Shanghái inaugura macroferia mundial
Rodolfo Medel
Con más de ocho mil visitantes, el gigante asiático presume al planeta la nueva era por la que atraviesa
LOS CHINITOS TIRAN LA CASA POR VENTANA Y AMENAZAN CON SER LOS NUEVOS DUEÑOS.
ESAS SON LAS REGLAS CON LAS QUE JUEGAN LOS OLIGARCAS.. Y MEXICO AHI VA DE HIPOCRITA LAVANDOSE LA CARA DE MEDIOCRE.
MILLONES DE DOLARES PARA SEGUIR MATANDO DE HAMBRE A LA GENTE.
SHANGHÁI.— China cumple su objetivo: sorprender al mundo. Con la presencia de más de ocho mil asistentes, la ceremonia de la Exposición Universal de Shanghái 2010, la mayor de la historia por número de participantes y tamaño, que concluye hasta el 31 de octubre, dio muestra de la nueva era que vive el gigante asiático.
Era evidente que la convocatoria del gobierno chino a periodistas de todos los rincones del planeta, para presenciar el inicio del magno evento, tenía como premisa sorprender a éstos y, a su vez, que los mismos informen al orbe de la capacidad económico-organizativa de China.
Lo lograron. Funcionarios de la República Popular, en reiteradas ocasiones, insistieron en una frase: “Ver para creer”.
La ceremonia se dividió en dos partes, algo nunca visto. Inició en el interior del Centro Cultural de Exposiciones de Shanghái, construcción que asemeja una concha marina, y concluyó con un nutrido espectáculo de fuegos artificiales en el parque de exposiciones, a lo largo de 3.5 kilómetros del río Huangpu.
La muestra quedó oficialmente inaugurada por el presidente de China, Hu Jintao, acompañado por el mandatario de Francia, Nicolas Sarkozy; el presidente de la República de Sudcorea, Lee Myung-bak, además de otros líderes mundiales, como el presidente de la Unión Europea, José Manuel Barroso.
Shanghái, ciudad que bien podría superar en iluminación a Las Vegas, se encendió para dar inicio a la Expo Mundial, cuyo tema es Mejor Ciudad, Mejor Vida, que, en palabras del viceprimer ministro chino, Wang Qishan, “conducirá a estilos de vida nuevos, promoverá la armonía entre el ser humano y la naturaleza, así como el desarrollo completo de los seres humanos”.
Con la iluminación y escenografía de última tecnología, el escenario del Centro Cultural retumbaba entre aplausos de los espectadores, quienes participaron con coreografías de manera improvisadas.
El clímax lo marcó el cantante Andrea Bocelli. Escena tras escena causaba conmoción en el público. Todo era incógnita. Autoridades de la Expo mantuvieron en secreto todo lo que sucedería en la noche de la inauguración. Una vez concluida la ceremonia en el Centro Cultural,se conminó a la gente a salir a la explanada del parque de exposiciones.
Afuera ya se encontraban emplazadas sillas para la multitud. De pronto, se escucha un sonido estruendoso… tambores, música, mezcla entre el género clásico y lo más novedoso del electrónico
Rayos láser atraviesan el río Huangpu, las pantallas proyectan imágenes gigantescas de los pabellones de cada uno de los países expositores .
Un helicóptero distrae por un instante la atención. Fuegos artificiales. El puente que cruza el río se ilumina más de lo habitual y todo Shanghái se enciende. Los cientos de edificios que se extienden en el horizonte, en un espectáculo sin precedentes, se coordinan con la música que, en su punto máximo, deja disfrutar, descansar, al público con el Lago de los Cisnes.
Agua, música y fuego, en armoniosa batalla, dieron muestra de que Shanghái vive y China resurge gritando que el gigante está despierto.
Hoy, Shanghái, se enciende.
Con más de ocho mil visitantes, el gigante asiático presume al planeta la nueva era por la que atraviesa
Era evidente que la convocatoria del gobierno chino a periodistas de todos los rincones del planeta, para presenciar el inicio del magno evento, tenía como premisa sorprender a éstos y, a su vez, que los mismos informen al orbe de la capacidad económico-organizativa de China.
Lo lograron. Funcionarios de la República Popular, en reiteradas ocasiones, insistieron en una frase: “Ver para creer”.
La ceremonia se dividió en dos partes, algo nunca visto. Inició en el interior del Centro Cultural de Exposiciones de Shanghái, construcción que asemeja una concha marina, y concluyó con un nutrido espectáculo de fuegos artificiales en el parque de exposiciones, a lo largo de 3.5 kilómetros del río Huangpu.
La muestra quedó oficialmente inaugurada por el presidente de China, Hu Jintao, acompañado por el mandatario de Francia, Nicolas Sarkozy; el presidente de la República de Sudcorea, Lee Myung-bak, además de otros líderes mundiales, como el presidente de la Unión Europea, José Manuel Barroso.
