Carlos Fernández-Vega
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La realidad reventó el micrófono oficial
Siguen los saqueos del país
Con la velocidad y fuerza de un huracán grado 5 la ingrata realidad arrasa con el discurso oficial: del “para vivir mejor” y el “nunca más otra crisis”, al “me emociona un poquito el escenario preocupante de 2008”, y de allí a la “gripa”, para llegar al reconocimiento, con notorio retraso, de que “es indudable que la crisis económica mundial va a tener impacto en nuestro país”.
Lo que de tiempo atrás todos advirtieron y registraron (la enorme bola de nieve que, en picada, se dejaba caer sobre el país), en el discurso calderonista pasó totalmente “desapercibido”, porque enfocó sus baterías a subrayar “lo bien” que lo ha hecho el gobierno de la “continuidad”, la “solidez” económica del país, la inmensa “lejanía” de la crisis”, porque “es externa”, la promoción de sus interminables “logros” y, en síntesis, el futuro venturoso que ofrecía a los mexicanos, quienes sólo debían estirar la mano para gozarlo. En eso estaba, duro que te dale, cuando ¡zas!, la realidad reventó el micrófono oficial.
Aquella desafortunada frase pronunciada en noviembre del año pasado, disfrazada de compromiso, tendría que ser grabada en letras de oro: “pase lo que pase en Estados Unidos”, dijo un enfático cuan confiado inquilino de Los Pinos, México “no tendrá crisis económica”. Sin duda un bello pasaje del discurso oficial, que redondeó lo dicho por el propio Felipe Calderón dos meses atrás, en septiembre de 2007: “nunca más habrá una crisis económica”.
Eran tiempos felices aquellos, cuando el michoacano celebraba que en su primer año de estancia en Los Pinos “se han generado en México 960 mil nuevos empleos”, algo que, por lo demás, desmintió el propio gobierno federal, al reconocer (mayo de 2008) que la metodología para contabilizar el número de plazas laborales generadas en el país simple y sencillamente “es errónea”. A estas alturas, con el ánimo descompuesto, cuando mucho presume 600 mil nuevos empleos en dos años, y descendiendo.
De allí, al “sí” nos pega la crisis, aunque el reconocimiento intentó ser disfrazado con otra alegoría: “hoy México cuenta con importantes reformas estructurales en materia de pensiones, en materia hacendaria, en materia de transparencia de gasto, en materia de calidad del sistema educativo, en materia del fortalecimiento de Pemex; en fin, en todas y cada una de estas reformas hay transformaciones profundas que no sólo nos permitirán enfrentar de mucho mejor manera esta crisis internacional, una crisis que no se generó en México, que no se generó, de hecho, en las economías emergentes; yo creo que es la primera vez en mucho tiempo que ocurre eso”.
Qué bueno, pero las susodichas “reformas estructurales” se concretaron en, llamémoslos así, tiempos de “paz” económica, cuando todo era perfecto y “ninguna crisis” alteraría el feliz destino, y a pesar de ello en nada contribuyeron para efectos reales. En los hechos, ni una sola de esas “reformas” ha permitido dejar atrás el raquitismo en materia de crecimiento (recuérdese que México “crece” a un ritmo menor que Haití), la mínima generación de empleo (prácticamente todo de muy mala calidad), a frenar la voluminosa emigración, a mejorar la concentrada distribución del ingreso y la riqueza, y, en fin, al desarrollo.
Eso en tiempos de “paz” económica. ¿Qué sucederá en este periodo de brutal “guerra”, en el que todas las economías buscan protegerse del vendaval, sin importar el golpe al vecino? Parte de la triste historia nacional es que muchos gobiernos, por no decir todos, pretendieron “resolver” la realidad mexicana a golpe de discursos. El de Calderón no es la excepción, y por mucha saliva que le ponga los problemas no se zanjan así. Dos años de perorata (que se suman a los 76 anteriores) lo confirman fehacientemente.
Y mientras en el discurso oficial la felicidad plena es lo menos que puede sucederle a los mexicanos en estos agitados tiempos, la realidad indica que dígase lo que se diga el país sigue siendo saqueado. Días atrás, La Jornada denunció que, de acuerdo con cifras del Banco de México, “las empresas de capital extranjero con operaciones en México sacaron cerca de 2 mil 300 millones de dólares hacia sus matrices en el exterior, mismas que están urgidas de recursos por la falta de liquidez provocada por la crisis financiera”. Y ayer, que “empresarios mexicanos sacaron del país poco más de 19 mil millones de dólares en el periodo enero-septiembre para depositarlos en cuentas bancarias o adquirir empresas en el extranjero”, para redondear un acumulado de 46 mil 316 millones de billetes verdes “en lo que va de este gobierno” (en ambos casos la información es de Víctor Cardoso).
