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viernes, 23 de noviembre de 2012

Juan Villoro Cómo ordenar el universo

Juan Villoro Cómo ordenar el universo
Reforma

23 noviembre 2012.- De acuerdo con Borges, ordenar una biblioteca es ya una forma de ejercer la crítica. Ese acomodo implica una lógica que rebasa el criterio alfabético y puede provocar arreglos tan peculiares que se confunden con el desorden. En El libro salvaje, imaginé una biblioteca donde los volúmenes no respondían a una organización racional sino al agitado inconsciente de su dueño. Cada librero delata un capricho: Cohetes que no regresaron, Futbol de ataque, Motores que no hacen ruido, Espadas, cuchillos y lanzas, El pescador y su anzuelo, Exploradores que nunca se fueron.

Mientras más extensa es una biblioteca, más se parece a una cosmogonía. En el caso de las colecciones privadas, el orden se somete a todo tipo de supersticiones. La explicación de ese universo deja de ser histórica y se vuelve legendaria.



Hace unos días, el periódico El Mercurio, de Chile, me invitó a un almuerzo con Alberto Manguel, que vive en compañía de cuarenta mil volúmenes. Con el café, llegó la pregunta imprescindible: ¿cómo se ordenan tantos libros? El autor de Una historia de la lectura explicó que dividía los títulos por el idioma original en que habían sido escritos. Sin embargo, esta organización por lenguas admitía excepciones. La Biblia, el Corán, y las obras relacionadas con ellos, eran islas aparte; lo mismo podía decirse del Quijote y los cervantistas, cuyo número conforma una literatura. Nos quedó claro que estábamos ante una Biblioteca de bibliotecas, donde el criterio de clasificación sólo podía ser regional.

Los acervos personales retratan una mente. Por ejemplo, Umberto Eco tiene una colección de incunables muy orientada. Sólo admite libros herméticos, mágicos y de falsa sabiduría: Tengo a Ptolomeo, que se equivocaba sobre el movimiento de la Tierra, pero no tengo a Galileo, que tenía razón.

La recién inaugurada Ciudad de los Libros reúne no sólo excepcionales bibliotecas privadas, sino el sentido crítico con que fueron adquiridas. Se trata de una doble preservación del patrimonio, ahí están las obras y también los modos de leerlas. Las intangibles preferencias de José Luis Martínez, Antonio Castro Leal, Jaime García Terrés, Carlos Monsiváis y Alí Chumacero cobran cuerpo en esos reveladores estantes.

Al ver esa minuciosa reconstrucción de la vida interior de lectores ejemplares, pensé en otra clase de libros: los rechazados. ¿Cómo sería la biblioteca que al modo de un hospicio recogiera volúmenes expósitos?

En ningún otro sitio se abandonan tantos libros como en un hotel. El viajero que asiste a un congreso suele recibir más libros de los que puede o quiere llevar a casa. No siempre es fácil desprenderse de ellos ni arrancarles la dedicatoria que alguien rubricó con esperanza de ser leído. Pero hacen bulto, pesan mucho y recuerdan que el tiempo es limitado. A veces, los organizadores tienen la cruel gentileza de enviar al cuarto una enciclopedia o una historia de la región en cinco tomos.

La vergüenza de desprenderse de los libros lleva a algunos huéspedes a escribir un mensaje para la recamarera, recomendándole la lectura de los valiosos tomos que por desgracia no cupieron en la maleta.

Lo más probable es que esos huérfanos sean tirados a la basura. Sería bueno diseñar un programa de rescate para crear una biblioteca de obras rechazadas que podría catalogarse por distintos niveles de repudio: Libros que causan alarma, Libros de portada horrenda, Libros que necesitan autoayuda, Libros que da vergüenza tener, Libros de amigos íntimos que no conocemos, Libros de pésimo título, Libros de enemigos, Libros que prometen tedio, Libros negados por prejuicio, Libros que no dan prestigio, Libros más extensos que nuestra curiosidad, Libros que creemos no entender. Estos motivos de rechazo estimularían la curiosidad de otros lectores. La condena atrae.

La Biblioteca Negativa promovería la lectura por las mismas causas que llevan a negarla. Su catalogación sería no sólo subjetiva sino hermética. Es posible que en ciertas habitaciones se abandonen más libros que en otras. La ignorada disciplina de recuperarlos podría llevar a interesantes estadísticas el ser humano ama las cantidades que no comprende. ¿Qué sucedería si descubriéramos que en ningún otro cuarto se dejan tantos libros como en el 304 de cualquier hotel? ¿Una coincidencia? ¿El cumplimiento de un insondable maleficio? En caso de que el Cuarto del Abandono fuera científicamente localizado, la Biblioteca Negativa podría incluir una sección con su número Libros del 304, susceptible de fomentar investigaciones esotéricas y numerológicas.

Los libros negados, que nadie aprecia sueltos, adquirirían importancia al ordenarse en una vasta cultura del rechazo. Sin duda alguna, serían apreciados por lectores que se dejan atraer por el morbo y no tienen que hacer una maleta.
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kikka-roja.blogspot.com

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