MIGUEL ÁNGEL GRANADOS CHAPA
Miembro por cuarta vez (lo había sido en 1946, 1980 y 2002) del Consejo de Seguridad de la ONU desde el primero de enero de este año, México debutó en este turno ante la ofensiva lanzada por el gobierno de Israel contra el grupo Hamas, un híbrido de entidad política y militar, nacionalista y terrorista, como represalia por el sostenido ataque de esa organización palestina que domina la franja de Gaza contra su territorio. Después de un inicial titubeo en que sólo expresó su preocupación por los bombardeos que causaron más de un millar de muertos, la delegación mexicana hizo una propuesta equilibrada en que condenó a ambas partes, se refirió a la génesis de la coyuntura y formuló proposiciones.
Al condenar el uso excesivo de la fuerza por la parte israelí y los ataques del grupo radical palestino, la delegación mexicana declaró que "aunque todo Estado tiene derecho a salvaguardar su seguridad y, más aun, la obligación de garantizarla en beneficio de sus habitantes, al mismo tiempo tiene que respetar en sus acciones el derecho internacional humanitario". México se manifestó por poner fin a "las actividades terroristas que no tienen justificación alguna y que son contrarias al logro de una solución que garantice los derechos de los pueblos a una paz estable y duradera. En ese contexto, resulta indispensable que se ponga término al tráfico ilícito de armas y a todas aquellas actividades que fomenten el terrorismo".
Por ello México demandó "el cese de las hostilidades por ambas partes, el alto al tráfico ilícito de armas a la franja de Gaza, la apertura de los cruces fronterizos y el levantamiento de las restricciones israelíes en la franja de Gaza, el acceso irrestricto de la ayuda humanitaria, el respeto a los acuerdos existentes y generar condiciones mínimas para reanudar el diálogo de paz".
Al fin del primer mes de su cuarta presencia en el Consejo, el embajador Claude Heller sintetizó la posición mexicana como orientada a que se proteja la vida de los civiles, a demandar la proporcionalidad de las respuestas militares y a propugnar el establecimiento de un órgano de monitoreo continuo y eficaz sobre violaciones al derecho humanitario.
Los medios de comunicación en México dedicaron amplios tiempos y espacios a informar sobre el conflicto. Su presencia en la pantalla contrasta con la ausencia de otros más sangrientos y prolongados pero que carecen de clientelas políticas en nuestro país. Casi nunca se habla, por ejemplo, de la interminable guerra civil en el Congo, que directa o indirectamente ha cobrado la vida de millones de personas, como pasaron inadvertidas las matanzas de Ruanda, de Sierra Leona, de Guinea. Fue perceptible también, aunque el tema deba documentarse para afianzar esta afirmación, la dominancia de un enfoque favorable a "los palestinos", como si fuera ese pueblo el blanco del ataque y no las instalaciones militares con cubierta civil de un grupo terrorista que ha cobrado un alto número de vidas. Sin aplicar el principio periodístico que demanda narrar la génesis de los acontecimientos, se cargaba la responsabilidad al ataque israelí, dejando en segundo lugar la causa de ese ataque, con lo cual se brindaba una comprensión a medias. En los medios impresos ese sesgo fue particularmente notorio en La Jornada. Nuestro semanario dedicó su portada y 11 páginas de su número del 11 de enero a una entrevista con un pacifista israelí que condena el ataque, a una visión de la catástrofe humanitaria que se abate sobre los palestinos de Gaza, al testimonio de un activista italiano en la zona bombardeada y luego invadida; al de un militante español de la agrupación Free Gaza, y al forcejeo diplomático en la ONU que concluyó con la resolución 1860 que estableció el "cese inmediato al fuego". Los favorecedores del equilibrio informativo echaron de menos el parecer de los gobiernos involucrados, es decir, la ausencia de la posición de Israel.
Los embajadores en México de las partes en pugna fueron abrumadoramente solicitados para expresar el punto de vista de sus gobiernos. El de Israel respondió puntualmente las acusaciones sobre las bajas civiles y de niños (que en fotografías y en la pantalla de televisión estrujaban aun a los corazones menos sensibles) aduciendo que se les usaba como escudos humanos para ocultar arsenales y cuarteles. Añadía que la población civil recibía información sobre los bombardeos inminentes a fin de que pudiera ponerse a salvo. En la contraparte, el embajador de la Autoridad Palestina estaba en un predicamento. Representa al gobierno palestino con sede en Cisjordania, surgido de Al Fatah, la facción a que perteneció Yasser Arafat y que es adversa –son en realidad enemigos, más que simples adversarios– a Hamas, que la desplazó de Gaza. Con todo, condenaba con vehemencia el ataque, subrayaba su barbarie por las bajas infantiles y demandaba el cese del fuego. Lo apoyaba en sus posiciones, llevándolas al extremo, el embajador de Irán, que adquirió protagonismo e hizo evidente que Hamas significa la presencia del ayatolismo iraní a las puertas de Israel, cuya destrucción ansía.
