Ausencias
La televisión mexicana se concibe universal y cosmopolita, pero adolece de graves ausencias. En términos sociales la televisión abierta del duopolio Televisa-TV Azteca propicia huecos insultantes. Ejemplo señero de esto es la ausencia de temática abiertamente homosexual. Habitan desde luego en parrilla una pléyade de estereotipos homofóbicos, escarnio insultante en forma de chistes vulgares, caricaturizaciones del varón homosexual y (en menor grado) de lesbianas, pero programas que aborden la temática homosexual de manera ecuánime o simplemente informativa son ocasionales rarezas. Salvo algunas producciones marginales y de bajo impacto, como Diálogos en confianza (Once TV) o producciones extranjeras donde la temática lésbico gay y transgénero se trata de manera abierta –el show de Graham Norton, en la BBC, Modern family, de la cadena ABC o Guau y Qué show con la Bogue, en Telehit, que es de paga–, del tema homosexual se habla poco y la mayoría de las veces, mal.
En alguna ocasión el asunto surge, pero como tópico “caliente”, es decir, que cocina opiniones de una resonancia tal que generan un interés mediático; un caso claro es la discusión, por cierto tan necesaria, que en diversos programas de análisis y opinión o en comentarios editoriales de espacios noticiosos ocasionó la iniciativa del gobierno del Distrito Federal de elevar al rango de derechos de dominio conyugal las sociedades de convivencia entre parejas homosexuales o su derecho a adoptar hijos. Entonces sí, el caldero, el vocerío donde brotan flamígeros dedos acusadores invariablemente ligados a la derecha palurda que dice gobernar y a su clero atrabiliario y virulento. No recuerdo intentos serios y respetuosos de llevar la temática homosexual a la televisión abierta para teleaudiencias de todas las edades; quizá el efímero lanzamiento de la serie Diseñador de ambos sexos, protagonizada por Héctor Suárez Gomís y cuyas buenas intenciones como proyecto de televisión propositiva se estrellaron en la llaneza de sus argumentos, y sobre todo en el agostamiento de unos recursos actorales y dramatúrgicos más bien escasos.
Otra ausencia televisiva meritoria de reclamos –y que quizá en el territorio de la jurisprudencia debería ser competencia del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación, cuyo presidente, Ricardo Bucio, afirma que “es necesario sancionar la discriminación, ya sea por la vía administrativa o penal, debido a que los actos de exclusión no se combaten por mera convicción”, es la de nuestros pueblos originarios.
¿Cuántos conductores indígenas de programas o de noticieros hay? Nuestra Constitución establece claramente que “queda prohibida toda discriminación motivada por origen étnico o nacional, el género, la edad, las discapacidades, la condición social, las condiciones de salud, la religión, las opiniones, las preferencias sexuales, el estado civil o cualquier otra que atente contra la dignidad humana”, es decir, todas las razones por las que millones de mexicanos son excluidos de manera cotidiana de las producciones televisivas, como no sea para someterlos a alguna clase de escrutinio con su previsible cauda de prejuicios nacidos en racismo y clasismo ancestrales.
Los arquetipos físicos que la televisión, profundamente hipócrita como entidad empresarial, impone como atributos estéticos son extranjeros, ajenos a la fisonomía del común denominador indígena en México. La manera de hablar el castellano de nuestros pueblos originarios es ridiculizada en la televisión mexicana desde sus albores; la palabra “indio”, en esta sociedad nuestra de natural racista, es considerada un insulto. Y para más vergüenza, cuando las televisoras necesitan en sus producciones personajes indígenas, acuden al recurso lamentable de la suplantación cosmética. Las “heroínas” de las machacadas historias de la muchacha pobre –o indígena– que triunfa en el amor y la vida nunca han sido actrices mijes, rarámuris o tzeltales, sino criollas pequeñoburguesas que, por única vez en sus vidas, aceptan oscurecer su piel, pero no para congraciarse con los pueblos originarios tradicionalmente excluidos, sino con el rating…
Contraria a cualquier retórica de utilería de las empresas del duopolio en materia de convivencia, inclusión y tolerancia, sus innobles, racistas omisiones y deliberadas exclusiones de las minorías, son una constante de discriminación flagrante que cuenta, según se ve, con la complicidad de quienes, al menos en la teoría, deberían regular sus procedimientos y transmisiones.
