El viernes pasado en la Universidad Iberoamericana los derechos de Enrique Peña Nieto no fueron tocados ni con el pétalo de una rosa. El candidato pudo entrar sin problema al auditorio universitario, exponer sus ideas con calma, contestar una veintena de preguntas y todavía tomar el micrófono un momento más para aclarar su responsabilidad en el caso de la represión policiaca en San Salvador Atenco. Posteriormente salió del recinto, paseó rápidamente por la universidad y finalmente abordó su vehículo con el pulgar en alto sin que absolutamente nadie obstruyera su paso.
La valiente protesta de los estudiantes fue totalmente pacífica. Los gritos generalizados de ¡fuera!, ¡asesino! y ¡cobarde!, así como las cartulinas que señalaban a Peña como corrupto y represor fueron auténticas expresiones de repudio protegidas por el derecho constitucional a la libertad de expresión. Ningún candidato o funcionario público tiene el derecho a que le aplaudan los ciudadanos. Los ciudadanos tampoco tienen la obligación de dirigirse con respeto o buenas maneras hacia los políticos.
La valiente protesta de los estudiantes fue totalmente pacífica. Los gritos generalizados de ¡fuera!, ¡asesino! y ¡cobarde!, así como las cartulinas que señalaban a Peña como corrupto y represor fueron auténticas expresiones de repudio protegidas por el derecho constitucional a la libertad de expresión. Ningún candidato o funcionario público tiene el derecho a que le aplaudan los ciudadanos. Los ciudadanos tampoco tienen la obligación de dirigirse con respeto o buenas maneras hacia los políticos.