En el seno de la comunidad judía en México se produjo una discrepancia respecto de la tradicional –y digamos que oficial– sintonía del judaísmo mexicano, sobre todo el asquenazi, con el estado de Israel. La respetable posición de una académica universitaria sobresaliente y la iniciativa civil que de ella derivó resultó favorable a la efusión judeofóbica que el ataque a Gaza había generado y que se agregó a la que con otro motivo se había expresado apenas unas semanas antes de la ofensiva contra Hamas. Con notorio afán propagandístico que prescinde de los datos, los embajadores de Irán y Palestina, y el Movimiento Mexicano de Solidaridad con Palestina habían propalado la aberrante comparación entre Auschwitz y Gaza, entre la Shoah que durante años se orientó al sistemático exterminio del pueblo judío en los países dominados por el nazismo y el ataque a un territorio del que tres años antes se había retirado Israel, que ilegalmente lo ocupaba desde 1967. La víctima de ayer es el verdugo de hoy, se decía también. Y a esa andanada de despropósitos se añadió la sentida autoinculpación de la profesora universitaria a la que deliberadamente sólo aludo porque no es mi afán personalizar un acontecimiento que excede a las posiciones particulares pues genera un fenómeno colectivo.
Más que indignación, que es fácil expresar, se eligió la indignidad, la vergüenza, la autoinculpación. Con palabras de Martin Buber con ocasión de un ataque terrorista judío, en 1946, al cuartel inglés situado en el hotel King David de Jerusalén, se dijo respecto de la ofensiva del Estado de Israel: "No basta con expresar nuestro aborrecimiento. Debemos decir que tenemos parte de esta culpa que despierta nuestra repugnancia".
Cuidado con alimentar de ese modo la incriminación a los judíos en general. La responsabilidad del ataque debe imputarse a investiduras y personas en particular. Las culpas son de ellos, no de todos. Admitir lo contrario es aceptar la aberración lógica y moral en que durante siglos incurrió la Iglesia católica al tachar de deicida al pueblo judío, es decir, al achacar a todos los judíos de aquel tiempo y de todos los tiempos la culpa por la crucifixión de Jesús. Esta universalización de la condena, su trascendencia de generación en generación durante siglos sirvió de pábulo al odio racial a los judíos, requisito previo a su inmolación. Fue necesario que de modo expreso el Concilio Vaticano II levantara esa desorbitada condena a los judíos.
Se dirá que no hay en México un sentimiento antisemita que resulte alimentado por esta posición moral, que se convirtió en la iniciativa de adoptar a un niño palestino muerto como modo de expiar la culpa autoimpuesta. Ciertamente no hay una judeofobia activa, como la hubo en el pasado, que se manifieste en agresiones físicas, en asaltos y vejaciones como antaño ocurrieron (y como sucedió el 30 de enero en el ataque a una sinagoga de Caracas, perpetrado por policías federales y municipales). Pero circula un vago tufo antijudío que puede condensarse en cualquier momento, extremo que puede y debe evitarse. Precisamente días antes de la ofensiva contra Hamas se había suscitado una polémica a partir de la extravagante y aun perversa opinión de que los atentados de Bombay (que incluyeron entre sus blancos una comunidad religiosa judía) ocurridos semanas atrás fueron provocados por "la banda israelí-estadunidense".
Esa difusa sensación antisemita apareció también en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional, que está en trance de mudar de director. Un anónimo –que en realidad eso es un texto firmado con nombre falso– sometió a juicio ético a profesores de esa facultad con la absurda pretensión de forzarlos a denunciar el ataque a Hamas. Esos profesores judeomexicanos, cuya nómina acompaña al anónimo para indicar que están localizados y bajo observación, son señalados por no compaginar "de manera adecuada y realmente humanista su calidad de docentes críticos ante lo que pasa en el mundo", por evitar "pronunciarse por (sic, en vez de contra) la masacre genocida que comete a diario el Estado sionista de Israel con el apoyo del mismo imperialismo que nos flagela aquí".
