Juan Villoro
7 Nov. 08 reforma.com
Buena parte de la exitosa campaña del candidato demócrata se debió al uso de internet. Con una base de 3 millones de voluntarios y donantes, movilizó a un país que se suele interesar más por el trabajo comunitario que por los desafíos políticos.
Lo interesante en la nueva construcción de mayorías en Estados Unidos es que dependen de la adecuada suma de minorías. Quien consigue el voto de los negros, los hispanos y los jóvenes es más poderoso que quien convence al sector, todavía mayoritario, de los anglosajones blancos. El resto del mundo, que no puede participar pero se sabe influido por la contienda, es la nueva mayoría silenciosa.
Desde la llegada del hombre a la luna o la caída del Muro de Berlín el planeta no se sintonizaba de tal modo para presenciar un hecho histórico.
En sus vibrantes discursos, Obama se había referido a John F. Kennedy como el Presidente que se atrevió a proponer que la nueva frontera fuera la luna. Maestro de la retórica, Obama acompañó este viaje sideral con un estribillo realista, "sí se puede", que le otorgó a sus discursos la insistente musicalidad del gospel.
El martes 4 era el día en que estaríamos lejos de nosotros, atentos a un decisivo hecho global. Sin embargo, cuando buscas situarte en la distancia, algo te remite a tu inescapable cercanía. A las 8 de la noche busqué en internet noticias de la elección norteamericana y encontré una sobre México. Era extraño que nuestro país, tantas veces soslayado, figurara en la página del New York Times. Juan Camilo Mouriño, secretario de Gobernación, había muerto al caer su avión en la Ciudad de México.
Numerosos conductores de la radio y la televisión del país se habían desplazado a Chicago, Washington, Los Ángeles y Nueva York para cubrir la jornada electoral de Estados Unidos. Desde ahí tuvieron que cubrir el fuego en la Ciudad de México. En el momento en que deseábamos compartir una esperanza ajena pero decisiva, volvimos a nuestra realidad de lumbre. Desde entonces predomina el desconcierto, la sensación de enfrentar un desastre sin escapatoria. No sabemos qué decir, pero no podemos pensar en otra cosa. "Cierro los ojos y veo un jet en llamas", me dijo un amigo.
La muerte de 14 personas en Paseo de la Reforma obliga a suspender las diferencias políticas y la valoración de los políticos fallecidos. Se trata de un drama mayúsculo.
En su poema La caja negra Eduardo Lizalde dice que todo se puede destruir en un cataclismo menos la memoria que de él se tiene. Los daños son irreparables, pero la investigación del suceso será tan importante como la forma en que se comunique.
El Presidente actuó con entereza ante la pérdida del más cercano y cuestionado de sus colaboradores. La información que se ha dado a partir del percance, recuperando paso a paso el trabajo de la torre de aproximación del aeropuerto, revela que predomina la encomiable voluntad de transparentar la caja negra de los datos.
Por los testigos presenciales y por los restos del avión, ubicados en una zona restringida, parece que no hubo estallido antes de la colisión. Queda por determinarse si no hubo una falla mecánica inducida.
Sin embargo, las informaciones que apuntan a un posible error del piloto tampoco pueden ser tranquilizadoras. Aunque la tesis del atentado se descarte, alarma que el secretario de Gobernación no disponga de un vuelo seguro.
Si la catástrofe no fue planeada, aun así tiene el contundente peso de un atentado accidental. El gobierno pierde a dos funcionarios decisivos en el combate a la inseguridad, justo en el momento en que se comenzaban a lograr detenciones importantes en el sector oficial y en que Estados Unidos, que ha pedido que México "ponga orden en casa", inicia una nueva agenda política.
La muerte es siempre un agravio y un enigma. Sus causas pueden hacerla más amarga. Pensar que se podría haber dado más seguridad al responsable de la seguridad es una inquietante paradoja y en cierta forma una alegoría nacional.
Norman Mailer narró la conquista de la luna en Un fuego en la luna. Obama prometió una luna simbólica. El martes pasado quisimos participar como testigos de esa nueva conquista. Las llamas nos devolvieron a nuestro propio territorio.
Los pilotos y los astronautas se suelen espiritualizar en sus despegues de la Tierra. Lejos de los conflictos cotidianos, conciben sueños de unidad y entendimiento. Armstrong partió en el Apollo XI como un piloto austero y regresó como un elocuente predicador.
El piloto escritor Antoine de Saint-Exupéry sobrevoló el Sahara, la Guerra Civil española y Tierra del Fuego, repartió correo en medio de las tempestades y murió en su avión en la Segunda Guerra Mundial. Sus tensas jornadas en el aire reforzaron su confianza en la fraternidad: "Qué bien se portan y qué tranquilos están estos hombres agrupados", escribe en Carta al general X. Los pescadores, los aviadores, los marinos tienen la ética de los que están juntos. ¿Por qué no existe eso en el resto de la Tierra? "Estoy tan cansado de polémicas, de los exclusivismos, de los fanatismos... Si difiero de ti, te enriquezco", agrega en Carta a un rehén.
Sus opiniones de hombre fueron plegarias dirigidas al mundo que se empequeñecía bajo su avión.
"No se muere contra algo, sino por algo", le respondió en una carta al cáustico André Breton.
La catástrofe obliga a pensar como el piloto Saint-Exupéry, a recuperar la fe en los hombres agrupados.
Las llamas nos vuelven solidarios. ¿Volveremos a dividirnos ante las cenizas?
Kikka Roja