Antonio Jáquez/ ProcesoMEXICO, DF, 25 DE NOVIEMBRE /Aparecido intempestivamente, el libro La Diferencia. Radiografía de un sistema, de Rubén Aguilar y Jorge G. Castañeda, revela detalles sobre algunas de las decisiones más importantes del sexenio de Vicente Fox, a partir de entrevistas con este personaje, testimonios de primera mano –incluido el de los autores–, chismes, versiones, documentos, fuentes anónimas… Además, y como no queriendo, el texto ajusta cuentas con algunos foxistas arrepentidos, entre ellos Alfonso Durazo, Juan Francisco Ealy Ortiz, Lino Korrodi y Porfirio Muñoz Ledo, y ubica en episodios clave a personajes como Manlio Fabio Beltrones, Pedro Cerisola, Diego Fernández de Cevallos y Carlos Salinas de Gortari. Nadie, sin embargo, resulta más exhibido que el propio Fox, aunque ese no haya sido el propósito explícito de los autores.
El expresidente, apuntan, “peca tal vez de ingenuidad psicoanalítica. Los pacientes, asentiría Freud, inventan y mienten; pero todo el chiste de la disciplina que produjo consiste justamente en sacar verdad de la mentira, como diría Vargas Llosa: entender lo que la fabricación esconde o deja ver, descifrar lo que la exageración, el embuste o la distorsión encriptan. O parafraseando a Roberto Campos (exministro brasileño): los testimonios de grandes personajes son como los bikinis: lo interesante no es lo que muestran sino lo que esconden”. Al margen de su simpatía por Fox, Aguilar y Castañeda ponen en duda la versión que el expresidente ofrece sobre ciertas decisiones, por ejemplo su supuesto apego a la legalidad en el apoyo a la campaña presidencial de Felipe Calderón: “El hecho de que Fox no haya transferido recursos del gobierno a Calderón, no significa que no lo haya ayudado más que con discursos y apariciones públicas.” Ciertas o no, las historias de Aguilar, Castañeda y el propio Fox arriman más leña a la hoguera en que arden el expresidente y su esposa, Marta Sahagún. Una frase que puede ser epitafio: Vicente Fox “buscó forzar la historia y transformar sus deseos en realidades”. Aguilar y Castañeda, quienes como vocero y canciller, respectivamente, se distinguieron por su comportamiento provocador, se pintan en el libro como blancas palomas… pero amagan a Fox con sacar grabaciones de la entrevista en casos de que intente desmentirlos. En el prólogo se curan en salud, según sus propias palabras, y dicen que a pesar de las diferencias entre ellos “nos une una característica en común: ambos nos abstuvimos de escupir para arriba”.
El libro abarca nueve capítulos, entre ellos La formación del gabinete, Cuba que linda es Cuba, Desafuero y desazón: sacar (le) al Peje), y ¿Gané, ganó o ganamos? El capítulo sobre la formación del gabinete contiene detalles sobre el hecho conocido de que cazadores de talentos (headhunters) entrevistaron a la mayoría de los aspirantes y da a conocer historias inéditas sobre varios de los candidatos: En el caso de Hacienda, cuentan, Fox requería de una persona dura y exigente. No fue fácil. En la terna se contempló a Francisco Gil, José Ángel Gurría y Luis Ernesto Derbez. Gurría de plano fue descartado cuando “surgió una acusación de corrupción que luego se comprobó que era falsa. La hizo Eduardo Fernández, el presidente de la Comisión Bancaria y de Valores. Pidió cita a Fox para hablarle del caso”. Derbez, según Fox, fue cuestionado por varios “sectores del empresariado”, que alegaban que en México ni siquiera se sabía quién era. Fox asegura también que escuchó la opinión de Roberto Hernández, quien trató de influir en el nombramiento de algún secretario “pero que nunca estuvo en el círculo de la toma de decisiones”. En cualquier caso, dicen los autores, Fox accedió a la petición empresarial y solicitó opciones. “De la comunidad empresarial tanto de Monterrey como de la ciudad de México surgió el nombre de Francisco Gil. Entre otros, lo propusieron Lorenzo Zambrano, Lorenzo Servitje, el propio Roberto Hernández y Alfonso Romo”. A su nombramiento se opusieron, inútilmente, Carlos Slim y Ricardo Salinas Pliego. Una de las designaciones más difíciles fue la del secretario de la Defensa. “Para Fox, el Ejército constituía una gran incógnita, carecía de cualquier conocido dentro de las Fuerzas Armadas; sólo había tratado algunos generales cuando fue gobernador”.
