Hace unos días pasó prácticamente inadvertido, en medio del ya tradicional escándalo y el linchamiento mediáticos, un hecho que en cualquier país avanzado hubiera acaparado seguramente la atención de gobierno, medios y sociedad. En muy contados espacios se difundió tímidamente la noticia de que dos científicos mexicanos, los médicos Julio Sotelo y Adolfo Martínez Palomo, descubrieron la relación de la esclerosis múltiple con el virus de la varicela. Ciertamente así, en frío, el hecho pudiera no decir demasiado, por lo que habría que explicar que el hallazgo de los mexicanos, publicado ampliamente en el número más reciente de la revista Annals of Neurology –la más importante del mundo en la materia– revolucionará a partir de ahora las investigaciones, vacunas y medicamentos para combatir la esclerosis múltiple, una enfermedad discapacitante, crónica y hasta ahora incurable. Este padecimiento, cuya causa había sido buscada sin éxito durante décadas por grupos médicos de diversas nacionalidades, afecta la médula espinal de adultos jóvenes de entre 20 y 50 años de edad, provoca problemas de coordinación y equilibrio, daños en la memoria y el pensamiento, debilidad muscular y alteraciones en la vista. El impacto del descubrimiento es tal que puede significar la cura de una enfermedad que hoy afecta a cientos de miles de personas en el mundo, a cerca de medio millón de estadunidenses y a varios miles de mexicanos. Pero esta falta de atención a tan importante hallazgo no es un simple descuido de los medios de comunicación. Por desgracia, esta situación forma parte de la triste realidad nacional en la que gobiernos, sector privado, medios y sociedad, ignoran o de plano menosprecian a la ciencia. A muy pocos mexicanos les importa la ciencia, particularmente la que se hace en el país, su trascendencia y su aportación al conocimiento global. En su discurso de toma de posesión como presidenta de la Academia Mexicana de Ciencias, apenas el pasado 8 de mayo, Rosaura Ruiz Gutiérrez admitía que el aparato científico mexicano es reducido, pero señalaba categórica que “es también capaz y brillante. “En México –subrayaba quien es ahora la primera mujer que preside la representación científica nacional– se hace ciencia y se hace bien.” El problema, según se desprende de la intervención de Rosaura Ruiz, es precisamente ese desdén de los diversos sectores hacia la actividad científica, encabezada por presupuestos gubernamentales que no sólo distan mucho de satisfacer los requerimientos mínimos para hacer crecer el sistema y la producción científica, sino que ni siquiera cumple con los montos establecidos en la propia Ley de Ciencia y Tecnología. Agregaba la presidenta de la Academia: los científicos mexicanos seguiremos reiterando que una de las causas principales de la caída de México en los índices globales de competitividad “es la baja inversión en ciencia y tecnología. Baste observar que de 2003 a 2007 el porcentaje del PIB para ese ramo pasó de 0.43 a 0.35 por ciento, alejándose cada vez más del uno por ciento que marca la ley y que recomiendan como mínimo los organismos internacionales”. Y es que mientras el país no defina con claridad las prioridades nacionales y se establezcan auténticas políticas de Estado que impulsen el desarrollo, hechos tan relevantes como el hallazgo de los médicos mexicanos lastimosamente seguirán condenados a ocupar espacios marginales en los medios y en el interés colectivo. Lo verdaderamente importante para un país que desea despegar no es la nota roja ni el penoso espectáculo del PRD y su elección interna. Mucho menos el linchamiento mediático que le ha seguido. Tampoco lo es el ilegal desvío de recursos públicos a la iglesia de un inmoral gobernador. Sin duda, México no es sólo circo. En su territorio ocurren cosas importantes. Personajes como Sotelo y Martínez Palomo provocan que sucedan. Pero hoy nos ocupamos de lo irrelevante, de lo intrascendente. Urge, pues, que redefinamos nuestras prioridades.
Kikka Roja
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