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domingo, 12 de octubre de 2008

Ñoños audaces y británicos: 1 y 2: JORGE MOCH

CABEZALCUBO
Ñoños audaces y británicos (I y II)

Es vieja y mundial la fama, no siempre bien entendida, de la ambigua definición inglesa de “comicidad”. Hay gags entre los nuevos paradigmas televisivos del humor, como Los Simpson, donde cada que puede, Matt Groening, creador de los monigotes amarillos, hace mofa de los programas ingleses de comedia de los años sesenta (esa especie de cliché a go-gó en que los asistentes a una fiesta terminan en ridículas persecuciones supuestamente risibles). Pero el humor de la televisión –telly, le dicen ellos– en Inglaterra fue mudando de piel, haciéndosele más espinosa, y empezó de pronto a destilar una sustancia cáustica, urticante y hasta ponzoñosa. El humor inglés en la televisión empezó a pasarse por el arco del triunfo la muy inglesa flema y el muy británico gusto por lo protocolario, convirtiéndose en sinónimo de incorrección política. Uno de sus primeros y más favorecidos temas (o desfavorecidos, según sea el monarquismo de cada quién) fue, desde luego, la reina, y con ella su séquito entero y todo aquel que crea tener los hematíes del color del cielo. De los morigerados Comic Strip o Benny Hill hay un abismo hacia el humor surrealista del Monty Python, ese ejercicio irónico de revisionismo del ser inglés, incluida la Historia, rancio orgullo decorado con panoplias y blasones, y circo sin concesiones perpetrado por John Cleese, Graham Chapman, Terry Gilliam y Michael Palin durante treinta años que abarcaron desde fines de los sesenta hasta casi final de siglo, todos ellos hoy referencia obligada y maestros de sucesivas generaciones de cómicos ingleses, pero a su vez discípulos de Peter Sellers y otros como Harry Secombe y Spike Milligan. A partir de entonces, muchos son los ejemplos de programas en que se desmenuza con humor exitosamente cruel –humor negro a la inglesa– cada aspecto de la historia y la sociedad inglesas primero, y del mundo entero después. Allí la Little Britain, de Matt Lucas y David Walliams, las absurdas y estúpidamente arrogantes Edina y Patsy de Absolutely Fabulous, versiones apenas más arrugadas pero no más estúpidas que Vicky Beckham en la vida real, por ejemplo, o el humor sin aspavientos, irreverente y desenfadado de Ricky Gervais.

Precursores entonces los ingleses de cierta clase de humor negro en comedia televisiva, no es de extrañar que aliñaran con sus propios condimentos un reality show. Y lo han hecho poniendo como conductor de un programa particularmente incómodo para algunos a un tipo con facha de ñoño, un flaco que usa lentes, confiesa haber sido siempre torpón y más bien lento en todo, y que se pasa el tiempo haciendo preguntas bastante incómodas a sus interlocutores puestos a ser personajes de ficción alucinante.

Se trata de la documental serie de viajes –cada episodio una ciudad del mundo con sus secretos y perversiones– de Sin Cities, programa que conduce –o conducía, no se sabe por ahora– el desgarbado Ashley Hames. En Sin Cities, Hames hace algo parecido a periodismo de investigación, pero acerca de temas escabrosamente indecentes, relacionados con las maneras más cutres, dolorosas, aventuradas, temerarias, imaginativas y sabrosas de ejercer la sexualidad. Desde los más normalitos placeres copulativos con ingredientes que aderecen la sicalipsis, como el sexo en público para exhibicionistas y fisgones, hasta implacables sesiones de abuso al propio cuerpo en que los entrevistados, con visos mesiánicos o algo así, nos descubren las sádicas exquisiteces de taladrarse a martillazos el escroto o de someter el pene y la vulva a la acción restrictiva –deliciosa, dicen– de aguzados arreos metálicos, desde jaulas para apretujar literalmente al pajarito hasta mordelonas pinzas para labios vaginales y pezones.

Sadomasoquismo, pintura con los genitales en lugar de manos y pinceles, maridos que filman a sus mujeres mientras son parte de una orgía con tres o cuatro “amigos” de la familia, sexo tántrico, en el lodo, en una cama de clavos, en el aire; fetichismos varios y toda una gama de posibilidades lo mismo inquietantes que chistosas que aterrorizantes, y el cogollo del asunto es que el mismo Hames se somete, valientemente, hay que decirlo, a buena parte de las rarezas que va encontrando en Río de Janeiro, París, Amsterdam (desde luego), Montreal o Lisboa. Porque de eso trata Sin Cities, de demostrar que, finalmente, en todos lados se cuecen habas, en gustos se rompen géneros y, diría mi bisabuelo, culos en los petates, porque Sin Cities demuestra que hay apetencias, y teleaudiencia, para todo.


