Carta a l@s #YoSoy132 Por: Lydia Cacho - mayo 31 de 2012 - 0:01 Cacho en Sinembargo, COLUMNAS
A las y los estudiantes: En un documento original de la Secretaría de Gobernación se lee: Sugerencias.
1) Evitar que en todos los medios de divulgación (Prensa, radio, televisión, etc.) se sigan empleando los términos ESTUDIANTES, CONFLICTO ESTUDIANTIL, y demás relacionadas con los acontecimientos.
2) Usar adjetivos como los siguientes: CONJURADOS, TERRORISTAS, GUERRILLEROS, AGITADORES, ANARQUISTAS, APATRIDAS, MERCENARIOS, TRAIDORES, MERCENARIOS EXTRANJEROS, FASCINEROSOS.
Lo firma de puño y letra el entonces responsable de la seguridad nacional, el priísta Luis Echeverría Álvarez. Gracias a Jacinto Rodríguez, el gran periodista especializado en investigar los vínculos entre el Estado y los medios podemos leer el documento original que cito (publicado en la Revista Emeequis de este mes). Ahora más que nunca debemos leer La Otra Guerra Secreta: Los archivos prohibidos de la prensa y el poder, Debate (Agosto 2007) de Jacinto, para entender por qué los ataques aparentemente dispersos en contra de ustedes, las y los estudiantes que iniciaron y se han sumado al movimiento #YoSoy132, son parte de una estrategia política en la que se coluden los poderes fácticos y los periodistas e intelectuales del Sistema. Ni antes, ni ahora, ni nunca el sistema político permitirá que la sociedad organizada se empodere sin pedir perdón y sin pedir permiso. Ya hablamos antes de cómo el gobierno canadiense ha intentado aplastar el movimiento estudiantil de Quebec y de las descalificaciones que sufrieron las y los indignados de España. Tomar las calles es reconocerse como ciudadanas, ciudadanos libres. Reconocerse así, en voz alta, en colectivo, nos da poder personal y poder social.
Expresar las necesidades e inconformidades, por pequeñas que parezcan, es un acto político transformador en si mismo. Si algo aprendí de joven, cuando me declaré feminista y me asumí activista por mis derechos y los de las demás, fue que habría que estar preparada para los momentos difíciles y siempre dispuesta para disfrutar de cada pequeño logro de la revolución de las mujeres. Cuando decidí ser periodista asumí la misma postura. Y sí, cuando nos rebelábamos no había leyes ni contra la violencia intrafamiliar siquiera, a nadie se le ocurría que tan pronto lograríamos entender que las mujeres somos dueñas de nuestro cuerpo y de nuestros derechos reproductivos. Entonces no se penalizaba la violación y los refugios para mujeres maltratadas no existían. Las niñas y niños violados no sabían entonces que sus abusadores cometían un crimen y que ellos tenían derecho a la voz, a la seguridad y la protección. Corrían los años setenta y nunca nos dimos por vencidas. En los ochenta, durante las dictaduras de Argentina y Uruguay, las y los jóvenes se jugaron la vida no por una patria que los quería silenciar sino por el sueño posible de vivir en un país donde nadie tuviera que pedir permiso para pensar diferente, para cantar con voz propia, por exigir que los medios fueran libres, por saberse dueñas de sus cuerpos y dueños de sus ideas. Quienes en México antes de nosotras se rebelaron del 68 al 73 sabían, como sabemos ahora, que conspirar para construir un mundo mejor no es un acto efímero sino una forma de vida. Aprendí que nadie habría de decirme cuál sería mi discurso, que las descalificaciones me inspiraban a estudiar más para entender mejor porqué era tan incómoda para el estatus quo.
Aprendí que soy activista porque esa es mi forma de asumirme como ciudadana, de proteger mis derechos y mis libertades. Aprendí a buscar mi voz leyendo las voces de quienes admiraba más y supe que los tiranos son hijos de un patriarcado que busca unificar los discursos cívicos para derrotarlos, que exige líderes únicos para aniquilarlos, encarcelarlos o comprarlos. Aprendí que el verdadero poder de una persona radica en nunca sacrificar los principios y jamás ceder ante el odio y el miedo, que son hermanos de la violencia. Aprendí a levantar la voz cuando hace falta y a llorar cuando duele la realidad, aprendí a pedir ayuda cuando la carga resulta inmensa y a nunca uniformarme para ser escuchada; porque las transformaciones de fondo no se obtienen con la unificación de criterios verticales sino con la reivindicación de la diversidad, la horizontalidad, la solidaridad y la auténtica libertad para expresarse y hacerse responsable de esas expresiones que cambian al mundo. Y sí, es su derecho ser partidistas, apartidistas o anarquistas, creyentes o agnósticas, liberales, progresistas, conservadores o indefinidas. Que nadie les exija negar sus creencias para creer en ustedes y en su derecho a rebelarse. La feminista Emma Goldman decía “si no puedo bailar, esta no es mi revolución”. Nos recordaba que las revoluciones se hacen con la alegría de la libertad reconocida y la pasión de la esperanza. Así que bailen, salgan, griten, piensen, usen la creatividad y exprésense libremente, pero nunca crean que para cambiar al Sistema hay que imitarlo y seguir sus reglas. Twitter: @lydiacachosi
http://www.sinembargo.mx/opinion/31-05-2012/7284.
kikka-roja.blogspot.com
A las y los estudiantes: En un documento original de la Secretaría de Gobernación se lee: Sugerencias.
