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miércoles, 9 de enero de 2008

Guadalupe Loaeza : ¡¡¡Cen-su-ra!!!

¡¡¡Cen-su-ra!!!

Jamás hizo a un lado sus convicciones, jamás optó por una actitud acomodaticia y jamás se contaminó por una línea editorial contraria a la suya propia.

Sin el noticiario de Carmen Aristegui no me hallo. Esta sensación entre vacío y zozobra me acompañó el lunes durante todo el día. En realidad empezó desde el sábado por la tarde, ¿a quién voy a escuchar el lunes?, me preguntaba preocupada. El domingo por la noche me dormí inquieta a sabiendas que al otro día no escucharía la voz de Carmen. En los últimos dos años, la primera cosa que hacía al abrir los ojos era voltearme hacia donde se encuentra mi pequeño radio Sony, oprimir un botón y dejarme llevar por las noticias y los análisis que diariamente hacía Aristegui con un excepcional espíritu de independencia. Debo confesar que ésta era la única razón por la que me despertaba tan temprano, antes de las 7:00 de la mañana. Con esas tres horas de noticias ya no sentía necesidad de leer, compulsivamente, los periódicos como acostumbraba hacerlo. Para las 10:00 de la mañana que terminaba el noticiario “Hoy por hoy” me consideraba lista para enfrentar un país rebasado por todo tipo de problemas; desde los que tenían que ver con el crimen organizado, hasta aquellos que hablaban de las más recientes denuncias de los Fox. Algo que me maravillaba de la forma en que Carmen daba las noticias aparte de su objetividad era el respeto que siempre le manifestaba a su amplísimo auditorio. Nunca le sentí un tono paternalista, impositivo, ni mucho menos amarillista. Cuando se equivocaba, de inmediato reconocía su error; siempre estaba abierta para darle voz a aquellos que exigían una réplica respecto ya sea a denuncias o a dichos emitidos por algunos políticos; cuando analizaba un tema político o social, procuraba ir, invariablemente, hasta sus últimas consecuencias sin importarle el tiempo que le tomara; me gustaba que de vez en cuando recurriera al humor como solía hacerlo con el analista de deportes o bien cuando se echaba sus carcajadas; admiraba la agilidad y la inteligencia con la que conducía su sección política con Denise Dresser, José Antonio Crespo y Lorenzo Meyer; me conmovía su sincera empatía cuando entrevistaba a las madres de los niños violados de Oaxaca; admiraba el profesionalismo y la libertad que le permitían entrevistar a López Obrador y a otros representantes de la izquierda mexicana, sabiendo que esto le ocasionaría muchas críticas de un cierto sector de la sociedad mexicana; muchas veces le aplaudí su postura ética y honesta respecto a la Ley Televisa , totalmente contraria a muchos de sus colegas; me gustaban los largos diálogos que sostenía con San Juana respecto a sus investigaciones alrededor de los sacerdotes pedófilos; pero de todo lo anterior lo que más me llamaba la atención de Carmen era que en un país donde reina el fatalismo, el conformismo y el arribismo, ella fuera tan valiente. Por más que colaborara en una empresa como Televisa o Prisa, dos consorcios poderosísimos, jamás hizo a un lado sus convicciones, jamás optó por una actitud acomodaticia y jamás se contaminó por una línea editorial contraria a la suya propia. Pienso que esto en un o una periodista vale oro.

¿Fue precisamente por todo lo anterior que Prisa no le renovó su contrato a Carmen?, ¿a ese grado la periodista se volvió para ellos tan incómoda? Al no haberle renovado su contrato, ¿con quiénes quedan bien los del grupo Prisa, con sus socios mexicanos o con los del gobierno?, ¿con los dos?, ¿qué no se darán cuenta, ellos que son supuestamente tan profesionales en la materia, el costo que esto les representa?, ¿por qué en ningún momento pensaron en el auditorio que llevaba más de cinco años escuchando a Carmen?, ¿para ellos los radioescuchas valdrán cacahuates?, ¿siendo la sociedad mexicana tan desconfiada especialmente en lo que se refiere a la libertad de expresión, de veras pensarán los señores de Prisa que les vamos a creer cuando nos dicen que la salida de Carmen se debió a una “incompatibilidad editorial”?, ¿creerán de verdad que somos tan ingenuos, cándidos y confiados? Podrán decir que la periodista actuaba con demasiado individualismo, que tenía un salario sumamente elevado, que manejaba a su antojo su equipo de reporteros, que era demasiado rebelde... Que el cuñado del Presidente, Juan Ignacio Zavala, contratado por el consorcio de los Polanco no tuvo nada que ver... Porque la periodista quería todo o nada, que si esto y que si lo otro... El caso es que seguramente para la mayoría de los radioescuchas de la W , la salida de Carmen Aristegui de la estación nada más existió por un solo motivo, uno solo: ¡cen-su-ra! (O como dirían los españoles, zen-zu-ra).

Para el periodista José Antonio Crespo, ex colaborador de Aristegui (Proceso 1627) todavía no se sabe a ciencia cierta si la falta de renovación de su contrato se trata de un caso “de autocensura de Televisa o de una orden de censura directa de Los Pinos. Esto se definirá, si ninguna otra empresa radiofónica le otorga un espacio informativo a Carmen” (qué maravilloso sería que el Distrito Federal contara con su propia estación de radio, en donde todos los periodistas que han corrido de la W tendrían, seguramente, un espacio). Es cierto que la periodista no ha declarado aún si su salida tiene que ver, efectivamente, con un acto de censura. No obstante, basta con hacer una recapitulación de los temas “incómodos” que había tratado Carmen especialmente en los últimos dos años (desafuero, fraude electoral, el caso Lydia Cacho, el dictamen de la Suprema Corte de Justicia respecto al góber precioso, la grabación telefónica de éste con Kamel Nacif, el caso de la indígena Ernestina Ascencio, presunta víctima de violación tumultuaria, las denuncias contra el sacerdote Nicolás Aguilar, protegido del cardenal Norberto Rivera, etcétera, etcétera) y con evaluar las extrañas salidas de la W tanto de Carlos Loret de Mola, de Ezra Shabot y de los integrantes del espléndido programa El Weso, Christian Ahumada y Salvador García, para concluir que, junto con ellos, la partida de Carmen, también se trató de una demostración de puritita ¡cen-su-ra!

Tomando en cuenta mi absoluta orfandad que me provoca el no poder escuchar en la radio el programa de Carmen, tres cosas me consuelan. En primer lugar pensar en lo feliz que ha de estar Emilio ahora que su mamá puede llevarlo, todas las mañanas, al colegio; imaginar a la madre y al hijo tan contentos me reconforta. En segundo, que todas las noches podré seguir viendo, como suelo hacer, a la periodista por el canal de CNN, incluso dos veces, tanto en la emisión de las 10:00, como la de las 11.30 de la noche. Y en tercer lugar, volverme adicta al noticiario de Radio 13, de Javier Solórzano y de Ricardo Rocha, dos de los pocos periodistas con más cre-di-bi-li-dad.

No cabe duda, sin Carmen Aristegui, en tan sólo unas horas, “Hoy por hoy” se convirtió simplemente en “Ayer por ayer”...

gloaeza@yahoo.com


Kikka Roja

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