Agustín Basave
07-Sep-2009
PERO YO PROPONGO ELIMINAR EL CAPITALISMO SALVAJE
PROPONGO QUE LA IZQUIERDA Y EL SOCIALISMO GOBIERNE
PROPONGO QUE LOS POLITICOS SEAN MAS QUE AUDITADOS Y QUE GANEN EL SUELDO MINIMO,
QUE LOS OLIGARCAS TRAGUEN CAMOTE.
QUE LE PARECE UN POQUITO DE JUSTICIA ...
Me atrevo a proponer un pacto de redención nacional con dos vertientes: una política, en torno a un cambio de régimen que entre en vigor a partir de 2012, y una socioeconómica, que geste la reforma laboral a cambio del seguro de desempleo.
Estamos a medio camino. No sólo en este sexenio sino en la transición democrática, en la crisis socioeconómica, en casi todo. Vivimos a horcajadas entre un México viejo que no acaba de irse y un México nuevo que no acaba de llegar y no ha sido equipado para sacudirse las plagas que lo azotan. Nos encontramos atrapados entre el pasado y el futuro, pero no vivimos el presente. El hoy se desvanece, se nos escurre entre las manos, quedando una mitad disuelta en el ayer y la otra inmaterializada en el mañana. En medio de innumerables discusiones sobre lo que debió haber sido y lo que deberá ser, no acertamos a modificar lo que es. Y mientras tanto nos amenazan el desplome de la economía y el aumento de la pobreza, el crimen organizado, el milenarismo insurreccional y hasta los virus y la escasez de agua. Se nos dice una y otra vez que ya tocamos fondo, pero llevamos tanto tiempo escuchándolo que pese a la sequía empezamos a sentir que nos ahogamos.
Nuestro país requiere muchos cambios, pero dos de ellos le urgen. Uno es la reforma del Estado, sin la cual el sistema político seguirá siendo disfuncional. Ya se ha dado un paso, pero falta lo más importante: sustituir el presidencialismo por un régimen parlamentario. Aunque la mayoría de los presidencialistas se ha dado cuenta de que lo que tenemos es ya insostenible, el parlamentarismo es en México la necesidad que no se atreve a pronunciar su nombre. Algunos hablan de “adecuar y actualizar” el diseño de 1917, los más audaces exigen un “semipresidencialismo”, pero más allá de eufemismos que buscan disimular el imprescindible viraje, cada vez más académicos y políticos piden en voz baja una inyección parlamentara. Todavía quedan por ahí algunos despistados que dicen que eso no conviene porque debilitaría al Presidente. ¿Más todavía? Por favor, salvo alguna excepción, los sistemas europeos propician mayor gobernabilidad y otorgan más poder a sus primeros ministros que lo que actual esquema mexicano da a nuestro jefe de Estado y de gobierno. Pero así es nuestra cultura política, misoneísta y simuladora.
El otro cambio urgente es el del modelo económico y social. No, nadie pide acabar con el capitalismo, entre otras razones porque no existe alternativa viable, pero sí hacerle ajustes significativos. Restringir y gravar su faceta especulativa, realizar una reforma fiscal que minimice regímenes de excepción y consolidaciones, forjar un Estado de bienestar. Esto último es esencial. Los templarios de la mano invisible suelen pregonar que no podremos ser globalmente competitivos mientras no tengamos una flexibilidad laboral primermundista, pero soslayan el hecho de que México carece del subsidio a los desempleados que les permite ser flexibles a los países del Primer Mundo. Lo anticipo a guisa de rendija por donde puede colarse la gran oportunidad que da la gran crisis. Para ello, desde luego, el gobierno tiene que dejar atrás el doble discurso. Antes de las elecciones nos anunció planes contracíclicos y magnas inversiones públicas para reactivar la economía y ahora nos endilga recortes presupuestales y aumentos de impuestos; antes regañaba a los catastrofistas y ahora nos advierte de la catástrofe para sensibilizarnos del apretón de cinturón; antes presumía las reformas posibles y ahora proclama la lógica de los cambios de fondo. ¿Por qué no acepta de una vez que en esta coyuntura un pesimista es un optimista bien informado?