Ñoños audaces y británicos, (II Y ÚLTIMA)

Más allá del humor tradicional inglés, que ha sido llevado a sus más delirantes extremos por, digamos, Rowan Atkinson y su Mr. Bean, o el elenco de las Faulty Towers, la flema del humor negro británico aterrizó felizmente, o debo decir acuatizó, porque esas son aguas siempre procelosas dada su esencia políticamente insolente, en la reality tv, hoy tan del gusto del respetable en todos lados.

Aparte del sicalíptico Sin cities, de Ashley Hames, comentado ya en este espacio, hay otro ejemplo de formato similar, aunque un poco más road movie, ya que si allá Hames va en cada episodio viajando por las urbes del mundo, aquí el conductor pasa los días al volante, viajando con su camarógrafo y su microfonista, visitando a sus entrevistados sin importar que haya que recorrer, en ocasiones con varias idas y vueltas, muchos cientos de kilómetros de carretera, porque todo sea por el espectáculo. Y es que el espectáculo está cargado de una socarronería bien disimulada, una constante, sutil burleta a existencias que habitan ámbitos aberrantes por haber convertido alguien una enajenación absurda en proyecto de vida. El conductor se llama Louis Theroux.

Theroux Wild Weekends (Los salvajes fines de semana de Theroux) es un programa producido por la merita bbc en su parrilla programática de humor, que llega a México recién a partir de los convenios que hace poco firmaron BBC World y Televisa Networks, lo que significó la incorporación a nuestros televisores de al menos dos nuevos canales ingleses –BBC Entertainment, con programas de humor y series de drama y acción, y CBeebies, de contenido infantil– en las filiales de paga de Televisa en México que encabeza sky .

Louis Theroux

Louis Theroux es un desgarbado británico preguntón, flaco, narigudo y de lentes, un falso ñoño que se ha dedicado ya por varios años a hacer disección de las conductas más extrañas, particularmente las de los estadunidenses. Es autor de The Call of the Weird: Travels in American Subcultures (El llamado del absurdo: viajes en la subcultura norteamericana, Da Capo Press, Londres, 2007). No es, por tanto, un personaje muy apreciado en los medios electrónicos de Estados Unidos y aun se ha hecho acreedor a puyas y ataques sobre todo de periodistas ligados al mainstream gringo, a los que parece disgustar sobremanera que un tipo de otro país –pero pronto descubren un error toral en esa apreciación– les vaya a restregar en la trompa lo que tantos nos hemos preguntado por muchos, demasiados años: ¿Cómo es posible que la primera superpotencia del mundo, la que mantiene a casi todos los demás países (el nuestro el ejemplo perfecto) atenazados con deudas financieras o arrinconados por las armas, ese imperio que es (o parece estar convencido de ser) el dueño y el líder y el policía y el prefecto y el Big Brother del mundo, esté poblado por cándidos, fanáticos patrioteros y religiosos creacionistas, blandos, ignaros creyentes en lo que sea, empezando por su mal fabricada hegemonía? Desde sus previos años como cronista en periódicos alternativos, como el Metro Sillicon Valley y la revista Spy, y luego como corresponsal de tv Nation, de Michael Moore, Theroux, quien para desgracia de sus gringos detractores tiene doble nacionalidad, británica y estadunidense, parece haberse estado preguntando lo mismo. De padre estadunidense, aunque nacido accidentalmente en Singapur, y por ello no fácilmente convertible en xenofóbico blanco de ataques, como los perpetrados por los medios, por ejemplo, contra el escritor francés Bernard-Henri Lévy (a quien por hacer crónicas parecidas del absurdo social gringo, Garrison Keillor, del New York Times, empleó buena parte de sus escritos en despedazarlo como filósofo, como escritor y como viajante porque, además, ya se sabe, los gringos y su francofobia…), a Theroux le gusta poner el dedo donde duele y remover un poco. Y en sus Wild Weekends intenta, si no obtener la contundencia de una respuesta, sí ahondar en la incómoda pregunta, pinchando las llagas de una sociedad a la que sin duda avergüenzan sus ministros de culto televisivo, sus neonazis cantantes de country, su fructífera e hipócrita industria de sexo y pornografía, con sus putas y sus chichifos y sus actores y actrices y productores y consumidores, sus sobrevivencialistas armados hasta los dientes, sus gurús de la Iglesia del telemarketing, sus víctimas de secuestros extraterrestres y, en fin, ese multitudinario rostro oculto que casi nunca los mismos medios estadounidenses nos dejan atisbar a los de fuera.
Kikka Roja

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