Las entrevistas con los candidatos se realizaron en desayunos y comidas en casa de Carlos Rojas Magnon. Él fue quien elaboró las ternas del Ejército y la Marina. Rojas, afirman, tenía relaciones que le facilitaron evaluar “objetivamente” las trayectorias de quienes integraban las ternas. En el caso de la Sedena los seis generales considerados inicialmente fueron Luis Montiel López; Mario Renán Castillo Fernández; Mario Ayón Rodríguez; Delfino Mario Palmerín Cordero; Abraham Campos López y Gerardo Clemente Vega García. Aguilar-Castañeda: “De todos se hizo una averiguación profunda mediante entrevistas con gente que los conocía, pero también observando su situación personal, lo que incluyó el análisis de su forma de vida familiar. De acuerdo con Fox, de los seis casos considerados, uno de los generales, Campos López, fue excluido porque el estudio de campo reveló que existía un desfase entre su nivel de ingreso y su modo de vida; éste era muy superior a lo que le permitirían sus entradas comprobables. Al interior del mismo Ejército, tenía fama de corrupto.”
Cuentan que Rojas consultó con los servicios de inteligencia estadunidenses, ingleses e israelitas para verificar que en la terna, tanto del Ejército como de la Marina, no figurara nadie vinculado, según dichos servicios, con el narcotráfico. Se trataba de la misma vía que siguió Ernesto Zedillo cuando nombró como zar antidrogas al general Jesús Gutiérrez Rebollo, sólo que los estadunidenses lo engañaron, primero palomeándolo, para luego denunciarlo. Al final la decisión debía tomarse entre Palmerín Cordero, “que tenía fama de arrogante y estaba muy ligado al general Enrique Cervantes Aguirre, el secretario saliente, y Vega García, también ligado a Cervantes y reconocido como un teórico militar”. En la entrevista Fox se decidió por él. “Palmerín fue nombrado subsecretario, pero destituido al año bajo sospecha de manejos inadecuados y fue enviado a Londres como agregado militar”. Otra selección polémica fue la de Sari Bermúdez como presidenta del Conaculta. Fox primero pensó en Enrique Krauze, “quien muy pronto hizo saber que no deseaba asumir algún cargo público. Fox mantenía una excelente relación con Krauze, que lo había apoyado con mucha fuerza en la campaña desde el frente de los intelectuales pero también, asegura Fox, desde su visión de la historia. Le daba consejos y le hacía propuestas a partir de una perspectiva histórica”. También se consideró a Lourdes Arizpe y Sabina Berman, recomendadas por Castañeda. “
En esos dos casos Fox sí recibió fuertes presiones de sectores conservadores para no incorporarlas al gabinete. Recuerda en particular que Alfonso Romo, el empresario de Monterrey, manifestó su oposición a Berman y a Arizpe. Ambas le parecían muy liberales y heterodoxas. Arizpe también fue ‘vetada’ por José Sarukhán”. En el mismo capítulo se ocupan de las relaciones de Fox con Zedillo, en particular durante el proceso de entrega-recepción. En ese lapso, que duró cinco meses, ambos sólo sostuvieron dos reuniones y “no hubo un diálogo real, ni tampoco una entrega formal y acordada entre el gobierno saliente y el entrante. De acuerdo con Fox, la entrega recepción de aquel entonces no se compara en nada con la que se hizo en 2006. En la del 2000, no se entregó ningún documento. En la del 2006 se hizo entrega, a lo largo de los cinco meses, de todos los documentos que el presidente electo requirió y se tuvieron todas las reuniones que su equipo solicitó”.
