa del trabajo, el cual le rinde 200 pesos a la semana. La miseria y circunstancia de explotación y marginación de ambos niños me recordaron al personaje de la novela de Dickens Oliver Twist, en la cual se narra las desventuras de un huérfano victoriano, en cuya época morían 15% de los niños al nacer.

La diferencia de Rubén y de Maximino es que ellos dos sí existen de verdad en el siglo XXI y Oliver Twist, quien jamás existió, se convirtió en el ejemplo más fiel de la situación de miseria de la infancia inglesa del siglo XIX. Es evidente que Dickens al describir a este huérfano critica y ataca la hipocresía de sus contemporáneos bien pensantes de finales de la década de 1830, justo en el comienzo del periodo de la reina Victoria. Gracias a estas críticas comenzaron a establecerse medidas sanitarias y de higiene. En 1833 se creó la segunda de una serie de regulaciones para el empleo infantil (Factory Act), que prohibía la contratación de menores de nueve años, restringía los horarios y obligaba a las empresas a proporcionar a estos niños asistencia escolar. Por eso, cuando Oliver Twist cumple nueve años, lo sacan de su casa y lo devuelven al hospicio. Allí lo ponen a la venta. El primer oficio que realiza Oliver es como deshollinador, uno de los trabajos más crueles, ya que muchas veces quedaban atrapados en las chimeneas tan estrechas y se ahogaban. Después Oliver se convierte en el ayudante de un sepulturero. En seguida huye de su amo y se escapa a Londres en donde cae en la mendicidad. Después Oliver es llevado a un tribunal por un robo que nunca cometió, no obstante le imponen tres meses de trabajos forzados. Esta es la triste historia de un niño que nunca existió, sin embargo, nosotros en nuestro país tenemos a 5 millones de pequeños Oliver Twist que sí existen. Quién le iba a decir a Dickens que, después de más de 150 años, podría volver a escribir su novela con nuevos capítulos que se refirieran a la prostitución infantil y a las víctimas de los sacerdotes pedófilos.

Estoy segura de que Dickens terminaría llorando con la suerte de estos niños que sí son de carne y hueso y que viven en un país del siglo XXI donde supuestamente la familia es una institución sagrada e intocable. Hay que decir que de los niños y las niñas de seis a 14 años que realizan algún trabajo económico, sólo 28% recibe algún pago, 7% trabaja por su cuenta y el resto (65%) no recibe ningún pago. De entre los niños que obtienen algún pago por su trabajo, sólo el 18% recibe un salario mínimo o más, el resto recibe menos de un salario mínimo. Los niños y niñas trabajan principalmente en el campo, como artesanos, comerciantes, empleados en servicios y en trabajos domésticos. Cincuenta y uno por ciento trabajan en un negocio familiar en donde por falta de recursos económicos no pueden contratar a un empleado. Veintisiete por ciento trabajan por causas personales y muchas veces el ingreso lo emplean para adquirir lo que en su hogar no les pueden comprar. Veintidós por ciento lo hace porque en su familia necesitan ese ingreso. Después de ver las noticias el martes por la noche, tuve muchas dificultades para conciliar el sueño. Impresionada como me encontraba por el reportaje del noticiero intentaba imaginar la adolescencia tan incierta tanto de Rubén como la de Maximino. Los veía inhalando cemento, o bien, involucrados en bandas de narcomenudeo. Los imaginaba ya de adultos como vendedores ambulantes, explotando a otros niños, o bien, como parte de redes de prostitución infantil.

¿Qué tan útil podría resultar para ellos si le comprara todos los papalotes a Rubén y todos sus chicharrones a Maximino?, ¿qué tanto solucionaría su verdadero problema de marginación y de pobreza?, ¿cuántos papalotes tendría que vender Rubén y cuántos chicharrones Maximino para sacar adelante a su familia?, ¿qué harán en estos días de tanto frío? Y si un día un coche arrolla a Rubén en la carretera, ¿hasta dónde volará con todos sus papalotes que lleva en la mano?, ¿cuántos chicharrones podrá comer la familia de Maximino para poder saciar su hambre? No hace mucho, vino a entrevistarme una periodista estadounidense para que le platicara acerca de cómo son y de cómo viven los niños ricos de México. "Los niños mexicanos muy ricos, son los niños más consentidos y, por ende, los más mal educados del mundo. Tienen su nana, su chofer, su guarura personal, su camioneta último modelo, su cuarto lleno de juguetes, su televisión de plasma enorme nada más para él, su computadora, su aparato de sonido, su nintendo y su celular. Cuando va al colegio, lo lleva su chofer; su nana le carga la mochila; su guarura personal lo espera afuera de la escuela; cuando llega a su casa, le suben su comida a la tele y todo el día habla, con otros niños igual de ricos, desde su celular. Los fines de semana se van a su casa de Valle; manejan su minimoto, saltan en su tumbling, acompañan a su papi a equiar, van al pueblo a comprar 500 pesos de dulces y durante el regreso ven una película en la tele de su megacamioneta".

La periodista no daba crédito a mi relato. "Y creo que me quedo corta...", le dije. Estos niños ricos sí existen, pero no trabajan; es evidente que no tienen nada que ver con los 5 millones, también mexicanos, que sí laboran y cuya historia es igualita a la del Oliver Twist de la Inglaterra de la época victoriana. ¿En qué país vivimos, Dios mío?

Correo electrónico: gloaeza@yahoo.com

Kikka Roja

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