El corolario del anónimo sería de risa si no llevara implícito el peligro del prejuicio racial. Mencionando a una precandidata a la dirección de la Facultad, se agrega una condición a las establecidas por la normatividad universitaria: "el requisito fundamental para alguien como ella es que deje claro que no avala la masacre de Gaza y que no apoya la política genocida del Estado sionista".
kikka-roja.blogspot.com/
Al condenar el uso excesivo de la fuerza por la parte israelí y los ataques del grupo radical palestino, la delegación mexicana declaró que "aunque todo Estado tiene derecho a salvaguardar su seguridad y, más aun, la obligación de garantizarla en beneficio de sus habitantes, al mismo tiempo tiene que respetar en sus acciones el derecho internacional humanitario". México se manifestó por poner fin a "las actividades terroristas que no tienen justificación alguna y que son contrarias al logro de una solución que garantice los derechos de los pueblos a una paz estable y duradera. En ese contexto, resulta indispensable que se ponga término al tráfico ilícito de armas y a todas aquellas actividades que fomenten el terrorismo".
Por ello México demandó "el cese de las hostilidades por ambas partes, el alto al tráfico ilícito de armas a la franja de Gaza, la apertura de los cruces fronterizos y el levantamiento de las restricciones israelíes en la franja de Gaza, el acceso irrestricto de la ayuda humanitaria, el respeto a los acuerdos existentes y generar condiciones mínimas para reanudar el diálogo de paz".
Al fin del primer mes de su cuarta presencia en el Consejo, el embajador Claude Heller sintetizó la posición mexicana como orientada a que se proteja la vida de los civiles, a demandar la proporcionalidad de las respuestas militares y a propugnar el establecimiento de un órgano de monitoreo continuo y eficaz sobre violaciones al derecho humanitario.
Los medios de comunicación en México dedicaron amplios tiempos y espacios a informar sobre el conflicto. Su presencia en la pantalla contrasta con la ausencia de otros más sangrientos y prolongados pero que carecen de clientelas políticas en nuestro país. Casi nunca se habla, por ejemplo, de la interminable guerra civil en el Congo, que directa o indirectamente ha cobrado la vida de millones de personas, como pasaron inadvertidas las matanzas de Ruanda, de Sierra Leona, de Guinea. Fue perceptible también, aunque el tema deba documentarse para afianzar esta afirmación, la dominancia de un enfoque favorable a "los palestinos", como si fuera ese pueblo el blanco del ataque y no las instalaciones militares con cubierta civil de un grupo terrorista que ha cobrado un alto número de vidas. Sin aplicar el principio periodístico que demanda narrar la génesis de los acontecimientos, se cargaba la responsabilidad al ataque israelí, dejando en segundo lugar la causa de ese ataque, con lo cual se brindaba una comprensión a medias. En los medios impresos ese sesgo fue particularmente notorio en La Jornada. Nuestro semanario dedicó su portada y 11 páginas de su número del 11 de enero a una entrevista con un pacifista israelí que condena el ataque, a una visión de la catástrofe humanitaria que se abate sobre los palestinos de Gaza, al testimonio de un activista italiano en la zona bombardeada y luego invadida; al de un militante español de la agrupación Free Gaza, y al forcejeo diplomático en la ONU que concluyó con la resolución 1860 que estableció el "cese inmediato al fuego". Los favorecedores del equilibrio informativo echaron de menos el parecer de los gobiernos involucrados, es decir, la ausencia de la posición de Israel.
Los embajadores en México de las partes en pugna fueron abrumadoramente solicitados para expresar el punto de vista de sus gobiernos. El de Israel respondió puntualmente las acusaciones sobre las bajas civiles y de niños (que en fotografías y en la pantalla de televisión estrujaban aun a los corazones menos sensibles) aduciendo que se les usaba como escudos humanos para ocultar arsenales y cuarteles. Añadía que la población civil recibía información sobre los bombardeos inminentes a fin de que pudiera ponerse a salvo. En la contraparte, el embajador de la Autoridad Palestina estaba en un predicamento. Representa al gobierno palestino con sede en Cisjordania, surgido de Al Fatah, la facción a que perteneció Yasser Arafat y que es adversa –son en realidad enemigos, más que simples adversarios– a Hamas, que la desplazó de Gaza. Con todo, condenaba con vehemencia el ataque, subrayaba su barbarie por las bajas infantiles y demandaba el cese del fuego. Lo apoyaba en sus posiciones, llevándolas al extremo, el embajador de Irán, que adquirió protagonismo e hizo evidente que Hamas significa la presencia del ayatolismo iraní a las puertas de Israel, cuya destrucción ansía.