1) Evitar que en todos los medios de divulgación (Prensa, radio, televisión, etc.) se sigan empleando los términos ESTUDIANTES, CONFLICTO ESTUDIANTIL, y demás relacionadas con los acontecimientos.
2) Usar adjetivos como los siguientes: CONJURADOS, TERRORISTAS, GUERRILLEROS, AGITADORES, ANARQUISTAS, APATRIDAS, MERCENARIOS, TRAIDORES, MERCENARIOS EXTRANJEROS, FASCINEROSOS.
Lo firma de puño y letra el entonces responsable de la seguridad nacional, el priísta Luis Echeverría Álvarez. Gracias a Jacinto Rodríguez, el gran periodista especializado en investigar los vínculos entre el Estado y los medios podemos leer el documento original que cito (publicado en la Revista Emeequis de este mes). Ahora más que nunca debemos leer La Otra Guerra Secreta: Los archivos prohibidos de la prensa y el poder, Debate (Agosto 2007) de Jacinto, para entender por qué los ataques aparentemente dispersos en contra de ustedes, las y los estudiantes que iniciaron y se han sumado al movimiento #YoSoy132, son parte de una estrategia política en la que se coluden los poderes fácticos y los periodistas e intelectuales del Sistema. Ni antes, ni ahora, ni nunca el sistema político permitirá que la sociedad organizada se empodere sin pedir perdón y sin pedir permiso. Ya hablamos antes de cómo el gobierno canadiense ha intentado aplastar el movimiento estudiantil de Quebec y de las descalificaciones que sufrieron las y los indignados de España. Tomar las calles es reconocerse como ciudadanas, ciudadanos libres. Reconocerse así, en voz alta, en colectivo, nos da poder personal y poder social.
Expresar las necesidades e inconformidades, por pequeñas que parezcan, es un acto político transformador en si mismo. Si algo aprendí de joven, cuando me declaré feminista y me asumí activista por mis derechos y los de las demás, fue que habría que estar preparada para los momentos difíciles y siempre dispuesta para disfrutar de cada pequeño logro de la revolución de las mujeres. Cuando decidí ser periodista asumí la misma postura. Y sí, cuando nos rebelábamos no había leyes ni contra la violencia intrafamiliar siquiera, a nadie se le ocurría que tan pronto lograríamos entender que las mujeres somos dueñas de nuestro cuerpo y de nuestros derechos reproductivos. Entonces no se penalizaba la violación y los refugios para mujeres maltratadas no existían. Las niñas y niños violados no sabían entonces que sus abusadores cometían un crimen y que ellos tenían derecho a la voz, a la seguridad y la protección. Corrían los años setenta y nunca nos dimos por vencidas. En los ochenta, durante las dictaduras de Argentina y Uruguay, las y los jóvenes se jugaron la vida no por una patria que los quería silenciar sino por el sueño posible de vivir en un país donde nadie tuviera que pedir permiso para pensar diferente, para cantar con voz propia, por exigir que los medios fueran libres, por saberse dueñas de sus cuerpos y dueños de sus ideas. Quienes en México antes de nosotras se rebelaron del 68 al 73 sabían, como sabemos ahora, que conspirar para construir un mundo mejor no es un acto efímero sino una forma de vida. Aprendí que nadie habría de decirme cuál sería mi discurso, que las descalificaciones me inspiraban a estudiar más para entender mejor porqué era tan incómoda para el estatus quo.
Aprendí que soy activista porque esa es mi forma de asumirme como ciudadana, de proteger mis derechos y mis libertades. Aprendí a buscar mi voz leyendo las voces de quienes admiraba más y supe que los tiranos son hijos de un patriarcado que busca unificar los discursos cívicos para derrotarlos, que exige líderes únicos para aniquilarlos, encarcelarlos o comprarlos. Aprendí que el verdadero poder de una persona radica en nunca sacrificar los principios y jamás ceder ante el odio y el miedo, que son hermanos de la violencia. Aprendí a levantar la voz cuando hace falta y a llorar cuando duele la realidad, aprendí a pedir ayuda cuando la carga resulta inmensa y a nunca uniformarme para ser escuchada; porque las transformaciones de fondo no se obtienen con la unificación de criterios verticales sino con la reivindicación de la diversidad, la horizontalidad, la solidaridad y la auténtica libertad para expresarse y hacerse responsable de esas expresiones que cambian al mundo. Y sí, es su derecho ser partidistas, apartidistas o anarquistas, creyentes o agnósticas, liberales, progresistas, conservadores o indefinidas. Que nadie les exija negar sus creencias para creer en ustedes y en su derecho a rebelarse. La feminista Emma Goldman decía “si no puedo bailar, esta no es mi revolución”. Nos recordaba que las revoluciones se hacen con la alegría de la libertad reconocida y la pasión de la esperanza. Así que bailen, salgan, griten, piensen, usen la creatividad y exprésense libremente, pero nunca crean que para cambiar al Sistema hay que imitarlo y seguir sus reglas. Twitter: @lydiacachosi
http://www.sinembargo.mx/opinion/31-05-2012/7284.
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