Ángel Guerra Cabrera
Barack Obama perdió en la cumbre de Puerto España la oportunidad idónea de censurar el genocida bloqueo contra Cuba y abogar por su levantamiento, único punto que, aunque no estaba en la agenda, le fue reclamado unánimemente por los líderes de América Latina y el Caribe. Con ese sólo gesto habría pasado honrosamente a la historia, cuando se han reunido como nunca en Estados Unidos condiciones y fuerzas políticas partidarias de suprimir el castigo a la isla. Su opinión pública, incluso la de origen cubano, apoya esta postura que coincide con la de numerosos legisladores, entre ellos importantes líderes camarales demócratas y republicanos, destacados jefes militares en retiro, influyentes círculos empresariales y conocidos tanques pensantes. No hablemos de la oposición de todos los gobiernos del mundo, exceptuado el fiel aliado sionista.
Pero Obama no parece darse por enterado. Ante el coro contra el bloqueo en Puerto España, váyase a saber si cautivo de las obsesiones de asesores, como el cavernícola Jeffrey Davidow o neoliberales fundamentalistas al estilo de Larry Summers, osciló entre las actitudes evasivas y los injerencistas condicionamientos a la soberanía y autodeterminación del pequeño país agredido, hostigado y cercado por la mayor potencia militar de la historia. En resumen, el joven, inteligente, carismático y popular –por ahora– presidente de Estados Unidos no se decidió a adoptar la única posición que habría hecho creíble su promesa de iniciar una nueva etapa en las relaciones con América Latina. En primer lugar por su singular contenido simbólico y además porque la diplomacia estadunidense no llevó al cónclave, si es que tiene alguna, otras opciones con que dar respuesta a las aspiraciones de los pueblos de la región.
De la cumbre se ha cultivado una matriz mediática almibarada, según la cual, en un prodigioso acto de magia, el simpático y cordial inquilino de la Casa Blanca cambió en unas horas la nefasta imagen que Estados Unidos se ha ganado a pulso en los pueblos de América Latina y el Caribe. Pero lo cierto es que aparte de las sonrisas, apretones de mano y buen talante mostrado ante las cámaras con sus homólogos, de allí no salió un solo acuerdo que contribuya a solucionar, y ni siquiera a mitigar, el trágico panorama social que han causado las políticas aplicadas por Washington en nuestra América desde inicios del siglo XIX. No es casual que Obama llamara a olvidar el pasado y que con excepción del anfitrión Patrick Manning, a quien tocó la ingrata tarea de hacerlo en solitario, el documento final no fuera firmado, como estaba previsto, por ninguno de los jefes de Estado y gobierno. No era posible lograr la aprobación de un texto que intentaba pasar gato por liebre, pues continúa recomendando, aunque de manera vergonzante, las mismas políticas que han conducido a la actual debacle económica y civilizatoria.
Hugo Chávez expresó elocuentemente lo que muchos pensábamos del llamado de Obama a olvidar el pasado y pensar en el futuro cuando le obsequió un ejemplar en inglés de ese tesoro histórico y literario nuestro americano que es Las venas abiertas de América Latina, obsoleto según expertos no identificados, citados con sonrisita Colgate por la conductora de turno de CNN. Fue escrito hace 30 años, dijo… Y Evo Morales remachó: sin nuestro pasado no se puede construir el futuro.
Es ese futuro por el que están luchando los pueblos el que se perfiló en la Cumbre de la Alternativa Bolivariana para Nuestra América (Alba), celebrada en Venezuela, vísperas de la reunión de Puerto España. Allí sí se analizaron las causas profundas de la crisis actual, de carácter sistémico y estructural y no una crisis cíclica más. El documento de la Alba para la Cumbre de las Américas afirma: La crisis económica global, la del cambio climático, la alimentaria, y la energética son producto de la decadencia del capitalismo que amenaza con acabar con la propia existencia de la vida y el planeta. Señala la necesidad de un modelo alternativo al capitalista basado en la solidaridad y no de competencia, y reafirma la integración económica, política y cultural latinocaribeña como instrumento de la liberación de nuestros pueblos.
La Cumbre de las Américas, a la sombra ominosa de la OEA, es, por el contrario, una herramienta deliberadamente concebida con el propósito de la integración subordinada a Washington.
Pero Obama no parece darse por enterado. Ante el coro contra el bloqueo en Puerto España, váyase a saber si cautivo de las obsesiones de asesores, como el cavernícola Jeffrey Davidow o neoliberales fundamentalistas al estilo de Larry Summers, osciló entre las actitudes evasivas y los injerencistas condicionamientos a la soberanía y autodeterminación del pequeño país agredido, hostigado y cercado por la mayor potencia militar de la historia. En resumen, el joven, inteligente, carismático y popular –por ahora– presidente de Estados Unidos no se decidió a adoptar la única posición que habría hecho creíble su promesa de iniciar una nueva etapa en las relaciones con América Latina. En primer lugar por su singular contenido simbólico y además porque la diplomacia estadunidense no llevó al cónclave, si es que tiene alguna, otras opciones con que dar respuesta a las aspiraciones de los pueblos de la región.
De la cumbre se ha cultivado una matriz mediática almibarada, según la cual, en un prodigioso acto de magia, el simpático y cordial inquilino de la Casa Blanca cambió en unas horas la nefasta imagen que Estados Unidos se ha ganado a pulso en los pueblos de América Latina y el Caribe. Pero lo cierto es que aparte de las sonrisas, apretones de mano y buen talante mostrado ante las cámaras con sus homólogos, de allí no salió un solo acuerdo que contribuya a solucionar, y ni siquiera a mitigar, el trágico panorama social que han causado las políticas aplicadas por Washington en nuestra América desde inicios del siglo XIX. No es casual que Obama llamara a olvidar el pasado y que con excepción del anfitrión Patrick Manning, a quien tocó la ingrata tarea de hacerlo en solitario, el documento final no fuera firmado, como estaba previsto, por ninguno de los jefes de Estado y gobierno. No era posible lograr la aprobación de un texto que intentaba pasar gato por liebre, pues continúa recomendando, aunque de manera vergonzante, las mismas políticas que han conducido a la actual debacle económica y civilizatoria.
Hugo Chávez expresó elocuentemente lo que muchos pensábamos del llamado de Obama a olvidar el pasado y pensar en el futuro cuando le obsequió un ejemplar en inglés de ese tesoro histórico y literario nuestro americano que es Las venas abiertas de América Latina, obsoleto según expertos no identificados, citados con sonrisita Colgate por la conductora de turno de CNN. Fue escrito hace 30 años, dijo… Y Evo Morales remachó: sin nuestro pasado no se puede construir el futuro.
Es ese futuro por el que están luchando los pueblos el que se perfiló en la Cumbre de la Alternativa Bolivariana para Nuestra América (Alba), celebrada en Venezuela, vísperas de la reunión de Puerto España. Allí sí se analizaron las causas profundas de la crisis actual, de carácter sistémico y estructural y no una crisis cíclica más. El documento de la Alba para la Cumbre de las Américas afirma: La crisis económica global, la del cambio climático, la alimentaria, y la energética son producto de la decadencia del capitalismo que amenaza con acabar con la propia existencia de la vida y el planeta. Señala la necesidad de un modelo alternativo al capitalista basado en la solidaridad y no de competencia, y reafirma la integración económica, política y cultural latinocaribeña como instrumento de la liberación de nuestros pueblos.
La Cumbre de las Américas, a la sombra ominosa de la OEA, es, por el contrario, una herramienta deliberadamente concebida con el propósito de la integración subordinada a Washington.
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