Horizonte político
José A. Crespo
De conjuras, delaciones y ficciones
La reconstrucción histórica de algún episodio relevante, mientras más precisa sea, permite entender mejor el presente y orientar el futuro. Y por eso son bienvenidos los testimonios de quienes fueron protagonistas en diversos sucesos, por más que se cuiden de narrar detalles para ellos inconvenientes. Negar de entrada toda veracidad a tales documentos no es el método más fructífero de abordarlos. Y es que, recordando a Maquiavelo (y al filósofo de Güemes), los políticos (en realidad, todas las personas, con pocas excepciones) ocultan la verdad cuando ésta no les conviene… pero la dicen cuando sí les conviene (sea por motivos legítimos o inicuos). Toca a cada quien dilucidar cuándo las figuras públicas dicen la verdad y cuando la distorsionan u ocultan; para ello conviene el contraste con hechos disponibles y testimonios alternos.
Eso mismo conviene hacer con el libro de Carlos Ahumada, Derecho de réplica, donde presenta nuevos y viejos elementos que confirman —no necesariamente demuestran por sí mismos— la versión del famoso compló que denunció Andrés López Obrador. El libro asemeja la delación de un rufián contra sus cómplices —de todos colores y partidos—, al sentirse traicionado por algunos de ellos, los cuales evidentemente hoy niegan todo. La tesis del compló no consistía —como muchos creen todavía— en que se hubieran inventado los comprobados actos de corrupción de Gustavo Ponce o René Bejarano, sino en el uso político, en lugar de jurídico, que de ello hizo un grupo de personajes vinculados directa o indirectamente al gobierno federal, “las personas más poderosas del país en ese momento”, dice Ahumada. No tendría nada de inusual que dos “archienemigos” políticos de López Obrador —como llama Ahumada a Diego Fernández de Cevallos y Carlos Salinas de Gortari— quisieran golpearlo políticamente. La nuez del asunto era que Gobernación y la PGR estaban también en ese enjuague, lo que implicaría que el gobierno de Fox estaría echando mano de las instituciones estatales para golpear política y electoralmente a la oposición. Eso mismo suponía romper una de las reglas esenciales de la democracia (como hacía el PRI) y, por ende, darle un duro golpe al frágil acuerdo democrático de 1995 (de varios que ha habido). Más allá de lo que con ello se afectaba a López Obrador (y de los amores y odios que en muchos despierta, y de las grandes reservas que a muchos otros nos suscita), lo que estaba en juego era el respeto o no al pacto democrático.
Al oír por primera vez la tesis del compló, ésta me pareció, como a la gran mayoría, una entelequia del Peje para deslindarse de la corrupción en su gobierno. Conforme pasaba el tiempo, sin embargo, surgían indicios que apuntaban en favor de la veracidad de esa versión. Por ejemplo, la información que recibió la Procuraduría capitalina por parte de la PGR sobre el caso Ponce, coincidía exactamente con la que días atrás había divulgado Televisa, lo que implicaba que el gobierno federal la habría proporcionado a la televisora (con propósitos evidentemente políticos, no jurídicos). También se divulgó una reunión en el hotel El Presidente, entre Ahumada, su abogado Juan Collado, Diego Fernández de Cevallos, alguien de la PGR y un agente del Cisen, lo que suponía de nuevo la participación del gobierno foxista en esta estratagema político-electoral. Sobre ello, la Segob salió con la inaudita explicación de que su agente había rentado una sala en ese hotel para atender un asunto de migración, y al terminar se topó coincidencialmente con su colega de la PGR, y le ofreció la sala para que no tuviera que rentar otra (era, recordemos, un gobierno muy austero). Ahora Ahumada asegura que SantiagoCreel —el precandidato oficial—, Eduardo Medina-Mora y Rafael Macedo de la Concha, participaron del gatuperio. Vino después la captura de Ahumada en Cuba, que a muchos nos sugirió que, si había ido allá y no a un país sin tratado de extradición con México, era por la conocida cercanía entre Salinas y Fidel Castro. Ahora Ahumada confirma esa tesis (pero se dice engañado por Collado, quien le aseguró que no había tratado de extradición con Cuba). Dijo Ahumada a los cubanos, en un fragmento dado a conocer a la opinión mexicana, haber sido traicionado por quienes “ahora incluso están pidiendo mi extradición”, es decir, el gobierno federal. Hoy Ahumada ratifica esa afirmación, ya sin el maltrato de los cubanos de por medio.
Jorge Castañeda y Rubén Aguilar escribieron, por su parte, que “a Fox le sobraban razones para sacar al Peje de la jugada electoral… Ahumada se había reunido ya en cuatro ocasiones con Carlos Salinas, en Londres, en Cuba y en México… según el propio Fox, Diego Fernández de Cevallos le entera del asunto pocos días antes de que los videos se transmitieran por televisión, aunque no lo consultó… Fernándezde Cevallos dio por sentado que Fox compartía todo con el secretario de Gobernación y viceversa, y supuso que si el Presidente… no objetaba, equivalía a un consentimiento” (La Diferencia, 2007, cursivas de JAC). Buena inferencia de Diego, pues en efecto, un Presidente que al ser enterado de un plan, explícitamente no lo objeta, implícitamente lo avala. Fox no desmintió la versión de Castañeda y Aguilar, cuyo libro por ende respalda también en eso la tesis del compló.
La crónica de Ahumada no es una de buenos contra malos, sino de malos contra malos, lo que paradójicamente le da cierto grado de verosimilitud, sobre todo, conociendo la trayectoria de algunos de los implicados y la antidemocrática forma de hacer política en México, plena de corrupción e impunidad. El libro es una sugerente ventana a las turbias relaciones que suelen entablarse entre grandes empresarios y el poder. Un testimonio sumamente interesante, pero nada edificante y, por ende, no recomendable para quienes propendan a la depresión.
La crónica de Ahumada no es una de buenos contra malos, sino de malos contra malos.
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