Tras el escalofrío, de inmediato viene a la memoria aquella pomposa reunión (29 de septiembre de 2005) que el gran empresariado nacional organizó en el Castillo de Chapultepec (“Acuerdo nacional para la unidad, el estado de derecho, la inversión y el empleo”, mejor conocido como Pacto de Chapultepec) para, según decían, “impulsar al país en la senda del desarrollo nacional, la inversión, el empleo y la redistribución del ingreso”.
Más allá de políticos, académicos y demás signatarios, entre los abajo firmantes de aquella ocasión aparecen muchos –por no decir todos– de los que hoy, según las cifras del Banco de México, han hecho su mejor esfuerzo por saquear al país, lo que, lamentablemente no es ilegal, aunque a todas luces sí inmoral, si se compara lo “comprometido” en el texto del 29 de septiembre de 2005 con lo realizado desde entonces: 46 mil millones de dólares “exportados”, como si al país le sobrara inversión y estuviera en jauja en materia de empleo.
Entre las empresas líder en eso de la “exportación” de capitales (el inventario es de la Cepal) aparecen, como siempre, Telmex, América Móvil (de Carlos Slim, principal promotor del citado Pacto de Chapultepec), Grupo Alfa (recientemente “rescatado” por el erario), Cemex (de Lorenzo Zambrano, también “rescatado” por estos días), Grupo Bimbo (de la siempre pía familia Servitje), Coca Cola-Femsa (del fallecido patriarca Eugenio Garza Lagüera, ex accionista del Bancomer “rescatado” por el Fobaproa y vendido al BBVA), IMSA (también de Monterrey y hasta hace poco propiedad de la familia Canales Clariond), Mabe (de Luis Berrondo, uno de los ex propietarios de Bital, hoy HSBC, cliente del Fobaproa), Grupo Posadas (cuya cabeza, Gastón Azcárraga, compró Mexicana de Aviación), ICA (la que se queda con prácticamente todos los contratos de obra pública, también cliente del Fobaproa), Grupo México (de Germán Larrea, quien “no tiene” dinero para recuperar los cuerpos de los mineros fallecidos en Pasta de Conchos) y Elektra, la tienda de los abonos chiquitos e intereses brutalmente altos (de Ricardo Salinas Pliego).
Las rebanadas del pastel
¿Queda claro cómo se “impulsa al país por la senda del desarrollo nacional, la inversión, el empleo y la redistribución del ingreso”?
Lo que de tiempo atrás todos advirtieron y registraron (la enorme bola de nieve que, en picada, se dejaba caer sobre el país), en el discurso calderonista pasó totalmente “desapercibido”, porque enfocó sus baterías a subrayar “lo bien” que lo ha hecho el gobierno de la “continuidad”, la “solidez” económica del país, la inmensa “lejanía” de la crisis”, porque “es externa”, la promoción de sus interminables “logros” y, en síntesis, el futuro venturoso que ofrecía a los mexicanos, quienes sólo debían estirar la mano para gozarlo. En eso estaba, duro que te dale, cuando ¡zas!, la realidad reventó el micrófono oficial.
Aquella desafortunada frase pronunciada en noviembre del año pasado, disfrazada de compromiso, tendría que ser grabada en letras de oro: “pase lo que pase en Estados Unidos”, dijo un enfático cuan confiado inquilino de Los Pinos, México “no tendrá crisis económica”. Sin duda un bello pasaje del discurso oficial, que redondeó lo dicho por el propio Felipe Calderón dos meses atrás, en septiembre de 2007: “nunca más habrá una crisis económica”.
Eran tiempos felices aquellos, cuando el michoacano celebraba que en su primer año de estancia en Los Pinos “se han generado en México 960 mil nuevos empleos”, algo que, por lo demás, desmintió el propio gobierno federal, al reconocer (mayo de 2008) que la metodología para contabilizar el número de plazas laborales generadas en el país simple y sencillamente “es errónea”. A estas alturas, con el ánimo descompuesto, cuando mucho presume 600 mil nuevos empleos en dos años, y descendiendo.
De allí, al “sí” nos pega la crisis, aunque el reconocimiento intentó ser disfrazado con otra alegoría: “hoy México cuenta con importantes reformas estructurales en materia de pensiones, en materia hacendaria, en materia de transparencia de gasto, en materia de calidad del sistema educativo, en materia del fortalecimiento de Pemex; en fin, en todas y cada una de estas reformas hay transformaciones profundas que no sólo nos permitirán enfrentar de mucho mejor manera esta crisis internacional, una crisis que no se generó en México, que no se generó, de hecho, en las economías emergentes; yo creo que es la primera vez en mucho tiempo que ocurre eso”.