Shanghái, ciudad que bien podría superar en iluminación a Las Vegas, se encendió para dar inicio a la Expo Mundial, cuyo tema es Mejor Ciudad, Mejor Vida, que, en palabras del viceprimer ministro chino, Wang Qishan, “conducirá a estilos de vida nuevos, promoverá la armonía entre el ser humano y la naturaleza, así como el desarrollo completo de los seres humanos”.
Con la iluminación y escenografía de última tecnología, el escenario del Centro Cultural retumbaba entre aplausos de los espectadores, quienes participaron con coreografías de manera improvisadas.
El clímax lo marcó el cantante Andrea Bocelli. Escena tras escena causaba conmoción en el público. Todo era incógnita. Autoridades de la Expo mantuvieron en secreto todo lo que sucedería en la noche de la inauguración. Una vez concluida la ceremonia en el Centro Cultural,se conminó a la gente a salir a la explanada del parque de exposiciones.
Afuera ya se encontraban emplazadas sillas para la multitud. De pronto, se escucha un sonido estruendoso… tambores, música, mezcla entre el género clásico y lo más novedoso del electrónico
Rayos láser atraviesan el río Huangpu, las pantallas proyectan imágenes gigantescas de los pabellones de cada uno de los países expositores .
Un helicóptero distrae por un instante la atención. Fuegos artificiales. El puente que cruza el río se ilumina más de lo habitual y todo Shanghái se enciende. Los cientos de edificios que se extienden en el horizonte, en un espectáculo sin precedentes, se coordinan con la música que, en su punto máximo, deja disfrutar, descansar, al público con el Lago de los Cisnes.
Agua, música y fuego, en armoniosa batalla, dieron muestra de que Shanghái vive y China resurge gritando que el gigante está despierto.
Hoy, Shanghái, se enciende.
Con más de ocho mil visitantes, el gigante asiático presume al planeta la nueva era por la que atraviesa
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- China tiene un problema con la expo de Shanghai
Las autoridades chinas se han volcado para que la exposición universal de Shanghai sea la mayor, la más importante, de todos los tiempos. Aspiran a que este certamen, que abrió sus puertas el pasado primero de mayo y las cerrará el 31 de octubre, sirva de escaparate mundial para demostrar el poder del gigante asiático en la escena internacional.
Para alcanzar este objetivo el Gobierno de Pekín y el Ayuntamiento de Shanghai no han regateado esfuerzos en los últimos tiempos. Han desembolsado en torno a 45.000 millones de euros, se ha inaugurado una nueva terminal aérea, se han duplicado prácticamente el número de líneas de metro, se han modernizado numerosas infraestructuras viarias de la capital financiera del país e incluso se ha ampliado la flotilla de taxis de la ciudad con 350 nuevos vehículos de mayor calidad y comodidad.
Para alcanzar este objetivo el Gobierno de Pekín y el Ayuntamiento de Shanghai no han regateado esfuerzos en los últimos tiempos. Han desembolsado en torno a 45.000 millones de euros, se ha inaugurado una nueva terminal aérea, se han duplicado prácticamente el número de líneas de metro, se han modernizado numerosas infraestructuras viarias de la capital financiera del país e incluso se ha ampliado la flotilla de taxis de la ciudad con 350 nuevos vehículos de mayor calidad y comodidad.
Todos estos esfuerzos son muy loables. Pero la realidad acostumbra a ser tozuda y obstaculiza la plasmación práctica de los deseos. En este sentido, el día a día, la rutina, dejan en evidencia que los deseos de las autoridades chinas no dejan de ser eso, sólo deseos. Una esperanza muy difícil de verse convertida en realidad.
Y es que China tiene un problema con la Expo de Shanghai, que puede llevar al traste las ambiciones de sus responsables, de enseñar que el gigante asiático ya ha alcanzado su mayoría de edad internacional. "China necesita al menos cien años para ser un país moderno", esta frase que pronunció el primer ministro, Wen Jiabao, en la rueda de prensa posterior a la clausura de la sesión anual de la Asamblea Popular me pareció entonces exagerada. Sin embargo, la cotidianeidad le da la razón.
Shanghai presenta unos problemas de funcionamiento cotidiano que le impiden entrar en el club de las grandes ciudades internacionales y mucho menos el de las selectas urbes financieras, como Nueva York, Londres o Hong Kong. No todo son rascacielos.
A los ojos de un extranjero es inconcebible que un taxi no se detenga cuando va libre, independientemente de si el potencial pasajero es chino o extranjero, o no te quiera llevar, porque tenga miedo a no saber a que dirección debe conducirte o porque considera que éste lugar está muy lejos y no le apetece. Y esto al margen del número tremendamente bajo de este tipo de transporte público en una ciudad como Shanghai. Los 45.000 vehículos que integran la flota de taxis de esta urbe de más de 18 millones de habitantes convierte en rutina ver decenas de personas a la caza de un taxí a cualquier hora del día y de la noche, así como peleas físicas para conseguir hacerse con este medio de transporte.