EL CASO DURAZO
En el libro se asegura que Castañeda vinculó a Alfonso Durazo con Fox. Él había buscado contactarse con la campaña por medio de panistas de Sonora. “En esa búsqueda Durazo se acerca a Castañeda, quien organiza el encuentro con Fox. Pedro Cerisola, el coordinador de la campaña, envió un avión a Hermosillo para transportar a Durazo al lugar en donde podía encontrarse con el candidato. Los informes de los panistas de Sonora subrayaban su apoyo a los candidatos del PAN. Mantenía una relación cercana con Manuel Espino, quien aproximó a Durazo con César Leal, panista de Sinaloa que colaboraba en la campaña…” Fox dice que invitó a Durazo al equipo para establecer un puente con el PRI, “en un error de información y apreciación, ya que Durazo era colosista y del colosismo en el PRI ya no quedaba nada. Nunca pensó en la secretaría particular como una instancia política; durante la transición administrativa no habló con Durazo de política y tampoco lo hizo cuando éste ya era su secretario particular. En teoría, su tarea era llevar la agenda y recibir las llamadas que se hacían al Presidente”, es decir un simple secretario. El mismo Fox relata que muchos panistas se opusieron al nombramiento de Durazo, quien hoy es directivo del diario El Universal. En esos días “Rodolfo Elizondo le mandó una nota con una frase de Vaclav Havel que decía: Más vale inexperiencia temporal que sabotaje permanente. Le advertía también de sus lazos con Manlio Fabio Beltrones y Emilio Gamboa. Marta Sahagún tampoco estaba de acuerdo con su incorporación. Durazo supo ganarse a la gente cercana a Fox y solicitó muy pronto su afiliación al PAN. Dice Fox que no sabe si lo hizo por interés genuino en ser panista o por mera conveniencia política. Según el expresidente, a Durazo lo dominaba una obsesión por ser candidato al gobierno de Sonora. “Y cuando le quedó claro que no podía serlo por el PAN, utilizando los viejos métodos del PRI se desilusionó y entonces reventó”.
EL CASO LINO
Según Fox, siempre tuvo claro que no iba a incorporar a familiares o amigos personales en el gabinete. En ese grupo entraba Lino Korrodi, “quien pidió ser considerado para una secretaría de tema económico, en particular Turismo. Fox asegura que cuando hablo con él para decirle que siguieran siendo amigos, pero que buscara trabajo en otro lado porque él no estaba considerado para el gabinete, Korrodi no lo entendió”. Korrodi no toleró la exclusión y según Fox, terminó por pelearse con todo el mundo; con Fernández de Cevallos y con el PAN. Luego siguió la etapa de las denuncias públicas en los medios y la ruptura con el presidente, “quien hoy sostiene que sabía que Korrodi era una persona conflictiva, ambiciosa e incómoda para integrar un equipo de trabajo. Le había perdido la confianza; pensaba que había el riesgo de que se quisiera aprovechar de un cargo público para hacer dinero”. A partir de esa experiencia y muy al inicio de su mandato envió una carta a todas las secretarías y dependencias del gobierno federal en la que les planteaba que “quedaba estrictamente prohibido atender a cualquier miembro de la familia Fox, de la familia Quesada y también a sus amigos cercanos, subrayando que nunca hicieran caso de alguien que les dijera que venía de parte del Presidente”.
EL CASO PORFIRIO
Según Aguilar y Castañeda, Muñoz Ledo “solicitó de manera insistente que Fox lo hiciera secretario. Forjó una vieja relación –que no amistad– con Fox desde la candidatura de ambos a la gubernatura de Guanajuato en 1991. Muñoz Ledo se lanzó como candidato y al mero final declinó a favor de Fox, posiblemente un poco tarde para pedir tanto. Quiso la Secretaría de Gobernación, la de Relaciones Exteriores y si no, Educación; la que realmente le interesaba era Gobernación. La valoración que Fox hacía de Muñoz Ledo era la de una persona inteligente y calificada, pero al mismo tiempo conflictiva y que no sabía trabajar en equipo: En una palabra, una persona que actúa por su cuenta y provocaría mucho ruido en el gabinete”. Desde Bélgica, Muñoz Ledo siguió insistiendo en que se le incorporara al gabinete; cada vez que se daba una baja en alguna secretaría, Muñoz Ledo hablaba para ser considerado. Al final, Muñoz Ledo pidió encabezar una instancia a cargo de la reforma del Estado. “Como era lógico, Creel se opuso y la idea no prosperó. Tal vez la insensibilidad de Fox indujo el reencuentro de Porfirio con López Obrador, pero vale la pena recordar el lamento de Jorge Castañeda padre: lo único peor que ser subalterno de Porfirio es ser su jefe. Castañeda Álvarez de la Rosa había sido ambos.”
