El gobierno de México va perdiendo todas sus batallas. No sólo la muy conocida y reconocida contra los grupos delincuenciales –sin que se puedan abatir las “exportaciones” de droga hacia los Estados Unidos, una de las razones fundamentales para mantener el esquema de seguridad propuesto por Genaro García Luna, en fase de ganar para el futuro, él sí, fuero constitucional si obtiene un escaño en el Senado-, sino también respecto a los nuevos gigantes financieros de Latinoamérica, sobre todo Brasil y luego Argentina y Chile. Tampoco se han hundido, como se auguraba, las naciones gobernadas por elementos radicales, como el venezolano Hugo Chávez o el nicaragüense Daniel Ortega además del ecuatoriano Rafael Correa, que han desarrollado un papel bastante más digno ante las políticas injerentistas del norte, aunque para algunos analistas sólo sean bravucones a quienes no debe darse importancia.
La problemática mexicana es, por tanto, la de mayor riesgo para la estabilidad del continente por cuanto puede ocurrir desde ahora hasta más allá de julio, cuando los comicios federales determinen si continuamos por la senda del continuismo o volvemos al punto de partida para intentar otras salidas a la incipiente democracia. Y no es descartable, aunque nos parece menos probable que hace seis años, la perspectiva de un cambio extremo, hacia la izquierda, con un abanderado que estrena discurso, sonrisa y buenos modales... para quienes quieran creer en la mutación de los hombres.