“¿Era para hoy?” ¿Qué papel hizo México en Pekín? Papel de China. Fuimos a Oriente a decorar la fiesta. Hay que agradecer a Dios -desde ahora conocido como Supremo Taekwondoín- que cuatro atletas hayan salvado nuestra honra en el país del dragón. Estas preseas demuestran triunfos culturales. No ha sido en vano que los autobuses foráneos recorran el territorio nacional proyectando películas de Bruce Lee. Quienes nos quejamos con pedantería de esa programación debemos reconocer que se trata de un programa motivacional. Eso sí, se requiere de individuos excepcionales para sacarle provecho. Las medallas de oro confirman que México es bueno para las tareas de soledad y sufrimiento (como el taekwondo y la literatura). El bronce en clavados sincronizados es menos significativo desde el punto de vista olímpico, pero resulta esperanzador desde el punto de vista comunitario: es lo más cerca que hemos estado de triunfar en un deporte de equipo. Que dos mexicanas se sincronicen en veloz picada es una prueba de que es posible llegar a acuerdos. En México 68 ganamos nueve medallas. En esa misma justa España no ganó ninguna. Quienes teníamos parientes allá compadecíamos su atraso y su dictadura. El ejercicio a la española era una tarde de chorizos mientras se mataban seis toros, un triunfo de Estado del Real Madrid o una tertulia de puro y coñac en la que se dosificaban injurias por deportivismo. Cuarenta años después, España obtuvo 18 medallas. En ese lapso nos convertimos en uno de los 10 países más poblados y uno de los 15 mercados más importantes. Por desgracia, en vez de obtener una cuota razonable de medallas -digamos, las nueve de 1968-, institucionalizamos la épica para transformar atletas en burócratas. La meta más rentable del deportista nacional no es una medalla sino un puesto en la Conade. Cuando Phelps concluyó su participación en Atenas, de inmediato pensó en Pekín. Después de recoger su octava medalla en estos juegos, voló a Londres para meter el pie en la alberca con la que soñará durante cuatro años. En cambio, el mexicano que triunfa suele tener como horizonte los cargos que ocupará como funcionario. Están, desde luego, las excepciones; algunos se convierten en buenos analistas y da gusto oír las exactas profecías con que Fernando Platas se adelanta a los jueces de clavados. En muy pocos países las turbulencias deportivas se transmiten de manera simultánea en dos canales abiertos. Para los medios, la competencia no está en las pruebas de pista y campo sino en la publicidad. Aunque la disputa mercantil es obvia, se disfraza a través de extrañas formas del "entretenimiento" (el albur basado en la discriminación y los complejos sexuales) y de la exaltación del patriotismo. Las televisoras han inventado una variante de la guerra civil que consiste en pelearse para querer más a un mismo país. Como los atletas no siempre aportan méritos, se dedican al fervor patriotero. Un comentarista dijo que la bandera mexicana es "la más bonita del mundo". ¿No basta que sea la nuestra? La crítica aparece poco en la pantalla chica porque vulnera el nacionalismo integrista. Esto incluso se extiende al público. Mucha gente teme "quedar mal" si dice que esperaba más de sus atletas. Lo correcto parece ser la resignación cósmica: "los muchachos hicieron lo que pudieron". ¿Y qué dicen los protagonistas? Jorge Marrón publicó en Cancha un espléndido reportaje en el que recoge las excusas de los atletas. Sabemos que en México admitir un error es peor que cometerlo. Vivimos en un país donde una editorial nunca se atrasa sino que le falla la imprenta. Fieles a esta tradición, los nuestros rehuyeron responsabilidades. Conviene repasar el rico acervo de pretextos. Lo peor es que los hemos oído en otras circunstancias. Ahí está el caso de quien convierte su fracaso en motivo de orgullo: "Terminé la carrera, corrí con el corazón y me quedo satisfecho porque di mi 100 por ciento", dijo el ciclista Moisés Aldape, tritón del esfuerzo que por desgracia llegó en lugar 47. Por su parte, Marisela Cantú destacó su magnífica preparación: "Entrené muy bien, nunca había hecho tantos ejercicios completos de barras seguidos y perfectos". Esta plenitud contrasta con el lugar obtenido: 56. ¿Qué pasó? "En México nunca me caía como aquí", afirmó la gimnasta que tuvo problemas con la fuerza de gravedad china. También está el caso de quien prefiere recordarnos que a China se puede ir por oro como Usain Bolt, por pólvora como Marco Polo o por estar ahí como Mariana Cifuentes, lugar 17 en nado sincronizado: "Nunca pensamos en calificar a la final, ni lo teníamos contemplado". Sabemos que al marchista éder Sánchez se le indigestó el espagueti, retrasándolo hasta el inesperado lugar 15, y que a Fabiola Corona le jalaron los pies en el agua antes de ser descalificada en triatlón. Sólo algunos, como Gabriela Medina, que alcanzó la semifinal en 400 metros, se atrevieron a decir: "Estuve mal". Ante tanta evasiva destaca, una vez más, la actitud de Ana Gabriela Guevara en las Olimpiadas de Atenas. Era la mejor corredora en su especialidad y luchaba contra una lesión. Cuando obtuvo la plata, comentó que había fracasado. Su única meta era la excelencia. Woody Allen ha dado a conocer fragmentos del diario que escribió mientras rodaba su más reciente película, Vicky Cristina Barcelona. Scarlett Johansson llegó a preguntarle antes de una escena: "¿Cuál es mi motivación?". La actriz se refería al personaje que, para esas alturas, ya debía tener dominado. El director le contestó: "Tu salario". Cuando un protagonista pregunta "¿por qué estoy aquí?", deja de serlo. Demasiados paisanos llegaron a las Olimpiadas con cara de "¿era para hoy?". "éste es el nivel que tenemos en México", dijo Juan Carlos Romero al llegar 29 en los 10 mil metros. ¿Es necesario ir a China para demostrarlo? |
Kikka Roja