.
kikka-roja.blogspot.com/
La televisión mexicana se concibe universal y cosmopolita, pero adolece de graves ausencias. En términos sociales la televisión abierta del duopolio Televisa-TV Azteca propicia huecos insultantes. Ejemplo señero de esto es la ausencia de temática abiertamente homosexual. Habitan desde luego en parrilla una pléyade de estereotipos homofóbicos, escarnio insultante en forma de chistes vulgares, caricaturizaciones del varón homosexual y (en menor grado) de lesbianas, pero programas que aborden la temática homosexual de manera ecuánime o simplemente informativa son ocasionales rarezas. Salvo algunas producciones marginales y de bajo impacto, como Diálogos en confianza (Once TV) o producciones extranjeras donde la temática lésbico gay y transgénero se trata de manera abierta –el show de Graham Norton, en la BBC, Modern family, de la cadena ABC o Guau y Qué show con la Bogue, en Telehit, que es de paga–, del tema homosexual se habla poco y la mayoría de las veces, mal.
En alguna ocasión el asunto surge, pero como tópico “caliente”, es decir, que cocina opiniones de una resonancia tal que generan un interés mediático; un caso claro es la discusión, por cierto tan necesaria, que en diversos programas de análisis y opinión o en comentarios editoriales de espacios noticiosos ocasionó la iniciativa del gobierno del Distrito Federal de elevar al rango de derechos de dominio conyugal las sociedades de convivencia entre parejas homosexuales o su derecho a adoptar hijos. Entonces sí, el caldero, el vocerío donde brotan flamígeros dedos acusadores invariablemente ligados a la derecha palurda que dice gobernar y a su clero atrabiliario y virulento. No recuerdo intentos serios y respetuosos de llevar la temática homosexual a la televisión abierta para teleaudiencias de todas las edades; quizá el efímero lanzamiento de la serie Diseñador de ambos sexos, protagonizada por Héctor Suárez Gomís y cuyas buenas intenciones como proyecto de televisión propositiva se estrellaron en la llaneza de sus argumentos, y sobre todo en el agostamiento de unos recursos actorales y dramatúrgicos más bien escasos.
Otra ausencia televisiva meritoria de reclamos –y que quizá en el territorio de la jurisprudencia debería ser competencia del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación, cuyo presidente, Ricardo Bucio, afirma que “es necesario sancionar la discriminación, ya sea por la vía administrativa o penal, debido a que los actos de exclusión no se combaten por mera convicción”, es la de nuestros pueblos originarios.
¿Cuántos conductores indígenas de programas o de noticieros hay? Nuestra Constitución establece claramente que “queda prohibida toda discriminación motivada por origen étnico o nacional, el género, la edad, las discapacidades, la condición social, las condiciones de salud, la religión, las opiniones, las preferencias sexuales, el estado civil o cualquier otra que atente contra la dignidad humana”, es decir, todas las razones por las que millones de mexicanos son excluidos de manera cotidiana de las producciones televisivas, como no sea para someterlos a alguna clase de escrutinio con su previsible cauda de prejuicios nacidos en racismo y clasismo ancestrales.
Los arquetipos físicos que la televisión, profundamente hipócrita como entidad empresarial, impone como atributos estéticos son extranjeros, ajenos a la fisonomía del común denominador indígena en México. La manera de hablar el castellano de nuestros pueblos originarios es ridiculizada en la televisión mexicana desde sus albores; la palabra “indio”, en esta sociedad nuestra de natural racista, es considerada un insulto. Y para más vergüenza, cuando las televisoras necesitan en sus producciones personajes indígenas, acuden al recurso lamentable de la suplantación cosmética. Las “heroínas” de las machacadas historias de la muchacha pobre –o indígena– que triunfa en el amor y la vida nunca han sido actrices mijes, rarámuris o tzeltales, sino criollas pequeñoburguesas que, por única vez en sus vidas, aceptan oscurecer su piel, pero no para congraciarse con los pueblos originarios tradicionalmente excluidos, sino con el rating…
Contraria a cualquier retórica de utilería de las empresas del duopolio en materia de convivencia, inclusión y tolerancia, sus innobles, racistas omisiones y deliberadas exclusiones de las minorías, son una constante de discriminación flagrante que cuenta, según se ve, con la complicidad de quienes, al menos en la teoría, deberían regular sus procedimientos y transmisiones.
.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Comentarios. HOLA! deja tu mensaje ...