En el seno de la comunidad judía en México se produjo una discrepancia respecto de la tradicional –y digamos que oficial– sintonía del judaísmo mexicano, sobre todo el asquenazi, con el estado de Israel. La respetable posición de una académica universitaria sobresaliente y la iniciativa civil que de ella derivó resultó favorable a la efusión judeofóbica que el ataque a Gaza había generado y que se agregó a la que con otro motivo se había expresado apenas unas semanas antes de la ofensiva contra Hamas. Con notorio afán propagandístico que prescinde de los datos, los embajadores de Irán y Palestina, y el Movimiento Mexicano de Solidaridad con Palestina habían propalado la aberrante comparación entre Auschwitz y Gaza, entre la Shoah que durante años se orientó al sistemático exterminio del pueblo judío en los países dominados por el nazismo y el ataque a un territorio del que tres años antes se había retirado Israel, que ilegalmente lo ocupaba desde 1967. La víctima de ayer es el verdugo de hoy, se decía también. Y a esa andanada de despropósitos se añadió la sentida autoinculpación de la profesora universitaria a la que deliberadamente sólo aludo porque no es mi afán personalizar un acontecimiento que excede a las posiciones particulares pues genera un fenómeno colectivo.
Más que indignación, que es fácil expresar, se eligió la indignidad, la vergüenza, la autoinculpación. Con palabras de Martin Buber con ocasión de un ataque terrorista judío, en 1946, al cuartel inglés situado en el hotel King David de Jerusalén, se dijo respecto de la ofensiva del Estado de Israel: "No basta con expresar nuestro aborrecimiento. Debemos decir que tenemos parte de esta culpa que despierta nuestra repugnancia".
Cuidado con alimentar de ese modo la incriminación a los judíos en general. La responsabilidad del ataque debe imputarse a investiduras y personas en particular. Las culpas son de ellos, no de todos. Admitir lo contrario es aceptar la aberración lógica y moral en que durante siglos incurrió la Iglesia católica al tachar de deicida al pueblo judío, es decir, al achacar a todos los judíos de aquel tiempo y de todos los tiempos la culpa por la crucifixión de Jesús. Esta universalización de la condena, su trascendencia de generación en generación durante siglos sirvió de pábulo al odio racial a los judíos, requisito previo a su inmolación. Fue necesario que de modo expreso el Concilio Vaticano II levantara esa desorbitada condena a los judíos.
Se dirá que no hay en México un sentimiento antisemita que resulte alimentado por esta posición moral, que se convirtió en la iniciativa de adoptar a un niño palestino muerto como modo de expiar la culpa autoimpuesta. Ciertamente no hay una judeofobia activa, como la hubo en el pasado, que se manifieste en agresiones físicas, en asaltos y vejaciones como antaño ocurrieron (y como sucedió el 30 de enero en el ataque a una sinagoga de Caracas, perpetrado por policías federales y municipales). Pero circula un vago tufo antijudío que puede condensarse en cualquier momento, extremo que puede y debe evitarse. Precisamente días antes de la ofensiva contra Hamas se había suscitado una polémica a partir de la extravagante y aun perversa opinión de que los atentados de Bombay (que incluyeron entre sus blancos una comunidad religiosa judía) ocurridos semanas atrás fueron provocados por "la banda israelí-estadunidense".
Esa difusa sensación antisemita apareció también en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional, que está en trance de mudar de director. Un anónimo –que en realidad eso es un texto firmado con nombre falso– sometió a juicio ético a profesores de esa facultad con la absurda pretensión de forzarlos a denunciar el ataque a Hamas. Esos profesores judeomexicanos, cuya nómina acompaña al anónimo para indicar que están localizados y bajo observación, son señalados por no compaginar "de manera adecuada y realmente humanista su calidad de docentes críticos ante lo que pasa en el mundo", por evitar "pronunciarse por (sic, en vez de contra) la masacre genocida que comete a diario el Estado sionista de Israel con el apoyo del mismo imperialismo que nos flagela aquí".
El corolario del anónimo sería de risa si no llevara implícito el peligro del prejuicio racial. Mencionando a una precandidata a la dirección de la Facultad, se agrega una condición a las establecidas por la normatividad universitaria: "el requisito fundamental para alguien como ella es que deje claro que no avala la masacre de Gaza y que no apoya la política genocida del Estado sionista".