EL NO DESAFUERO
Salinas –junto con otros aliados como Fernández de Cevallos–, también se metió en el intento de desafuero de Andrés Manuel López Obrador. El libro se ocupa ampliamente del asunto y puntualiza los enredos en que se metió Fox, la forma en que se esforzó por liquidar políticamente a su adversario y cómo al final tuvo que echarse para atrás. En el relato destaca el papel que desempeñó el empresario Carlos Ahumada tras la divulgación de los videos que involucraban a colaboradores de Andrés Manuel en presuntos actos de corrupción. Llama la atención la versión de que, después del escándalo, Ahumada huyó a Cuba “por consejo de Rosario Robles y su amigo de años, Lázaro Cárdenas Batel”. Los autores apuntan también la versión de que la disputa entre Ahumada y López Obrador se origina en el cobro del dinero que el empresario prestó para la campaña de Andrés Manuel para la jefatura del gobierno del DF. Según esa versión AMLO rebasó por mucho los topes de gasto, por lo que Rosario, presidenta del PRD, jaló a la dirección nacional del partido la deuda del PRD-DF con las televisoras y las radiodifusoras: Casi 30 millones de dólares, incluidos 12 millones a Televisa. Fue así que Robles acudió a su amigo Ahumada para que le otorgara un “préstamo puente”. Desesperado por el incumplimiento en el pago, Ahumada presionó con los videos… A partir de entonces, dicen Aguilar y Castañeda, “el PRD le debe a Ahumada; El Peje, origen del gasto incurrido, no le debe nada a nadie”.
Además, aseguran, Ahumada había entregado sumas adicionales al PRD, empezando con 30 millones de pesos para la campaña de Lázaro Cárdenas a la gubernatura de Michoacán en el 2001, y a las campañas de Raúl Ojeda para la gubernatura de Tabasco en 2000 y 2001. En total, “según algunas fuentes muy cercanas a Ahumada, transfirió más de 300 millones de pesos al PRD”. Los autores afirman que el único que pagó su deuda fue Cárdenas Batel. La aventura antipeje se condensa en la siguiente frase: “Cuando Fox buscó la cuadratura del círculo y quiso el desafuero, el proceso y la condena, y al mismo tiempo evitar la prisión y la inhabilitación, se derrumbó todo”. En cambio, reconocen, López Obrador movió muy bien sus fichas. “Permitió que se arribara al desafuero. Su defensa, según los colaboradores más cercanos a Fox, fue preparada por el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM y su director, Diego Valadés, con la anuencia del rector Juan Ramón de la Fuente, y con el apoyo también del ministro de la Corte Genaro Góngora Pimentel”. En la decisión foxista de echarse para atrás contó también el cambio de parecer del PAN. “Santiago Creel, que según Fox siempre defendía la tesis de no agitar el avispero (…) ya no quería queso sino salir de la ratonera.
En la explicación de Fox, todo se consumó en la visita que le hizo Manuel Espino en San Cristóbal, de parte del PAN, a finales de abril de 2005, en que lo liberó de esta manera: ‘al partido no le interesa que López Obrador sea desaforado y eliminado de la contienda, queremos ganarle con votos’. Esa fue, según Fox, la gota que derramó el vaso”. El domingo 24 de abril Fox convocó al rancho a varios colaboradores (Creel, Ramón Muñoz, Rubén Aguilar, María Amparo Casar y Manuel Espino) “y resolvió rajarse. Instruyó a Cabeza de Vaca para que encontrara un taparrabos jurídico a fin de que la PGR se desistiera de la acción penal contra El Peje.”