Es buena la intención de poner a disposición del usuario un número de teléfono para llamar a un taxi. El encanto se rompe, sin embargo, cuando al otro lado del hilo telefónico te responden secamente que "en la zona que usted se encuentra no hay taxi". Una verdad de Perogrullo. Si hubiera taxis no hubiera llamado. Debo precisar que mi disgusto con los taxis de Shanghai no viene de ahora. Siempre que he viajado a esta ciudad me he encontrado con el mismo problema.
Tampoco favorece en nada a la proyección internacional de Shanghai la extrema rigidez que han decidido aplicar los hoteles respecto a las normas de seguridad durante el semestre que va a durar la Expo. Resulta que cuando uno paga la factura del hotel –normalmente antes de las 12 del mediodía, por aquello de dejar libre la habitación a la hora convenida y no te cobren un día más- tiene que acarrear la maleta durante todo el día si el vuelo no le sale hasta la noche. "Mientras dure la Expo, no podemos guardar maletas en el hotel", me dijo la recepcionista, con una sonrisa de circunstancias. Y les advierto, que el establecimiento en cuestión no era un tugurio de mala muerte, sino un hotel de cuatro estrellas.
Esta serie de inconvenientes son los que dejan un mal sabor de boca a los visitantes, que cuando llegan a Shanghai esperan encontrar la ciudad mítica –la "París de Oriente", le llamaban en los años treinta del siglo pasado- que tantas películas han reflejado. Son los problemas que, a fin de cuentas, empañan el escaparate en el que China pretende demostrar que ya es una gran potencia internacional, al mismo nivel que otros países.
Y es que China tiene un problema con la Expo de Shanghai, que puede llevar al traste las ambiciones de sus responsables, de enseñar que el gigante asiático ya ha alcanzado su mayoría de edad internacional. "China necesita al menos cien años para ser un país moderno", esta frase que pronunció el primer ministro, Wen Jiabao, en la rueda de prensa posterior a la clausura de la sesión anual de la Asamblea Popular me pareció entonces exagerada. Sin embargo, la cotidianeidad le da la razón.
Shanghai presenta unos problemas de funcionamiento cotidiano que le impiden entrar en el club de las grandes ciudades internacionales y mucho menos el de las selectas urbes financieras, como Nueva York, Londres o Hong Kong. No todo son rascacielos.
A los ojos de un extranjero es inconcebible que un taxi no se detenga cuando va libre, independientemente de si el potencial pasajero es chino o extranjero, o no te quiera llevar, porque tenga miedo a no saber a que dirección debe conducirte o porque considera que éste lugar está muy lejos y no le apetece. Y esto al margen del número tremendamente bajo de este tipo de transporte público en una ciudad como Shanghai. Los 45.000 vehículos que integran la flota de taxis de esta urbe de más de 18 millones de habitantes convierte en rutina ver decenas de personas a la caza de un taxí a cualquier hora del día y de la noche, así como peleas físicas para conseguir hacerse con este medio de transporte.
Es buena la intención de poner a disposición del usuario un número de teléfono para llamar a un taxi. El encanto se rompe, sin embargo, cuando al otro lado del hilo telefónico te responden secamente que "en la zona que usted se encuentra no hay taxi". Una verdad de Perogrullo. Si hubiera taxis no hubiera llamado. Debo precisar que mi disgusto con los taxis de Shanghai no viene de ahora. Siempre que he viajado a esta ciudad me he encontrado con el mismo problema.
Tampoco favorece en nada a la proyección internacional de Shanghai la extrema rigidez que han decidido aplicar los hoteles respecto a las normas de seguridad durante el semestre que va a durar la Expo. Resulta que cuando uno paga la factura del hotel –normalmente antes de las 12 del mediodía, por aquello de dejar libre la habitación a la hora convenida y no te cobren un día más- tiene que acarrear la maleta durante todo el día si el vuelo no le sale hasta la noche. "Mientras dure la Expo, no podemos guardar maletas en el hotel", me dijo la recepcionista, con una sonrisa de circunstancias. Y les advierto, que el establecimiento en cuestión no era un tugurio de mala muerte, sino un hotel de cuatro estrellas.
Esta serie de inconvenientes son los que dejan un mal sabor de boca a los visitantes, que cuando llegan a Shanghai esperan encontrar la ciudad mítica –la "París de Oriente", le llamaban en los años treinta del siglo pasado- que tantas películas han reflejado. Son los problemas que, a fin de cuentas, empañan el escaparate en el que China pretende demostrar que ya es una gran potencia internacional, al mismo nivel que otros países.
kikka-roja.blogspot.com/