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domingo, 10 de mayo de 2009

¡A pelearnos con medio mundo…!

¡A pelearnos con medio mundo…!
La Semana de Román Revueltas Retes
Román Revueltas Retes

2009-05-10•Al Frente

Hace algunas semanas, éramos un país violento. Ahora, somos un país sucio. Tan sucio que los extraños ya no quieren siquiera atracar sus barcos en los paradisíacos puertos del Caribe mexicano. Esta trasmutación de gente bronca pero divertida en raza irremediablemente apestada ocurrió a pesar de que el supremo Gobierno realizó denodados esfuerzos para “salvar a la humanidad”, o algo así. Pero miren ustedes lo malagradecida que es la tal humanidad: no corresponde, no reconoce, no responde. Bueno, sí responde y manda cerrar sus fronteras para que los viajeros aztecas no se infiltren en los arrabales de Buenos Aires e infecten a los robustos porteños. Vamos, el asunto ha ido tan lejos que la Federación Mexicana de Patabola, reaccionando bravamente luego de los agravios que nos propinó la cofradía futbolística suramericana, acaba de prescribir el rompimiento total y absoluto de cualquier relación carnal con esa Conmebol que, en un gesto de irreflexiva largueza, nos había invitado a participar en sus muy exclusivos torneos: no profanaremos nunca más con nuestra planta el suelo de las canchas donde juegan River, Boca, Palmeiras y otros equipos de mucho menor lustre a los que había que apartar del camino por puro trámite. Muchas gracias, y que con su pan se lo coman. Jugaremos, de ahora en adelante, con nuestros amigos de la Major League Soccer. Después de todo, siempre ha sido muy buen negocio viajar a los USA para disputar encuentros de futbol avalados por una efusiva hinchada de paisanos. Se confirma así, de paso, nuestra pertenencia a un bloque norteamericano de naciones que, más allá de las abismales diferencias culturales, se cohesiona en torno a intereses bien concretos y beneficios muy palpables: los emigrantes mexicanos que pagan buenos dólares para ver a su Selección en los estados de California y Ohio exhiben en toda su dimensión la entretejida, y fatal, correspondencia entre dos países que comparten frontera, mercados y poblaciones.

¡Vaya efectos secundarios de la emergencia sanitaria! Por cuenta de un virus, descubrimos extrañas malquerencias e incomprensibles desafectos: ese régimen dinástico cubano al que tanto cortejábamos nos atiza, de pronto, la interdicción pura y simple de volar a la Isla (bien merecido que nos lo tenemos, por andar buscando —sin taparnos la nariz por el tema de los derechos humanos y ponernos máscaras para no contagiarnos de antidemocracia— los favores de tiranos impresentables, pero, en fin, ése es otro asunto). En cuanto a la pareja presidencial de la Casa Rosada, hacen lo que pueden: la señora bastante tiene con una epidemia de dengue que no logra controlar y, si lo piensas, se puede esperar cualquier cosa de una casta gobernante que se lanzó alocadamente a pelear contra… ¡Gran Bretaña! El flagelo de la Argentina no es el microbio mexicano sino esa nefasta camarilla de generalotes, primeras damas iluminadas y caudillos populacheros empeñados, todos ellos, en hundir a una gran nación. Los números hablan: 30 mil desaparecidos por cuenta de los gorilas y un país arruinado gracias a las malas artes de Menem y sus aprendices de brujo. Hoy mismo, los nubarrones de una estrepitosa debacle económica se ciernen de nuevo sobre un escenario de inflación desatada, cifras mentirosas, índices manipulados, precaria solidez institucional y recetas populistas. ¿México hace peligrar a los argentinos? Por favoooooor…

Más allá de esta condición de apestados universales que tan estoicamente conllevamos los mexicanos, creo que es también el momento de tomarnos nosotros mismos en serio y darnos nuestro lugar: somos, como lo decía en otra de mis columnas, la onceava economía del mundo: compramos y vendemos miles de millones de dólares de productos a todos los países. Podemos, por lo tanto, tomar algunas medidas. Por ejemplo, la futura decisión de Cuba de permitir de vuelta los vuelos no significa necesariamente que nosotros debamos reanudarlos. ¿Cómo les vendría, a los cubanos, una buena temporada sin turistas mexicanos? Lo mismo con la Argentina: podemos perfectamente prohibir la importación de carne de su país y traerla de Estados Unidos o de Nueva Zelanda. ¿Por qué no lo hacemos? Nos ofenden en nuestras narices, pero ¿no tenemos un mínimo de orgullo, otro tanto de audacia y una pizca final de insolencia? Frente a los agravios, ¿nos vamos a quedar, así nada más, cruzaditos de brazos? Un país de verdad es un país que se hace respetar.
revueltas@mac.com
kikka-roja.blogspot.com/

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