Yo he vaticinado en este espacio que en lo que resta del sexenio no habrá reformas de gran calado. Creo que, previendo que la presidencia calderonista terminará mal, el PRI buscará proyectar al electorado la imagen de partido responsable pero no corresponsable: apoyará las iniciativas del PAN-gobierno que eviten el colapso pero regateará aquellas que oxigenen electoralmente a su rival. Con todo, tengo muchas ganas de equivocarme en el pronóstico. Tantas que me atrevo a proponer, además de una reforma fiscal, un pacto de redención nacional con dos vertientes: una política, en torno a un cambio de régimen que entre en vigor a partir de 2012, y una socioeconómica, que geste la reforma laboral a cambio del seguro de desempleo. Hay muchos puntos más que podrían incluirse en la agenda, pero en política es mejor disparar con bala rasa que dar escopetazos. De lo que se trata es de encontrar un detonador, un par de consensos que desaten un círculo virtuoso de negociaciones ulteriores para avanzar después en otro quid pro quo entre izquierda, centro y derecha que bien podría ser la edificación de un sistema de salud universal a cambio de ciertas concesiones a la inversión privada. Y de ahí a una cruzada por la honestidad y a un renacimiento educativo. Claro, acuerdos de esta naturaleza sólo serían posibles si nadie intentara monopolizar las medallas, si hubiera conciencia de que sin generosidad se pueden obtener ganancias partidarias a corto plazo pero a la larga la nación entera pierde.
Se dice fácil, lo sé. ¿Cómo van a unirse los partidos en torno a algo tan ambicioso si no se ponen de acuerdo en cosas mucho menores? No quiero ser ave de mal agüero, pero las cosas pueden ponerse peor y un pacto de esa magnitud puede ser el único antídoto contra un estallido social. Dicho sea de paso, está poniéndose en boga predecir ese peligro del que llevo tres años advirtiendo, y que ya no se ve tan remoto. Por una vez en nuestra historia seamos previsores y no esperemos la hecatombe para actuar. Digámosle al presidente que si su mensaje con motivo del Tercer Informe fue una desesperanzada constancia de buenas intenciones, apreciamos su discurso, pero que si fue un genuino llamado a enmendar el rumbo, por el bien de México le entramos todos. Con lo que está en juego no se juega.
Estamos a medio camino. No sólo en este sexenio sino en la transición democrática, en la crisis socioeconómica, en casi todo. Vivimos a horcajadas entre un México viejo que no acaba de irse y un México nuevo que no acaba de llegar y no ha sido equipado para sacudirse las plagas que lo azotan. Nos encontramos atrapados entre el pasado y el futuro, pero no vivimos el presente. El hoy se desvanece, se nos escurre entre las manos, quedando una mitad disuelta en el ayer y la otra inmaterializada en el mañana. En medio de innumerables discusiones sobre lo que debió haber sido y lo que deberá ser, no acertamos a modificar lo que es. Y mientras tanto nos amenazan el desplome de la economía y el aumento de la pobreza, el crimen organizado, el milenarismo insurreccional y hasta los virus y la escasez de agua. Se nos dice una y otra vez que ya tocamos fondo, pero llevamos tanto tiempo escuchándolo que pese a la sequía empezamos a sentir que nos ahogamos.
Nuestro país requiere muchos cambios, pero dos de ellos le urgen. Uno es la reforma del Estado, sin la cual el sistema político seguirá siendo disfuncional. Ya se ha dado un paso, pero falta lo más importante: sustituir el presidencialismo por un régimen parlamentario. Aunque la mayoría de los presidencialistas se ha dado cuenta de que lo que tenemos es ya insostenible, el parlamentarismo es en México la necesidad que no se atreve a pronunciar su nombre. Algunos hablan de “adecuar y actualizar” el diseño de 1917, los más audaces exigen un “semipresidencialismo”, pero más allá de eufemismos que buscan disimular el imprescindible viraje, cada vez más académicos y políticos piden en voz baja una inyección parlamentara. Todavía quedan por ahí algunos despistados que dicen que eso no conviene porque debilitaría al Presidente. ¿Más todavía? Por favor, salvo alguna excepción, los sistemas europeos propician mayor gobernabilidad y otorgan más poder a sus primeros ministros que lo que actual esquema mexicano da a nuestro jefe de Estado y de gobierno. Pero así es nuestra cultura política, misoneísta y simuladora.
