Federico Arreola nos manda el siguiente texto que aparecerá en la edición de esta quincena de
En la campaña electoral de 2006 me buscó uno de los representantes del Grupo Prisa en México, Antonio Navalón, para decirme que visitarían México dos de sus jefes españoles, Juan Luis Cebrián y Jaime Polanco. Querían reunirse con Andrés Manuel López Obrador, a la sazón candidato a la presidencia de la república postulado por la coalición Por el Bien de Todos.
No me resultó sencillo convencer a Andrés Manuel de reunirse con los empresarios ibéricos. “No confío en esa gente”, me dijo López Obrador cuando le comenté lo que me había pedido Navalón. Repitió esas palabras cada vez que insistí en la necesidad de atender a personas tan importantes. Al final el argumento que lo convenció, en mi opinión, no fue el del gran prestigio de El País ni el de su fundador, Cebrián, sino mi deseo, casi capricho de no quedar mal con Antonio Navalón, que me llamaba varias veces al día para concretar la cita con el político que encabezaba todas las encuestas de preferencias electorales.
Cenamos en un hotel de la capital de Tabasco y como además de los mencionados asistió también José María Pérez Gay, durante buena parte de la reunión este escritor y su colega Cebrián charlaron acerca de libros y de filósofos famosos. Pero aun en las veladas más intelectuales hay tiempo para las vulgaridades. Así que hablamos también de Televisa y de los principales directivos de esta empresa: Emilio Azcárraga Jean y Bernardo Gómez Martínez.
En esa cena Cebrián dijo que Televisa (que posee el 50 por ciento de W Radio; el otro 50 por ciento lo controla Grupo Prisa) estaba insistiendo en despedir a Carmen Aristegui, pero que eso jamás lo iban a permitir los socios españoles de la radiodifusora, no sólo porque Carmen conducía el noticiario de mayor audiencia sino sobre todo porque ellos eran absolutamente respetuosos de la libertad de expresión.
Admito que me impresionaron las palabras del señor Cebrián, que no es el único que las utiliza en el Grupo Prisa. En los documentos que la empresa entrega a sus inversionistas, se lee que “la primera responsabilidad de un grupo de medios de comunicación es defender y ejercer con honestidad y vigor el derecho a la información y a la libertad de expresión”. Ignoro si estos hombres de negocios cumplen en su país de origen con tan elevada obligación. Lo que me consta, ahora, es que en México no lo hacen.
En México, el viernes 4 de enero de 2008 la dirección del Grupo Prisa despidió a la periodista Carmen Aristegui simple y sencillamente porque esta mujer, conductora hasta ese día del noticiario más exitoso de W Radio, ha seguido siempre una línea editorial plural, objetiva, libre y honesta, es decir, una línea editorial que inevitablemente incomoda a quienes controlan los poderes político y económico. La explicación oficial que sus patrones dieron del despido de Aristegui fue, por decir lo menos, cínica. Es que, de plano, representa un acto de cinismo decir que esa decisión “se enmarca dentro de un proceso de renovación, actualización y expansión en el que está inmersa la W”.
Ese proceso de “renovación, actualización y expansión” comenzó hace meses con la sorpresiva llegada de un nuevo director editorial. Aquí conviene precisar un dato. En España, el Grupo Prisa jamás sorprendería a sus periodistas con la llegada de un nuevo director a la dirección de su diario insignia, El País. En los estatutos de este medio se establece que en el nombramiento del director intervienen todos los periodistas. En México, Prisa actúa de otra manera. Así, Carmen Aristegui y los otros informadores un buen día se encontraron con la sorpresa de que tenían un nuevo jefe en W Radio: Daniel Moreno, que entre sus activos cuenta no sólo con experiencia en diversas redacciones, sino también con excelentes relaciones con personas muy cercanas a Felipe Calderón.
