11-Feb-2009 Horizonte político José A. Crespo El PAN y la victoria cultural… del PRI Carlos Castillo Peraza, el último de los ideólogos del PAN (nadie ha podido sustituirlo), poco antes del acceso de su partido al poder, hablaba de que, por lo pronto, en México asistíamos a una “victoria cultural” del PAN: la ciudadanía había reconocido que el régimen priista no era democrático y que la democracia era la única forma aceptable de legitimación política. En efecto, quizás desde 1988, crecientes segmentos sociales fueron aceptando que el poder no podía legitimarse ya de forma tradicional; sólo las urnas podrían validar el poder público, y a ese esfuerzo se volcó la sociedad durante los años siguientes, respaldando al partido opositor de su preferencia: el PAN o el PRD. Pero, sin duda alguna, fue el PAN el que desde décadas atrás había enarbolado como estandartes la democracia política y el sufragio libre y eficaz. Pero a nueve años de que el PAN es gobierno nacional, puede palparse con claridad que el blanquiazul muy pronto abandonó su “victoria cultural”, es decir, sus principios en pro de la democracia, adoptando en cambio las prácticas, usos y costumbres del PRI, con lo que ha propiciado otra victoria cultural, aunque distinta: la del PRI. El PAN no supo gobernar y resultó bastante inepto, fue incongruente con su histórico compromiso democrático; ha pactado con lo peor del corporativismo; se negó a llamar a cuentas a los corruptos del pasado o del presente y favoreció por tanto la impunidad; recurrió a alianzas vergonzosas y prácticas cuestionables; incluso muchos de sus funcionarios (desde el más alto nivel) han incurrido ellos mismos en corrupción y tráfico de influencias. Es decir, a 70 años de la fundación del PAN, podemos ahora concluir que los panistas ganaron el poder, pero perdieron el partido (o al menos su primigenia razón de ser). Una posible (y plausible) explicación de la derrota cultural del PAN la ofrece Carlos Arriola en su más reciente libro, El miedo a gobernar (2008). A través de un repaso bien documentado de la historia del blanquiazul, Arriola (militante del PAN en sus mocedades y hoy miembro del PRI) sugiere que la ineptitud de ese partido para gobernar no se debe sólo a su inexperiencia (que podría solventarse con el tiempo), sino a una tara genética que lo hace recelar del poder e imposibilita su comprensión de la política y la gobernación. Si bien Manuel Gómez Morín aconsejó en 1929 a José Vasconcelos concentrarse en la creación de un partido de profesionales, en lugar de lanzarse a una aventura electorera, al fundar el PAN en 1939 lo concibió como un club de aficionados que “no harán de la política su ocupación constante… que ni siquiera podrán usar las triquiñuelas y los medios de ataque o defensa de los políticos profesionales”. Y se ufanaba de su inexperiencia como “la mejor garantía, no sólo de buena intención, sino también de acierto seguro”. A la postre, no hubo ni “buena intención” ni “acierto seguro”. Esta prístina posición cambió un tanto, primero con el pragmatismo de Adolfo Christlieb (presidente del PAN de 1962 a 1968) y después con Luis H. Álvarez (líder del partido de 1987 a 1993). Diversos empresarios alejados del régimen —los llamados neopanistas— aportaron al partido su disposición a conquistar el gobierno (no tenían los pruritos de los tradicionales) y sus eficaces técnicas mercadotécnicas para persuadir a los ciudadanos de votar por el PAN. Así ocurrió, pero los empresarios (y gerentes), ya en el poder, demostraron que una cosa es conquistar el gobierno y otra muy distinta conducirlo con diligencia. No tuvieron miedo a acceder al poder, pero sí a ejercerlo democráticamente (pues eso implicaba enfrentar a fuertes poderes fácticos, corporaciones sindicales y al PRI). Pero si bien los panistas claudicaron muy pronto de su compromiso democrático, en cambio desde el poder han intentado concretar la otra faceta de sus principios fundantes: la confesional-católica. Han pretendido instaurar lo que Efraín González Luna, otro ideólogo fundador, señalaba como uno de los objetivos esenciales del PAN: imbuir a las instituciones políticas del catolicismo que había demostrado “sus pruebas como victoriosamente apto para transformar el mundo, liquidar imperios, crear civilizaciones y culturas superiores, y organizar patrias como la nuestra”. Ahí sí hubo congruencia. El caso es que los panistas han allanado involuntaria pero claramente el terreno para lo que los priistas ya propagan como su “victoria cultural” (aunque no la llamen así): un eje propagandístico que ya se inició, va a continuar al menos hasta 2012 y puede resumirse en los siguientes puntos: a) los antiguos promotores de la democracia la traicionaron, en contraste con la apertura que los últimos gobiernos priistas mostraron para allanarle el terreno; b) el PAN ha demostrado su ineptitud y ausencia de vocación por el poder, además de haber incurrido en las prácticas de corrupción que condenaban cuando era oposición y, c), el PRI al menos tiene la experiencia y el oficio para preservar el orden y la gobernabilidad, además de respetar y defender el Estado laico. A partir de lo que reflejan las encuestas, muchos ciudadanos se encuentran dispuestos a validar tales argumentos, porque el alegato del PRI se basa en la experiencia visible de los gobiernos del PAN. Mientras los otrora promotores de la democracia (PAN y PRD) fallaron gravemente, el PRI jugó, no democráticamente, pero sí con gran astucia, a favor de su propia causa. *** Nota: En la entrega anterior, el párrafo final de esta columna se publicó incompleto, debido a un error de edición. En donde se lee: “Algunos de los múltiples soldados que los emporios mediáticos suelen asegurar que a los partidos los iguala el poder” faltó la frase: “Es cierto. Pero tal afirmación también se aplica al duopolio televisivo”. Ofrecemos disculpas al autor y a nuestros lectores. |
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