Qué bueno, pero las susodichas “reformas estructurales” se concretaron en, llamémoslos así, tiempos de “paz” económica, cuando todo era perfecto y “ninguna crisis” alteraría el feliz destino, y a pesar de ello en nada contribuyeron para efectos reales. En los hechos, ni una sola de esas “reformas” ha permitido dejar atrás el raquitismo en materia de crecimiento (recuérdese que México “crece” a un ritmo menor que Haití), la mínima generación de empleo (prácticamente todo de muy mala calidad), a frenar la voluminosa emigración, a mejorar la concentrada distribución del ingreso y la riqueza, y, en fin, al desarrollo.
Eso en tiempos de “paz” económica. ¿Qué sucederá en este periodo de brutal “guerra”, en el que todas las economías buscan protegerse del vendaval, sin importar el golpe al vecino? Parte de la triste historia nacional es que muchos gobiernos, por no decir todos, pretendieron “resolver” la realidad mexicana a golpe de discursos. El de Calderón no es la excepción, y por mucha saliva que le ponga los problemas no se zanjan así. Dos años de perorata (que se suman a los 76 anteriores) lo confirman fehacientemente.
Y mientras en el discurso oficial la felicidad plena es lo menos que puede sucederle a los mexicanos en estos agitados tiempos, la realidad indica que dígase lo que se diga el país sigue siendo saqueado. Días atrás, La Jornada denunció que, de acuerdo con cifras del Banco de México, “las empresas de capital extranjero con operaciones en México sacaron cerca de 2 mil 300 millones de dólares hacia sus matrices en el exterior, mismas que están urgidas de recursos por la falta de liquidez provocada por la crisis financiera”. Y ayer, que “empresarios mexicanos sacaron del país poco más de 19 mil millones de dólares en el periodo enero-septiembre para depositarlos en cuentas bancarias o adquirir empresas en el extranjero”, para redondear un acumulado de 46 mil 316 millones de billetes verdes “en lo que va de este gobierno” (en ambos casos la información es de Víctor Cardoso).
Tras el escalofrío, de inmediato viene a la memoria aquella pomposa reunión (29 de septiembre de 2005) que el gran empresariado nacional organizó en el Castillo de Chapultepec (“Acuerdo nacional para la unidad, el estado de derecho, la inversión y el empleo”, mejor conocido como Pacto de Chapultepec) para, según decían, “impulsar al país en la senda del desarrollo nacional, la inversión, el empleo y la redistribución del ingreso”.
Más allá de políticos, académicos y demás signatarios, entre los abajo firmantes de aquella ocasión aparecen muchos –por no decir todos– de los que hoy, según las cifras del Banco de México, han hecho su mejor esfuerzo por saquear al país, lo que, lamentablemente no es ilegal, aunque a todas luces sí inmoral, si se compara lo “comprometido” en el texto del 29 de septiembre de 2005 con lo realizado desde entonces: 46 mil millones de dólares “exportados”, como si al país le sobrara inversión y estuviera en jauja en materia de empleo.
Entre las empresas líder en eso de la “exportación” de capitales (el inventario es de la Cepal) aparecen, como siempre, Telmex, América Móvil (de Carlos Slim, principal promotor del citado Pacto de Chapultepec), Grupo Alfa (recientemente “rescatado” por el erario), Cemex (de Lorenzo Zambrano, también “rescatado” por estos días), Grupo Bimbo (de la siempre pía familia Servitje), Coca Cola-Femsa (del fallecido patriarca Eugenio Garza Lagüera, ex accionista del Bancomer “rescatado” por el Fobaproa y vendido al BBVA), IMSA (también de Monterrey y hasta hace poco propiedad de la familia Canales Clariond), Mabe (de Luis Berrondo, uno de los ex propietarios de Bital, hoy HSBC, cliente del Fobaproa), Grupo Posadas (cuya cabeza, Gastón Azcárraga, compró Mexicana de Aviación), ICA (la que se queda con prácticamente todos los contratos de obra pública, también cliente del Fobaproa), Grupo México (de Germán Larrea, quien “no tiene” dinero para recuperar los cuerpos de los mineros fallecidos en Pasta de Conchos) y Elektra, la tienda de los abonos chiquitos e intereses brutalmente altos (de Ricardo Salinas Pliego).
Las rebanadas del pastel
¿Queda claro cómo se “impulsa al país por la senda del desarrollo nacional, la inversión, el empleo y la redistribución del ingreso”?
kikka-roja.blogspot.com/
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