Lo más triste para Daniel es que él llegó al Grupo Prisa después de haber sido injustamente despedido (¡por diferencias editoriales!) del diario Excelsior. Según me contó el propio Daniel, alguno de sus jefes en Excelsior se molestó por un titular más o menos crítico respecto de no sé qué funcionario. El día en que despidieron a Carmen Aristegui de W Radio hablé con Daniel y me juró que se había tratado de una decisión estrictamente empresarial, “nada que ver con lo editorial”. Cuando le conté que eso me dijeron sus jefes de Excelsior cuando lo corrieron a él (“Daniel se fue por motivos de empresa, no editoriales”), se quedó callado y cambió de tema. Hay veces en que los hechos son tan aplastantes que al afectado no le queda más remedio que cerrar la boca o ponerse a hablar de otra cosa.
En el diario El País, que dio origen al Grupo Prisa, a los periodistas los ampara en sus contratos laborales una “cláusula de conciencia”, que simplemente obliga a la empresa a indemnizar con generosidad a cualquier informador que se vea obligado a dejar su trabajo por diferencias editoriales con el patrón. En W Radio, la empresa de comunicación mexicana que maneja Prisa, se actúa con base en otros principios.
Aunque el asunto se ha tratado de manejar como la culminación de un contrato civil de prestación de servicios entre una profesional independiente y una empresa mercantil, lo cierto es que Carmen Aristegui realizaba un trabajo subordinado a un patrón, que al despedirla no fue capaz de entregarle ni un solo peso de indemnización. Sabía que los españoles pueden ser miserables a la hora de negociar, pero no pensé que llegaran a ese extremo.
Todos los abogados a los que he consultado me dicen que si Carmen demanda al Grupo Prisa y a Televisa en los tribunales laborales, los vencerá fácilmente y obtendrá de esas compañías una importante cantidad de dinero. Ojalá lo haga, ya que no es justo que ella, mientras encuentra otro empleo, deba tomar recursos de sus ahorros para mantener su nivel de vida y, sobre todo, el de su hijo, el pequeño Emilio. Pero también tendría que acudir a la Junta de Conciliación a demandar a sus patrones para que, al menos, a los propietarios de W Radio una cosa les duela. Porque a estos tipos inmensamente ricos pero enfermos de ambición lo único que les afecta es desprenderse de dinero. Las críticas que han recibido en todas partes por lo que le hicieron a la señora Aristegui les tienen sin cuidado, de plano. Son tan cínicos que hasta presumen su fama de malvados. Pero si Carmen les quita, con la ley en la mano, unos cuantos cientos de miles o algunos millones de pesos, van a quedar seriamente adoloridos. Y si bien no se tratará de un gran desquite, ya que a ellos les sobra capital, pues algo es algo.
Carmen tendría que demandarlos, además, para proteger a muchos de sus compañeros de trabajo que permanecen en W Radio y a los que no se les reconoce, en esa empresa, derechos laborales. Con el cuento legaloide de que firman contratos de prestación de servicios y de que se les paga mediante recibos de honorarios, se les dice que no son trabajadores de la empresa, aunque se trate de personas que pasan todo el día en esa compañía invariablemente haciendo lo que les ordenan sus patrones.
En la campaña electoral de 2006, Carmen Aristegui me invitó a participar en un debate en su programa de radio. Los otros invitados eran Juan Ignacio Zavala, cuñado de Felipe Calderón, y el priista César Augusto Santiago. Dos tercios de este debate se fueron a las planas del diario español El País unos días antes de las elecciones: Juan Ignacio publicó un artículo sosteniendo su punto de vista y yo otro exactamente con el punto de vista opuesto. A César Augusto no lo invitaron los pragmáticos editores ibéricos porque su candidato, Roberto Madrazo, iba muy abajo en las encuestas.