El otro cambio urgente es el del modelo económico y social. No, nadie pide acabar con el capitalismo, entre otras razones porque no existe alternativa viable, pero sí hacerle ajustes significativos. Restringir y gravar su faceta especulativa, realizar una reforma fiscal que minimice regímenes de excepción y consolidaciones, forjar un Estado de bienestar. Esto último es esencial. Los templarios de la mano invisible suelen pregonar que no podremos ser globalmente competitivos mientras no tengamos una flexibilidad laboral primermundista, pero soslayan el hecho de que México carece del subsidio a los desempleados que les permite ser flexibles a los países del Primer Mundo. Lo anticipo a guisa de rendija por donde puede colarse la gran oportunidad que da la gran crisis. Para ello, desde luego, el gobierno tiene que dejar atrás el doble discurso. Antes de las elecciones nos anunció planes contracíclicos y magnas inversiones públicas para reactivar la economía y ahora nos endilga recortes presupuestales y aumentos de impuestos; antes regañaba a los catastrofistas y ahora nos advierte de la catástrofe para sensibilizarnos del apretón de cinturón; antes presumía las reformas posibles y ahora proclama la lógica de los cambios de fondo. ¿Por qué no acepta de una vez que en esta coyuntura un pesimista es un optimista bien informado?
Yo he vaticinado en este espacio que en lo que resta del sexenio no habrá reformas de gran calado. Creo que, previendo que la presidencia calderonista terminará mal, el PRI buscará proyectar al electorado la imagen de partido responsable pero no corresponsable: apoyará las iniciativas del PAN-gobierno que eviten el colapso pero regateará aquellas que oxigenen electoralmente a su rival. Con todo, tengo muchas ganas de equivocarme en el pronóstico. Tantas que me atrevo a proponer, además de una reforma fiscal, un pacto de redención nacional con dos vertientes: una política, en torno a un cambio de régimen que entre en vigor a partir de 2012, y una socioeconómica, que geste la reforma laboral a cambio del seguro de desempleo. Hay muchos puntos más que podrían incluirse en la agenda, pero en política es mejor disparar con bala rasa que dar escopetazos. De lo que se trata es de encontrar un detonador, un par de consensos que desaten un círculo virtuoso de negociaciones ulteriores para avanzar después en otro quid pro quo entre izquierda, centro y derecha que bien podría ser la edificación de un sistema de salud universal a cambio de ciertas concesiones a la inversión privada. Y de ahí a una cruzada por la honestidad y a un renacimiento educativo. Claro, acuerdos de esta naturaleza sólo serían posibles si nadie intentara monopolizar las medallas, si hubiera conciencia de que sin generosidad se pueden obtener ganancias partidarias a corto plazo pero a la larga la nación entera pierde.
Se dice fácil, lo sé. ¿Cómo van a unirse los partidos en torno a algo tan ambicioso si no se ponen de acuerdo en cosas mucho menores? No quiero ser ave de mal agüero, pero las cosas pueden ponerse peor y un pacto de esa magnitud puede ser el único antídoto contra un estallido social. Dicho sea de paso, está poniéndose en boga predecir ese peligro del que llevo tres años advirtiendo, y que ya no se ve tan remoto. Por una vez en nuestra historia seamos previsores y no esperemos la hecatombe para actuar. Digámosle al presidente que si su mensaje con motivo del Tercer Informe fue una desesperanzada constancia de buenas intenciones, apreciamos su discurso, pero que si fue un genuino llamado a enmendar el rumbo, por el bien de México le entramos todos. Con lo que está en juego no se juega.
abasave@prodigy.net.mx
kikka-roja.blogspot.com/
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Comentarios. HOLA! deja tu mensaje ...