FOX O CALDERÓN
El solo título del capítulo referido a la elección del 2006 es provocador: “¿Gané, ganó o ganamos?” Los autores narran que desde los primeros meses de su gobierno “del cambio” Fox contempló un amplio abanico de candidatos de su partido para la elección del 2006. La baraja foxista incluía ocho cartas: Francisco Barrio, Felipe Calderón, Fernando Canales, Alberto Cárdenas, Santiago Creel, Luis Ernesto Derbez, Diego Fernández de Cevallos y Carlos Medina. Al final, como es sabido, a la elección interna del PAN sólo llegaron tres o cuatro; los demás fueron ignorados hasta por sus supuestos simpatizantes, como es el caso notable de Barrio. Según los autores, a la contienda interna “Creel llegó con ventaja respecto a los otros candidatos; lo que le restó votos fue su campaña de televisión dirigida a los ciudadanos en general y no a los militantes y adherentes panistas, que eran los que iban a votar; que se percibiera que había hecho un arreglo con Televisa para estar en los spots a cambio de otorgarles permisos para apuestas; que se le viera como un candidato de nuevo ingreso al partido.” Calderón, en opinión de Fox, arriesgó y por eso ganó. A la distancia, reconoce que la estrategia fue la acertada, y mejor que la de Creel. En el proceso interno, la mayoría de los integrantes del gabinete favorecían a Calderón. A pesar de las simpatías que en su momento Fox pudiera haber manifestado por Creel, “éste nunca contó con el apoyo de los miembros del gabinete”.
Durante el proceso de la elección interna, Fox concluyó que el ganador iba a ser Calderón, versión que según Aguilar y Castañeda carece de verosimilitud. Fox le autorizó a Creel seguir en Gobernación y hacer campaña apenas disimulada. Además Fox consiguió un trato favorable de Televisa a Creel de dos maneras. La primera, como relata Marta, fue su intervención en el 2002 ante Creel para que se resolviera el llamado decretazo y se lo debiera la televisora a Creel y a ella. Y otra al tolerar Fox la expedición de permisos de “casinos” a Televisa por parte de Creel, asunto tan importante para el consorcio que cuando Calderón comenzó a criticar a Creel por haber expedido los permisos, “Bernardo Gómez se comunicó furioso con uno de los principales dirigentes de la campaña para decirle: ‘si sigue Calderón criticando lo de los casinos, los sacamos del aire como a Castañeda’, pensar que todo esto podía suceder sin Fox es difícil de imaginar.” Los autores acusan a Fox de falsa ingenuidad cuando dice que no desvió recursos a la campaña de Calderón y le recuerdan el clásico dicho mexicano: No les pido que me den, sólo que me pongan donde hay. “Fox en cierto sentido puso a Calderón donde había: donde había dinero, consejos, contactos, etc… Calderón no requería los servicios de Marta para entenderse con Televisa, pero sí de sus prebendas a la empresa”.
MARTA Y SUS HIJOS
En la parte final de su libro Castañeda y Aguilar subrayan sus motivos para taparse la boca sobre lo que saben de la “hipotética” corrupción de la familia Fox y el tema de Marta Sahagún. Dicen que hubieran desvirtuado el sentido del libro, “que pretende ser un análisis político de las principales decisiones de sexenio. Además, utilizar la información con la que contábamos proporcionada por las fuentes citadas al principio del texto hubiera significado romper el acuerdo con Fox…”. En cambio los autores no se contienen para exhibir a otros personajes, entre ellos a Juan Francisco Ealy Ortiz, en aquel tiempo presidente y director general de El Universal. Y sueltan: “La posición tan dura que El Universal ha asumido contra Fox y Marta es otro caso.
Hacia finales del gobierno Ealy Ortiz solicitó a la presidencia, a través de Marta, su apoyo para obtener una o más de las siguientes cosas: posesión de una cadena de televisión nacional, de una radio con cobertura nacional, permisos para abrir un banco o una casa de bolsa, y la posibilidad de que se le pudiera hacer una condonación de impuestos. Cada una de las solicitudes debía ser tramitada en su instancia correspondiente; la presidencia ya no tenía posibilidad alguna de concederlas. La reacción virulenta de El Universal en contra de Fox y Marta, por un lado, y el espacio que se ha dado a todas las voces dispuestas a criticarlos y acusarlos, por el otro, se explica tal vez por la decisión de Los Pinos de no hacer nada para que esas peticiones se materializaran.”