A pesar de esa exclusión de los priistas, El País se mantuvo más o menos imparcial hasta el día de las votaciones. Después, sus editores decidieron que debían defender a Felipe Calderón y atacar a Andrés Manuel López Obrador. Desde luego, los periodistas españoles tienen derecho a defender y a atacar a quienes se les pegue la gana. Y tienen, también, el derecho de contratar para trabajar en sus empresas a la persona que se les antoje. En esas fechas contrataron, como alto funcionario del grupo, a Juan Ignacio Zavala, el cuñado hasta entonces cómodo (el incómodo era Hildebrando). Estoy seguro de que Juan Ignacio está preparado para desempeñar el cargo, muy bien pagado por cierto, que le ofrecieron en el Grupo Prisa. También estoy seguro de que jamás se lo hubieran ofrecido si el resultado electoral hubiera sido otro. Tal vez si Andrés Manuel hubiera llegado a la presidencia, el puesto que hoy ocupa el señor Zavala le hubiera sido entregado por el Grupo Prisa a cualquier amigo o pariente de El Peje, y si ninguno lo hubiera aceptado, habrían colocado ahí al perro de la casa del vecino del edificio de departamentos donde vive López Obrador. Todo sirve cuando se trata de proteger la venta de millones de libros de texto anuales en México.
Se ha dicho mucho que Juan Ignacio Zavala intervino en el despido de Carmen Aristegui. No lo creo, o no quiero creerlo. Me atrevo a pensar que Carmen tampoco lo cree. Ellos se han llevado muy bien durante años. Nadie puede ser tan hipócrita o tan perverso. Fue cosa de Prisa y Televisa, dos empresas dispuestas a hacer lo que sea con tal de agradar al gobierno. Y vaya que le debe haber caído bien a Felipe Calderón la noticia de la salida de la periodista de W Radio. Es del dominio público que Calderón detesta a Aristegui.
Después de la toma de posesión de Felipe Calderón, no recuerdo ahora la fecha, Carmen Aristegui entrevistó a Andrés Manuel López Obrador. Este político, no Carmen, criticó a las empresas dueñas de los micrófonos a través de los que estaba hablando. Andrés fue duro con el Grupo Prisa y con Televisa, y tal vez hasta fue injusto en lo que dijo; lo que estoy tratando de decir es que, para los propósitos de esta discusión, no importa si las críticas de López Obrador eran correctas o no. Carmen no refutó a El Peje (a los entrevistadores no les toca debatir con sus entrevistados), pero tampoco estuvo de acuerdo con el hombre que en mi opinión es el único presidente legítimo de México. Como los cuestionamientos de Andrés tenían que ver con la libertad de expresión ejercida en Prisa y Televisa, Carmen consideró que era suficiente defensa para las empresas en las que trabajaba recordarle a su invitado que él estaba en esa radiodifusora hablando de lo que se le pegaba la gana.
Como yo ya no tenía contacto con la gente de Televisa, no supe qué pensaron ahí de esa gran oportunidad que López Obrador les había dado de presumir su respeto por la libertad de expresión. Con el que sí hablé (entonces todavía me llamaba con cierta frecuencia) fue con Antonio Navalón, de Prisa. Este hombre, en vez de estar agradecido con Andrés Manuel por haber hecho quedar bien a su empresa expresándose con total libertad incluso contra los mismos dueños de la radiodifusora, estaba realmente molesto: “Andrés no le ayuda a Carmen. Si cada vez que vaya a ser entrevistado por ella nos va a criticar, seguro que será muy difícil sostenerla. Lo peor es que Carmen no fue capaz de ponerlo en su lugar, de decirle que nadie viene a nuestra casa a decirnos nada”.
El hecho es que Carmen Aristegui salió de W Radio. Qué derrota para el Grupo Prisa, para el diario El País, para gente con prestigio como Juan Luis Cebrián. Para Carmen ha sido una victoria. No es exagerado decir que en todo México hay gente aplaudiéndola y solidarizándose con ella. La señora Aristegui es hoy por hoy la más influyente persona en los medios de comunicación mexicanos. Se lo merece.